Miguel Ángel Pichetto arrancó fuerte la campaña que lo tiene como candidato a vicepresidente y en un asado con dirigentes de extracción peronista eligió una de las fórmulas más sangrientas del pasado para descalificar a Axel Kicillof.
El peronismo de la provincia de Buenos Aires lleva a un hombre del PC como candidato. Estoy hablando de Axel Kicillof, que tiene sus orígenes en el Partido Comunista. Éstas son las grandes distorsiones de Unidad Ciudadana. Por eso los compañeros del peronismo tienen que reflexionar sobre eso”, dijo el flamante candidato a vicepresidente de Mauricio Macri, Miguel Ángel Pichetto, al salir del asado con que lo agasajaron dirigentes de extracción peronista integrados a Cambiemos. Un asado “de bienvenida”. Lo flanqueaba, cual pesado de custodia, el ministro de seguridad bonaerense, Cristian Ritondo.
Se sabe que las declaraciones de campaña suelen ser encendidas y que -según la audiencia a la que se quiere llegar y convencer – se tiñen de los matices y contenidos que exige la oportunidad.
Pichetto lo sabe muy bien, es un político profesional en el sentido más preciso de la palabra: un hombre que hace décadas vive de la política. No para la política entendida como herramienta para transformar la realidad sino de la política como medio de vida. Eso lo ha llevado a ser oficialista siempre, a no jugarse nunca para no arriesgar una posición de privilegio que le da -mediante sueldos, contactos y prebendas – una vida holgada. Con esa estrategia, va siempre en la dirección del viento.
Eso lo diferencia de muchos políticos, pero está lejos de ser el único que entiende la política de esa manera. Los hay – y lamentablemente no pocos – en casi todos los partidos del arco de la democracia representativa burguesa argentina.
En ese sentido, el de la chicana oportunista, el de la seducción de un electorado macartista – que no es escaso dentro del peronismo -, sus declaraciones no deberían sorprender ni indignar. Podría decir “comunista” como hoy se dice “corrupto” por doquier, sin mayores explicaciones, como recurso de descalificación del adversario.
Sin embargo, en este caso una declaración de ese tipo no puede tomarse con liviandad, porque tiene resonancias siniestras y sangrientas en la historia argentina reciente. Sobre todo, viniendo de un peronista.
Hace 45 años en la Argentina – durante los gobiernos de Juan Domingo Perón e Isabel Martínez de Perón – una acusación de “comunista” podía ser una sentencia de muerte, el señalamiento de un “blanco” para que los grupos parapoliciales de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) o de la alianza Anticomunista Argentina (AAA) ejecutaran al estigmatizado.
Comunista, zurdo, bolche, traidor y/o infiltrado – este último un término muy caro al viejo general para señalar a quienes sacaban “los pies del plato” – eran (des)calificaciones que cumplían la misma función.
“Bolches a Moscú”, decían los volantes de las organizaciones de la ultraderecha peronista, la revista Cabildo, las listas de condenados a muerte, las solicitadas en los diarios.
El senador Pichetto no ignora esa historia. Al contrario, la conoce muy bien. Por lo tanto, es imposible pensar que sus declaraciones sean inocentes. Como tampoco es casual que las haya hecho flanqueado por un ministro de Seguridad cuya policía gatilla desaforada por todo el territorio provincial.
Las declaraciones de Pichetto son una amenaza, no específicamente dirigida a Axel Kicillof sino a toda disidencia política y social al proyecto de exclusión sostenida con represión que ha decidido representar junto a Macri si llega a ganar las elecciones.
Son también una muestra más de que aquella declaración de María Eugenia Vidal al principio de su mandato, “Cambiemos futuro por pasado”, no sólo no fue un fallido sino un objetivo al que ahora Miguel Ángel Pichetto acaba de agregarle su costado más sangriento.
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