La agenda de investigaciones biomédicas y de salud del CONICET parece responder más a prioridades globales determinadas por el mercado global que a asuntos vinculados con lo social y lo ambiental. Argentina replicaría de esa manera otro tipo de división internacional del trabajo. Así lo plantea una investigación que rastrea los temas abordados en más de 16.000 publicaciones en revistas científicas antes de la pandemia.

Si algo quedó al descubierto tras el surgimiento de la pandemia fue el estrecho vínculo entre las investigaciones biomédicas y el mercado, a nivel global. Al respecto, una publicación científica publicada el año pasado en la revista PlosOne, daba datos cuantitativos sobre la interrelación entre las principales empresas farmacéuticas y las universidades más prestigiosas del mundo. Ahora, el mismo grupo de investigación analizó la agenda de investigación en Ciencias Biológicas y de la Salud del CONICET, para detectar en qué medida los temas de investigación responden a a las necesidades locales y las realidades que atraviesan los países en desarrollo.

“La agenda de investigación del CONICET responde a la denominada Teoría de la Dependencia Académica, porque la agenda global es la que marca cuáles son las prioridades para la agenda de investigación que impulsa este organismo nacional”, afirma la investigadora Mercedes Carrillo, que participó en ambos trabajos junto a colegas de diversas disciplinas de la Argentina, Canadá e Inglaterra, y recuerda que en el primero descubrieron que la agenda está enfocada en el estudio de enfermedades que son redituables a la hora de desarrollar intervenciones terapéuticas, que estaban hegemonizadas por una perspectiva de la biotecnología y la biología molecular, y que los principales actores eran las grandes instituciones académicas de los países centrales, pero entremezcladas con las empresas farmacéuticas, que no aparecían como financiadoras sino como productoras de conocimiento.

De manera similar, a nivel local, el análisis mostró que los temas investigados fueron similares, con una fuente impronta en el estudio de cuestiones vinculadas al cáncer o enfermedades cardiovasculares y metabólicas, haciendo uso de las mismas herramientas de la biología molecular y celular. “El paper logra mostrar de una manera contundente cómo la agenda de investigación en salud y biomedicina del CONICET está sintonizada con la agenda global, respondiendo a prioridades que no necesariamente están alineadas con las de la Argentina. Y, sabemos, por la publicación anterior, que esas prioridades globales están cada vez más influenciadas por las grandes empresas farmacéuticas”, coincide la economista Cecilia Rikap, que es coautora de este trabajo.

Al respecto, Matías Blaustein, que es biólogo molecular en el iB3 (FCEyN-UBA) y también participó en este estudio, aclara que en la agenda internacional la investigación sobre estos temas articula la investigación básica de laboratorio con aquella vinculada al tratamiento de pacientes en hospitales y en centros de salud. En la agenda del CONICET, en cambio, “eso prácticamente no existe”, explica.

Según Blaustein, esa articulación entre el sistema de ciencia y el de salud es usual en los países centrales, adonde hay recursos para elaborar ensayos clínicos y desarrollos que luego sirven para impulsar fármacos o tratamientos. “Acá, la falta de recursos hace que el sistema de salud esté completamente desarticulado del sistema de ciencia nacional, que queda condicionado a ser un exportador de conocimiento, es lo que se conoce como extractivismo de conocimiento”, aclara el especialista.

El olvido de lo ambiental y social

Ambos trabajos se desarrollaron antes de la pandemia por COVID-19 (los últimos datos considerados son de 2018). En ese entonces, las investigaciones sobre enfermedades causadas por patógenos representaban menos del 1% de los temas que se investigaban en la agenda global, mientras que en la Argentina había un grupo diferenciado de publicaciones sobre la enfermedad de Chagas, que está asociado a términos de biología molecular, pero para una temática que responde a las prioridades locales. En paralelo, en el país también se investigan otras cuestiones como alimentos funcionales u otras vinculadas a la producción agroindustrial.

“Este nuevo trabajo no solo muestra que hay una clara evidencia de dependencia académica, sino que también da cuenta de que hay otra parte de la agenda nacional que en términos de dependencia académica no está tan alineada, pero que responde a producir conocimiento que favorece al lugar que tiene la Argentina en la división internacional del trabajo, vinculadas básicamente al uso de la biotecnología aplicada al desarrollo de conocimiento para el sector primario y de alimentos”, dice Rikap.

