En El huevo de la serpiente, una película de 1977, Ingmar Bergman relata el surgimiento de la bestia como un despertar psicótico de mentes aterrorizadas, humilladas y desesperadas. Una multitud asombrosa de heridos psíquicos, que se mueven en una pesadilla, nublados hasta que pueden recuperar fuerzas, energía y entusiasmo por convertirse en bestias. Bestias rubias, para citar a Nietzsche.
La bestia rubia ha emergido desatando la mayor ofensiva militar en suelo europeo desde 1945, y replanteando el escenario yugoslavo a escala gigante. Pero al mismo tiempo también ha surgido en el Parlamento Europeo. Cuando Zelenski dijo: “Ucrania está lista para morir por Europa, ahora veamos si Europa está lista para morir por Ucrania” vino la decisión de armar a la resistencia ucraniana, de unirse a la guerra.
La Unión Europea nació para generar una entidad política sin la retórica de la nación. Deshacerse de la trágica historia del nacionalismo, incluso de los nacionalismos (porque el nacionalismo nunca está solo) era el sentido de la Unión Europea. Ahora, esa intención fundacional (nunca implementada en realidad, pero aun flotando en el ámbito de las ilusiones programáticas) se cancela.
Pero olvidémonos de la geopolítica, una ciencia rudimentaria para cerebros cínicos. Llegamos a la sustancia psicopolítica del proceso que se desarrolla en el escenario continental. En un artículo de 1918, tras el trauma de la guerra y la pandemia, Sandor Ferenczi se pregunta si es posible curar la psicosis colectiva. Su conclusión es que tales patologías colectivas solo pueden prevenirse, pero no curarse cuando ocurren. Sabemos lo que sucedió en las siguientes décadas. El trauma fue elaborado de forma psicótica, a través de una identificación agresiva con la nación y la raza.
¿Cómo se está procesando hoy el trauma sufrido en los dos años de pandemia? Los acontecimientos europeos de febrero-marzo de 2022 sugieren que el procesamiento ha adquirido un carácter psicótico. La depresión progresiva busca compensación en la agresión. El nombre de esta psicosis es Nación. ¿Cómo nacen las naciones? Con la guerra. Esta es una regla general de la historia europea.
En los años posteriores a la crisis financiera de 2008, Europa optó por ser una fortaleza, un territorio (cada vez menos) poblado por gente asustada por el declive blanco y por la gran sustitución étnica en curso (imparable). Al participar en la guerra de Ucrania, Europa se afirma como nación. Probablemente sea solo el principio del fin, pero esa es otra historia.
El rubio de San Petersburgo
Hasta ayer, la única diferencia entre izquierda y derecha en Italia era la diferente consideración de Putin, y de la naciente nación rusa.
Mientras que los demócratas estaban a favor de asediar al zar ampliando la OTAN, la otra mitad del espectro político, los soberanistas, admiraban a Putin. Trump, Le Pen, Meloni, Salvini, sin mencionar a Berlusconi, han expresado su admiración por el rubio de San Petersburgo en términos muy claros. Putin personificó el culto a la nación que la derecha euroamericana ha intentado reafirmar en diferentes contextos.
Pero cuando, en la tarde del primero de marzo, Zelinski preguntó si Europa está dispuesta a morir por Ucrania, el corazón de la derecha europea empezó a latir por él. Morir por defender la patria, no importa por quién, ha sido siempre el sueño de los nacionalistas, aunque esto no signifique que realmente quieran morir personalmente. Quieren enviar a alguien a morir por su gloria: ese es su sueño.
El racista Salvini, olvidando la alianza entre la Liga y Rusia Unida, se ha vuelto generoso y acoge a los refugiados ucranianos porque son auténticos refugiados, no como esos parásitos afganos y sirios. La derecha nacionalista, acorralada por su sometimiento al zar, cambió repentinamente de posición y tomó la cabeza de la Unión Europea, dándole la vuelta como un guante.
¿Ursula von den Leyden y todos los demás marchan unidos con entusiasmo en defensa de qué? De la nación europea. del Dios cristiano. Y de la raza blanca. Pero Putin también tiene la piel blanca, ¿verdad? Y es más cristiano que nosotros. Solo Trump, el que más claramente expresa el supremacismo blanco, y distingue claramente a sus enemigos, sigue diciendo: Putin es un amigo. Y tiene razón.
Los demócratas estadounidenses todavía están obsesionados con la Unión Soviética, no quieren dejar una narrativa que los vio ganar. Pero Putin no es comunista. El referente teórico y estratégico de Putin se llama Ilic Il’in, un intelectual ruso que huyó de la Unión Soviética en la década de 1920 para refugiarse en Berlín durante los años de Hitler. Es el único teórico que Putin ha mencionado en sus discursos desde los primeros años de su ascenso al poder. Y es un nazi declarado que escribió: “El fascismo es un exceso salvífico de la arbitrariedad patriótica”.
