Fueron miles las que se reunieron a esperar los resultados de la votación de los diputados. En la zona del pañuelo celeste, menos concurrida, las consignas se mezclaban con las arengas de Viviana Canosa. Las más iban con pañuelo verde, paseando por las calles con mucho frío pero más entusiasmo. Los dos grupos sabían que allí había en juego mucho  más que una ley.

Che, qué garrón. Son miles”, decía una chica de veintipico que caminaba junto a otra rumbo a la marcha anti legalización del aborto seguro y gratuito. Iban hacia su sector, del lado de la calle Entre Ríos, al costado del Congreso. Hablaba de las chicas que iban de verde, con pañuelos en el cuello, en la mochila, en el pelo, donde sea, las chicas que iban al sector a favor de la ley de interrupción del embarazo, las chicas que eran miles, que se llegaban para hacer una vigilia en la noche fría, de menos de cuatro grados, mientras adentro, en el Congreso, decidían sobre sus cuerpos y desfilaban discursos a favor y en contra; con palabras en contra que recurrieron a ideas como tráfico de cerebros de fetos, comparación con la donación de perros para aquellas que,  embarazadas, decidieran no tener a sus hijos.

Lo peleado de la votación en Diputados no era tal en las calles. En la calle la cuestión estaba clara.  Todo estaba organizado para que de un lado y al otro del Congreso se reunieran cada uno de los grupos que compartían postura, del lado del apoyo a la legalización, en dirección a avenida Corrientes, hubo un millón de personas. Lo vemos en las fotos, en esa marea verde que tomó nombre propio. Del otro lado, que se oponía al proyecto, las imágenes fueron difusas, o de planos cortos en la televisión, y en la calle se veía lo mismo. Para las cuatro y media de la mañana, cuando en la zona verde había chicas y chicos que resistían al frío con frazadas, fuegos improvisados y el calor del aguante, en el lado opositor al aborto legal un grupo de hombres de boina, sweater y botas agitaba una bandera argentina. Alrededor, sólo la noche oscura. Antes, hay que decirlo, había más gente, y un cierto entusiasmo histérico que se encendía de a ratos.

¿Qué postales quedan de esa zona que nacía en Avenida Entre Ríos y ocupaba dos cuadras? Algunas.

A las seis de la tarde, la pantalla gigante mostraba a una chica que contaba una experiencia dolorosa y su arrepentimiento por haber abortado. Amuchados, los presentes ocupaban un 20 % de la calle. Llevaban banderas argentinas, largos globos rosas en la mano. Había muchas personas mayores, mucho cuero, muchas, muchísimas boinas, ponchos, botas de campo. También se veían algunas chicas que llevaban ropas color pastel, sweaters grandes, lánguidos, cabello largo. No es exageración. Hay un patrón común. Cuando llegaban en grupos, coordinadas por mujeres que llevan pecheras con nombres de colegios religiosos, cantaban canciones de iglesia. Eran jóvenes catequistas.

Varios vendían pañuelos celestes “A favor de la vida, a favor de la vida”, cantaban. Oferta: 2 x 50. Pañuelos que se vieron entre el público que presenció ese show de la ecografía que condujo en el escenario Viviana Canosa, que arengó a los presentes con el entusiasmo de una final de Gran Hermano. A su lado, una mujer acostada en una camilla se dejaba pasar el instrumento del ecógrafo para que todos vieran el desarrollo de su embarazo, mientras en el público aplaudían y gritaban más cuando Canosa decía “Escuchen, una vida” y levantaba las manos al cielo al escuchar el tumtúm tumtúm del latido del corazón del feto. “Escuchen, aplaudan, griten” ordenaba Canosa y los de abajo obedecían.

En las calles paralelas, estaba el cruce. Quienes iban, quienes venían.  Riobamba, Ayacucho… las calles oscuras eran un pasillo de universos encontrados. Pañuelos verdes que avanzaban seguros, pañuelos celestes que aparecían de vez en cuando. Sobre Riobamba, en un bar de luces de tubo blancas, un grupo de hombres de unos sesenta años jugaban al truco sin notar lo que pasaba del otro lado de la ventana. En la televisión daban un programa de juegos. Más tarde, en ese mismo bar había chicas con pañuelos verdes que esperaban para ir al baño, o cenaban. Ellos seguían jugando al truco pero el paisaje había cambiado. Aunque no lo notaran. Aunque decidieran ignorarlo, lo tenían al lado. Ya no podían abstraerse más. Ya en las calles designadas, la otra postura era puro muro. Los universos quedaban separados. Lejanos. Una noticia que llegaba por whatsapp.  Pero algo interesante pasaba en esos cruces.

Foto Simón Chavez

Del lado de apoyo a la ley el paisaje era más conocido. Al llegar a Corrientes y Callao, ya no se podía avanzar. No es metáfora lo de la marea verde. Tiene cuerpo, entidad, y está decidida. Es verdad que en su mayoría se ven chicas jóvenes, pero había mujeres grandes, niños, muchachos, hombres mayores.

En la vereda, junto al Bauen, unas chicas jugaban al ajedrez para hacer tiempo. Otras bailaban. Había colchas, dibujos, tuppers. En los bares de la zona, en las veredas, todo era verde. Es un paisaje que ya conocemos, un paisaje lleno de purpurina, brillante, una masa imparable. A veces se caen en los lugares comunes pero es difícil evitarlos. La marea verde está decidida y camina sola. Es cuestión de tiempo. Lo vivo está en la calle. Los discursos de diputados suenan a eco de otro tiempo. Algo lejano a esto que palpita, que late, que no necesita arenga porque vive de verdad.  Miren las fotos que circulan. Un millón de personas a favor de la legalización.

Entre todos los cantos que se cantaron, el más fuerte:

“Ahora que estamos todas, ahora que si nos ven, abajo el patriarcado se va a caer, se va a caer, arriba el feminismo que va a vencer que va a vencer”.

“Ahora que sí nos ven”.

Son las 8:52 de la mañana. Los diputados terminaron las exposiciones individuales. El tiempo ha llegado.