Sus exabruptos aparecen cada tanto en La Nación, su ráting aumenta de a poco y Baby Etchecopar va encontrando su lugar en el firmamento del periodismo canalla. Una trayectoria de permanente antiprogresismo, maltrato a los oyentes y prédica tan caótica como brutal.
El ecosistema de medios de la Argentina se acostumbró hace ya más de veinte años a darle cabida a Ángel Pedro Etchecopar (a) Baby, y a darle entidad a sus afirmaciones en materia de política, género, derechos humanos y seguridad. El hombre orquesta que todo lo sabe y cuya opinión parece fundamental para que oyentes y televidentes puedan moldear la suya. Cuando irrumpió desde la marginalidad de un canal de cable, lo suyo era insultar al público que, con espíritu masoquista, llamaba y salía al aire. Con ese mérito, se hizo visible en programas que hacen metatelevisión, es decir, que viven de rejuntar lo que se ve en los canales. Eso alcanzó para que el héroe de la Doña Rosa del siglo XXI pudiera saltar a las grandes ligas, más exactamente a la Radio 10 de Daniel Hadad en plena guerra contra el progresismo en los meses finales del descalabro de la Alianza.
El hombre se acomodó en el éter de una de las radios más escuchadas, en tiempos de bolsonarismo avant la lettre, o, para decirlo en términos borgeanos, de Bolsonaro y sus predecesores. La 10 apuntalaba el discurso fascistoide de Carlos Ruckauf en la provincia de Buenos Aires, una mezcla de peronismo ortodoxo de los 70 (al fin y al cabo, un firmante del decreto de aniquilación de la guerrilla que Luder le ofreció al gabinete isabelino) con canilla libre para el “tire primero y pregunte después” a los oficiales de policía más la alianza con los sectores más recalcitrantes del Episcopado. Capitão Bolsonaro, você não inventou nada.
Del éter a los orticones
La masividad de Etchecopar en su guerra contra las amas de casa que se flagelaban discando el teléfono de la 10 se combinó con el discurso de mano dura y reclamo de un “partido del orden” para la Argentina de la explosión de diciembre de 2001. La antipolítica militante de Radio 10, que tuvo a Alias Baby como uno de sus portaestandartes, amplificó su mensaje cuando Hadad desembarcó en Canal 9. Desde esa pantalla, el hombre orquesta que todo lo sabe sobre la vida y sus alrededores dio cátedra, o algo así, en materia de actuación y producción. Hadad le dio luz verde al proyecto de Contrafuego, un policial escrito y protagonizado por Etchecopar. Convertido en una especie de Bruce Willis del Conurbano, esa ficción sirvió como vehículo para vender las bondades de la mano dura. Ni Emilio Vieyra en su mejor época se hubiera animado a tanto. Pocos productos televisivos alcanzaron el grado de unanimidad en la crítica por su calidad.
Para variar, y en el marco de un esquema de sinergia y convergencia entre la 10 y el 9, por no decir que el otrora canal de Alejandro Romay había pasado a ser copado por un grupo de amigotes, el hombre se acomodó junto a otros conductores de la radio en un magazine llamado Cotidiano, en el que descolló por su contrapunto con un sobrino de Álvaro Alsogaray.
Pasaron los años y Hadad se fue de la 10, al igual que otros conductores. De su perfil de derecha populista mutó a cierto tinte progre. Pero el Baby se mantuvo en escena y sobrevivió incluso a su reyerta a los puños con Roberto Navarro. Con el correr de los años, los llamados de los sufridos oyentes dieron lugar a la opinología del experto en todo. Así, se erigió en lo que la sociología define como un líder de opinión. Curiosamente, se define como alfonsinista, aunque su prédica es antes que nada antiprogre, muy lejos de lo que declamaba el líder de Renovación y Cambio. Habla como un experto en historia argentina, sobre todo en materia de conspiraciones, y se permitió entrevistar como si nada a uno de los personajes más pintorescos (a falta de otro calificativo) de los últimos tiempos: Diego Lagomarsino.
Entre medio, el adalid de la mano dura pasó a la demostración empírica de sus teorías cuando sufrió un asalto en su casa, que derivó en la muerte de un delincuente en legítima defensa. Una experiencia sin ninguna duda traumática.
El Ángel exterminador
El vocero más desembozado de la derecha parece actuar como una especie de Mr. Hyde o, si se quiere, como la versión reaccionaria del teorema de Baglini: como su propuesta es inviable e impracticable en las reglas de la democracia, no hay ningún problema en lanzar diatribas al micrófono. Público hay, si no, no se hubiera mantenido tanto tiempo al aire. En todo caso, el problema pasa por quien alimenta al porcino. Si los contenidos, el discurso y las formas pasan a un segundo plano ante un rating alto, entonces hay una legitimación por parte de quien contrata a alguien capaz de proferir barbaridades al aire. Eso, a un nivel general, explica el estado calamitoso de los medios audiovisuales, con algunos nombres en prime-time, una galería que integra Etchecopar, ahora en la pantalla de A24 con las verdades como puños que el pueblo demanda.
