Hablan –es un decir – por boca del ganso que les paga o por sus propios y mezquinos intereses; degradan el oficio en el que entraron por la ventana y cuyas premisas básicas ni siquiera conocen. Son apenas majules, pero con pantalones cortos.
A Dante Panzeri, in memoriam
Pontificar. Corría la segunda mitad de la década de los ’60 cuando Tomás Eloy Martínez acuñó el neologismo en alguna nota de Primera Plana para dejar en claro la posición –ridícula pero eficaz, de político-psicótica certeza – de algún olvidado y olvidable hablante al que citó. Gilles Deleuze y Félix Guattari no habían escrito todavía El Antiedipo, donde señalarían de manera singular la paranoia del discurso del poder político, y es posible que el periodista argentino mimado por Jacobo Timerman no supiera siquiera de la existencia –ni falta que le hacía – de las clases de Deleuze en el/la Paris que no sabía que esperaba la explosión de Mayo del 68.
(Hay que joderse: pasaron más de cincuenta años).
El neologismo de Tomás Eloy Martínez resultó tan eficaz que la Real Academia Española tuvo que otorgarle una definición: “Presentar o exponer de manera dogmática y con tono de suficiencia principios o ideas que no necesariamente han sido comprobados”, dice el mataburros real en sus páginas. Por ejemplo: “Todos los morochos orejudos son delincuentes”; o bien: “La pesada herencia”. Hay una segunda acepción que no es desdeñable: “Celebrar actos litúrgicos (el pontífice)”.
Con su “pontificó” –en lugar de los tradicionales dijo, señaló, expresó – Tomás Eloy Martínez puso en claro el matrimonio entre la palabra y el poder. Porque pontificaba el que podía, aquél cuyos dichos no se sostenían con otro recurso de verdad que el que imponía el poder.
Punto y aparte.
Estas líneas simplemente hablan de eso que se autodenomina – quizás de manera pontificia – “periodismo deportivo” y de sus pontificaciones, tan ridículas como poderosas (y eficaces), habidas y propiciadas en (por) los medios hegemónicos de comunicación (y formación de opinión).
Estas líneas intentan hablar de (y desde el) periodismo.
Hay periodistas que cubren (palabra vieja en el oficio) o se han especializado en deportes. Y existen (porque los han creado) esos entes propaladores autodenominados “periodistas deportivos”.
Periodistas, los del oficio, que cubrieron o cubren deportes, los hubo y los hay.
Yendo un poquito para atrás (o mucho, que son esos 50 años que distan de cuando a Tomás Eloy Martínez se le ocurrió escribir “pontificó”) basta recordar a Dante Panzeri o a Osvaldo Ardizzone, periodistas que te hacían la crónica de un partido, un análisis del momento de un equipo, una nota de investigación sobre la AFA o, llegado el caso y si hacía falta, te cubrían una noticia policial o de aquella sección que en los diarios de la época se llamaba “Información General”. Y lo hacían porque eran periodistas y no esa cosa que todavía no existía, cuyos currantes hoy llaman “periodismo deportivo”.
Hoy también los hay, en una lista breve que, injustamente, excluye: Ezequiel Fernández Moores, Christian Rémoli, Ariel Scher, Juan José Panno, Gustavo Veiga, tantos más. Son periodistas (buenos periodistas, algunos de ellos brillantes) que cubren deportes, pero que pueden cubrir cualquier otra cosa: un juicio por violaciones de derechos humanos, un acto político, una nota de sociedad… Lo que haga falta, que para eso son periodistas de oficio.
Y, fundamentalmente, son periodistas porque no son operadores mediáticos de alguien más, de cualquier poder.
De los otros está lleno ahora.
Ya estaban, pero hacen metástasis en ocasión del mundial.
Antes de ir al hueso: en el rubro “periodistas deportivos” quien esto escribe no incluye a los ex futbolistas. Como en cualquier sección de un medio –radial, escrito, virtual, televisivo – se pueden incluir columnistas, (te) gusten o no. En una sección de Economía se le puede pedir una columna a un economista (y eso aporta, pero no lo hace periodista); lo mismo en política (a un político), género (a una feminista), policiales (a un ex comisario, a un criminólogo o a un chorro porquenó) y lo mismo en todas las demás. No está mal, si se va a informar sobre incendios, pedirle una opinión o una columna a un bombero experimentado.
