El 23 de junio pasado Netflix estrenó el documental “El caso Wanninkhof-Carabantes”, donde la directora catalana Tània Balló revisa el caso judicial desatado por el homicidio de la adolescente Rocío Wanninkhof, en 1999, cuando aún no se hablaba como ahora de femicidio. Los más y los menos de una película que, desde una mirada con el foco puesto en la dialéctica delitos / medios, en principio se queda a mitad de camino.
La encontré gracias a que las redes a veces sirven para la difusión de informaciones y opiniones valiosas, no como casi siempre, que cumplen el rol de palestras para el floreo de pulsiones decidoras infinitas, de narcisista incontinentes y exhibicionistas de la palabra y porque sí, casi como una suerte de obligación para estar, ante las tantas averías que sufre el ser en los tiempos que corren.
La diligencia y el buen uso periodístico que un amigo y colega hace de los algoritmos en las dichas redes descubrieron para mí la existencia en Netflix de “El caso Wanninkhof-Carabantes”, y horas después frente a la pantalla tomé aposento.
El documental trata el caso judicial desencadenado por el asesinato de la adolescente Rocío Wanninkhof, en Málaga, en 1999. En 2001, María Dolores “Loli” Vázquez, quien fuera amante de la madre de Wanninkhof, fue hallada culpable y condenada, pese a la falta absoluta de pruebas. La inocencia de Vázquez quedó demostrada cuatro años más tarde, cuando tras un nuevo asesinato, el de la niña Sonia Carabantes, los estudios de ADN dispuestos por las autoridades judiciales de ese segundo caso, registrado a pocos kilómetros del anterior, determinaron que el autor de ambos crímenes había sido un tal Tony Alexander King, delincuente de 32 años de edad con un largo historial criminal en España y el Reino Unido.
Tiene un mérito indiscutible: pone en escena fílmica y para el público no especializado muchas de las aristas de dos casos de femicidio, plagado el primero de manifestaciones lesbofóbicas y arbitrariedades procesales, fiscales y judiciales.
No, señores, esto no es un culebrón ni una película de Almodóvar, como se ha dicho. Esto es la desaparición de mi hija, dice en la primera escena de la película Alicia Hornos, la madre de Rocío Wanninkho, la víctima, anunciado y enunciado lo que este filme se propuso, según declaraciones de su propia realizadora a la prensa cuando su estreno: desnudar y poner en evidencia cómo los medios de comunicación influyeron sobre la investigación y las conductas judiciales, siempre lejos de la verdadera justicia.
Como trataré de ensayar más adelante. Muestra una falencia de origen y capital.
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Antes de pasar a la observancia sobre las carencias del guión y de la realización del documental en orden a la producción de sentidos manipuladores, en procura de víctimas, victimarios y “construcción” o representación de realidades fines punitivistas o discriminadoras, veamos qué señaló sobre la película el diario El País, a poco de su estreno en las salas de España, a fines de mayo pasado.
Es menuda y viste de negro. La rodea una nube de periodistas. Sujeta una fotografía de su hija y dice: ‘No, señores, esto no es un culebrón ni una película de Almodóvar, como se ha dicho. Esto es la desaparición de mi hija’. La que habla es Alicia Hornos, la sufrida madre de Rocío Wanninkhof, la joven de 19 años que desapareció un día de octubre de 1999 en la puerta de su casa en Mijas (Málaga), y acabó convertida en el epicentro del mayor y más rocambolesco error policial y judicial de la historia de España. Y si son esas declaraciones y no otras las que sirven de apertura a El caso Wanninkhof-Carabantes, necesario y reparador true crime al respecto, es porque de lo que va a hablarse a continuación es del peligro de la construcción de un relato que nada tiene que ver con la verdad pero que, por su perfección narrativa, resulta más creíble que la verdad.
Así comienza el texto de la colega Laura Fernández, autora del artículo de El País. Con un párrafo certero respecto de cómo efectivamente se muestra así mismo el documental en cuestión en sus primeros planos; en su secuencia de arranque.
Y atractiva es la referencia de ese artículo al notable escritor neoyorquino Don DeLillo, quien como todos los de su generación que, herederos de la portentosa tradición narrativa estadounidense del XIX y más allá de sus prolíficas y en su caso excelentes obras, en la búsqueda está de lo que la crítica de por allí denomina “la gran novela americana”.
DeLillo describió en Libra, la novela que dedicó al asesinato de John Fitzgerald Kennedy, de qué forma se puede construir a alguien a partir de lo que lleva en su bolsillo. En su caso, el objeto era Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino, al que el dueño de un club nocturno abatió antes de la que policía pudiera interrogarlo. El silencio en su caso estaba asegurado. No lo estaba en el de Dolores Vázquez, la principal acusada (y condenada ex amante de la madre de la víctima, añado) por el asesinato de la joven Wanninkhof, pero ella decidió ejercerlo. “Debemos desterrar la idea de que el que calla otorga, porque el silencio es un derecho que no podemos pisar”, asegura Tània Balló, directora del documental.
Ese párrafo de la colega Laura Fernández resulta interesante pero contiene una formidable extrapolación que poco ayuda: en Libra y en el marco de los acontecimientos que en la década de ’60 conformaron la trama del asesinato de Kennedy, el presidente, y de la posterior operatoria de encubrimiento, sí existían las acciones de la prensa en el juego y el rejuego de las operaciones políticas y judiciales – ya a principios del siglo XX, el poderoso William Randolph Hearst había puesto su emporio periodístico al servicio del ataque de Washington a Filipinas –, pero de ninguna manera pueden aquello hechos compararse con la precisión y el criterio abarcativo de totalidad con el que los aparatos mediáticos contemporáneos deforman la naturaleza y los alcances de un delito determinado, “crean” un delincuente o también, y por qué no una víctima, cuando semejante acción es requerida por las estrategias punitivistas, disciplinadoras y discriminadoras; y también condicionan hasta límites finales el accionar de los sistemas de seguridad, fiscales y de Justicia.
