En la Feria del Libro, el ministro de Cultura acusó de “fascistas” a los profesores que manifestaban por el cierre de los profesorados porteños en una precaria y vergonzante imitación del histórico discurso del ex presidente en la Rural.

El hombre se para en un escenario, dispuesto a hablar y hay una rechifla. “A los fascistas que están en el fondo les pido que respeten el uso de la palabra”, increpa Pablo Avelluto a profesores de 29 institutos terciarios que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta quiere liquidar en el marco de la creación de la UniCABA. Más de uno se queja porque “caramba, este no es lugar para protestar”, como si lo profesorados no tuvieran que ver con ese marco, el de la Feria del Libro que Avelluto pretende inaugurar, y como si hubiera habido una respuesta desde noviembre a un conflicto barrido bajo la alfombra por el Jefe de Gobierno.

El ministro de Cultura puntualiza: “No permitir que alguien haga uso de la palabra es un acto fascista”. El mote de “fascistas” a profesores que se han movilizado en defensa propia no es otra cosa que una provocación. Avelluto y su par porteño, Enrique Avogadro, hijo de un abogado negacionista del terrorismo de Estado, no pueden hablar. Sí lo logra Claudia Piñeiro: con total sensatez plantea su apoyo a la causa de los profesorados.

Los manifestantes quizás no lo sepan, pero sin quererlo han alimentado el ego del ministro. El hombre, bastante pagado de sí mismo, ha podido caracterizar como fascistas a un grupo que no lo deja hablar, que se moviliza hace meses y al que él provoca desde el escenario cuando Avogadro, representante del gobierno que quiere terminar con los profesorados, no puede hablar porque, lógicamente, los movilizados se expresan frente a un funcionario de Rodríguez Larreta, ¿de quién más sino?

Se le debe haber hinchado el pecho al ministro al decir la frase que ha dicho. Quizás se ha pensado a sí mismo la lluviosa tarde del 13 de agosto de 1988, a pocos metros de allí, en ese mismo predio de la Rural, cuando Raúl Alfonsín arrancó su discurso de inauguración de la Exposición anual con estas palabras: “Es una actitud fascista el no escuchar al orador”. Enfrente no tenía a docentes al borde del abismo, sino a la patria ganadera en pleno, que reclamaba menos retenciones y dólar libre para el sector.

¿Habrá estado Avelluto entre los militantes radicales de entonces apoyando a Alfonsín? En esa época adhería al alfonsinismo, como Hernán Lombardi y algún otro funcionario devenido macrista. Curioso: los que chiflaron sin parar durante media hora, primero al secretario de Agricultura Ernesto Figueras, y luego al mismísimo presidente constitucional, hoy aplauden a Mauricio Macri. Como antes aplaudieron a prohombres del derecho como Juan Carlos Onganía y Jorge Rafael Videla, y han colocado, incluso, a un presidente de la Rural al frente del ministerio de Agroindustria. Como decía Alfonsín: la libertad del zorro para cuidar el gallinero.

El ministro quizás esté en una disyuntiva: su gobierno recortó impuestos a los ruralistas a niveles inenarrables, en lo que constituyó una fenomenal transferencia de recursos, porque para siquiera paliar el déficit fiscal que genera el que nuestros landlords no colaboren con el erario, el esfuerzo recae sobre la clase media urbana. Pero son amigos, y si silbaron a su referente de los 80, bueno, quizás no hayan estado equivocados, al fin y al cabo Don Raúl no entendía mucho de economía. O quizás el equivocado haya sido él esa tarde del 88 al querer defender una política errada. En cambio, los fascistas de anoche, ah, no, esos son un peligro que no dejan hablar y si Horacio los quiere fulminar, bien merecido lo tendrán.

El discurso improvisado de Alfonsín del 88 tiene varias perlas. El hombre, cuando se lo proponía, tenía una oratoria poderosa, y esa pieza resalta entre unas cuantas. A Avelluto, apenas le dio el cuero para citar el comienzo de aquel discurso. ¿Alguien se lo imagina, envalentonado, ante el micrófono, haciendo frente con algo similar a: “Les pido perdón por mis equivocaciones, pero tengan la certeza de que hay una pasión argentina que me mueve”? ¿Cuántas vidas precisaría este simple parafraseador, que confunde contextos, en poder verbalizar una figura tan potente como “una pasión argentina? O ese cierre colosal:

“Este es el tiempo de la racionalidad, es el tiempo de la seriedad, es el tiempo de la moderación, es el tiempo de la mesura, para que no vuelva la magia, para que no vuelva el fascismo, para que no vuelva el encierro, para que no vuelva la demagogia. Esa es mi apuesta y estoy seguro que será la apuesta de la gran mayoría de los argentinos”.

Por cierto, si se observa bien el discurso de la Rural, como las otras dos piezas oratorias que improvisó fuera de libreto Alfonsín, esto es, ante Reagan en la Casa Blanca y frente al vicario castrense en la capilla Stella Maris, se nota a primera vista algo que suele pasar desapercibido: la mirada. Alfonsín nunca baja la cabeza, nunca se inclina, mira a los ojos a su interlocutor, desafía no sólo con las palabras, sino también con ese gesto. El Alfonsín que prefiere homenajear Cambiemos, en base a una pose reflexiva habitual en él, con los brazos a la espalda, y tomado de una foto de la debacle de 1989, es el de la estatua que se inauguró en La Plata, con la cabeza gacha.

El Avelluto que se queja porque no lo dejaron hablar, tras meses de una fervorosa siembra de vientos, es el mismo que en 2013, por Twitter, definió a la Revolución Libertadora como “mi golpe favorito”, que tiene “mala prensa” y admitió que hubiera “estado del lado de los libertadores”. Anoche, tras el incidente en la Feria del Libro que no pudo inaugurar, por la misma red social se expresó en estos términos: “Lamentablemente, una patota de autoritarios nos impidió a @eavogadro y a mí hacer uso de la palabra en la inauguración de la 44 Feria del Libro. Pretender dar lecciones de democracia acallando voces tiene un único nombre: fascismo”. Otra vez la paráfrasis alfonsinista a la marchanta. Aunque conviene resaltar que “dar lecciones de democracia acallando voces” fue la marca distintiva del golpe de estado “favorito” del ministro. Al presidente derrocado en 1955 se le atribuye aquello de que se vuelve de cualquier lugar menos del ridículo. El ministro debería tomar nota.