Dice que lo suyo es la política y que lo que hace es humor, pero ni informa ni causa gracia. Lanata sostiene que todo lo que nos pasa es por ser como somos y Lagarde es un hada buena que nos da la oportunidad de ser mejores. Todo en un programa que sumó denuncias livianas con humor grueso. Una fórmula en crisis en tiempos de blindaje mediático.

Se llama Periodismo para todos, pero empieza con un hombre robusto con un chaleco de color improbable acompañado por un enano que sostiene unos globos al que no se le entiende nada de lo que dice y que supuestamente representa al hijo de Marley. Lo próximo es un sketch (de alguna manera hay que definirlo) con las imitaciones que son la marca del programa de Lanata. Ya volveremos a eso, porque el recurso tiene que ver con la abolición y el bastardeo del sentido del humor.

Después, frente a un público juvenil y muy cómplice que llegó hasta el estudio dispuesto a reírse a mansalva, empieza el monólogo. Ahí se fue dando una extraña deriva, que también marca el alejamiento de la política que hace rato emprendió Lanata. En los tiempos de Día D, había también un monólogo de apertura, pero se parecía mucho a un sermón; si bien había ironías desgastadas y algún chistongo, de lo que se trataba era de transmitir algo parecido a ideas, a diagnósticos de la realidad, a alguna forma de información. En esta nueva versión, seguramente aprendida en su fallido paso por el Maipo, Lanata intenta el stand-up, creyendo que si bien alguien puede resistir un archivo no resiste que se hagan chistes a su costa.

Hace tiempo que viene pregonando que no hay nada tan destructivo como el humor, por eso  andar burlándose, más de unos que de otros,  es su manera favorita de abordar el oficio. No estaría ni mal ni bien, dependiendo de los recursos. Así como los relatos no son buenos ni malos per se sino que depende de quién sea el autor y cuanta su pericia a la hora de armarlos. El primer objeto de escarnio del monólogo es un colectivo impreciso –que luego se retomará en los informes especiales- al que se llama los argentinos que, así todos juntos, nos endeudamos, dilapidamos los dineros públicos, no sabemos administrar el país y no soportamos que la gente que nos presta guita pretenda controlar qué hacemos con ella. Claro, no es la política, estúpido, es una forma de ser. Somos así y así nos va. Entre esto y la propuesta de cambio cultural de Macri hay apenas una diferencia de nombre. Nos va a ir bien cuando aprendamos a vivir de otra manera, ahorrando, despreocupándonos del dólar y agradeciendo la mano fraternal que Lagarde nos dio. La intervención de Gladys Florimonte en su pobre imitación de la titular del Fondo lo reafirma “pensar que un argentino devuelva los préstamos es un chiste”.

Hay otro aspecto del tono lanatesco, la apelación a la farándula como forma de explicar las cosas: prestarle plata a la Argentina es como darle una tarjeta a Wanda Nara, que la pretensión de estar bien es tan ridícula como el casamiento de Guido Suller con quien alguna vez presentó como su hijo. Todo en un ambiente de rascada que recuerda a los viejos programas cómicos de la tele, con el olvido de letra de Florimonte puesto en evidencia por el conductor, tal como hacía Javier Portales con Olmedo, pero que entonces causaba gracia.

Después de la larga parrafada sobre el ser nacional –que incluyó el recurso histórico a la Baring Brothers- llegó la hora de la denuncia, pero no de ponerse serios. Desde Página, Lanata trabaja con la idea de que esto es una mierda y mejor tomárselo en joda. Con el tiempo y la entrada al grupo Clarín, bajaría un par de cambios. Ambos comparten ese afán de la denuncia permanente, pero Lanata es la versión cínica de Elisa Carrió, aunque han ido acercando posiciones. Él se muestra más preocupado por el destino nacional, ella mecha sus apocalipsis con chistes que tienen mucho de lanatesco, como el de Walt Disney. Es decir, un humor que excluye al otro por medio de la burla sangrienta.

La cosa empezó con Mario Quintana, no por casualidad el más dañado después de las corridas y el supermartes y trayendo a colación algo que ya circuló hasta el hartazgo, su participación en Farmacity. Que, dicho sea de paso, no cuestionó la corrupción de presionar desde su lugar de poder para obtener más beneficios para su empresa sino que puso el acento en que había mentido sobre el poder que le daban las acciones que poseía. Pero lo que siguió después hizo que el cuestionamiento al secretario de coordinación interministerial pareciera una investigación de Rodolfo Walsh. Primero que quien había sido la modista de Cristina no había hecho los aportes laborales por sus siete empleadas. El relato de una de las damnificadas iba acompañado con imágenes de Cristina vestida con la ropa confeccionada por la diseñadora. Otra vez volvemos al mundo de la farándula (entre las clientas aparecía Andrea del Boca), esta vez para mostrar a CFK como si fuera una modelo al estilo Pampita. Y como cierre, una filmación en la Feria del Libro cuando una mujer, a la que no se ve y no se sabe quién es,  se dirige a Verbitsky acusándolo una y otra vez de “terrorista”. La sola palabra alcanzaría para descalificar a la señora indignada. Para Lanata es una prueba de verdad. Algo coherente con la inquina progresiva del conductor de PPT hacia la causa de los derechos humanos, que se ve también en haber elegido a Hebe de Bonafini como personaje a parodiar en el sketch y a la que se muestra como una preceptora cascarrabias.

