De pronto, cuando todo parecía encarrilado y las candidaturas definidas, estalló Juntos por el Cambio. Pulseadas de aspirantes al liderazgo, heridos de guerra, peleas territoriales, todo al estilo de la vieja política a la que venían a renovar. Y están dejando mucha preocupación en los medios y en la cohorte de intelectuales afines.
Caso extraño el de Juntos por el Cambio, ayer Cambiemos. Cuando asumieron el gobierno en 2015, no hubo mayores discusiones por los cargos entre los socios de la coalición. Ante la renuncia de Ernesto Sanz, el radicalismo no pidió ocupar el estratégico lugar de Jefe de Gabinete con otro dirigente del partido y solo aportó a Aguad cuya gestión, de no ser por el hundimiento del ARA San Juan, hubiera pasado desapercibida por completo. Nadie de la Coalición Cívica. Carrió declaró más de una vez que ellos estaban para acompañar y no para gobernar, con lo cual y hasta el final todo terminó quedando en manos del PRO. Muy de vez en cuando aparecía un reclamo radical como cuando pidieron que los tarifazos se pudieran pagar en cuotas. Y cuando todo se mostraba pacífico irrumpía Carrió con un pedido de juicio político a Garavano. Pero esos raptos episódicos no daban para hablar de internas. Todo era idílico. Lo mismo ocurrió con la confección de listas para las legislativas y en cuanto a las presidenciales, no hubo protestas cuando Macri eligió como compañero de fórmula a un extrapartidario, el ex peronista Miguel Ángel Pichetto.
En resumen, un bloque político prolijo, ideal para el consumo de ciertos sectores que creen que la seriedad va de la mano de la falta de debate, pues ya todo está decidido, el mundo es como es, las jerarquías están claras y a pesar del nombre del espacio no hay nada para cambiar. Está perfecto así. Se aceptaba el liderazgo de Macri y si había trapos sucios se los lavaba en casa.
Incluso tras la derrota se mantuvo ese espíritu de cuerpo, la consigna era ir con todo contra el gobierno. La pandemia relativizó este propósito, sobre todo en los lugares gestionados por Juntos por el Cambio donde era necesario aunar esfuerzos con Alberto Fernández, algo que, aun esmerilado, se mantiene hasta hoy. Rodríguez Larreta ha tenido sus chispazos con el gobierno (en especial por la coparticipación y las clases presenciales) pero de vez en cuando anda por Olivos negociando con el presidente y con Axel Kiciloff.
Y de pronto eso que parecía tan sólido se resquebrajó. El radicalismo desempolvó viejas triquiñuelas de comité y propuso que Macri sea candidato por la Capital. Una jugada a dos bandas: por un lado, se pasa por encima de la autoridad de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, y coloca a Macri en un lugar en el que terminaría de perder influencia dentro del espacio, sumado al desgaste de una campaña en la que se vería obligado a defender lo indefendible y quedar casi como único responsable del desastre. Incluso si, como sería lógico aventurar, gana una banca en el Senado. Un lugar incómodo para alguien poco dúctil para la retórica y adepto a la rosca entre cuatro paredes.
La otra jugada radical es postular a Facundo Manes para las internas en la provincia de Buenos Aires, con lo cual abre una alternativa en un espacio peleado dentro del PRO, en el que están enfrentados Santilli, Jorge Macri y eventualmente María Eugenia Vidal.
Junto a las jugarretas radicales, el PRO vive su propia interna, entre Macri y Rodríguez Larreta y no puede resolverla ni encontrar por ahora soluciones de compromiso. La preocupación, compartida por los medios afines, es dar una imagen, justo ellos que venían a renovar la política, de estar repitiendo los mismos vicios que le vienen adjudicando a los demás: personalismo, ambición por encima de la conveniencia común, conventillo.
