Los medios hegemónicos instalaron la guerra en el imaginario colectivo, cuando lo más sensato sería lamentar el conflicto por lo que éste implica en términos de sufrimiento humano y destrucción material e insistir no en la competencia por demostrar quién es el más fuerte, sino en la necesidad de una solución mediante el diálogo.
El mundo teme que la humanidad esté al borde de un conflicto militar de grandes dimensiones: ¿terminal? Hoy no solo asistimos a una extrema ideologización y parcialidad en la cobertura de los sucesos en Ucrania, sino que las mentiras y la manipulación del imaginario colectivo se ven potenciados en las redes sociales y llevan a la hipertrofia de una masa informativa fuera de todo control y verificación.
Una vez más, los medios de comunicación –incluyendo las redes sociales en mano de escasas corporaciones trasnacionales- actuaron de forma alevosa para generar un conflicto que sólo puede beneficiar a los vendedores de armas, las petroleras trasnacionales, que son los que han atizado el conflicto. La verdad es la primera víctima de la guerra, decía el griego Esquilo hace más de 2.500 años. Hoy sabemos que la mentira es un arma de guerra.
Los medios hegemónicos instalaron la guerra en el imaginario colectivo, cuando lo más sensato sería lamentar el conflicto por lo que éste implica en términos de sufrimiento humano y destrucción material e insistir no en la competencia por demostrar quién es el más fuerte, sino en la necesidad de una solución mediante el diálogo. Es lo que llaman la guerra híbrida, la mentira como arma y la verdad como víctima.
La frase que dice: “Gracias a internet te puedes enterar de lo que pasa en la otra parte del mundo”, queda cada vez más en evidencia que no es más que un slogan de propaganda, porque son los conflictos los que demuestran que las redes están muy lejos de ser neutrales y que pueden tomar partido a favor de quien le convenga, censurando, por ejemplo, las cuentas provenientes de Rusia.
Como siempre, la primera víctima de la guerra es la verdad. Uno de los primeros objetivos del periodismo de guerra es la llamada fatiga de la simpatía, que puede nacer fácilmente con una abundancia de malas noticias. Los medios son usados como arma de combate en la nueva guerra ideológica. El discurso hegemónico se contrapone a un sistema democrático donde la pluralidad de información y de opiniones permite a la opinión pública a tomar sus propias decisiones.
La mayoría de la información y/o publicidad dirigida al gran público utiliza discursos, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, como si el espectador fuera un niño o un deficitario mental. Pero el uso del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar, sembrar ideas, deseos, miedos y temores, o inducir comportamientos.
De eso se trata esta nueva guerra de cuarta o quinta generación, de manipulación sicológica, primero por los estados y ahora por las corporaciones, en la que estamos insertos, pero para la que no nos preparamos.
Se debe tener en claro que el tema de los medios de comunicación social tiene relación directa con el futuro de nuestras democracias, porque la dictadura mediática ha suplantado a las dictaduras militares. Son los grandes grupos económicos quienes son dueños o usan a los medios y deciden quien tiene o no la palabra, quien es el protagonista y quien el antagonista. Y plantean una realidad virtual, invisibilizando cualquier realidad adversa a sus intereses.
Gracias a sus poderosos algoritmos que pueden segmentar lo que vemos las redes construyen opinión constantemente. Son territorios cuyos dueños responden a los intereses de Estados Unidos. En la nota que Multiviral le hizo a Esteban Magnani, el periodista deja en claro que desde su concepción todas las plataformas digitales fueron parte de un plan geopolítico estadounidense que fue iniciado en plena Guerra Fría.
Facebook tomó la decisión de censurar cuentas de noticias provenientes de Rusia como lo son Sputnik o RT, dejando en claro que condenan el accionar militar encabezado por el presidente Vladimir Putin. Pero en sus cuentas hizo caso omiso a cómo durante muchos años se financió el grupo neonazi paramilitar “Batallon Azov”.
Así lo deja en claro el documento realizado por la ONG “Centro para la Lucha contra el Odio Digital”: “Los fascistas modernos radicalizan, reclutan a sus miembros en estas redes sociales en las cuales se sientan cómodos usando las plataformas para vender productos con sus símbolos, como si fueran marcas convencionales… se le informó a Facebook sobre este problema específico hace dos años, pero no tomó ninguna medida”.
Twitter, siguiendo la misma lógica que Facebook, también tomó partido en esta disputa y decidió añadirle una etiqueta –“medios afiliados al gobierno”-a las cuentas de periodistas que están cubriendo el conflicto. Sólo etiqueta así a algunos medios de algunos gobiernos del mundo, no a todos (ni a la mayoría) de los medios estatales no gubernamentales, tampoco a los que reciben la mayor parte de sus recursos de gobiernos para funcionar.
