En 1972, Akira Kurosawa viajó a Moscú invitado por Mosfilm, ocasión en la que conoció a Andréi Tarkovsky y vio Solaris durante una función preliminar. La mutua admiración que se profesaban quedaría expresada en muchas declaraciones. Años después del primer encuentro, Kurosawa relató la experiencia en un delicioso artículo que aquí reproducimos y que se publicó el 13 de mayo de 1977 en el periódico Asahi Shinbun. De yapa, algunas polaroids personales tomadas por el director ruso en sus ratos de ocio.

Vi por primera vez a Tarkovsky cuando asistí a un almuerzo de bienvenida en mi honor en el estudio de cine Mosfilm durante mi primera visita a la Rusia soviética. Él era pequeño y delgado, parecía un poco frágil y, al mismo tiempo, excepcionalmente inteligente y extraordinariamente sagaz y sensible. Pensé que, en cierta forma, se parecía a Toru Takemitsu, pero no sé por qué. Luego se disculpó y dijo: “Todavía tengo trabajo que hacer”, y desapareció.

Después de un rato oí una gran explosión que hizo que todas las ventanas de cristal del comedor temblaran con fuerza. Al verme sorprendido, el presidente de Mosfilm dijo con una sonrisa significativa: “No es otra Guerra Mundial ni nada parecido. Tarkovsky acaba de lanzar un cohete. Este trabajo con Tarkovsky se ha convertido en una gran guerra para mí”. Así fue como descubrí que Tarkovsky estaba filmando Solaris.

Después de la fiesta y el almuerzo, visité el set de Solaris. Allí estaba. Vi un cohete quemado en la esquina del set de la estación espacial. Si algo lamento es que olvidé preguntarle cómo había filmado el lanzamiento. El set de la base satelital era algo hermoso de admirar, y seguro que costoso en términos de fabricación porque estaba confeccionado totalmente con duraluminio de gran espesor.

Brillaba con una luz plateada fría y metálica, y percibí rayos de luz de color rojo, azul y verde que delicadamente guiñaban o se movían en vaivén desde las bombitas eléctricas colocadas sobre los equipos ahí dispuestos. Por encima del techo había dos carriles de duraluminio de los cuales colgaba la pequeña rueda de una cámara que podía moverse libremente dentro de la base satelital.

Tarkovsky me guio por el set y me explicó todo con la misma alegría de un niño ante la oportunidad única de mostrarle a un visitante su caja de juguetes favoritos. Bondarchuk, que vino conmigo, le preguntó sobre el costo del set y se quedó con los ojos bien abiertos cuando Tarkovsky le contestó. Unos de 600 millones de yenes. Bondarchuk, que dirigió ese gran espectáculo cinematográfico titulado La Guerra y la Paz, se quedó asombrado.

Ahora entiendo por qué el presidente de Mosfilm dijo que todo eso representaba “una gran guerra” para él. Pero se necesita un enorme talento y esfuerzo para aceptar tan enorme costo. Cuando Tarkovsky me llevaba por todo el set con mucho entusiasmo pensé: “Esta es una labor tremenda”.

En lo que respecta a Solaris, mucha gente se queja porque es una película demasiado larga; pero no lo creo. En particular, consideran demasiado larga la descripción de la naturaleza en las escenas introductorias. Sin embargo, esas capas de la memoria en la despedida de la naturaleza terrenal se sumergen profundamente en la base de la historia después de que el personaje principal ha sido enviado en un cohete a la estación satelital, y casi torturan el alma del espectador como una especie de irresistible nostalgia por la naturaleza de la madre Tierra, que se asemeja a la añoranza del hogar.

Sin la presencia de esas hermosas secuencias de la naturaleza en la Tierra como una larga introducción no se podría lograr que el público conciba en forma directa la sensación de “no tener salida” que albergan los individuos “encarcelados” dentro de la base satelital.

Vi la película por primera vez a altas horas de la noche en una sala para presentaciones preliminares de Moscú, y pronto sentí que mi corazón estaba dolorido y sumido en la agonía por el deseo de regresar a la Tierra lo más rápido posible. Hemos podido disfrutar de un maravilloso progreso científico últimamente, pero ¿adónde conducirá a la humanidad? Ese sentimiento de puro temor es lo que la película logra despertar en nuestra alma. Sin ello, una película de ciencia ficción no sería nada más que una insignificante fantasía.

Estos pensamientos iban y venían mientras miraba la pantalla. Tarkovsky estaba conmigo en aquel momento. Él, en una esquina de la sala. Cuando la película terminó se puso de pie y me miró de forma retraída. Yo le dije: “Muy buena. Me hace sentir miedo de verdad”. Tarkovsky sonrió con timidez, pero feliz, y brindamos con vodka en el restaurante del Instituto de Cine. Tarkovsky, que no solía beber, tomó mucho, tanto que en un momento apagó el parlante desde el cual la música llegaba como flotando hasta el restaurante y comenzó a cantar con toda la fuerza de su voz el tema del samurái que aparece en Los siete samuráis. Y, como si se tratara de una competición, decidí unirme. En ese momento me sentí muy feliz de estar viviendo en la Tierra.

Solaris hace que el espectador sienta eso, y eso solo ya alcanza para demostrarnos que no es una película de ciencia ficción común y corriente. Realmente provoca, de alguna manera, horror puro en nuestras almas, y está ligado por completo a las percepciones profundas de Tarkovsky.

Debe haber muchas, muchas cosas todavía desconocidas para la humanidad: el abismo del cosmos que un hombre tuvo que contemplar, los extraños visitantes de la base satelital, el tiempo que corre en sentido inverso desde la muerte a la vida, la sensación inexplicablemente conmovedora de la levitación, o el hogar presente en la mente del personaje principal, todo húmedo y empapado. Creo que el sudor y las lágrimas se desprenden de la agonía desgarradora que padece todo su ser. Y lo que nos hace temblar es el plano de Akasaka-Mitsuke, en Tokio. Con un hábil uso de espejos, convirtió las olas de faros y luces de autos, amplificadas y multiplicadas, en una imagen antigua de la ciudad futurista. Cada plano de Solaris es testimonio de los prácticamente deslumbrantes talentos inherentes de Tarkovsky.

Muchas personas se quejan de que las películas de Tarkovsky son difíciles, pero yo no lo creo. Sus películas sólo demuestran la extraordinaria sensibilidad de Tarkovsky. Después de Solaris, hizo El espejo, una película que dialoga con los preciados recuerdos de su infancia. Mucha gente dice de nuevo que es inquietante y difícil de asimilar. Sí, a primera vista, parece no tener un desarrollo narrativo racional. Sin embargo, debemos recordar lo siguiente: dentro del alma es imposible que nuestros recuerdos de la infancia sigan el orden de una secuencia lógica y estática.

Una extraña concatenación de fragmentos de las primeras imágenes registradas por nuestra memoria, destrozada y en pedazos, puede evocar la poesía de nuestra infancia. Una vez que estás convencido de su veracidad, quizá verás que El espejo es una película muy fácil de entender. Tarkovsky, sin embargo, permanece en silencio. Jamás dice cosas de este estilo, en absoluto. Su actitud me hace creer que existen posibilidades maravillosas en su futuro. No puede haber un futuro brillante para quienes están dispuestos a explicar todo acerca de su propia película.

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