No es solo Brasil, la deforestación y Bolsonaro, el “capitán Motosierra”. Nuestro país genera y sufre su propio horizonte de desastre allí donde se tala para alimentar chanchos chinos y ganancias financieras. ¿Y en la ciudad de Buenos Aires? “La transformación no para”, para citar uno de los slogans más cretinos de nuestra historia.

Imagen de apertura: Sábalos asfixiados en aguas recalentadas del Paraná, en su tercer año de bajante extrema, 2022.

Qué está haciendo el cambio climático con nosotros, los argentos? Hasta 2000 nos impactaba de varios modos pero ahora, parece, lo hace de otros inesperados. ¿Para bien o para mal? Eso según cada ecorregión, y tenemos 18, y bien diferentes entre sí. Amén de lo cual… el propio cambio está cambiando.  Y no para bien.

Pongo la lupa sobre el ecosistema con más población, exportaciones e industria: la Pampa Húmeda. Habida cuenta de la inmensidad de país que tenemos (2.780.000 km2) es relativamente chica: apenas 600.000 km2. Mide más o menos lo mismo que Ucrania, país considerado grande por los europeos, con sus repúblicas monoambiente.

En 2000 decíamos: “Achalay, llueve más en la Pampa Húmeda, che”. Es que el aire cada vez más caliente –fenómeno global y al parecer imparable- almacena, mueve y eventualmente descarga más agua. No hace falta ser Einstein para entenderlo.

Fogoneada por esa física simplota, entre 1970 y 2000 la Pampa Húmeda había crecido 100.000 km2 a expensas de la Pampa Seca. Dicho por la nec plus ultra de la investigación geográfica argentina, la hoy difunta Dra. Elena Chiozza. De haberse seguido esta tendencia, ¿hoy no deberían ser 800.000 km2 de Pampa Húmeda? No, no y no. “Sucedieron cosas”, como dijo alguno. Ya llegaré a eso.

Pasar de Pampa Húmeda a MUY Húmeda tiene su lado luminoso: el campo gana más guita. No necesariamente el país, pero eso es otra historia. Lo luminoso tiene lados oscuros: las inundaciones de campos y de ríos, para empezar.

Éstas ocurrirían sí o sí porque los promedios mundiales de temperatura y lluvias subieron en las zonas más o menos verdes. Pero en la Pampa Húmeda las cifras rompen el techo cuando misteriosamente fracasan los vientos alisios y el agua superficial normalmente fría del Pacífico frente a Chile y Perú se calienta. Entonces, por una enrevesada cadena de causas y consecuencias, en Argentina llueve de más donde ya llovía bastante, y de menos donde no lo suficiente. Eso es el “Niño”, versión argentina.

En los ’60, los geógrafos argentinos describían la Pampa Húmeda como de clima templado, con inviernos de tres meses contantes, sonantes y bien marcados. Eso ya fue. En 2000 el AMBA tenía cifras de clima como las de Corrientes capital en 1900. Era como si Baires se hubiera corrido 900 km. hacia el Norte. Bienvenidos a la subtropicalidad, porteños. Próximo artículo, en guaraní.

Las consecuencias malas son las muertes de chicos y viejos en las ciudades de esta ecorregión por “olas de calor”. Esa expresión define dos o más días al hilo con calorones al menos 5º C superiores a lo esperable para ese lugar y esa fecha. Hace 30 años era un tecnicismo de meteorólogos. Hoy es habla común.

Ana Diez Roux, epidemióloga de la Universidad Drexel, Pennsylvania, publicó un estudio sobre 326 ciudades sudamericanas con más de 100.000 habitantes. Se llama “Urban Health in Latin America”, salió en Nature Medicine en 2022, y dice que entre 2002 y 2015 la cifra de víctimas de olas de calor en la región sumó unas 900.000 personas.

Un colofón de este estudio es que para los mayores de 65 con las jodeduras habituales de la edad (hipertensión, diabetes, arritmias), la probabilidad de morir de shock hipotensivo en una ola de calor aumenta en un 5,7 % por cada 1 °C de suba de la temperatura. Gracias por las buenas noticias, me mudo a Marambio. O mejor me saco 20 años.

19 de diciembre de 2022. La ola de calor en Baires araña los 44 grados en el trocén porteño. Foto de Victoria Egurza, TELAM.

