Maestro de generaciones de periodistas, profesional de incomparable solvencia y hombre de firme compromiso político, Isidoro Gilbert murió hoy a los 87 años. En este texto, Rubén Furman lo pinta de cuerpo entero, rescata su ejemplo y su generosidad, y lo despide con profundo afecto.
Toda la trayectoria del periodista y escritor Isidoro Gilbert, que hoy falleció a los 87años, es una prueba palpable de que no existe ninguna contradicción insalvable entre el periodismo militante y uno rigurosamente profesional.
Durante casi tres décadas Gilbert había sido corresponsal en Argentina de la entonces agencia soviética de prensa TASS, a la que ingresó en 1962, plena guerra fría, en reemplazo de Juan Gelman. Se fue en 1989, cuando se avecinaba el colapso del comunismo europeo. También encabezó dos proyectos editoriales de izquierda, los diarios La Calle, clausurado en 1974 por Isabel Perón, y Sur, en 1991, como jefe de redacción.
Unido a la juventud comunista, la Fede, a los 17 años en el industrial Huergo, soñaba con ser químico. “Y dónde podía estar un pibe judío de La Paternal tras los años del nazismo y la guerra mundial?”, me dijo como quien cuenta una fatalidad. La política lo llevó para otro lado. En 1953 se hizo conocido cuando encabezó la campaña por la aparición con vida de su camarada Mario Ernesto Bravo, secuestrado por la policía federal. En 1958, en los días de “laica o libre” comenzó a redactar para el diario partidario La Hora. Compartió redacciones con Andrés Rivera, Sergio Peralta, Juan Carlos Portantiero, Manuel Mora y Araujo, John William Cooke e Ismael Viñas.
Tomó distancia del PC a mediados de los ‘90 pero nunca abandonó los sueños igualitarios ni renegó de su pasado. Reflexionó críticamente sobre los errores y aciertos de la gran utopía del siglo XX. Consideraba que eran hechos históricos que debían ser contados sin la norma de “morir con el secreto”. En 1997 publicó “El oro de Moscú”, que generó revuelo al revelar el autofinanciamiento del PC local a través de grandes empresas manejadas por afiliados secretos, como el ex ministro de economía del tercer gobierno de Perón, José Ber Gelbard y el banquero Samuel Sivak.
Pero su libro más querido fue “La Fede” (2007), una “escuela de política y hasta de moral”, escribió, por las que pasaron en distintas épocas figuras tan disímiles como Rogelio Frigerio y los jefes de las FAR, Olmedo y Quieto; la primera formación del grupo de cumbia Los Wawanco y funcionarios de varios gobiernos. Reivindicó la memoria de figuras olvidadas o vilipendiadas. Se lo dedico entre otros a Ernesto Giudici, que había renunciado al PC en 1973, tras medio siglo de afiliación.
Comenzamos a charlar mucho por el 2003. Nos conocíamos desde mucho antes pero nunca llegué a trabajar con él. Recién ahí le pude agradecer su ayuda para reinsertarme laboralmente durante la dictadura. En aquellos años negros iniciaba cada jornada laboral telefoneándose con el corresponsal de la agencia norteamericana AP, Oscar Serrat, para chequear que “todo estuviera bien”.
Cultivaba la amistad admitiendo las diferencias pero no la deshonestidad. Con Pajarito García Lupo se habían conocido a comienzos de 1955 en el penal de Villa Devoto. Éste había militado en la Alianza Libertadora Nacionalista, el grupo facho y anticomunista de los años ‘40 pero luego marchó a Cuba para fundar Prensa Latina con sus antiguos camaradas Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Masetti, devenido en el primer guerrillero guevarista. De nuestras charlas nació “Puños y Pistolas”, mi libro sobre esa agrupación que Isi coeditó pacientemente. Medio siglo más tarde ambos amigos me facilitaron información y contactos con viejos lideres aliancistas.
En los 2000 trabajó para La Capital de Rosario y La República de Montevideo e integró las asociaciones de Corresponsales Extranjeros y Periodistas por la Libertad de Prensa. Lector meticuloso, fue editor externo de Sudamericana donde se hizo cargo de “Iosi, el espía arrepentido”, de Miriam Lewin y Horacio Lutzky; “El enigma Perrota”, de María Seoane; “Tiempos Rojos”, de Hernán Camarero, y la versión final de “Malvinas” de Kirschbaum, Cardozo y Van der Koy, entre otros libros.
En los últimos años colaboraba con el semanario cultural “Ñ”, del diario Clarín, comentando libros y protagonizando polémicas ardientes como la que mantuvo con Osvaldo Bayer en torno a la identidad política del “Gallego” Soto, el entrañable luchador de la Patagonia Rebelde, al que aquel siempre identificó con el anarquismo mientras que Gilbert le adjudicaba pertenencia comunista.
Su cuerpo se había deteriorado Ya no podía citar en cafeterías de hoteles cinco estrellas para “cambiar figuritas”. Pero la cabeza le funcionó a pleno casi hasta último momento. Sus restos serán cremados y sus cenizas esparcidas en el Río de la Plata desde el Parque de la Memoria, según su expreso deseo. Todos los que lo tratamos extrañaremos su mirada siempre amplia y profunda sobre la actualidad, las anécdotas y datos del tiempo que vivió, y su probada generosidad.
¡Hasta siempre, querido Isidoro!