El resultado de las elecciones brasileñas enciende luces de alarma en la región en general y en la Argentina en particular. Para el autor de esta nota, las historias políticas de los dos países son muy diferentes y condicionan de distinta manera el presente.
Los uruguayos suelen decir que lo que pasa primero en la Argentina pasa después en el paisito. Y los argentinos solemos decir que lo que pasa en Brasil repercute también en la Argentina. Ni muy muy ni tan tan, en ninguno de los dos casos.
Uruguay, antes llamada la Suiza de América precisamente por su nivel de vida y su estabilidad democrática, ya no es el país que solía ser aquellos años. Quizás por eso es que sus dos principales partidos, Blancos y Colorados, vieron perder su hegemonía a manos de una tercera opción, el Frente Amplio, primer partido de izquierda que logró hacerse con el poder en la etapa democrática latinoamericana abierta en los años 80, tras la caída de las dictaduras que gobernaron la región.
Por supuesto, los procesos regionales se dan y es muy difícil que los países puedan cerrar sus fronteras y que no repercutan las crisis o los diferentes procesos políticos. Pero hasta ahí llega el amor, porque después las historias de uno y otros pueden ser muy diferentes.
Me voy a ocupar aquí de los dos principales países del mercado común del sur, la Argentina y Brasil. En este momento, ambos países son una especie de globo de ensayo de lo que puede pasar si la región sudamericana vuelve a insistir en políticas que acentúen la distribución del ingreso y ataquen la desigualdad social, como pasó en la primera década del milenio.
Sabido es que en esos años tanto la Argentina como Brasil tuvieron políticas inclusivas que sacaron de la pobreza a millones de personas, pero especialmente en Brasil el Plan Familias y el Hambre Cero hicieron que ese país liderara el ranking mundial en esa materia.
Historias
En cuanto a la evolución en los países de la región, es recomendable leer un estudio publicado en 2011 por la revista Polis (Revista Latinoamericana), firmado por Ernesto Turner Barragán. Allí se traza una comparación entre Argentina, Brasil, Chile y México con países como Estados Unidos, Japón y Alemania.
Lo que se puede comprobar tras la lectura de ese documento es muy interesante, pero me interesa detenerme en un aspecto, y cito: “La pobreza en Brasil estaba muy extendida a mediados de los años 50 del siglo pasado y era la mayor de los cuatro países analizados, como nos los revela el bajo ingreso per cápita de Brasil y su inequitativa distribución del ingreso y aunque se redujo considerablemente entre 1950 y 1980. En la década de los 70 el número de pobres disminuyó en un 13.2% y el de indigentes en un n10% (Hernández L. y Velázquez R; 2003; 35). La pobreza, en 1979, afectaba al 49% de la población en Brasil, mientras que en México, afectaba al 34% y en Argentina, sólo al 8% (Altimir; 1979, 63). La proporción de indigentes en Brasil alcanzó, ese mismo año, el 25%, mientras que era de 12% en México, de 6% en Chile y de, tan sólo 1%, en Argentina. La crisis económica de los años ochenta impactó fuertemente en Brasil, por lo que el número de pobres absolutos se incrementó en un 35%, en esa década, y el de indigentes en un 24% (Hernández L. y Velázquez R; 2003; 35).
Nótese, ya en esa época, la desigualdad entre Brasil y los otros tres países respecto de los niveles de pobreza e indigencia.
Esto podría marcarse como una de las primeras diferencias entre ambos países a nivel histórico.
Para terminar con esta pequeña introducción digamos que estudios posteriores demuestran que la dictadura militar y, sobre todo, los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa en la Argentina, llevaron los niveles de pobreza a los niveles históricos más altos.
Pero qué pasó, mientras tanto, con las organizaciones sociales, del campesinado y de la clase obrera en ambos países. Acá empiezan coincidencias muy profundas en el desarrollo de las organizaciones en ambos países, sobre todo en lo que respecta a la clase obrera, fuertemente influenciada por la inmigración europea y por las ideologías anarquistas y socialistas en los primeros años del siglo XX.
En cambio, dentro del campesinado las cosas parecen haber sido algo diferentes. Las luchas de los campesinos brasileños no comienzan en la posguerra sino que se tiene conocimiento desde mucho antes, cuando los esclavos, indios y negros se rebelaban contra los malos tratos de los “señores”. Pero este movimiento fue muy atomizado y aislado. Su verdadera organización comenzó después de 1945, tras el fin de la dictadura de Getulio Vargas. Se abrió un periodo de consolidación de las organizaciones rurales, que fue brutalmente interrumpida en 1964, con la instauración de otra dictadura
Sin embargo, en 1975 empieza a tallar la Iglesia Católica, que creó una comisión para apoyar la organización de trabajadores rurales, que se llamó Comisión Pastoral de la Tierra. Este organismo de la Iglesia terminó dando surgimiento al Movimiento de los Sin Tierra, tan activo a partir de los años 80 y 90.
