El kirchnerismo armó una estructura de medios aliados que se derrumbó inmediatamente después que el poder cambió de manos, en una dinámica que acaba de cobrarse una nueva víctima. Trabajadores sin empleo y pérdida de espacios alternativos son el resultado de una estrategia comunicacional que pide autocrítica a gritos.
Alguna vez, en su exilio madrileño, Perón acuñó aquello de “Llegué al poder con todos los medios en contra y me derrocaron con todos los medios a favor”. Algo de cierto hay: en la campaña del 46 la prensa que hoy llamaríamos hegemónica acompañó a la Unión Democrática (Clarín llamó a votar a Tamborini en su edición del día de las elecciones) y después, Apold y el emporio ALEA mediante, se compraron medios desde el Estado; otros se dieron vuelta, como el diario de Noble; y llegado el caso se expropió a La Prensa. Toda esa estructura voló por los aires con la Libertadora. Clarín volvió a ser antiperonista al día siguiente que cayó el General; La Prensa regresó a las fuentes más gorila que antes y ALEA se desintegró no sin dolores de cabeza: allí está el litigio por las acciones de La Razón, tema de El caso Satanowsky, libro de Rodolfo Walsh que conviene releer.
Algo análogo opera en el caso del kirchnerismo. Néstor llegó de forma inesperada a la Rosada. A horas de asumir, La Nación le marcó la cancha con un editorial tremendo. Se recostó durante toda su presidencia en Clarín y los medios de Hadad (el decreto 527 que prorrogó licencias de TV y la fusión de Cablevisión y Multicanal fueron la prenda de pago). El enemigo era el diario de los Mitre, y José Claudio Escribano, autor de aquella diatriba, quedaba más que expuesto. Llegó Cristina al gobierno y, con ella, la pelea por Telecom, que coincidió con la 125 y generó la ruptura con Clarín. Entonces el gobierno se quedó sin más medios que los oficiales. Y trató de generar algo que, con mucha audacia, hay quien compara con ALEA. Así surgieron las alianzas con personajes como Sergio Szpolski, Matías Garfunkel, Cristóbal López. Apenas asumió Macri comenzaron a caer medios como fichas de dominó. Tiempo Argentino y Radio América fueron los casos dramáticos de hace un año y medio. Se sumó el Grupo Veintitres y ahora el Buenos Aires Herald. En el medio, cientos de laburantes que dependían de empresarios pautadependientes, o sea, parasitarios, que a la primera de cambio levantaron todo sin decir agua va.
No sé si Cristina o alguien en nombre del kirchnerismo gobernará la Argentina a partir de 2019 o 2023. Sigo pensando que falta la autocrítica por la derrota de hace dos años: Macri no cayó de un platillo volador. Parte de esa autocrítica debiera pasar por sus estrategias y alianzas comunicativas. Muchos resaltan el caso de 678 y el uso partidista de la Televisión Pública, Radio Nacional y Télam. No soy partidario de medios oficiales como órganos de propaganda, pero también es cierto que acá no funcionan con la asepsia que se le envidia a la BBC y que los medios oficiales de países europeos están en la mira por manejos poco claros en la materia, como en España. Aun así, el gran problema son los empresarios amigos, cuya adhesión a la causa duró lo que duró la pauta, dejando un tendal de trabajadores en la calle. Es más que probable, está a la vista, que el kirchnerismo haga el camino de regreso con el 90 por ciento de los medios en contra. La brecha sería un poco más chica si los Szpolski y compañía no hubieran sido tan prebendarios. Apold, que tuvo un poder infinitamente superior al del aparato de medios K, nunca volvió a escena después del 55. Se supone que estos tipos de ahora ya forman parte del pasado. Con quién se va a construir y cómo desde lo comunicacional-empresario no parece un tema menor a la hora de ofrecer un relato alternativo.