El nuevo programa del autor de El anatomista cumple con sus ansias de protagonismo; cuando debe contar historias ajenas no para de hablar de sí mismo. El narcisismo mediático siempre le gana a cualquier intención.
Uno de los tantos infundios que se descerrajan sobre el gobierno es que el Estado ha abandonado su rol de protector de sectores marginados. Valga como irrefutable contraejemplo la televisión pública. Por un lado, ha abierto un espacio –un refugio sería más exacto- para gente que viene de fracasar o de ser olvidada por el sector privado, como Fanny Mandelbaum o Julián Weich. También les permite a algunos cumplir su sueño de periodista polirrubro, algo a lo que aspiraba hace tiempo Gonzalo Bonadeo. Y, como la política no está (ni debe estarlo) divorciada de los sentimientos, hay gente con pasiones no cumplidas a las que el programador de turno les brinda un lugar, si no en el mundo al menos en una grilla.
Es el caso del escritor, twittero y encargado full time de la publicidad de sí mismo, Federico Andahazi. El bueno de Federico tuvo un primer momento de gloria cuando su novela El anatomista recibió el premio Fortabat y Amalita, que había puesto los dólares, se ofendió porque en sus páginas se hablaba, y mucho, del clítoris. El libro –que tenía su gancho al margen del escándalo- se transformó en best seller. El resto de su obra no sería tan consumida, aunque eso no fue obstáculo para que se le diera en 2006 el Premio Planeta por su novela El Conquistador. Un relato que debe mucho al argumento de Concierto Barroco de Alejo Carpentier y casi nada a la elegancia de la prosa del cubano.
Te llevo en mi sidecar tiene el mérito de cumplir con las dos grandes pasiones de Andahazi: las motos y la figuración. Como de eso se trata, el programa termina por ser bastante anómalo, porque destinado supuestamente a viajes de descubrimiento de verdades perdidas (por lo tanto historias de otros) el conductor no puede despegarse de sí mismo, una actitud que la cámara imita al pie de la letra. Vaya como muestra la primera entrega dedicada a rastrear la historia del abuelo de Federico, quien dice haber encontrado una noticia en la que Emilie Schindler y su antepasado fueron premiados por salvar a judíos durante la Segunda Guerra. El motociclista usa dos tramos largos del programa indagando sin éxito en el pasado de Bela, que así se llamó su abuelo. Finalmente, en la tercera parte, se encuentra con un hombre que lo conoció cuando era niño y le cuenta las historias que Andahazi espera escuchar. Todo esto mechado con declaraciones en las que habla del placer del descubrimiento de la historia familiar hasta allí ignorada y cuánto le ha cambiado su perspectiva de la vida ese nuevo saber.
Otro episodio está dedicado a rastrear a un ex combatiente de Malvinas, una de cuyas cartas desde el frente quedó en manos de un inglés para terminar subastada en Londres. El largo preámbulo conspira contra toda curiosidad. Andahazi habla de cómo se salvó del servicio militar y cuenta con lujo de detalles un cuento que escribió dedicado a la guerra. Otros episodios son más incomprensibles, como el dedicado al caso Penjerek, ocurrido a principios de la década de los ’60, que consiste en una extensa charla con su colega Álvaro Abós, quien le cuenta las hipótesis en torno de aquel recordado homicidio y que concluye con la sentencia de que nunca se sabrá lo que ocurrió realmente. Otro tanto ocurre en la emisión dedicada a Baigorria, quien inventó una máquina que supuestamente podía hacer llover. Raro que se le haya escapado un video de Baigorria que se puede ver en youtube.
De moto, no demasiado, una charla con otro fan, algunos traslados dentro de la capital o hasta San Miguel. El viaje a Unquillo en busca de la historia del abuelo, si es que fue en dos ruedas, no fue registrado por ninguna cámara.
Pero la fama actual de Andahazi no tiene demasiado que ver con su sidecar. Se la ha ganado a fuerza de twits con pretensión de escándalo –como el que relacionaba a la Cámpora con el crimen de Araceli-, por sus intervenciones brutales en un espacio ya brutal como es Intratables (donde llegó a negar el terrorismo de Estado) y en sus columnas en el programa radial de Alfredo Leuco, quien, como corresponde, aparece en el programa del abuelo húngaro. Allí dice cosas como “Para comprender el verdadero sentido del mensaje que quiso dar Cristina, es necesario conocer los códices secretos del kirchnerismo y su lenguaje gestual. Desde que se conocieron los célebres diálogos entre Cristina y Pelotúdocles entendimos exactamente a qué se refería Néstor cuando decía: ‘No escuchen lo que digo, miren lo que hago’. Todo es un juego de ilusiones. Nada es lo que parece.”, o “Este lazo entre el espectáculo y la política es, en rigor, consustancial al peronismo. Recordemos que Perón no casualmente se casó con una actriz que reunía todas las características de la mística que necesitaba el naciente justicialismo: belleza, juventud y dramatismo”.
Claro, el exabrupto permanente es un atajo a la popularidad módica a la que puede aspirar un escritor argentino en estos tiempos. Nada mejor para eso que obsesionarse con el kirchnerismo. En eso coincide con Jorge Fernández Díaz, pero en lo que en este último es un puerto del que no puede zarpar, en Fede suena a cálculo. Y en esa búsqueda, Andahazi amplía su oferta laboral: es columnista y conductor televisivo, al menos por ahora. Entonces, como sucede con otros mediáticos, son ellos mismos su causa más preciada. Más allá de anteponer su historia personal en los programas de la tele, Andahazi acaba de editar El equilibrista, donde habla de sí mismo y reparte opiniones. Lo mismo ocurre con Lanata, quien acaba de poner en el mercado 56, su autobiografía, que anduvo promocionando por los medios con la noticia de que hace poco tiempo se enteró de que era adoptado.
Ya lo había hecho Alfredo Leuco con su libro Cuidate changuito, una larga conversación con su hijo, con quien comparte un programa en TN. Leuco, como Lanata, como Andahazi intentan –y por momentos lo logran- convertir a su nombre en una marca, en un estilo, en una forma de ser, que exhiben ante un público al que aspiran maravillar. Luis Majul no lo ha logrado, por lo cual eligió el lugar de primer oficiante en la ceremonia de culto de los mediáticos. De allí que haya armado un museo y fundado una editorial que publicó entre otros libros, una biografía de Lanata.
Tal vez Andahazi sea el ejemplo más obvio y desembozado de que el narcisismo puede llegar a ser un a categoría política, una tonalidad, una seducción que tiene algo de prepotente. Gente que aspira a que el mundo no esté pendiente de sus ideas sino de sus exabruptos, sus malos humores (Lanata vive de mal humor) o sus ternuritas. Mientras tanto hacen eso que nunca dicen hacer, bajan línea subidos a una moto.