De pronto, en la paz en la que transcurría un acto con la presencia de Macri apareció un inesperado insulto. La comitiva presidencial quiso interrumpir el video en el que aparece la escena y en los diarios el episodio fue ninguneado. Como para que la macrisis suceda sin interrupciones molestas.
El gobierno argentino cuenta con una ministra de Seguridad que tiene chapa –y carece de todo tipo de límite– para cumplir su faena, que consiste en reprimir, al costo que sea, la protesta social. Ésta es una realidad que a casi nadie se le escapa. Ni siquiera al electorado oficialista, que celebra la mano dura (no siempre en secreto). Al mismo tiempo, vivimos una etapa histórica en la que no existe argentino que salga a la calle a vitorear al Presidente, más bien lo contrario. Por eso, todos los actos públicos son controlados por su equipo de campaña, que se ocupa de producir los encuentros de los funcionarios de Cambiemos con la “gente común”.
Chequear las simpatías políticas de los obreros en el curso de una visita oficial es, sin duda, una misión necesaria, no vaya a ser cosa que se filtren brotes incómodos de la realidad. Cualquier imprudencia supone dejar el destino en manos del azar. Así fue cómo el martes 26 de febrero pasado, ocurrió lo imprevisible:
El obrero que increpó a Mauricio Macri y le reclamó “hagan algo, la concha de mi hermana” refleja el agotamiento de la paciencia de los sectores más castigados por una política que honra deudas externas e ignora las internas. También, por contraste, realza el sabotaje de la Central General de los Trabajadores a cualquier medida de fuerza. El gesto de este obrero de la construcción, en un minuto, tuvo más fuerza que cualquier declaración “indignada” de la CGT en el último año, donde ya nadie habla de crisis si no de macrisis y la única salida posible, para un número creciente de argentinos, es Ezeiza.
La reacción espontánea del trabajador fue interpretada de diversas maneras. Veamos dos argumentos extremos. Un sector del kirchnerismo conspiranoico llegó a afirmar que había sido una escena de “falsa bandera” creada para distraer la atención. Los medios oficialistas, en cambio, subrayaron los “aplausos” y el “abrazo” del Presidente (gesto que otros pueden interpretar como un modo elegante de cerrar la boca al obrero insumiso). La escena que vemos, sin embargo, contradice ambas versiones.
Nicolás Churchú me sugirió poner atención al cuadro 32’, donde un funcionario, con absoluto desparpajo (y tal vez la aprobación del jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta), envió a Marina Klemensiewicz, la blonda secretaria nacional de Infraestructura Urbana, a tapar la escena.
Editores de medios como Clarín (https://www.clarin.com/politica/favor-hagan-pedido-obrero-mauricio-macri_0_3UKfsgJwO.htmltampoco publicaron el video e intentaron disfrazar el incidente, capaz de dañar la imagen presidencial, en un evento positivo.
Volcamos nuestro análisis en el siguiente gráfico:
Algunos dirán: todos los gobiernos tienen cola de paja y vigilan esos momentos. En el caso actual todo es distinto: el oficialismo controla el 95 % de los grandes medios, evita difundir noticias que dañan la imagen del gobierno o el prestigio del Presidente y estigmatiza a la oposición. A muchos les asombró, por ejemplo, que nadie acusara al obrero de ser un militante de la Cámpora.
Hay, como mínimo, dos realidades: la que tratan de imponer los medios adictos, que la acomodan en arreglo a sus intereses, y las que se filtran a través de las redes sociales y medios alternativos opositores, que no siempre son inocentes. Pero hay una encerrona: los “documentos populares”, como el video de referencia, son un destilado de la realidad percibida: llegan a un público acotado: no salen de la “burbuja”.
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