La larga y sinuosa carrera de aquel conscripto que supuestamente alguna vez tuvo en la mira de su fusil a Luciano Benjamín Menéndez y hoy fogonea la idea de que en la Argentina hay una guerra interna para justificar la represión estatal.
Lo tenía ahí, a tres metros, y su cabeza estaba en el medio de la mira de mi FAL. Sólo tenía que sacar el seguro y apretar el gatillo. Le hubiera metido en su cuerpo un cargador entero de balas porque el fusil estaba en automático. Les aseguro que todavía recuerdo aquel cielo negro sobre el barrio militar que queda en el camino a La Calera, en Córdoba”.
El párrafo que encabeza este artículo no fue extraído de La Voluntad, el monumental trabajo de Eduardo Anguita y Martín Caparrós que reúne los relatos de decenas de militantes de las organizaciones revolucionarias que actuaron en la Argentina en las décadas de los 60 y los 70. Tampoco es el disparador de un juego de adivinanzas donde el cronista cambió alguna ciudad vietnamita, Saigón, por ejemplo, por La Calera, Córdoba, y el fusil M16 por el argentinísimo FAL para impedir que el lector descubra de buenas a primeras que en realidad se trata de unas líneas robadas de Why are we in Vietnam?, de Norman Mailer, o de Going after Cacciato, de Tim O’Brien, dos novelas emblemáticas de la presencia norteamericana en el sudeste asiático.
Nada de eso. Al párrafo en cuestión le falta una frase, la que lo inicia, y fue escrito en primera persona por Alfredo Leuco en un artículo publicado por Página/12 el 28 de septiembre de 2003. La frase ausente dice: “Esta es la primera vez que lo cuento en público: yo estuve a punto de matar al general Luciano Benjamín Menéndez“. El título también es autorreferencial: “La noche en que casi lo mato a Menéndez”, dice. La supuesta historia que relata Leuco transcurre en 1976, cuando estaba haciendo la colimba en su Córdoba natal y desde su puesto de guardia supuestamente apuntó con su FAL a la cabeza del sanguinario Cachorro, apoyó el dedo en el gatillo y… no disparó.
En septiembre de 2003 Alfredo Leuco estaba dando una voltereta más en su carrera periodística para acomodarse a los nuevos tiempos que corrían. Hacía apenas cuatro meses que Néstor Kirchner había llegado sorpresivamente a la presidencia y, por primera vez en muchos años, la incansable –y casi siempre solitaria – lucha de los organismos de derechos humanos por la Memoria, la Verdad y la Justicia parecía encontrar el apoyo de un gobierno. Los vientos habían cambiado y hablar de derechos humanos y de los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura cívico militar se había vuelto políticamente correcto para muchos que, como Leuco, se habían olvidado de su existencia durante la larga década de los 90. Fue entonces cuando contó “por primera vez en público” esa supuesta historia que hoy ya no cuenta. Si hoy volviera escribirla, o a contarla en algunos de sus monólogos radiales o televisivos, seguramente al final la remataría diciendo Le doy mi palabra.
Por la vereda del sol
Se dijo antes, la voltereta política que simboliza ese artículo no fue la primera que dio Alfredo Leuco en su carrera y tampoco, como todo el mundo sabe, sería la última.
Quizás quien mejor haya descrito a Leuco y sus vaivenes oportunistas haya sido el periodista Claudio Díaz cuando hizo una impagable cronología que reprodujo otro periodista, Hugo Presman, cuando le escribió una carta abierta: “Se lo recuerda como el ochentoso apologista de la Junta Coordinadora y Alfonsín; el Chupamenem de revista Gente que entre 1991 y 1993 elogiaba al Rey de Anillaco en sus giras como enviado especial por el mundo occidental y cristiano; el guapo que en 2003, cuando Kirchner decidió meter mano en la efectiva sanción a tanto criminal suelto, contó en Página/12 que él en persona, sí, el propio Leuco, siendo colimba había estado a punto de matar al Cachorro Menéndez, en un impagable autobombo de soldadito revolucionario que se retobaba en el cuartel en pleno ’76, hasta diciéndole a un milico que hay un ejército nacional, sanmartiniano y todo eso…”.
Tal vez por desconocimiento, Díaz omitió el paso de Alfredo Leuco como colaborador de Entre Todos, la revista del Movimiento Todos por la Patria (MTP) que dirigían Carlos Quito Burgos y Manuel Gaggero como parte de un proyecto político de Enrique Gorriarán Merlo, que por entonces residía en Nicaragua. En esa revista, a principios de 1986, escribió una emotiva crónica sobre la liberación de la presa política Hilda Nava de Cuesta luego de 12 años de cárcel.
