Los días de las marchas contra la reforma previsional la represión y la violencia contados por treinta y un fotógrafos. Imágenes sin derecho a réplica.
Una mujer que se para ante los móviles policiales quizás con la esperanza de detenerlos, manifestantes precavidos que fueron a las marchas contra la reforma previsional con antiparras para protegerse los ojos de los gases lacrimógenos, perros de la policía enardecidos, el agua coloreada que arrojan los carros hidrantes, cuerpos con balazos de goma, policías detrás de los escudos y mirando amenazantes a los fotógrafos, gente en el piso. De vez en cuando la sangre, más seguido el fuego y todo el tiempo humo, mucho humo. Las fotos que componen Reforma cuentan con todos esos componentes las dos tardes en las que se votó el robo a los jubilados. De algún modo, las imágenes nos llevan a la plaza del Congresoí porque la secuencia que eligieron Liliana Contrera y Jorge Piccini cuenta aquellos días en los que sucedió algo que ya parecía perdido en el tiempo, algo impensado en democracia. Como dice Eduardo Longoni en el prefacio del libro: “Lo que viví en las jornadas del 14 y 18 de diciembre no lo había visto nunca en mis casi 40 años de fotógrafo.”
Para el proyecto se convocaron a 31 fotógrafos y colectivos de fotografía. Las imágenes son verdaderamente estremecedoras y corroboran las únicas palabras que aparecen para interrumpir por un rato las fotos: “Son tiempos de injusticia. Fueron jornadas de luto, de tristeza infinita. De esta forma, Argentina se va convirtiendo en un país sin rumbo.”
No hace falta agregar mucho más: aquí el prólogo de Longoni y la lista de los participantes. Lo demás, lo más importante, lo dicen unas imágenes que quisiéramos que no hubieran pasado y que no debemos olvidar.
UNA LEY CONTRA EL PUEBLO
Ningún poder político militariza una ciudad si sabe que legisla a favor de los más vulnerables. Lo legal, muchas veces, está lejos de lo legítimo. Y no es legítimo meter la mano en los bolsillos a los jubilados para pagar los desaguisados de la política. La reforma previsional, que poco tiene de reforma y mucho de saqueo, fue votada por la mayoría tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, pero nace muerta de legitimidad.
Lo que viví en las jornadas del 14 y 18 de diciembre no lo había visto nunca en mis casi 40 años de fotógrafo. Violencia, violencia y más violencia. Piedras contra balas. Piedras contra gases lacrimógenos. Piedras contra los camiones hidrantes y sus chorros de agua coloreada. Y en un momento fue piedras contra piedras. El jueves 14 fue la Gendarmería la que disparó a mansalva a los manifestantes y acordonó el Congreso de la Nación con sus máscaras antigas. Un virtual secuestro al Poder legislativo, mientras los diputados se debatían entre dar o no quórum, “apretados” por muchos gobernadores peronistas que a su vez habían sufrido presiones casi extorsivas del Poder Ejecutivo.
El lunes 18 fue la policía de la Ciudad la que intentó contener a una multitud enfurecida ante un nuevo intento de sancionar una ley claramente antipopular. En determinado momento, ya desbordada y retrocediendo, los policías respondían con piedras a las piedras de los manifestantes. Una danza macabra. Ya no eran cincuenta infiltrados. No eran quinientos tampoco. Eran miles los que producían lluvias de piedras. Y mientras la violencia se paseaba por cada rincón de la Plaza de los Dos Congresos, un grupo de insensibles se sentaban a discutir un el recinto de la Cámara de Diputados una ley que perjudicará a millones de jubilados, como si nada ocurriera a metros de sus apoltronados sillones. A veces la violencia se ejerce arrojando piedras. Otras veces baleando a multitudes que reclaman por sus derechos. En los últimos días de 2017 asistimos al espectáculo de un grupo de civiles desarmados que ejercieron la violencia desde sus bancas. Son los representantes del pueblo. Aunque no todos votan a favor de ese mismo pueblo que los eligió.
Al ruido de los gases, las balas de goma, los piedrazos y los gritos, por la noche se sumó el ruido de las cacerolas. El ruido de la clase media que también salió a protestar cansada de que la fiesta la paguen siempre los más vulnerables, mientras las mineras, los sojeros y los hombrecitos de las finanzas descorchan botellas de champagne y disfrutan de sus vacaciones rodeados de lujos.
Son tiempos de injusticia. Fueron jornadas de luto, de tristeza infinita.
De esta forma Argentina se va transformando en un país sin rumbo.
Eduardo Longoni
Edición; Liliana Contrera y Jorge Piccini
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Fotógrafos: Ariel Feldman, Eduardo Longoni, Federico Cosso, Ignacio Yuchark, M.A.F.I.A., Lucía Prieto, Sebastián Miquel, Paula Lobariñas, Paola Natalia Olari Ugrotte, Sub Cooperativa de fotógrafos, Emmanuel Fernández, Fernando Gens, Alfonso Sierra, Facundo Cardella, Jaime Andrés, Germán Romeo, Alejandro Amdan, Eduardo Albesi, Emergentes, Cristian Pirovano, Fernando Minnicelli, Tadeo Bourbon, Mauricio Centurión, Manuel Cortina, Hernán Vitenberg,
Kaloian Santos Cabrera, Martín Acosta, Paloma García Alessandria, Maximiliano Amena, Emiliana Miguelez