El feminismo tiene una fuerza selvática, territorio potente, siempre en renovación y en estallido. Lo volvió a demostrar, lleno de verde, en la histórica vigilia frente al Congreso Nacional.
En el futuro recordaremos estos días como bañados en una luz verde brillante, como en una selva.
El feminismo tiene una fuerza selvática, territorio potente, siempre en renovación y en estallido. Así ocurrió en nuestro país durante los últimos años, así se festejó la mañana del jueves 14 de junio, tras la media sanción en la Cámara de Diputados de la Ley de legalización del aborto.
El calor de la lucha compensó las bajas temperaturas. Nada impidió la concentración, el acampe y la vigilia de un millón de personas en las inmediaciones del Congreso, Mujeres, en su mayoría. Jóvenes, en su mayoría pero también, en primera línea, las feministas pioneras, algunas ya octogenarias, luchadoras de años que siguen activas.
Hemos seguido el debate en directo en los ratos libres, a través de los comentarios de las redes. Nos encontramos con alegatos inverosímiles en nuestra actualidad, siglo XXI. Nos cuesta creer que, tras haber conquistado tanto, se conserven aún posturas decimonónicas, dañinas, humillantes. Como esa diputada que nos comparó con la situación de su perra y su cría. O aquella otra que abrió su declaración felicitando a los padres en su próximo futuro día como si estuviese en una charla de café o una reunión familiar y no en un debate parlamentario que llevaba, a esas alturas, más de 20 horas. Escuchamos sobre tráfico de órganos de embriones, cementerio de fetos, comparaciones chicaneantes con los métodos de la dictadura.
Mención aparte se llevan esos diputados varones que terminaron arengando a los gritos. Un varón levantándonos la voz desde esa especie de pedestal moral, diciéndonos a las mujeres lo que está bien y lo que está mal, dedo levantado y vociferando. El macho intentando imponerse sobre la mujer, qué imagen.
Debimos soportar como argumentos creencias personales, religiosas, morales, intuitivas; incluso desde la más completa ignorancia en cuanto a los contenidos del proyecto que se discutía.
Hemos asistido a la muestra más explícita de la heterogeneidad de posturas: diputados y diputadas de todos los partidos a favor o en contra de la ley, no había manera de plantear una unidad y eso aliviaba. Eso permitió un ejercicio de apertura mental. Para la próxima, tal vez dudemos un segundo antes de decir del contrincante “son todo lo que está mal” y pensarlo dos veces. No todo, no todos.
Parece que no se acaba la estigmatización de las mujeres. Antes se nos consideraba semilla de pecado, generadora de instintos oscuros. Nuestro cuerpo siempre fue visto como provocador de impulsos tan inmorales como irrefrenables. Por eso se nos condenaba. Se nos perseguía por brujas, se nos sigue tildando de locas. También ahora se nos intenta demonizar como asesinas de bebés y otras acusaciones herodianas como si todos los siglos que pasaron hubieran sido en balde.
Y sin embargo, miércoles y jueves las calles se llenaron de mujeres, como vienen haciéndolo desde hace años. Sin claudicar, cada vez más bravxs, más sororas, más feministas.
El movimiento feminista se constituye como una de las fuerzas más convocantes de estos tiempos. Perseverante desde siglos, militante desde todos los sectores, heterogéneo pero integrador. Un movimiento que revisa sus postulados, sus prácticas, que crece sin detenerse y conquista derechos. Desde el primer aullido colectivo, en junio del 2015 con el #Niunamenos que fue extendiéndose hacia otros países, fortaleciéndose cada año.
Se nos tilda de contrarrevolucionarixs por no sumarnos a la lucha de clases, la madre de todas las luchas. Bastante castradora, por cierto. Nos sumamos pero no por eso nos vamos a invisibilizar. Estamos haciendo absolutamente todo lo que sea necesario para ser visibles, audibles, sensibles. Es nuestra tarea más básica.
El jueves por la mañana, las calles que rodean al Congreso se convirtieron en una selva. Verde. Allí, reunida, tras conocer la aprobación de la media sanción de ley, una tribu feminista, sorora, aulló.
Y seguirá haciéndolo, ya no hay dudas.