A poco menos de un mes de la elección definitiva –y de la amenaza inverosímil de una CONADEP de los periodistas-, en programas radiales, televisivos y en las redes volvió a hablarse de lo que fue un emblema de la comunicación kirchnerista. Por algo será. La discusión sigue dando para charlar y mucho. (Segunda parte)

El mayor mérito 6,7,8 (ver primera parte de este artículo), reconocido hasta por el anti kirchnerismo, fue legitimar, instalar y expandir una discusión antigua: el rol del periodismo y los medios. Mérito encuadrado en el concepto más abarcador y más relevante que se señaló en el capítulo anterior: la emergencia de espacios de mediación colaboró a evitar la centrifugación de un kirchnerismo que en 2008-2009 la pasaba mal. Esos espacios de mediación contuvieron a una ancha legión de huérfanos de la política y de la comunicación entonces hegemónica desde un piso posible de identificación: la crítica a la manipulación mediática y a la oposición conservadora (crítica que terminó igualando a toda oposición posible), el temor de que una eventual salida del escenario político fuera por derecha.

Una pregunta posible (ardua de responder) es hasta dónde ese triunfo de 6,7,8 no tuvo algo, una parte, de victoria a lo Pirro. Hasta dónde 6,7,8 no se convirtió en una máquina de expulsar empatías posibles cuando ya no alcanza con confrontar con “la Corpo” y la política adversaria. Pregunta entonces sobre 6,7,8 como metáfora de las cerrazones kirchneristas y de las lógicas binarias de las que en teoría debería huir prestamente cualquier comunicación que se pretenda abarcadora.

Acerquemos la lupa a algunas de las evidencias para discutir estas cosas, muchas de ellas muy charladas en el periodismo, en el activo kirchnerista y en otros espacios políticos y culturales. Un panel que, pese a sus matices diversos, algunos mucho más dialogantes, otros más zarpados, piensa muy parecido. Con lo que la posibilidad de emergencia de ideas distintas o complementarias se hace escasa, tirando a poco divertida. Dependencia de la línea bajada en el informe vía archivo, de sus recortes de edición y del off del locutor, en un juego que muy pronto se hizo previsible, mecánico, reiterado, cansador, finalmente irritante (“Basta, basta, basta”). En la línea de las “gravedades ideológicas” señaladas en el capítulo anterior, una tendencia al abuso de la retórica antes que a la producción de información nueva y precisa, aunque desmontando, a menudo con gran eficiencia, ya sea la retórica como la información adversaria. Por la estructura del programa la tendencia circular se reduce a la pregunta “qué opinás sobre el informe”, una rutina monótona de cesión de la palabra que produce una suma de opiniones largamente estiradas, previsibles y convergentes. Acaso porque no todos los panelistas del programa son periodistas, o porque los que sí lo son optan por una cierta pasividad (con la excepción de Nora Veiras), cuando tienen en el piso a un buen invitado no preguntan, o preguntan fácil, o ceden la palabra. Opine. Opina el invitado y los demás no vuelven sobre el invitado, nuevamente opinan, como si entrevieran algún umbral enigmático que indicara que ya todo está sabido, que no se necesitan nuevos elementos para seguir opinando. Sucede incluso con buenos invitados a los que se podría exprimir mejor, especialmente con funcionarios de gobierno cuyas eventuales respuestas, si fueran mejor preguntados, permitirían tener mejores elementos de juicio para discutir. Y para opinar.

Hubo un tiempo inicial en el que no todos los invitados fueron kirchneristas y que pasó a mejor vida. Es cierto que los no kirchneristas optaron por no visitar un espacio que les resultaba incómodo y hasta hostil, con la conocida excepción del episodio Sarlo/“Conmigo no, Barone”. Hubo otro tiempo, a partir de 2013, en que 6,7,8 dedicó espacios específicos a algunos debates interesantes entre kirchneristas y no kirchneristas. Fue un esfuerzo encomiable para salir de la repetición y para abrir el programa. Lo de los invitados es todo un tema. En no pocas ocasiones cuando los invitados se apartan unos pocos grados de lo que se espera de ellos, los panelistas del ala dura los tratan de un modo más bien indelicado, casi como si debieran hacerse una revisión médica. Otras veces se obliga a los que no tienen por qué estar híper politizados (básicamente a los invitados-artistas) a discutir alguna cosa que necesita lecturas previas y alguna especialización. A los que no tienen por qué estar al tanto de las alienadas novedades del mundo periodístico, se los fuerza a definirse sobre la última interna entre Luis Majul y Víctor Hugo Morales, con lo cual se los incomoda. Invitados de buena cabeza y buen discurso, a veces, por incomodarse, se sobreadaptan a la línea del programa (sucedió incluso con integrantes de Carta Abierta), del mismo modo en que todo pobre cristiano se siente obligado a adaptarse a la lógica mediática de cualquier espacio cuando se asoma por esos lugares. No pocas veces los invitados son tan interesantes que 6,7,8 levanta un montón y se convierte en uno de los mejores espacios de reflexión de nuestro sistema de medios.