Martín Becerra señala que hay un obvio encuadre peyorativo en esa selección por conveniencia política. Con ello, Twitter muestra, tal vez sin quererlo, su propia «línea editorial» en la gestión de contenidos, tarea a la que alude como «moderación de contenidos”.
La pos-verdad y la no-verdad
La política de la “postverdad” se adueñó de América Latina, donde está proliferando una política sistemática de desinformación y de propaganda propia de los conflictos de baja intensidad), las guerras irregulares) o híbridas, en las que el desarrollo no es solo militar sino también económico, psicológico y propagandístico.
La manipulación informativa ha llegado a Internet y las redes sociales –que se convirtieron en escenarios de disputa y lucha ideológica donde el rumor, el bulo, la mentira y la falsedad se están convirtiendo en un ingrediente esencial – y los ciberataques son parte de la lógica de confrontación.
En el sistema de dominio imperial que rige en Latinoamérica, el discurso informativo es, al tiempo que espectacular, un discurso con frecuencia “terrorista”, legitimando y amplificando -mediante estrategias de propaganda- procesos golpistas o de intervención regional o local.
La noción “golpe mediático hace referencia –por ejemplo- a la guerra sucia contra Nicaragua, la represión contra movimientos populares en Colombia, el golpe en Honduras, el golpe parlamentario contra Fernando Lugo en Paraguay, la persecución judicial contra Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina o el proceso judicial espurio contra Rafael Correa en Ecuador, el impeachment contra Dilma Roussef en Brasil o la manipulación informativa contra los gobiernos electos en Bolivia y Venezuela.
Estos golpes orquestados por la derecha –con financiamiento externo- buscan “domesticar a gobiernos y recolonizar América Latina”, como señala el Nobel de Paz Adolfo Pérez Esquivel. Si la derecha no lo consigue mediante las urnas, apoyada por Estados Unidos, lo logrará mediante la destitución ilegal de presidentes, la privatización de empresas del Estado o la entrega de recursos naturales
Hoy en día, el valor de la información está más que nunca en cuestión. Los algoritmos o filter bubbles creados por Facebook dan a los usuarios lo que desean y, así, terminan generándoles mayor confianza que los contenidos publicados en los medios convencionales. Todo ello apunta a que el sistema mediático tradicional está cambiando… y no para mejor.
Fakes y la democracia latinoamericana
Sin dudas las noticias falsas y la desinformación –de las que hicieron gala Donald Trump y su alumno Jair Bolsonaro- suponen serias amenazas para las democracias de las Américas. Tanto si se trata de memes que alegan falsamente un fraude electoral, como de la promoción de los plátanos como cura milagrosa contra el COVID-19 en México, el bombardeo ha acelerado la tendencia que lleva una década de disminución de la confianza en las instituciones democráticas, al tiempo que ha causado innumerables muertes durante la pandemia.
El dominio estadounidense sobre las comunicaciones y la cultura de masas, junto con el liderazgo tecnológico en el ámbito de las telecomunicaciones y la industria militar, mantiene concentrado el poder global en manos de unos pocos. Esta dinámica permite, a su vez, bloquear o revertir procesos como la integración latinoamericano-caribeña, la ascensión de la izquierda o el movimiento indígena, obviamente desfavorables a los intereses de Washington.
Las elecciones en Colombia en mayo y particularmente en octubre en Brasil, serán una prueba importante. Bolsonaro y otros líderes parecen decididos a proteger su “libertad de expresión” en internet, provocando una ola de mentiras (fake news) que pueden llevar a enfrentamientos en tribunales con las empresas tecnológicas.
Hechos como estos representan una buena oportunidad para volver a poner sobre la mesa la necesidad de conocer las reglas de juego de cada uno de los territorios donde se construye la comunicación. Entender que podemos usarlos, pero siempre siendo conscientes que son bajo las condiciones de quienes construyeron las plataformas.
El mundo cambia, la tecnología avanza –hoy hablamos de mataverso, por ejemplo- y nos arrinconan para pelear en campos de batalla equivocados o ya perimidos, mientras las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus tácticas y estrategias, en nuevos campos de batalla…y nosotros seguimos reclamando la democratización de la comunicación y la información.
¿Comenzará otra colonización cultural? Lo cierto es que los estados, tras el parate de la epidemia, carecerán de recursos y deberán decidir entre pagar deudas o alimentar a sus ciudadanos.
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