La producción de no ficción cinematográfica del director Justin Webster que acaba de estrenar Netflix no descubre – ni pretende hacerlo – la verdad sobre el atentado contra la Amia ni la muerte de Alberto Nisman, pero sí muestra con excelencia las operaciones de encubrimiento y de manipulación política, mediática y judicial montadas sobre los dos casos.
El estreno de la serie documental Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía, dirigido por el británico radicado en Cataluña Justin Webster, llegó a la pantalla el 1° de enero rodeado de prejuicios.
Tal vez se debiera a que el anterior producto de la plataforma on demand Netflix sobre temas político-judiciales latinoamericanos, O Mecanismo, del brasileño José Padilha, resultó ser casi una operación cinematográfica de exaltación del ex juez y actual ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro, por su triste papel en el Lava jato. Tal vez porque sobre la muerte del fiscal de la Unidad Amia, Alberto Nisman, buena parte del periodismo argentino tiene posición tomada y acepta y defiende hipótesis más con gritos que con razones, haciendo gala de un extraordinario desprecio por los hechos. Con excepciones, claro.
En este sentido, la no ficción cinematográfica – como prefiere definir Webster a su trabajo – no conformará ni a unos ni a otros. No monta – al contrario, desmonta – un discurso que abona la teoría del asesinato del fiscal; tampoco pontifica discursivamente el suicidio.
El director inglés prefiere trabajar en serio, periodísticamente hablando. Lo explicó así poco antes del estreno: “Ya sabíamos por la historia que se trata de un caso muy politizado. Hay mucho ruido mediático que a mí no me interesa mucho: me interesaba saber qué pasó. (La docu-serie) no es una historia contada que te diga qué pensar. Pero espero que los espectadores tengan más claridad tras verla. Y eso significa que tienen que participar. Tienen que razonar. Observar y darle la atención necesaria”.
Eso lo llevó a elegir, al diseñar el trabajo y editar más de mil horas de grabaciones de archivos y entrevistas, la modalidad de show, not tell (mostrar, no contar), sin relatos en off y apenas unas pocas placas resumiendo hechos.
Al presentar las cosas de esa manera – muy didáctica, además – a lo largo de los seis capítulos de una hora cada uno quedan en evidencia tanto la fragilidad de las “pruebas”, algunas de ellas delirantes, que abonan la hipótesis del homicidio como la contundencia de las pruebas que lo descartan. También las operaciones mediáticas, políticas y judiciales montadas sobre el atentado contra la Amia y la muerte del fiscal.
Para dejar en claro la complejidad del caso que aborda, el director apela al fragmento de una entrevista con el periodista de The New Yorker Dexter Filkins: “Hay un hombre muerto en su departamento. No sabés si lo mataron o si se suicidó. Es un misterio. Y una gran historia. Aunque la verdad nunca saliera a la luz. Tenés una trama que en la superficie ya es complicada -Irán, Argentina, la muerte de Nisman- y por lo bajo aparece una subtrama que involucra al servicio secreto y un hombre con el que Nisman estuvo trabajando por años llamado Jaime Stiuso y que lo había ayudado a preparar el caso AMIA. ¿Estuvo o no estuvo involucrado contra Kirchner? Uno se queda pensando. Dios mío, ¿qué está pasando acá?”, dice Filkins.
Las entrevistas – cuidadosamente editadas para ser distribuidas en fragmentos a lo largo de toda la producción – son una pieza fundamental en el desarrollo del tema. De los tres personajes nombrados en el título, Webster solamente dialoga con el espía Horacio Stiuso.
Por supuesto, a contramano de lo que hace más de un periodista local, no entrevista a un muerto, Nisman, para hacerle decir lo que quiere; se remite a las declaraciones del fiscal a lo largo de los años, desde su incorporación a la primera Causa Amia hasta horas antes de su muerte. Tampoco – quien esto escribe no sabe si por decisión propia o porque no pudo – dialoga con Cristina Fernández de Kirchner sino que se remite a sus discursos y declaraciones.
Habla en cambio larga y minuciosamente con la primera fiscal, Viviana Fein, desplazada de la investigación del caso cuando se lo traslada a la Justicia Federal; con el actual presidente Alberto Fernández; con el informático proveedor del arma causante de la muerte de Nisman, Diego Lagomarsino; con un ladero de Stiuso, Carlos “Moro” Rodríguez; con el espía o falso espía Héctor Allan Bogado, de cuyo protagonismo en bizarras conversaciones telefónicas Nisman sacó delirantes conclusiones (Bogado cuenta que en sus diálogos con D’Elía y Yusuf Khalil les dice cualquier cosa para obtener información, que nunca tuvo contacto ni con CFK ni con ningún funcionario de su gobierno); con el ex canciller Héctor Timerman; con la inefable Laura Alonso; con el ex fiscal Luis Moreno Ocampo; con amigos, colaboradores y colegas de Nisman, con periodistas argentinos y extranjeros y siguen las firmas.
Webster hace dialogar las entrevistas con el material de archivo y deja que el espectador vea y saque sus propias conclusiones; en ningún momento el director – salvo en la estructura de la compaginación – induce a ir en alguna dirección o pone en juego su inevitable punto de vista.
Con el costado de la cobertura mediática del atentado contra la Amia y la muerte de Nisman hace lo mismo. Va intercalando material de archivo de programas televisivos – con periodistas de “uno y otro lado de la grieta”, se podría decir para utilizar una figura de moda – donde se abordaron los temas que va desarrollando a lo largo del documental. A cualquier espectador extranjero le llamará poderosamente la atención la obscena superficialidad, el precario profesionalismo y la tendenciosidad extrema con que se hicieron esas coberturas. De nuevo: con alguna excepción.
Otro logro es el trabajo que el guion hace con las autopsias de Nisman – la del Cuerpo Forense de la Corte, la tardía pericia de Gendarmería y los análisis de los expertos de las partes -. Una vez más, el director no toma posición, sino que simplemente muestra y la conclusión aparece sola: las bases forenses para la teoría del homicidio son delirantes.
Por si esto fuera poco, las entrevistas a los cuatro “expertos” forenses de Gendarmería dejan una sola cosa en claro: la suma del cociente intelectual de todos no llega a un “normal bajo” si se es generoso. Vacilan, titubean, responden generalidades en un lenguaje supuestamente técnico que no dice nada. Lo del “cálculo matemático” para establecer la hora de la muerte de Nisman es antológico.
Un párrafo aparte merece la actuación de la fiscal Viviana Fein en el caso. El documental reconstruye paso a paso los procedimientos que realizó mientras estuvo a cargo, así como las presiones mediáticas, políticas y judiciales que fue recibiendo hasta que fue desplazada. Quedan claro – con eso y la larga entrevista que hay en el documental – lo difícil que resulta ser un funcionario judicial honesto en la Argentina.
Para terminar, Nisman: el fiscal la presidenta y el espía no descubre nada, no es un documental de investigación que intenta develar la verdad sobre el atentado a la Amia y/o la muerte de Alberto Nisman. Lo que si deja en claro son las obscenas operaciones políticas, mediáticas y judiciales que se montaron alrededor de ellos.
Y algo más: que la CIA y el FBI se mueven como Pancho por su casa en la Argentina y que los servicios de inteligencia locales nunca dejan de operar en la política interior y logran trascender a cualquier gobierno.
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