Rosana Abrutzky, socióloga del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, en 2019 publicó en Science que la mayor ola de calor de diciembre de 2013 obtuvo un pico de 43% en la mortalidad por causas generales en CABA. No se publica cuántos porteños se mueren específicamente de calor año por año: la Secretaría de Salud de la ciudad no menea el dato por no mentar la soga en casa del ahorcado.

La Reina del Plata no cuenta muertos ni tampoco se repasan las muertes por motosierra de plátanos, jacarandás, tipas, fresnos americanos y otros árboles viejos y coposos. Y es que en su vida a esos árboles centenares nadie les enseñó a hacerse a un lado para dejar pasar los camiones y las retroexcavadoras.

Máquinas traidoras que se apropian de las veredas toda vez que, ups, el gobierno de la CABA y su legislatura cambian (otra vez sopa) los códigos de zonificación, tan callando. Y entonces barrios enteros de casas bajas y con jardines, como Barracas, Palermo, Villa Urquiza, Devoto, Chacarita o Boedo van siendo volteados para construir consorcios en altura.

El único modo de refrigerar un tejido urbano cerrado y cada vez más extenso, como el del AMBA es el opuesto: abrir áreas verdes, públicas y forestadas. Cuanto mayores, mejor. Y obviamente, respetar las existentes y remediar y reforzar el viejo arbolado de avenidas y calles.

Pero al gobernador de la CABA, Horacio Rodríguez Larreta, personaje sumamente constructivo -según tiene amigos inmobiliarios-, la idea de abrir parques o conservarlos le daría convulsiones. Como testimonio de su adhesión a lo vegetal y “cool”, le alcanza con obstaculizar las calles con inmensos macetones. Es difícil hablar mejor de los intendentes del AMBA: lotear áreas públicas verdes les gusta a casi todos, sin importar denominación de origen, y desde los ’90 lo hacen con chorra naturalidad.

Preferir jacarandás a shoppings no es cuestión de estética, ni siquiera de salud mental. Ante el cambio climático los árboles no sólo te alegran la vida: te la salvan. Son acondicionadores de aire naturales. La evapotranspiración emitida por las hojas, vapor invisible pero real y ascendente, baja la temperatura del aire en la copa, y ese aire enfriando desciende por pura densidad. Toda transición del agua de fase líquida a fase gaseosa como el que se produce en la cara superior de las hojas de plantas genera el mismo fenómeno: sustrae energía térmica ambiente. Nuevamente, es física de 3er año: no hay que ser Einstein.

Por eso la temperatura de aire bajo una ringla de plátanos que se conservó mide 5º C abajo que la de la vereda de enfrente, donde había otra. Pero las constructoras la reventaron para construir sin obstáculos. El enfriamiento donde los plátanos se obstinan en pie no se debe sólo a la sombra. Es la transición de fase del agua: con sus hojas anchas y follaje denso, un plátano viejo de 20 metros es un evapotranspirador brutal, capaz de mandar a las nubes 400 litros de agua en un día de 35º C. Funciona exactamente como la torre de evaporación de una central eléctrica: enfría algo. El aire, en este caso.

Y esto es válido tanto para lo que queda de los bosques de Palermo, las 70 hectáreas de la Ciudad Deportiva de la Boca, las 130 del Tiro Federal de Núñez y las 70 que fueron de la Reserva Ecológica Costanera Sur y que se llevó IRSA.

Vale la misma física para los frondosos y verdes playones de Ferrocarriles Argentinos cedidos por Nación a la ciudad, y regalados por la ciudad a las constructoras: suman 71 hectáreas en Caballito, Liniers, Palermo, Villa Urquiza y Barracas. Todas ranfañadas a los vecinos entre 2015 y 2019 por pases de manos del Horacio, y hoy ya en obra.

“La transformación no para”, como dice uno de los slogans más cretinos de nuestra historia, después de aquel “Los argentinos somos derechos y humanos”. ¿Se entiende por qué los porteños reventamos de calor y nadie cuenta los cadáveres? Es la suma del cambio global y de Juntos por el Cambio. No sin ayuda de la oposición, que les vota todo.