En el libro The road to Unfreedom (2018), Timothy Snyder habla de la relación intelectual entre el pensamiento de Il’in y la acción de Putin. “Citando a Il’in por su nombre, Putin argumentó que en Rusia no había ni podía haber ningún conflicto entre nacionalidades. Según Il’in, la cuestión de la nacionalidad en Rusia fue solo una invención de sus enemigos, un concepto importado de Occidente”. Todos sabían lo que Putin es: un nacionalista fundamentalista. Lo que no impidió que George Bush mirara a Putin a los ojos y tuviera la certeza de que era un hombre sincero y bueno.
Post-Covid
“El covid desaparecerá cuando dejemos de hablar de eso”, dijo un amigo al que le gusta bromear sobre cosas serias. De hecho, el covid desapareció de la noche a la mañana gracias a los bombardeos de ciudades ucranianas. Sin embargo, la paranoia no desaparece con el Covid. Al contrario, se vuelve aún más agresiva.
Todos estamos llamados a elegir: o estamos con Europa en armas, o estamos con Putin. Esta necesidad de que uno de los dos contendientes tenga la razón es el signo más grave de la parálisis ética e intelectual de nuestro tiempo. No podemos admitir que no hay conspiración, o más bien que las conspiraciones son innumerables y entrelazadas, y que nadie gobierna, porque el caos es el señor del mundo.
Entonces: todos sabían quién era Putin. Un nacionalista ruso formado en la escuela del servicio secreto. Fue útil cuando hubo la necesidad de destruir el legado de la Unión Soviética al transformar a Rusia en un componente del sistema financiero global. Fue útil para combatir el islamismo, el enemigo común de todos los cristianos, de Oriente y Occidente.
Pero Putin era un verdugo, y todos lo sabían. Se dirá que no es la primera vez que el país líder del mundo libre financia y arma a un verdugo para hacer un trabajo muy sucio, para luego atacarlo, derrocarlo y ahorcarlo para alegría de los pueblos blancos. Estados Unidos financió y armó a Saddam Hussein a principios de la década de 1980 para atacar a la República Islámica de Irán. Siguió una guerra devastadora con millones de muertes iraquíes e iraníes.
Luego, el verdugo Saddam Hussein se convirtió en el enemigo jurado, que debía ser eliminado a toda costa. A costa de inventar pruebas con las que desatar una guerra que eliminó al dictador, mató a millones de iraquíes, arrojó bombas de fósforo sobre la ciudad de Faluya y sentó las bases para la formación de Daesh en esa zona, antes de que el faro de la libertad decidiera dejar el país en caos.
En la misma década de 1980, la tierra de la libertad financió y armó a Osama bin Laden para organizar la guerra santa contra el enemigo soviético en Afganistán. Brzezinski dijo que la formación de un ejército terrorista islámico era de poca importancia en comparación con la derrota del enemigo comunista. Pero el 11 de septiembre de 2001, con el dinero y las armas que le llegaban de la clase dominante saudí, amigos cercanos de la familia Bush, Osama bin Laden derribó un par de torres y mató a más de tres mil personas. Entonces empezó la guerra del país más rico del mundo contra el más pobre, mientras los idiotas de todo el planeta gritaban: “Todos somos americanos”.
Veinte años después, los estadounidenses huyeron del país más pobre del mundo no sin antes arrasarlo, y dejaron en las garras de los talibanes a los incautos que habían creído en la palabra de Hillary Clinton y sus asesinos.
En los años posteriores al colapso de la Unión Soviética, la patria de la libre empresa apoyó a los ex-comunistas convertidos a la libertad, y los observó con una sonrisa cómplice mientras desmantelaban el sistema público, privatizaban empresas productivas, exportaban enormes riquezas a los bancos ingleses y exterminó la resistencia chechena con métodos brutales.
El taciturno Putin parecía entonces un amigo de confianza, no importaba que hubiera dado pruebas de ser verdugo en la escuela de Beslan, en el Teatro de Dubrovska, y en muchas otras ocasiones. Sin embargo, el taciturno Putin no respetó las reglas, incluso se permitió construir un oleoducto en colaboración con los alemanes, y esto no fue del agrado de los defensores de la democracia. Había que obligar a los alemanes a cancelar ese proyecto, había que empujar a la Unión Europea al suicidio.
No es la primera vez
Biden parece contar por primera vez con el respaldo de los republicanos, aunque el mañoso Trump, tras decir que Putin es un genio, ahora se mantiene al margen a la espera de volver para vengarse. Después de tantas batallas perdidas, Biden finalmente ganó una: se deshizo de Europa, la sometió a la OTAN, y gracias a la OTAN empujó a Europa a la autodestrucción.
Esto no será suficiente para detener la desintegración de Estados Unidos, el país donde la gente se suicida de más buena gana, y donde 100.000 personas han muerto por sobredosis en los últimos años. Quizá la guerra podría ayudarlo a ganar las elecciones de mitad de período, pero no apostaría un centavo: de aquí a noviembre hay tiempo, y será un tiempo de horror y mentiras. Y de muerte, como les gusta a las bestias rubias: las rusas, las europeas y las americanas.
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