Por ese tiempo, Leuco tenía una obsesión: viajar a Nicaragua para vivir en carne propia la euforia de la triunfante Revolución Sandinista. Francisco Pancho Provenzano -ex integrante del PRT-ERP, dirigente del MTP, desaparecido luego de rendirse durante el intento de toma del cuartel de La Tablada y hombre muy cercano a Gorriarán – describió, con palabras poco amables, este “entusiasmo” de Leuco en una de las reuniones preparatorias del proyecto que daría lugar a Página/12. Por entonces ni siquiera se había definido que Jorge Lanata sería el director del diario. Provenzano y el hombre que luego quedaría a cargo de la administración y la logística del diario esperaban a otro de los integrantes del grupo primigenio del proyecto en el bar El Parlamento, de Riobamba y Rivadavia, a metros del Congreso. Conversaban de bueyes perdidos cuando se acercó a la mesa el dirigente del Partido Intransigente Raúl Rabanaque Cavallero, quien se sentó unos momentos con ellos. La charla derivó hacia Nicaragua y el Sandinismo hasta que Rabanaque se despidió. Fue entonces cuando Provenzano le contó a su compañero de mesa:
-El que me tiene podrido para que lo lleve a Nicaragua es Leuco; me persigue por todos lados para que le paguemos el viaje.
No hay registro de que Alfredo Leuco haya contado esta historia en alguna de las notas que escribió en Página/12. Como tampoco recuerda ahora que altri tempi militó en el Partido Comunista.
El Cachorro y el soldado
El mes de septiembre debe resultarle particularmente inspirador a Alfredo Leuco. Así como en ese mes de 2003 contó “por primera vez en público” la supuesta historia de la noche en que casi mata al Cachorro Menéndez, catorce años más tarde, en este septiembre, vuelve escribir para decir que “nos han declarado la guerra”, ahora en términos que replican las palabras y el estilo del general genocida al que dice que una noche estuvo a punto de matar.
“Nos han declarado la guerra. ¿Quiénes son? Son grupos ultra minoritarios y violentos que están dispuestos a todo con tal de incendiar la República y las instituciones”, escribe ahora Leuco. “Fue una guerra donde la subversión marxista se proponía transformar todos los valores en lo que creemos lo argentinos: la Patria, Dios, la libertad, la propiedad e iniciativa privada, la familia, las instituciones republicanas, de las que estamos gozando por el triunfo de los comandantes que hoy están presos. Lo que hace que una guerra sea justa son lo fines, no los procedimientos”, decía Menéndez en una entrevista de 1990, cuando andaba suelto por las calles gracias a los indultos del menemismo.
Leuco puede ser cualquier cosa menos ingenuo y el uso del término “guerra” dista mucho de ser inocente. El joven colimba de 1976 apunta hoy para el mismo lado y contra el mismo pueblo que apuntaba el general genocida para instalar la idea de que en la Argentina hay un enemigo interno al que hay que combatir. ¿Cómo? Con una represión totalmente justificada porque “ellos utilizan como armas las bombas molotov, las caras tapadas, los palos y las puñaladas que aterrorizan al ciudadano común y a su familia”.
Y se entusiasma, quizás tanto como en los días en que rogaba que el MTP le pagara un pasaje a Nicaragua, y clama: “Hoy los extremistas encapuchados atacan humildes puesteros del campo, concesionarias donde queman autos con empleados al lado, estaciones históricas de tren, e intentan copar instalaciones de la gendarmería a sangre y fuego. En el Bolsón fue un ataque a traición, con toda la cobardía que significa esconderse en una manifestación masiva y pacífica para desprenderse y sacar botellas de llamas de sus mochilas. El intento de copamiento de la mutual de los suboficiales de gendarmería en San Telmo y en Córdoba demostró un nivel de organización superior. Igual que los destrozos que produjeron en la Catedral y en el Congreso de la Nación y el parlamento bonaerense”. Hay enemigos por todas partes, y a Leuco no le importa si son enemigos inventados por los servicios de inteligencia. Él tiene que decir lo suyo, que para eso le pagan.
El entusiasmo es tal que no vacila en apuntar contra los organismos de Derechos Humanos. “Ya son cientos los delitos que cometieron. De mayor o menor magnitud. El intento de satanización de la Gendarmería es una campaña sistemática y el colmo de la hipocresía. Lo instalan como la defensa de los derechos humanos con la complicidad irresponsable de Hebe y Estela Carlotto”, acaba de decir en este septiembre de 2017.
Más o menos lo mismo que decía Luciano Benjamín Menéndez -el general al que supuestamente quiso matar – sobre las Madres de Plaza de Mayo: “Es una organización que cuando la subversión empezó a sentirse derrotada en el campo militar estructuró toda esta propaganda que nos viene envenenando la vida a los argentinos desde hace 6, 7, 8 años”. Sí, tal cual, como si Alfredito le hubiera escrito los discursos al general.
Es que aquel joven soldadito nunca dejó las armas. Con el paso del tiempo se transformó en un soldado de fortuna, de esos que ponen sus armas al servicio del mejor postor. Eso sí, cada vez que le apunta, le da su palabra.