Entonces (te gusten o no), que opinen el cavernícola Ruggeri, el cuidadoso Latorre, el imprevisible Diego Armando, hasta el currante Diego Díaz no es la cuestión, siempre y cuando se los tenga como lo que son: ex jugadores –alguno genial, como Maradona – que conocen el juego desde adentro y desde ahí opinan. Todo bien ahí, te (me) guste o no. El asunto es que no los vendan como “periodistas deportivos”, porque los degradan dos veces: les ensucian la trayectoria deportiva y les ponen un mote degradante. Sí, el de “periodista deportivo”.
(Paréntesis necesario a gusto del autor: hago una excepción con Roberto Perfumo, que conducía un programa de deportes y entrevistaba como ex futbolista, rodeado de periodistas de verdad. El Mariscal no sólo fue un gran jugador; también aprendió, de los que sabían, a hacer periodismo desde el verdadero lugar: el de las preguntas).
Ahora sí, vamos a los “periodistas deportivos”.
Como dato de color pero significativo: una de las primeras “escuelas” de “periodismo deportivo” de la Argentina la armaron Marcelo Araujo y Fernando Niembro, dos expertos en chiveo y operaciones.
Desde entonces sus aprendices vienen pisando fuerte. Como periodistas (porque se autodenominan así, no porque lo sean), no saben –aquellos que lo intentaron – escribir cinco líneas coherentes en una nota. Apelan a las oraciones cortas, sabiendo que no les da para más: “Fue un partido peleado desde el principio. Platense sabía que necesitaba ganar. Pero con eso no alcanzaba. Porque el rival también juega”, curro de redacción corta, imprescindible para un iletrado e ideal para no caer en los riesgos terroríficos que plantean condicionales y subjuntivos (Lean Olé o Deportes de Clarín, que ahí sobran los ejemplos).
Pero si durante años intentaron apenas currar como furgón de cola del periodismo, desde hace un tiempo –se viene viendo – los “periodistas deportivos” supieron construir, cobijados y propiciados por los medios hegemónicos, su lugar de poder: como vendedores y compradores de jugadores, como chiveros, como operadores, como repetidores de chismes, como propaladores de inventos de otros. Quieren poner y sacar jugadores, sacar y poner técnicos, cuestionar todo-todo-todo…menos el poder.
Ahí los tenés: los Recondo, los Palacios, los Vignolo, los Iuch, los Fantino, et al, más todas sus cohortes de movileros obsecuentes. Los tipos –porque son todos tipos – ni siquiera están ideológicamente convencidos de lo que hacen, sino que apenas fungen de mediocres mercenarios del poder que les deposita un sueldo o les pasa unos rublos (ya que estamos en tiempos de mundial ruso) bajo cuerda.
Y hablan o escriben no sólo como si supieran sino como si fueran pontificiamente infalibles. Lo dijo mejor ayer en Página/12 Alejandro Dolina: “Se creen el tribunal de Dios”.
Pero como operadores ni siquiera les da para ser de los buenos, como lo es Carlos Pagni –indiscutiblemente periodista de talento, eficaz operador del poder -, por citar a uno de los que se manejan con oficio y capacidad en otros ámbitos.
Son tan precarios que hasta ni siquiera operan bien sino que ponen en evidencia lo que son en sus descuidados discursos, que se les escapa. Como muestra va un solo caso, el de Esteban Edul desde Rusia. Después de despotricar –a los gritos y gesticulando más que la mona Chita – contra la selección, la AFA, el cuerpo técnico y hasta el bufetero de la concentración, dijo lo que realmente le preocupaba tras la derrota de la selección argentina frente a la de Croacia: “Si Argentina no clasifica, muchos de nosotros nos vamos a tener que volver”, se denunció.
Ni siquiera supo pontificar. No le dio ni para un Majul con pantalones cortos.
Mañana, cuando la selección argentina enfrente a la nigeriana, se sabrá su suerte.