Pero si bien JxC puede empeorar las temperaturas del AMBA, el régimen de lluvias parece depender de miles de grandes y pequeños Larretas rurales de Brasil y de ocho países limítrofes de ése. Todos ellos están haciendo puré la torre de enfriamiento del Subcontinente, las 6.700 millones de hectáreas remanentes de la selva amazónica, con sus 600.000 millones de árboles grandes, también remanentes.

El río Amazonas transporta horizontalmente el 20% del agua dulce de todo el planeta hasta el Atlántico, pero los árboles le inyectan verticalmente a la atmósfera 200.000 millones de toneladas de agua por día, un 25% más, y como es inevitable, una parte precipita y llueve todos los días. Anastassia Makarieva and Victor Gorshkov, del Instituto de Física Nuclear de San Petersburgo, en 2007 demostraron la llamada “teoría de la bomba biótica”.

Indios Xavante en lo que les va quedando de tierras con las grandes “queimadas” de Bolsonaro.

Midiendo deuterio en el agua de lluvia, un radioisótopo del hidrógeno formado en la estratósfera por captura de neutrones de origen cósmico, estos rusos demostraron que la selva amazónica no existe porque llueve. Por el contrario, más bien llueve porque ésta existe: se riega con lluvias que ella misma genera, en ciclo cerrado. Léanlo lo anterior de nuevo porque ahora parece que Makarieva y Gorshkov metieron el carro antes del caballo, sólo que esta historia del huevo y la gallina está probada y comprobada. La Amazonía es el equivalente de volar tirándose de los pelos.

Peter Burnyard es editor de la revista The Ecologist (se traduce como “El Ecólogo”, no “El Ecologista”, no mezclen especies incompatibles). En 2011 encabezó una investigación al Amazonas colombiano con Makarieva y Gorshkov. De ese viaje salió un artículo que explica bien cómo se distribuye el agua atmosférica entre el continente sudamericano y el Atlántico, Without the Rainforest, the Amazon Will Turn to Desert. Ahí hay otra revolución conceptual.

Pero la referencia internacional sobre la teoría de las grandes masas forestales como bomba biótica del ciclo del agua hoy es el climatólogo Antonio Nobre, del Instituto Nacional de Pesquisas Espacias (INPE) de Brasil. A quien vale la pena ver dando una charlita TED aquí: como divulgador es un capo.

La física de Nobre es sólida: cuando la ingente masa de vapor evapotranspirada del centro de la Amazonía se condensa en nubarrones, emite calor y baja la presión atmosférica. Esto genera un vacío que aspira aire más frío y denso desde el lejano Atlántico, obviamente cargado de humedad. Y ésa en buena parte también precipita sobre la cuenca amazónica. Sobre llovido, mojado, como quien dice.

A esa corriente de aire muy húmedo aspirado de Este a Oeste desde las costas de África hacia la región más continental de Sudamérica la hemos llamado históricamente “vientos alisios”, trade winds para los gringos. También soplan sobre el Pacífico, “aspirados” por las nuboselvas del Sudeste Asiático y Oceanía.

Ahora tenemos al menos una de las causas por las cuales los alisios soplan contrariando el sentido de rotación de la Tierra, que gira hacia el Este. La tropósfera está atada gravitacionalmente a la masa terrestre. Las masas de aire deberían girar en su misma dirección.

Como se ve, los bosques inmensos no sólo generan su lluvia: también la traccionan. Inventan vientos marinos.

Sin este mecanismo para robarle vapor al Atlántico y el Caribe, la cuenca amazónica debería ser un desierto tórrido como el del Sahara. Que no por nada está del otro lado del mar y en la misma latitud, como advertencia sobre un posible futuro. Desierto coincidente con el de otros eriales extremos en zona intertropical, como el de Atacama, el de Taklamakán (en la parte de China que corresponde al Asia central), el de Gobi y el Outback australiano, todos tan imposibilitados de atraer vientos marinos.

En la Amazonía, la masa de agua aerotransportada hacia el Oeste circula a baja altura. Es mayormente invisible porque todavía no se condensó en nubes (para eso se necesitan más altura y por ende más frío). Es un jet stream como los que circulan hacia el Oeste a 12 o 13.000 metros de altura en las latitudes altas, y así de invisible. Sólo que estas corrientes, a diferencia de los jet streams, son troposféricas, no estratosféricas, van a contramano de la revolución terrestre, son tropicales y superlativamente húmedas. Casi nadie lo sabe todavía. La Tierra te da sorpresas, diría Rubén Blades.