Dentro de la clase obrera industrial, como se dijo, la influencia del anarquismo fue muy fuerte incluso hasta entrados los años 30, a pesar de la represión desatada sobre ellos por el gobierno de Artur Bernardes en los años 20. Fue durante el gobierno de Getulio Vargas que el movimiento anarcosindicalista recibió el golpe político fatal, debido al surgimiento de los sindicatos controlados por el Estado y por las nuevas persecuciones políticas. Hasta la primera mitad de la década de 1930, el anarquismo permaneció como una ideología influyente entre los trabajadores brasileños.
Hay otras dos diferencias, bastante significativas: primero, el proceso de industrialización que tuvo lugar en Brasil durante la segunda mitad del siglo XX, que no se dio en la Argentina. Ese proceso dinamizó al movimiento obrero brasileño, dando nacimiento a la CUT, opuesta a la burocracia sindical de entonces, dando como resultado el surgimiento de una vanguardia política que es la fundadora del PT, el partido que terminó llevando a Lula Da Silva, un obrero metalúrgico, a la presidencia del país.
Otra diferencia importante es el desarrollo de las iglesias evangelistas en Brasil y su gravitación en política; sin su apoyo, el PT nunca pudo ganar una elección. Ese desarrollo del evangelismo pentecostal, del modelo de contención hombre a hombre, mostró una gran eficacia en el mensaje hacia los sectores más desglosados y fueron un elemento clave en el triunfo de Bolsonaro.
Sí podríamos casi cambiar el nombre de Argentina por el de Brasil y algunas historias respecto del movimiento obrero podían ser casi calcadas. Lo que diferencia al proletariado de ambos países es el peronismo. Como siempre pasa, analizar la Argentina sin incluir y analizar a fondo la influencia del peronismo en la clase obrera es imposible. Y es imposible, precisamente, porque es lo que tiñe la historia política del país desde 1945 en adelante.
Lula y Cristina
Ahora bien, los dos gigantes del Mercosur están en procesos políticos parecidos, una vez más. Quien iba a ser nuevamente presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva, fue proscripto por la Justicia en una de las actuaciones institucionales más vergonzantes de que se tenga memoria, opacando incluso la escandalosa destitución de Dilma Rousseff sin una sola prueba delictual en su contra.
En la Argentina, mientras tanto, se cocina un guiso muy parecido al que cocinó el juez Moro en Brasil. Acá, el empleado del Imperio parece ser el juez Bonadío, un personaje más turbio que el Río de la Plata, con más pedidos de juicio político que años tiene encima. Este juez, con la venia del Poder Ejecutivo y algunas otras fuerzas políticas, han montado una fenomenal cacería, carente de todo tipo de rigor judicial, para socavar el poder y la influencia política de la expresidenta Cristina Fernández.
Como la persecución no hace mella y su capital político crece, se apela a una accionar típicamente mafioso: la familia. Así, sus hijos Máximo y Florencia son las piezas codiciadas ahora por los cazadores del régimen.
De este modo, tanto Brasil como la Argentina se enfrentarían a procesos poco democráticos que podrían dar nacimiento a regímenes neoliberales cuasifascistas, un modelo nuevo pero que se está engendrando. Es sabido que tanto el liberalismo clásico como el fascismo tienen poco que ver desde el punto de vista económico, uno es privatista y el otro estatista, por decirlo brutamente.
Para mejor información y estudio leer a Atilio Borón en Estado, capitalismo y democracia en América Latina. En ese trabajo, en el capítulo 1, El fascismo como categoría histórica en torno al problema de las dictaduras en América latina, Borón aborda brillantemente el estudio, análisis y caracterización del fascismo y las dictaduras latinoamericanas.
Según ese estudio, no podríamos analizar un proceso como el de ahora en Brasil, con el posible triunfo de Bolsonaro, como un resurgimiento fascista. De todas formas, lo que sí podemos esperar es una profundización de las medidas neoliberales y un creciente recorte de las libertades democráticas, para lo cual podemos entrar, sí, en gobiernos bonapartistas y dictatoriales, si no fascistas. Ojalá no llegue ese momento y no lo veamos. Pero hay que estar preparados.