Para llegar a estos resultados, el grupo de investigación relevó las publicaciones del CONICET que aparecieron en las 30 revistas científicas de ciencias de la salud y biomedicina de mayor impacto o prestigio en el mundo en dos períodos diferentes, de 1999 a 2008, y de 2009 a 2018. Luego, en las 16.309 publicaciones que encontraron, hicieron un análisis en busca de los temas más investigados mediante el uso de herramientas de big-data. Específicamente, realizaron la búsqueda a través de los términos que aparecían en títulos, palabras clave y resúmenes. “Una de las cuestiones más complejas fue, al inicio, la selección de los términos a incluir. Tuvimos que hacer un trabajo de curado manual de información muy importante, de analizar los términos y establecer criterios de qué incluíamos y qué no, dentro de lo que consideramos que era la agenda de investigaciones”, explica Carrillo.

“Hay otra parte de la agenda nacional que en términos de dependencia académica no está tan alineada, pero que responde a producir conocimiento que favorece al lugar que tiene la Argentina en la división internacional del trabajo”, dice Rikap.

Los términos vinculados a biología molecular y celular representaron más del 60% de las publicaciones y aquellos referidos al cáncer alcanzaron el 4% de los trabajos rastreados, aunque la prevalencia de estos últimos es inferior a la de la agenda global, al igual que los estudios vinculados con enfermedades cardiovasculares. Por el contrario, los términos relacionados con otras categorías específicas, como inmunología, trastornos metabólicos o enfermedades neurológicas y de salud mental, mostraron casi la misma presencia en ambas agendas. Lo mismo ocurrió con las investigaciones relacionados con problemáticas socioambientales y ecológicas, que son marginales tanto en la agenda local como internacional.

“Nuestra práctica está embebida dentro de un conjunto de prioridades o de políticas que muchas veces establecen las instituciones académicas y el Estado mismo, en las que se ponen ciertas jerarquías. Si se analiza el Plan Argentina 2030 de CONICET, por ejemplo, las prioridades son de desarrollar herramientas tecnológicas que agreguen valor a las formas de producción que tiene el país, pero también es necesario analizar qué rol tiene el ambiente o qué lugar tiene la prevención, dentro de las prioridades que el Estado establece”, comenta Carrillo, que se especializa en el estudio de los efectos de los herbicidas sobre la salud humana y animal, un tema que no apareció en la agenda de investigaciones y al que  considera como uno de los “grandemente ignorados” por la agenda y las prioridades que se establecen en términos de política académica.

Más publicaciones, misma agenda

“A la luz de todo lo que vimos y todo lo que sabemos ahora, sería interesante volver a analizar los contenidos de ambas agendas en los años que pasaron tras el surgimiento de la pandemia, porque es posible que las prioridades hayan cambiado, aunque las perspectivas de cómo se hace investigación en salud parecen sostenerse. El foco estuvo puesto en el desarrollo de las vacunas y dispositivos de testeo, por ejemplo, pero todo lo vinculado a prevención de enfermedades, acceso a agua segura, grupos de riesgo, alimentación, actividad física y otras cuestiones de salud pública, tuvieron muy poco lugar a la hora de considerar estrategias para mitigar los daños de la pandemia”, dice Carrillo.

“En la segunda década que analizamos, aumentó muy fuertemente la cantidad de papers publicados en nuestro país. Eso es un correlato de la mayor inversión que se realizó en ciencia en esos años, pero el contenido de esa agenda siguió siendo el mismo e incluso se profundizó en algunos aspectos vinculados al cáncer o al agronegocio, y en lo que tiene que ver con la industria alimenticia”, agrega Blaustein, y enfatiza sobre la necesidad de empezar a establecer y reflexionar acerca del concepto de “discurso dominante científico”, que es el que impone una agenda a los países de la región, para poder debatir acerca de cuál es el contenido de la ciencia que le interesa hacer al país.

“No alcanza solo con invertir más en ciencia, sino que es imprescindible que se discuta el contenido de la ciencia, ciencia para qué y para quién. De lo contrario, esa mayor inversión termina reproduciendo más cantidad de ciencia para al mercado, una ciencia orientada al servicio de ciertas corporaciones privadas como las farmacéuticas, el agronegocio, la megaminería o algún otro negocio extractivista, pero que no necesariamente responde a una agenda preocupada por los determinantes sociales o ambientales de la salud y la enfermedad”, concluye Blaustein.

FUENTE: Agencia TSS.