Macri mide cada vez peor y, para colmo, el hombre por más que imposte gestos de enérgicos ilumina menos que una pila gastada. En Cambiemos buscan alternativas, pero lo que más les preocupa es cómo sacarlo del medio sin que se resiste y no se note mucho.
Entre mate y mate me desasnó, un poco. “Invertir en publicidad para un producto que no se vende es como darle oxígeno a un muerto. No tiene sentido”. El tipo, un amigo, había sido un brillante creativo publicitario y de ese negocio sabía mucho.
Recordé aquel comentario en estos días de retorno a los denostados “precios cuidados” y los pactos entre caballeros. Con lo que volví a escuchar su respuesta a mi pregunta: ¿Y entonces qué se hace?
“Lo más razonable, dijo, es proponerles que al producto le agreguen algo que lo haga parecer distinto, mejor; que le cambien el nombre, el color y el packaging; para lanzarlo como algo nuevo, tentador”.
Aquella vez me tomé unos minutos para renovar la yerba del mate, mientras pensaba en la brillante y única novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa; antes de sugerir: ¿El Gatopardo? ¿Cambiar para que todo siga igual?
“Y, sí -dijo- de noche todos los gatos son pardos. Si era un jabón que no lavaba, va a seguir sin lavar, pero, durante un tiempo el truco funcionará y se va a vender”.
Dudo mucho que Durán Barba, por quien siento una oculta afinidad por su apreciación de la inteligencia de los votantes, no conozca esa aseveración, producto de casi cien años de la publicidad moderna. Invertir lo que sea en aupar a Mauricio Macri para su reelección es como darle oxígeno a un muerto.
Tal vez Macri, que por un tiempo se creyó el rey de la bolita, quiera alinear a sus apóstoles para que lo acompañen a la crucifixión, víctima santa de quienes no lo comprendieron. Pero algunos apóstoles ya están dispuestos a negar a Cristo tres veces, como Pedro en el Monte de los Olivos.
(Esta afirmación podría ser el correlato del chamuyo de la profetiza de Cambiemos, la diputada Elisa Carrió, siempre tan proclive a mezclar la Biblia con el calefón, sobre la huida de los judíos de Egipto, guiados por un Moisés llamado Macri. Y bueno, no siempre se contagia lo mejor.)
Los tiempos se acortan vertiginosamente, y las encuestas -esa medida de la sensación térmica en la política- denuncian que la reelección del líder (¿líder?) de Cambiemos, un frente en el que ya se hace sentir la diáspora, parece a cada momento más difícil.
Algunos, presintiendo que esto sucederá, lo califican de golpe de estado, otros de cambio de timón. Lo llamen como lo llamaren, si Cambiemos, o mejor dicho, el PRO, no quiere padecer una extinción súbita, como la de los dinosaurios, tiene que sustituir al sujeto presidenciable. ¿Sucederá antes de mitad de año el cambio del caballo del comisario?
Los candidatos murmurados son variopintos, y van desde Heidi hasta Drácula. Se alinean en las gateras, incómodos, temiendo perder por varios cuerpos, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau, Patricia Bullrich y hasta Marcos Peña. Alguno de estos o, quién sabe, un tapado que aparente una apertura frentista, tiene que ocupar, para evitar el suicidio, el lugar de Mauricio Macri, el jabón que no lava. Si se da alguna oportunidad para esta tercera opción llegaría de la mano de los radicales. Desde que propusieron para la presidencia a Horacio Massaccesi, llamado el “Robin Hood” de la Patagonia, porque se había afanado un banco, están acostumbrados a perder.
Reclaman esta jugada, en los hechos, sin discursos, tanto el Círculo Rojo como los cambios de viento en el Poder Judicial y los medios periodísticos adictos que, hoy, cuando aún parece pronto para huir como ratas que abandonan el barco, se alinean en una expectante “Corea del Medio”. No vaya a ser que, cualquiera sea el resultado de las presidenciales, se queden con el culo al aire.
Tomando lo dicho hasta aquí como una aproximación bastante cercana a la realidad, surge la pregunta: ¿Cómo harán para sacarse de encima a Mauricio Macri?
Un renunciamiento “histórico” en nombre de que escoba nueva barre mejor, es harto improbable. Sobre todo, increíble para el común de los mortales que camina esas calles. Carlos Menem, en los prolegómenos de una caída catastrófica en una segunda vuelta ante el desconocido Néstor Kirchner, optó por esa elegante salida de escena. Pero, Menem, con todo lo que se puede decir de él, era, es un político. Un tipo siempre dispuesto a predecir lluvias y luego jurar que siempre habló de sequía. En cambio, Macri es un tilingo con suerte, algo que, a estas alturas, creo que saben hasta sus seguidores.
La única opción que parece quedar es una crisis de salud que lo retire del tablero. Agotamiento nervioso, por ejemplo. Las reiteradas tomas de vacaciones del presidente Macri dan para un argumentario extenso en ese sentido. La Argentina es un país difícil; la oposición pone palos en las ruedas; los mercados internacionales no nos entienden y se vuelven proteccionistas; a las finanzas les hablamos con el corazón y nos responden con el bolsillo; y sigue la lista.
Es posible presumir que el, otrora, rey de la bolita, seguirá las elecciones de fin de año desde una clínica de reposo con canchas de golf, en el extranjero, cerradita la boca, y escuchando como sus sustitutos le dan, disimuladamente, con un caño.
¿Quién sucederá en el Ejecutivo a este presidente en descanso obligatorio? Ese es otro cantar. Si uno fuera adivino sería rico, no periodista.
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