Pero esto último sucede menos que la repetición sistemática de archivos recortados o la puesta en escena permanente de un puñado de diez o quince o veinte caritas enemigas a las que se machaca y machaca. Es cuando 6,7,8 reproduce las peores reducciones de la comunicación kirchnerista. La lógica un tanto cruel del mecanismo termina confundiendo en un mismo lodo de maldad, responsabilidad histórica y pecado a Videla, Mariano Grondona, Elisa Carrió, Jorge Lanata, Héctor Magnetto, Ernesto Tenenbaum, Eduardo Feinmann, Hermes Binner, Juan José Campanella, Ricardo Darín. A algunos se los quiere y se los desquiere en lapsos de días o semanas, según haya sido el tono del último comentario público o del tuit. Políticos que en 6,7,8 dieron batalla a favor de la ley de Medios desaparecieron cuando dejaron de resultar útiles. 6,7,8 promedio: mucha indignación de tía contra las serias macanas y debilidades de los adversarios, escasa introspección acerca de las carencias del kirchnerismo y de todas las cosas que faltan hacer.

Metáfora de lo bueno, lo flojo y lo malo de la comunicación kirchnerista. Un cierto riesgo de fierrerismo audiovisual, emplazador de trincheras, que no se justifica solo por la existencia de los fierros mediáticos adversarios, como si en una regresión caricaturesca se montonerizara la discusión política y comunicacional. Una batalla contra la concentración mediática que es justa, legítima e imperiosa pero que cansa porque Clarín y “la opo deshilachada” no son lo único que le sucede al país y al mundo.

En el ejercicio saludable que cada tanto hacen los panelistas de 6,7,8 para discutir el propio programa (desnudamiento parcial, pero que casi nadie practica en nuestros medios), a menudo el ala dura (Barragán, Barone) explica la bronca del discurso propio diciendo que los agredidos e insultados son ellos. Tienen por supuesto una cuota de razón porque les dan con un (volviendo al tema) fierro. Claro que las agresiones no parten de un solo lugar ni la réplica a la agresión debería ser la agresión (pero esto suena muy cristiano) y no siempre la réplica broncuda es la elección política más sabia incluso para lo que se proponen los panelistas: defender al kirchnerismo. Otras veces los más dialogantes del panel (Edgardo Mocca, Nora Veiras, según el caso Sandra Russo y también el ex conductor Luciano Galende) abren el cuadro de las interpelaciones a una mejor complejización y generosidad. Luciano Galende, el más contenido, también pataleó más de una vez “contra la producción”. Dijo por ejemplo que no le gustó el día en que los movileros de 6,7,8, que habían sido más que maltratados en los cacerolazos, empuñaron un micrófono que decía CNN y no 6,7,8, con lo cual obtuvieron mejores testimonios, más francos y terribles, de los manifestantes. Recuerdo que discutimos en la redacción de Miradas al Sur si era legítimo o no, ético o no, ese canje de micrófonos para “acercarse mejor a la verdad social”. No nos pusimos de acuerdo, lo que habla de una discusión interesante. Luciano Galende dejó el programa, lo reemplazó Jorge Dorio, tipo a la vez muy talentoso y acelerado.

A propósito de las agresiones de las que dicen defenderse los panelistas de 6,7,8 que, cabe reiterarlo, son reales y no deben ser fácilmente soportables en la esfera íntima de cada cual, y siendo un poquito generosos, se puede sacar a relucir algo que escribió Pierre Bourdieu para reivindicar la figura de Karl Kraus, célebre entre otras cosas por sus escritos en Contra los periodistas y otros contras. Decía Bourdieu: “¿Qué hizo Kraus tan terrible para suscitar semejante furor (todos los periódicos se dieron los medios para silenciar su nombre, cosa que no lo puso a salvo, lo dije, de la difamación)? Me parece que una frase que da su principio, puede resumir lo esencial de su programa: ‘Y aun si no hice otra cosa, cada día, que recopilar y transcribir textualmente lo que dicen y hacen, me llaman detractor’. Bourdieu escribía esto otro: “Kraus objetiva a los detentores del monopolio de la objetivación pública. Hace ver el poder –y el abuso de poder– volteando ese poder contra quien lo ejerce, y esto gracias a una simple estrategia de demostración. Nos hace ver el poder periodístico, volteando contra el poder periodístico, el poder que el periodismo ejerce cotidianamente contra nosotros”.