El artículo de El País brevemente comentado en el párrafo anterior opta por considerar que “El caso Wanninkhof-Carabantes” es casi una clase magistral sobre los efectos de aquellos instrumentos narrativos que hacen al marco conceptual que Eugenio Raúl Zaffaroni define como criminología mediática.
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Pero no es así.
En el contexto de las relaciones entabladas entre la Criminología y la Comunicación – ambos campos específicos de conocimiento en el conjunto de la ciencias sociales -, estudiamos el sistema de prácticas por la cuales los Medios dominantes demonizan o sacralizan a su antojo, desinforman y condicionan a los sistemas de Justicia.
Esas prácticas conforman una estrategia compleja y a veces contradictoria en su propio interior, de sometimiento social y político mediante la imposición de los modos punitivistas que la sociedad clasista requiere para su propia vigencia hegemónica.
A la hora de estudiar esos comportamientos mediáticos y sus efectos políticos y culturales, en la cátedra de maestría antes mencionada proponemos la aplicación del modelo teórico metodológico Intencionalidad Editorial (IE), un modo propio del campo de la Comunicación y el Periodismo para la producción y el análisis de contenidos mediáticos.
No se trata aquí de desplegar todos sus capítulos. Al efecto específico de este artículo sólo basta recordar lo siguiente:
1.- Todo contenido mediático debe ser estudiado desde tres territorios o ámbitos: el de la agenda, la que resulta del recorte de los hechos posibles que toda producción periodística/ comunicacional presupone; el de las fuentes, que son las voces que narran; y el de los estilos, que nos informan acerca de las gramáticas o recursos narrativos empleados.
2.-Todo contenido mediático implica una Parcialidad, es decir una toma de posición del medio y/o de su autor respecto de lo tratado y su contexto histórico e ideológico.
3.-Todos los contenidos mediáticos emanan de una pretensión de verdad u “objetividad” en sentido hegemónico, artilugio tendiente a convertir una mirada de clase o grupo en “valor universal”, a los efectos de alcanzar el mayor nivel de eficacia posible.
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Que aquello del discurso de método en el título de este texto no sea mal interpretado. De modo alguno se trata de invocar a aquél de 1637 con el cual Descartes se proponía dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias. Simplemente pretendimos crear una figura que sí apunte a la necesidad de rigor, no para beneplácito del público o del crítico, sino justamente para que una denuncia como la que se propone “El caso Wanninkhof-Carabantes” sea eficaz y ofrezca los menores flancos posibles para los perpetradores de semánticas punitivistas y discriminadoras.
¿Por qué entonces considero que esa película resulta fallida en cuanto a los que enuncia como búsqueda en materia de medios y criminología?
Fundamentalmente porque carece de un corpus adecuado. Sólo voy a citar un ejemplo a título de comparación: este año, en la cátedra Producción y Análisis Crítico de Narrativas (…), de la Maestría en Comunicación y Criminología, una de sus docentes, Victoria Castiglia, expuso sobre su investigación de tesis acerca del “caso Candela” – por la niña Candela Sol Rodríguez, secuestrada el 22 de agosto de 2011y posteriormente asesinada, en la provincia de Buenos Aires – y los modos en que el mismo fue cubierto por el canal de TV C5N.
Esa investigación contó con un corpus integrado por decena de horas de programación específica del medio analizado y cada una de sus conclusiones se apoya en el mismo, es decir en las afirmaciones – con imágenes y sonidos – del propio canal C5N, lo que le da a la tesis una contundencia casi imposible de desarticular.
Es cierto. La película de Tània Balló es justamente eso, una película y no una investigación académica, pero su género “documental” la obliga a documentarse y para ello a utilizar un método, un sistema de verificación que una vez llevado al guión y plasmado en la realización le otorgue al trabajo final la contundencia que el mismo y el tema que trata merecen.
¿Por qué formulo la afirmación del párrafo anterior?
Porque las citas concretas de operatorias mediáticas no están presentes en forma suficiente. A lo largo del filme no aparece mucho más que dos periodistas entrevistados, el del diario ABC y otro de Cadena Ser, y sus aportes no son relevantes en orden a la hipótesis anunciada por el propio filme.
Porque casi no hay imágenes ni sonidos claros y precisos de naturaleza criminológica mediática, salvo muy pocas excepciones, vagas e imprecisas, más allá de las reiteradas apariciones de presentadores y presentadoras de telediarios, en ningún caso significativas para la investigación.
Porque así como la película presenta en forma loable a testigos y voces diversas que hacen a la investigación policial – hasta queda abierta en cierto punto la posibilidad de que el autor de los crímenes haya gozado con protecciones no muy claras por parte de autoridades españolas y británicas -, por el contrario, en aquello que se propone desde un principio con el excelente comienzo en voz de la madre de la primer víctima – ‘No, señores, esto no es un culebrón ni una película de Almodóvar, como se ha dicho. Esto es la desaparición de mi hija’-, las evidencias del comportamiento mediático son de una notable endeblez.
En definitiva, por todo lo escrito hasta aquí, este texto trató acerca de los más y los menos de una película que, desde una mirada con el foco puesto en la dialéctica delitos / medios, se quedó a mitad de camino.
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