Las dos flechas húmedas de origen noroeste, ahora más inciertas. Cuando la tierra tiembla.

Los ríos aéreos amazónicos mueven más o menos 200.000 millones de toneladas diarias de evapotranspiración pura hacia el Oeste, a contramano del río propiamente fluvial, y transportan un quinto más de agua que ese titán que mueve a su vez una quinta parte del agua dulce del planeta. Bienvenidos a una noción geográfica muy nueva, todavía desconcertante por invisible, pero real.

Descubiertos en California en los ’90, los ríos aéreos son corrientes de aire saturado de agua con un ancho de entre 300 y 600 km., recorrido caprichoso y cambiante, pero de origen y dirección permanentes, y una altura de vuelo muy baja: entre 1000 y 2000 metros. En California, que cuenta su cuarta década de sequía profunda, explican las terribles lluvias de enero pasado. Increíblemente, sale de evapotranspiración de las selvas remanentes en el archipiélago de las Hawaii, a 3850 km. de distancia. Como estas islas producen ananás a lo pavote, los ocasionales ríos aéreos con que Hawaii maltrata a California y Oregon ahora son llamados “The Pineapple Express” en la TV.

¿Por qué enfocar en los ríos aéreos del Amazonas? Porque son permanentes, aunque de flujo estacional variable, mayor entre septiembre y abril. Chocan con los Andes, y sin lograr escalarlos tuercen su curso hacia el Sud-Sudeste. Riegan con lluvias monzónicas, es decir de primavera y verano, los tres ecosistemas de pastizal y bosque decisivos para la vida y la economía de Sudamérica. Lo que explica por qué el 70% del PBI sudamericano se genera en las ecorregiones así regadas.

De Norte a Sur, estas tres formaciones son (¿eran?) el Cerrado brasileño, la Llanura Chaqueña de Paraguay, Bolivia y Argentina, y la Pampa Húmeda. Los tres ecosistemas tuvieron pastizal e islas de bosque de distinto tipo, estaciones al paso de evapotranspiración, descarga y recarga que explican la dirección Sur-Sureste de este torrente aéreo de agua amazónica.

En esta cadena de distribución aérea del agua amazónica el eslabón que más ligó motosierra y topadora es el Cerrado. En la preguerra medía aún 2,1 millones de km2, pero hoy queda en pie menos de una quinta parte. La construcción de Brasilia marcó un desembarco de población, ganado y agricultura mecanizada a esta zona, hasta entonces casi vacía. La tasa de deforestación actual del Cerrado duplica en velocidad a la de la Amazonía.

Esto era bosque chaqueño, próximamente cultivo de soja, negocio de la “burguesía chanta” argentina, como la llamó Jorge Sabato. El proletario de la topadora se toma un descansito.

La segunda estación de relevo hacia el Sur son las masas forestales de la llanura chaqueña, originalmente de 1,1 millones de km2. Las venimos haciendo puré desde principios del siglo XX, pero ahora estamos terminando de reventar todo monte remanente de quebracho colorado, blanco, urunday, nogal, cebil y tipa colorada.

Los argentinos tenemos la titularidad del 65% de ese ecosistema, cero idea de cómo funciona dentro del ciclo continental del agua, y desde los ’90, el aparente deber moral de expulsar a sus habitantes, pequeños chacareros criollos o tobas, pilagás y wichis con economías de subsistencia. En nombre del progreso estamos transformando el ecosistema que les da casa, comida y trabajo por sojares atendidos por escasos changarines, propiedad de fondos bursátiles internacionales y generadores no de comida sino de forrajes para alimentar chanchos en China. Y a los ex pobladores los venimos volviendo villeros en las megalópolis pampeanas. No sin algún estímulo judicial o policial de los gobernadores para hacer las valijas, como meterles palo y bala.

De la estación terminal de esta cadena, los bosques altos de caldenes, chañares y algarrobos de la Pampa Húmeda, hoy no queda ni el recuerdo. La misma denominación científica de nuestra llanura actual evade toda memoria de árboles: pastizal pampeano.