¿No es lo que hace 6,7,8 desde su propio poder y con sus calamitosos excesos? ¿No es cierto lo que dicen los panelistas del programa, aun recortando y simplificando, que el kirchnerismo y el periodismo kirchnerista birlaron banderas a una buena proporción de periodistas (y otros) cuyo progresismo fue fácil y popular en los 90 y luego quedó puesto en discusión?

No me gustó el célebre día en que se escrachó públicamente a algunos periodistas exhibiendo sus fotografías al estilo Wanted. Estoy en contradicción conmigo mismo al respecto porque no sé hasta dónde no me gustó por ejercicio autoritario o por ejercicio innecesario, imbécil e impolítico, es decir torpe. A la vez: si no pocos periodistas desde sus puestos de combate, todos los días de su vida, hacen exactamente eso mismo –no solo informar sino también escrachar públicamente, culpar, linchar, poner en sospecha, gastar al otro con ironías demagogas–, ¿cómo es la cosa? ¿No deberían bancarse los periodistas, figuras públicas, que les respondan quienes no tienen cámara ni micrófono? ¿No deberían hacer lo que claman que el kirchnerismo no practica, tolerar la crítica?

No lo tengo muy claro –sugerí que me resisto a vender certezas de las que no disfruto– ni tampoco está claro si a Bourdieu le gustaría 6,7,8 como sí le gustaba Kraus. Francés culto, enorme crítico de los medios, seguramente etnocéntrico. No creo que le gustara 6,7,8, entre otras razones por ser televisión.

Desde cierta perplejidad, llego a una conclusión paradojal: estamos ante un programa progre que es políticamente eficaz desde un formato televisivo largamente “probado”, es decir quizá tan conservador como el de su estética, no demasiado audaz.

Más atrás habíamos citado unas palabras de Daniel Rosso, un cuadro técnico del área de comunicación del gobierno, acerca de las estrategias de exclusión de la voz oficial en la comunicación dominante. En un momento dado, escribió Rosso, la emergencia de 6,7,8 y otros medios implicó la “expresión de una voz restringida o censurada. En esta comunicación, el discurso gubernamental es fuerte y directo, cerrado sobre sí, preparado para actuar como un proyectil sobre los otros discursos. El primer objetivo de ‘la comunicación para la guerra’ es ordenar el sentido común propio. Ofrecer un lugar de pertenencia a los que adhieren a las políticas gubernamentales. El segundo objetivo es motivar las migraciones desde el exterior al interior del sentido común gubernamental. Producir un movimiento, un desplazamiento”.

Nos preguntábamos antes si el triunfo de 6,7,8 no tuvo algo de pírrico. Un modo de preguntarse sobre aquello que acaso dan a entender las palabras de Rosso, la dificultad de la comunicación kirchnerista para pasar a una segunda etapa más inclusiva. La bajada misma de la crónica de Ámbito Financiero mencionada más arriba decía: “Un programa que quedó rehén de su propio formato, pese a que el escenario cambió hace tiempo. Un escenario que, según tirios y troyanos, el propio 6,7,8 ayudó a modificar. Aunque legisladores kirchneristas ven un ‘ciclo cumplido’, sus productores van por más y anuncian un 2013 ‘fuerte’, con más de lo mismo”.

(El libro) 6-7-8. La creación de otra realidad cierra, tras el largo diálogo entre María Julia Oliván y Pablo Alabarces, con sendas entrevistas a Pablo Sirvén, periodista especializado en medios, y Diego Gvirtz, el productor de 6,7,8. Decía Gvirtz: “En cuanto a la crítica de que 6-7-8 no debería estar en la Televisión Pública, creo que en algún punto es real y en algún punto es parte del mismo juego que involucra al rating. El problema de los canales privados no es que son críticos, es que son hegemónicos (…) Nosotros pusimos toda la productora detrás de un programa que es el que más nos interesa. Y lo pusimos en la Televisión Pública que es el único lugar donde podíamos ponerlo. Es un contradiscurso. Y me parece que, justamente, cuando hay hegemonía de medios, el rol del Estado es tener un contradiscurso. ¿Quién lo va a hacer si no? ¿Quién se anima a pelearse con Clarín?”.

En otro tramo de la entrevista Gvirtz respondió: “Resulta sencillo darse cuenta de que en 2009, si uno pretendía hacer un programa con una visión distinta, en América no se podía; en el 9 tampoco porque es un canal de enlatados centroamericanos que no abre el juego; en Telefé no se podía porque es un canal de entretenimiento puro que no toma posición por nada; y en el 13 tampoco se podía por motivos más que obvios. Los medios estaban cerrados (…) Ahora, hoy, ¿dónde se puede hacer un programa como 6-7-8? Las críticas a veces me causan gracia. ¿No queremos una democracia con pluralidad de voces? ¿En qué otro lugar está la voz de 6-7-8? Si no está en canal 7, no tiene otro lugar donde estar y es una voz de mucha gente”.

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