La respuesta popular
¿Qué puede esperarse, a la luz de lo leído en la parte de esta nota que se dedica tan livianamente a analizar los procesos históricos de uno y otro país? Bueno, con la destitución de Rousseff la respuesta fue casi nula, a caballo de un mal gobierno de la heredera de Lula, que tomó muchas medidas que su antecesor no había tomado pero justificó, lo que valió un creciente descrédito entre la población, que terminó comiéndose tranquila la galletita que el poder brasileño le tenía preparada.
La respuesta con el encarcelamiento del máximo líder brasileño, Lula Da Silva, fue mucho más activa. Recordemos que Lula fue a entregarse, rodeado de sus simpatizantes que no permitían que la policía se le acercara. El político brasileño prefirió no averiguar qué pasaría si se disponía a resistir el arresto.
(Nota del Redactor: me detengo un instante porque el lunes 8 de octubre, en el programa La vuelta completa, que conduce Andrea Recúpero, periodista de Socompa, se escuchó un audio del general Juan Domingo Perón, en una entrevista en la cual se autocriticaba de no haber resistido el golpe de 1955 “para no provocar un baño de sangre”, decía el mismo General. Lo que no pudo ver Perón es hasta dónde quizás fue correcta su autocrítica, toda vez que en 1976, y como corolario de aquel proceso iniciado en 1955, se abría en la Argentina uno de los más grandes baños de sangre de que tenga memoria el país, con miles de desaparecidos y secuestrados por la más sangrienta dictadura que gobernó el país.)
Pero Lula no resistió. Y fue proscripto. Y eligió un delfín a quien le transfirió millones de votos. Y perdió. Y hoy está a punto de gobernar Brasil un mono con escopeta, Jair Bolsonaro.
¿En la Argentina puede pasar lo mismo? Si Cristina puede participar de las elecciones y ganar, ¿no le convendrá al Círculo Rojo, antes llamado establishment, evitar este mal trago y cortar por lo sano? Es decir, encarcelarla antes y obligar a la Justicia a proscribirla.
Entonces, ¿qué puede pasar con los millones que la votarían? ¿Podrá ella trasladarle los votos a Axel Kicillof, Agustín Rossi o quien sea su delfín? Con Perón eso fue posible en los 60 y 70, pero la experiencia de Lula en Brasil hace dudar bastante de esa posibilidad.
Es posible que la respuesta de los argentinos sea distinta a la de de los brasileños si ven robada la posibilidad de elegir libremente. Y esta hipótesis está basada, centralmente, en lo único claro y concreto que diferencia a Brasil de la Argentina: el peronismo.
Un movimiento que fue capaz de resistir, literalmente resistir, durante 18 años, con acciones que fueron desde levantamientos militares, huelgas, abstenciones, votos en blanco e incursiones armadas, hasta lograr la repatriación de su líder, merece al menos un análisis diferente. Es verdad que los protagonistas del 17 de octubre de 1945 ya no están. Es verdad que no está Evita. Como es verdad, también, que aquellos militantes peronistas de la resistencia ya no están o quizás sean muy viejitos. Como es verdad, lamentablemente, que aquella juventud maravillosa de la que hablara el General fue diezmada tras la barbarie dictatorial de 1976/1983. Pero no por eso puede darse por domesticado a un movimiento como el peronismo. Es verdad que ese movimiento debió sufrir dentro de su seno a personajes como Carlos Menem y los sindicalistas que lo acompañaron, que convirtieron al peronismo en una fuerza neoliberal, por no hablar de incursiones anteriores, como la del fundador de la Triple A, José López Rega.
No se puede subestimar al peronismo. Deberían saberlo quienes tienen en sus manos hoy diseñar la política que se le opondrá al surgimiento, otra vez, de una fuerza populista que vuelva a dar vuelta la tortilla en favor de una más igualitaria distribución del ingreso.
Por eso es que la Argentina y Brasil viven procesos parecidos pero que pueden tener resultados diferentes, que incluso pueden volver a torcer el destino de la región. Porque, ¿cómo podría adaptarse Bolsonaro, de ser electo presidente, a una región nuevamente gobernada por los populismos o partidos de izquierda en la Argentina, Uruguay, Bolivia y Venezuela?
Ese es el partido que se está jugando en la región y, por supuesto, será definitorio el accionar de Cristina Fernández. En sus manos estará, en ese momento, ser Lula o aquel Perón de la autocrítica.
Fuentes: Polis (Revista Latinoamericana) número 29 año 2011
http://www.sinpermiso.info/textos/brasil-notas-sobre-la-clase-trabajadora
http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/clacso/index/assoc/D778.dir/3capituloI.pdf
https://revistaedm.com/verNotaRevistaTeorica/46/origenes-del-movimiento-obrero-y-del-socialismo-en-brasil