Del bosque chaqueño queda arbustal. 60 millones de hectáreas que nos convierten en el país más arbustizado del planeta. La tierra se cocinó y los chacareros criollos y originarios pasaron de una economía de la vaca y el quebracho a otra de chivo y carbón. Los jóvenes se van. El colapso del bosque viene creando villas miseria desde los años ’40.

¿Cuánta lluvia le aporta la selva amazónica a la Pampa Húmeda? El Dr. José Luis Aiello, climatólogo de la Bolsa de Cereales de Rosario y consultor de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), no es un “tree hugger” (N del E: referencia a los activistas que se abrazan a los árboles para impedir su tala) de Greenpeace sino un científico. Cree que al menos el 20% de la precipitación total, pero en un momento especial: el inicio del verano.

Con el sitio de origen de los ríos aéreos (la Amazonía) y sus estaciones de recarga en crisis por derribo de árboles, cuando tropieza este sistema de transporte aéreo de agua en toda la suma de llanuras chaqueña y pampeana (1,5 millones de km2) hay sequía. Y justo cuando se necesita lluvia para el llenado de granos de la cosecha fina (trigo, avena, cebada), y el implante de la cosecha gruesa (girasol, maíz y soja).

Al productor local esto le empioja la campaña anual de dos años. Pero si además la seca de verano viene a caballo de un año “de Niña”, es como degollar al muerto. Y si viene con una “Superniña” como la que está terminando ahora, y que duró tres insólitos años al hilo, se entiende por qué la dirección que traía el cambio climático entre 1970 y 2000 para la Pampa Húmeda es otra, y hoy no se sabe muy bien qué va a pasar.

Veranito de 2022 con una seca de tres años, las napas deprimidas, de lluvia ni hablar y el maíz más muerto que los faraones. ¿La nueva normalidad? Lo sabe Magoya.

Todas estas cagadas suceden en la Pampa Húmeda, la zona oficialmente más beneficiada por el cambio, porque a las demás 17 ecorregiones en 2000 ya las estaba jodiendo de solemnidad. Eso, si Edu Blaustein da el “sí”, quizás ameritaría otro artículo (N del E: dele nomás, Arias).

En la visión entre pragmática y estúpida de sucesivos gobiernos nacionales orientados hacia la exportación de forrajes, el recalentamiento –si acaso existe- no es tan malo para el país, che, ¿viste? Levanta retenciones. Si fuera por la AFIP y lo permitiera el clima, se sembraría soja hasta en la Base Marambio.

¿Por qué el cambio climático en la Pampa Húmeda hizo crecer el PBI del resto del ispa por arrastre? Fundamentalmente por el reemplazo local de la ganadería extensiva por la agricultura. Antes, ¿veinte años?, manejando a través del ecotono entre las Pampas Húmeda y Seca por las rutas nacionales 7, 5 o 3, veías mucho ganado vacuno disperso y pastando “a la que te criaste” en esos campos siempre campos medio grises y medio amarillos.

Pero en ese mismo ecotono ya en 2010 veías ordenadas hileras de soja y maíz, de un verde que lastima el ojo. Si acaso pintaban vacas, estaban arrinconadas por la soja en esos infernales chiqueros para vacunos, los feedlots. Ahí estaban a la vista los 100.000 km2 de nueva Pampa Húmeda ganada a la Pampa Seca mentados por la Dra. Chiozza. Pero 2010 fue un año de Niño feroz: si la soja se había comido a las vacas, en zonas del interior bonaerense con suelo arcilloso la inundación se comió a la soja.

Aun así, entonces uno decía: “Joder, esto no es flor de un día. Es una tendencia irreversible. Va a haber cada vez más agua. Demasiada, demasiadas veces”. Eso lo decían los climatólogos. En 2008, Vicente Barros, veterano experto de la UBA y el CONICET en esa disciplina, todavía veía –con los datos a la vista- que la Pampa Húmeda seguía anotada hacia una rampa sin fin de temperaturas, lluvias e inundaciones.

“Sólo hay que tener en cuenta que las oscilaciones Niño-Niña se están volviendo más frecuentes y destructivas, Arias. Secas entre inundaciones van a seguir existiendo. Lo que está a la baja son los años de oscilación neutra”. Eso me dijo Barros.