Como se sabe, el Baby suele despotricar contra piqueteros y feministas. En septiembre de 2018, el tiro le salió por la culata. Insultó hasta lo indecible a una mujer de una organización social y reclamó el apoyo de sus oyentes más fieles: los taxistas. Así, un grupo de émulos de Travis Bickle (hace rato ya que el taxista porteño promedio abandonó el estereotipo de Rolando Rivas) fueron cual fuerza de choque a defender al líder de opinión ante el escrache en ciernes. El asunto derivó en una querella y una probation que el machista irredento aceptó para que el tema no pasara a mayores: un espacio de varios minutos para que una feminista expresara pensamiento de género, sin ser interrumpida por Etchecopar. Hubo quienes plantearon la violación del derecho a la libre expresión, como si no hubiera límites para los insultos y las denigraciones, y como si no hubiera habido una acción judicial en el marco del estado de derecho.
El payador perseguido
En las últimas semanas, Etechecopar usó un viejo recurso de cierta prensa audiovisual: la victimización ante cambios de horario. Así, pasó a ser un perseguido de Cristina Fernández, la Cámpora, el castro-chavismo y probablemente George Soros cuando Radio 10 le propuso pasar de la mañana a la tarde por bajo rating. Curiosamente, ante el argumento de que el kirchnerismo volvió al gobierno deseoso de servirse la cabeza de Etchecopar en bandeja de plata, resulta inentendible por qué los vengativos de hoy toleraron su presencia en la 10 en los años previos al macrismo, cuando era una voz disonante, y ahora, en medio de minucias como la negociación por la deuda y la pandemia de coronavirus, encontraron tiempo para dedicarse a un tema tan trascendental. Lo cierto es que el adalid de la libertad de expresión se fue a Radio Rivadavia, donde recalaron algunos cofrades de los viejos tiempos de la 10. Rivadavia, se sabe, es una radio de prosapia en el dial. El haber juntado a conductores de la antigua Radio 10 quizás haga reverdecer laureles de viejos tiempos, los de fines de los 70.
En una jugada de marketing por demás curiosa, cuatro conductores de Rivadavia, nuestro héroe entre ellos, acapararon la mesa de Mirtha Legrand que ligó en comodato su nieta. Curiosa porque el programa se emite en el canal del Grupo Clarín y, que se sepa, Rivadavia, no integra el universo de medios del conglomerado. El discurso no desentonó, por cierto, con el de los comunicadores del propio grupo. Una mano lava la otra. Y en el caso del Baby, se ha dicho, suele hablar con honestidad brutal, sin filtros. Así, dio la nota definiendo a CFK como “el cáncer de la Argentina”. Con diferencia de minutos se refirió a la lucha de su hijo contra el cáncer. Analizar por qué una persona que en su círculo familiar enfrenta esa enfermedad usa la palabra “cáncer” para definir a una dirigente política (y con las reminiscencias que tiene el cáncer en el caso de Eva Perón) es algo que excede la capacidad de análisis de estas líneas.
Miami y la mosca
De momento, y habiendo encontrado refugio en Rivadavia, se mantiene en suspenso una vieja promesa de Etechecopar: irse del país si volvía el kirchnerismo al gobierno. De hecho, antes de las elecciones de 2019 anticipó cuál sería su destino de, este, bueno, exiliado. Uno de los grandes faros culturales de los tiempos modernos: Miami. Justamente, en febrero de este año, el hombre dio su análisis claro y sereno ante argentinos residentes en la antigua capital del deme dos:
“No es un Gobierno, son ladrones comunes y silvestres que se han apoderado del país. Un día juegan para Fidel Castro, otro para el Che Guevara, otro día para Maduro, otro le chupan las medias al Fondo Monetario, o sea, el país va sin rumbo, no tiene ni timón, ni timonel y así vamos a estrellarnos”. En otro pasaje afirmó: “Yo tengo el sueño de no tener que venir a vivir a Miami, poder vivir en Argentina, pero no nos dejan, a mí me gustaría que me inviten a vivir en Argentina pero como se vive acá”. Etchecopar es, a la hora de contar plata delante de su sufrida audiencia, con cosas como su promesa de irse al estado de Florida, un caso de meta aspiracional de quienes lo oyen. Es la voz del pueblo, un Pepe Grillo (no importa si el amigo de Pinocho o si el cómico italiano devenido político), de la derecha primitiva y ramplona, populista y demagógica. Que a su vez aspira, él mismo, a codearse con esa clase que lo mira de arriba y que lo lleva a hablar a Miami como el analista político que es, al nivel de otros pensadores como Alfredo Casero. Y el que el año pasado fungió en tándem junto a José Luis Espert en la presentación del libro del economista que propone el recetario de los 90 para volver a crecer. El diálogo tuvo lugar en la mismísima Feria del Libro, en la Sala Victoria Ocampo. Bioy Casares no la quería a su cuñada, pero nunca hubiera llegado a tanta maldad.
Al escribir esta nota, estuvo rondando una de las grandes novelas de la literatura universal: Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, una obra maestra del siglo XVIII. No está de más recordar que era uno de los libros favoritos de José de San Martín, y que una cita de la novela aparece en las Máximas para su hija Merceditas. Es aquella que dice: “Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican. Sterne ha dicho a una mosca abriéndole la ventana para que saliese: ‘Anda, pobre animal, el mundo es demasiado grande para nosotros dos’”.