Luego de este momento de solaz denunciatorio, vienen los aportes del programa a la solución de los problemas argentinos. Mandó a un par de periodistas a Serbia (destacada como un país modelo por el FMI) y a Israel (que hizo desaparecer la inflación). Dos informes que se hicieron larguísimos no solo por impericia técnica de los periodistas sino sobre todo porque la tesis previa que buscaban demostrar es que la inflación y el ajuste son cosas que le ocurren a la gente como nosotros. Por eso, el informe sobre Serbia se abre con una declaración (que luego se pondrá en el aire por segunda vez) del embajador argentino sosteniendo que los serbios “son austeros”. En Israel el caballito de batalla será que se trata de un lugar en el que sus habitantes no le prestan la menor atención al dólar. En la Argentina, el dólar sube porque vivimos pendientes de él. Habría que matarlo con la indiferencia.

Los informes fueron comentados por un funcionario del PRO que elogió, como era de esperarse, la decisión de Macri de ir a por el FMI que ya no es tan malo como antes e hizo referencia a que la mala onda de Anne Kruger había sido reemplazada por la sonrisa de mamá Lagarde. También estuvo José Luis Espert que abogó por el ajuste, la reducción del déficit fiscal, el achicamiento del Estado y coso. Una denuncia contra Moyano cerró el show. Aquí Lanata repitió un recurso para que quede claro de quién es el programa: el informante, de pie, le contaba a Jorge, sentado, los supuestos  chanchullos de los Moyano. Uno hace el trabajo pesado, el jefe da lustre y esplendor.

El sketch de “Verano del 18” de la apertura condensa el discurso anti político que comparte Lanata con el macrismo. En un sentido más amplio, habría que pensar qué pasó con el humor de la tele que fue virando a la imitación como recurso casi exclusivo. No por nada no hay en estos tiempos lugar para Capusotto y Saborido. Sus personajes hablaban de la realidad pero no pretendían suplantarla. Miki Vainilla se parecía a Macri pero no era Macri ni el personaje se construía a partir de los dichos y hechos de Macri. De hecho, el imitador alcanza a veces más realidad que el imitado, pasó con el De la Rúa de Freddy Villarreal. Eran otros tiempos y de alguna manera la imitación en el programa de Tinelli iba separando al personaje de la realidad, en el caso de De la Rúa haciéndolo más interesante y divertido.

Para decirlo pronto y sin circunloquios, lo berreta del sketch de imitaciones de PPT tiene su causa tanto en la inepcia actoral como en la idea de fondo, en la ideología del humor. Cristina no tiene nada que ver con Cristina, es una desquiciada, Macri es un cheto y Heidi una chica a la que todo le importa un comino y no deja de reírse. Ni se le aproximan, toman o le encajan (es más exacto) un aspecto exterior y no pueden construir nada a partir de ellos.  No se basan en quiénes son sino en quienes se quieren que sean. Así, el personaje de Baradel avisa que echaron al profesor de historia por aceptar la paritaria.

Con mayor o menor intensidad, no buscan hacer humor con ellos, quieren congelarlos en una identidad predeterminada. Por eso no hay trama, el argumento no avanza y es probable que el mismo esquema, el enfrentamiento entre chetos y populistas, se repita hasta el fin del ciclo. En clave de humor, la grieta es también, como la inflación y el mangazo permanente, un destino argentino. Es un país hecho de gente cheta y de gente populista y aunque se los ponga en el mismo escenario siempre van a terminar mal.

También este primer programa –que repite la fórmula y la estructura de años anteriores- muestra el agotamiento de un esquema que propició esa fórmula de Lanata y que repitió en algún momento de la transmisión para justificar su lugar en el mundo, que el periodismo debe ser opositor. Y ese oposicionismo funcionó bien cuando los blancos eran Lázaro Báez, CFK. De Vido, etc. Ahora, en los tiempos del blindaje, parece un poco averiado y se limita a decir  sobre un personaje menor del gobierno y en caída lo que ya se sabe hace rato. Nadie busca bóvedas en la casa de Quintana.

Pero con eso le alcanza por ahora para seguir siendo la gran esperanza blanca del periodismo oficialista, al punto que las casi dos horas de programa no fueron interrumpidas por ninguna tanda publicitaria.

Se ve que para muchos un señor de chalecos imposibles, que juega a reírse de todos y a incluirnos a través de pretendidas culpas colectivas es la fórmula más exitosa posible de la antipolítica que miramos por TV.