A 20 o 30 años vista, en 2008 sólo se podía pronosticar más de lo mismo. Más lluvia, más calor, más soja, menos vacas, más guita para pocos. También más concentración y extranjerización de capitales: al compás de inundaciones y secas, fiesta de quiebras del chiquitaje y la mediana empresa rural, y las tierras se las va quedando el gran agronegocio, cada vez más financiero y menos argentino.

Y Barros tuvo razón un tiempo más: en la nueva normalidad lo que falta son años normales. Pero hubo un quiebre: el último decenio tuvo más Niñas de las previsibles: en 2017 el campo perdió U$ 7000 millones por sequía. En 2022, se marchitó el 50% de la cosecha de trigo.  ¿Está faltando agua amazónica? Probablemente. Y no es sólo cuestión de señalar con el dedo a Brasil. Menos aún con lo que estamos perpetrando en el bosque chaqueño, que no puede sino agravar toda disrupción de los ríos aéreos.

Pero el planeta entero mira fijo a Brasil: ahora pintan estudios que insinúan que las cuatro décadas de sequía del Oeste de los EEUU son en parte una consecuencia inesperada y a distancia de la destrucción de la Amazonía. Tres que suscriben esta idea: los mencionados Nobre, Gorshkov y Makarieva.

Elecciones de 2022, Marina Silva y Lula, reunidos ya no por el amor sino por el espanto.

No logro imaginarme a través de qué mecanismos sucede esto. En la visión clásica, la circulación de aire –y por ende de vapor- entre los hemisferios Norte y Sur es mínima. Pero si los antes mentados tienen razón, eso explicaría por qué EEUU hoy, o al menos los demócratas de Joe Biden, prefieren el mal menor de un regreso de Lula al Palacio de Planalto, pero que por Dios no vuelva Bolsonaro, a quien tanto apoyaron los republicanos de Trump.

Jair Bolsonaro, autotitulado con orgullo “el capitán Motosierra”, fue el peor destructor de la Amazonía y asesino de indios desde tiempos del general Garrastazú-Médici, en los ’60. No es el primer líder en la historia que además de hideputa es un total bruto científico que se ametralla los pies.

Pero si pudo concluir su mandato con un 25% de esa masa forestal destruida quizás para siempre y un 48% de votos a favor, es porque no fue el único brasuca en liberar las muchas fuerzas financieras, económicas y demográficas que vienen despedazando la Amazonía. Tampoco llegó porque sí al poder.

Llegó, entre otras cosas, porque Lula no se jugó demasiado por salvar la Amazonía. Hay que ver qué hace o lo dejan hacer ahora. Como Ministra de Medio Ambiente, volvió a nombrar a Marina Silva, señora brava que en la primera presidencia de Lula logró bajar un 56% la deforestación apretándole el gañote al agronegocio, las mineras y las constructoras. Y la peleó a capa y espada hasta que Lula la falluteó y habilitó represas en el Xingú, en el Mato Grosso, como Belo Monte (la historia casi completa, aquí).

Por su correlación de superficie inundada y megavatios/hora anuales de generación, represas de este tipo no tienen sentido hidroeléctrico alguno: crearon decenas de miles de expulsados de sus tierras, pero hicieron ganar guita a espuertas a las constructoras, el verdadero objetivo.

Silva se fue del gabinete con un portazo, se llevó el 25% de la intención de voto al PT y, de vuelta en el llano, se volvió una evangélica de derecha tan fanática que fue capaz de apoyar el golpe blando que desensilló a Dilma Rouseff. Se volvió, sin querer, la madre del Capitán Motosierra. Ahora Silva y Lula vuelven al gobierno, y no los une el amor sino el espanto.

¿Confuso el panorama argentino futuro? Me encantaría decirle “Andá pa’allá”. Acepto lo que sea menos el colapso del ciclo del agua. El Dr. César Rebelli, exjefe de Climatología del INTA, agrava mis dudas; “Incluso descontando estas tres Niñas consecutivas, algo que nunca habíamos visto, veo menos lluvias que las que esperábamos en esta década. No hago pronósticos, Arias. Me faltan bases. Necesitamos más recursos humanos y técnicos en climatología para saber qué va a pasar”.

Aquí Rebelli hace una pausa, creo que resignada.

“La realidad misma parece bastante indecisa”, cierra.