Mauricio Macri cuantifica en jardines de infantes lo que cuesta un paro y acepta que hay más de un tema sobre el que no está en condiciones de decir nada. Melconian, cuando era del círculo de los predilectos,  admitía tener su dinero en el exterior por la falta de garantías. Sergio Bergman reconoce desconocer el tema del medio ambiente, aunque esa sea la cartera a su cargo. Todos dicen la verdad, cumplen con el imperativo categórico del sinceramiento.

Donald Trump se ocupa de que se cumplan de inmediato sus promesas de campaña: puesta en marcha del muro entre Estados Unidos y México, fin de programas como el Obama Care y el de Planned Parenthood que no sólo cubría los gastos de un aborto sino que estaba destinado a tareas de prevención y asistencia de embarazadas (hoy un parto en USA ronda los 30 mil dólares), implementación de operativos de deportación masiva, traslado de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, con lo que se pondría supuestamente en marcha la política de combate contra el terrorismo. A esto debe sumarse la velocidad en decretar políticas proteccionistas, una de cuyas primeras víctimas fueron nuestros limones. Él también dice la verdad, como la dice Marine Le Pen cuando convierte a la xenofobia en bandera. Para ella, como en cierto modo aunque más atenuado para Pichetto, los inmigrantes son peligrosos y desde su perspectiva eso es verdad. No disimula su inquina contra los extranjeros como tampoco la esconden sus votantes. No fingen decir una cosa mientras hacen otra. Serán brutales, pero nunca hipócritas.

Esta nueva derecha no considera que haya algo más allá de las decisiones concretas –la tan mentada gestión enarbolada como bandera por el macrismo-. Nada se disfraza, todo es tal cual se decide que sea, y aunque haya obstáculos se avanza porque la verdad es la gran aliada. Y en cierto sentido, la verdad tiende a ser conservadora. Y  tiene algo de pesimista, mejor esta verdad conocida que cualquier otra a imaginar o desear. No se la debe abordar desde la crítica, sino moldearla desde el entusiasmo que, de acuerdo a Alejandro Rozitchner,  es la clave del éxito. Además –esto no lo dice él- se lo hace funcionar como mecanismo de validación de la verdad: se hace porque hay entusiasmo y se siente entusiasmo porque se está haciendo lo correcto. Esta nueva derecha de ceos tiene algo de tautológico y aunque parezca lo contrario, la tautología tiene mucho poder de convicción. Tanto Trump como Macri arrancaron desde lo más abajo sus campañas y hoy son presidentes. Supieron vender la tautología y la verdad, la utopía de un mundo que transcurriera transparente, soleado, sin nubes aunque un tanto gélido.

En un texto maravilloso, “La decadencia de la mentira”, Oscar Wilde plantea: “(Los políticos) no se elevan jamás por encima del nivel del hecho desfigurado y hablan con el fin de probar, discutir y argumentar. ¡Qué diferencia con el carácter del auténtico mentiroso, con sus palabras sinceras y valientes, su magnífica irresponsabilidad, su desprecio natural y sano hacia toda prueba! Porque después de todo, ¿qué es en realidad una bella mentira? Pues, sencillamente, la que posee su evidencia en sí misma. Un hombre muestra su pobreza  de imaginación cuando se siente obligado a aportar pruebas en apoyo de una mentira, mejor haría en decir la verdad, sin ambages. No, los políticos no mienten.”

Si se quiere, esta nueva derecha es falsamente mentirosa, no puede llegar a la mentira, no está en su genética ni en su formación hecha de coachs y escuelas de negocios. No conoce el estatuto de la ficción, no le interesa crear realidades diferentes a las que ya se conocen y no está dispuesta a entregarse a las palabras, porque la palabra verdad vale más que cualquier otra –sea democracia, solidaridad, libertad. Lo que se postula desde esta concepción de la verdad es que por el hecho de ser irrebatible y autodefinida siempre será justa. Es justo que no se subvencione la salud de los pobres porque hacerlo pertenece a un mundo de ficción en el que la sociedad intenta ser –con todas las limitaciones del caso- solidaria con los menos tienen. Es justo que se suspenda la medida de no aplazar a los chicos de las escuelas de la provincia de Buenos Aires, porque la nota debe ser un reflejo de la capacidad y el esfuerzo que pone cada alumno en sus deberes. Es justo construir un muro porque los nuestros se están quedando sin trabajo.

Entonces los puños se llenan de verdades y aspiran a ser un cross a la mandíbula de quienes se oponen, que por definición o por axioma están del otro lado de la vereda de la verdad. Habría que pensar y discutir en este contexto cuánto sirve una prensa habituada a la denuncia y que trata de demostrar que esa verdad es falsa. Hay un nuevo modo de ejercicio de la política que la redefine y que escapa a ciertos automatismos. Tal vez sea el momento en pensar en ficciones que sean más verdaderas que la verdad.