Un grupo de llamémoslo personalidades del espectáculo e incluso de la ciencia (si se toma en cuenta la presencia de Sandra Pitta) se lanzó a rogar a la oposición que deponga los egoísmos en aras de la república amenazada. Según cuentan, la redactora principal fue Beatriz Sarki (quien cambió su meridiano estético de Saer a Andahazi) y esto dice el párrafo final: “Las próximas elecciones tienen una importancia trascendental. Si el kirchnerismo suma nuevas bancas vaciará hasta la última gota de esa democracia que trabajosamente construimos con el pacto del “Nunca Más” de 1983. No es hora de especulaciones. La oposición debe deponer las mezquindades y los personalismos estériles. Pero también debe trazar con firmeza un horizonte de país deseable: una democracia liberal e inclusiva, con propiedad privada, con respeto de las minorías y los derechos individuales, con educación y salud públicas de excelencia, con seguridad en el espacio público, con trabajo, con inversión, innovación y apertura al mundo. Un país que recupere la capacidad de entusiasmar, en el cual la juventud no elija irse. Urge dotar a la Argentina de una segunda piel republicana, para lo cual la elección debe imponer la cesantía del plan autoritario.”
Lo cierto hasta ahora es que no hay acuerdo, aunque hay un pacto de no revolver las aguas en los medios. De esa exigencia se autoexcluye Patricia Bullrich, quien anda reclamando que no se está respetando su investidura como presidenta del PRO y milita una posibilidad desechada de plano por casi toda la coalición: un cambio de nombre. Por ahora, ella aparece como la gran perdedora, el puesto principal en las listas al que daba por seguro se le está escapando de las manos. Probablemente use el mismo estilo público -violento, incierto, por momentos tosco- puertas adentro y eso no esté funcionando. Y sospecha (motivos tiene) que Macri la está usando como prenda de negociación.
La idea del macrismo de hacer aparecer estas diferencias como resultado de diferencias políticas y no de egoísmos exaltados es un arma de doble filo: intenta preservar la imagen de racionalidad del espacio al tiempo que descubre su falta de unidad.
También se da una disputa entre lo que podríamos llamar territorialistas (Jorge Macri, hasta cierto punto Santilli) y los mediáticos que son mayoría. Que se han forjado un nombre y una fama a pura declaración como es el caso de Carrió y de Manes.
La pregunta es por los motivos para semejante fragor. Conviene huir de las respuestas al estilo Sylvestre, que la pelea es para obtener fueros y eludir así a la justicia. No parece verosímil, de entre los nombres en danza, salvo Macri, nadie tiene denuncias en su contra. Por otro lado, el argumento se parece demasiado al que intentaba explicar por qué Cristina se presentaba a elecciones.
Por un lado, en el tironeo entre Macri y Rodríguez Larreta cada diputado o senador en la lista juega a favor y en contra, entonces la pelea se da en cada metro de la cancha. El ex presidente aspira a una segunda oportunidad mientras el alcalde porteño quiere que los cambios lleguen ya y lo habiliten para manejar el partido desde ahora mismo. Lo que implicaría un cambio de estilo. Menos estridente, más dialoguista, menos propenso al denuncialismo tal como lo practica Bullrich y a las expresiones de Macri, que juegan sin lograrlo en absoluto al estadista. Lo que le va saliendo es una mezcla entre Vargas Llosa y Majul.
Este proceso de reformulación que, pandemia mediante, llega con retraso, enfrenta a Juntos por el Cambio a una dead line con amenaza de fractura, algo que desespera a los medios adictos. Esos cambios eran inevitables después de la derrota, pero no hay tiempo para que queden plasmados definitivamente. Por eso Larreta está jugando fuerte porque, de imponerse, podría manejar todo en función del 2023. Lo cierto es que están entrando al mundo de la política ante el cual antes se hacían la señal de la cruz.
Es difícil saber cómo va a repercutir este proceso en términos electorales. Por un lado, habría que ver hasta qué punto estas peleas llegan a la gente. En cuanto a la situación económica, mantienen todos un prudente silencio, porque no tienen nada que reivindicar. Tal vez ese sea el motivo de la convocatoria a Espert, que puede aportar desde ese lado sin historias previas. Por ahora el tema central son las vacunas, pero lo más probable es que para septiembre el porcentaje de población vacunada sea importante.
Tal vez sea el mismo gobierno, con sus oscilaciones y faltas de definición, el que permita a la oposición alguna esperanza. Al costado de todo esto, la vida, el hambre, las esperanzas y el temor caminan como pueden.