Internet es un mar por el que navegan unos nuevos barcos incendiarios: mensajes que vomitan adjetivos, no respetan la ortografía ni la puntuación, abundan en descalificaciones y recorren las redes sin rumbo cierto.

Soy cantor de protesta”, le dijo Facundo Cabral a Jorge Luis Borges. “Tiene suerte”, confesó Georgie, “porque a mí, cuando estoy enojado, no se me ocurre nada”. Refutando a Borges, en Facebook, en Twitter, en los espacios de comentarios de los diarios (esos indignódromos del ciudadano de a pie) hoy se está escribiendo mucho y con bronca.

Tenemos a las redes sociales, pero primero fue el brulote y los franceses fueron sus inventores. El brulote era un bote en llamas que se arrojaba contra un buque enemigo. En Argentina se empezó a llamar así a la “crítica periodística ofensiva y polémica”, ese texto escrito para incendiar a alguien. (Palabras que lastiman: en la prensa online, cada vez que alguien ofende a otra persona se dice que “la incendió”, “la destrozó”, la “hizo pedazos”).

El brulote es uno de los géneros literarios más populares de estos años. Internet (nunca lo olviden) es como un mar, y sus navegantes a veces se comunican arrojándose botes incendiarios. Hace falta tanto fuego para hundir tanto barco. Al igual que el burgués gentilhombre de Moliere -que no sabía que hablaba en prosa- el odiante promedio de las redes dedica sus mejores horas a brulotear, pero no lo sabe.

Si el brulote es el género, el meme es el envase. Un meme es el intento de encerrar un sentido en un recuadro. Hay muchas formas de encontrarse con el odio hoy día: vamos a detenernos y hacer una disección de uno en especial. El meme del odio, ese cuadradito con una foto y algunas – iracundas – declaraciones partidarias.

1.

Un buen meme del odio tiene estar escrito en letra Arial mayúscula, la preferida de los que gritan. Paradójicamente, es considerada la letra menos expresiva del mundo. Es la letra cara de nada, la más detestada por los diseñadores gráficos junto a la (infantil) Comic Sans. El grado cero de la expresividad. Pero también la Arial es la letra de los carteles en los pasillos de los hospitales y las oficinas públicas. Tal vez, a fuerza de presentarse diciendo “PROHIBIDA LA ENTRADA A TODA PERSONA AJENA”, se haya ganado la fama de letra de los mensajes imperativos. Cuando la ira es muy grande, se elige la Arial Black, que es dominante, pero más gordita.

2.

El meme del odio no conoce de signos de puntuación. Se escribe de un tirón y si se lo escuchara, produciría la misma impresión que la de un monólogo de Beckett. A veces aparece una coma en ese texto, pero no aparece el espacio correspondiente después de ella: el odiante no se detiene a respirar. Sus palabras son un relato lleno de ruido y de furia. Sus caracteres corren a la batalla, uno pegado al otro, como tropas de asalto en un capítulo de Game of Thrones. Ese texto es el grito de alguien enojado, que en su trip de bronca atropella a la prosodia y se lleva por delante al sentido. Es algo así como la escritura automática de los dadaístas; pero no es dictada por el inconsciente sino por la emoción violenta. También aparecen muchas faltas de ortografía.  Entre la bronca y el grito debería existir un espacio intermedio, que es el de la edición y el diseño. Pero el odiante no está dispuesto a perder su tiempo transitándolo.

3.

La economía del buen meme del odio es así: se ahorra en signos de puntuación –puntos seguidos, puntos aparte- pero esos signos se despilfarran al final de una línea (“ESTOS TIPOS SON IMPRESENTABLES………). Son puntos suspensivos estirados, silencios irónicos de una duración tan larga que la ironía se desvanece en el camino. Cuando hay signos de admiración y de interrogación, se colocan solo al final, y en forma de tríos o cuartetos (“Y QUIÉNES SE CREEN QUE SON?????”).

4.

En un meme del odio no se argumenta: se vomita adjetivos. Para su autor, el adjetivo tiene el valor de un silogismo. (“NO HAY QUE VOTARLOS PORQUE SON CHORROS MONOS LACRAS GRASAS NEGROS CORRUPTOS HIJOS DE MIL PUTAS”). Un adjetivo es una evidencia; varios adjetivos encadenados, una verdad irrefutable.

Como decía el viejo Atahualpa (como Borges, otro criollo amante del tono moderado): “El que se pone a gritar no escucha su propio grito.” Poniéndonos psicoanalíticos, el que se pone a gritar ni siquiera es el autor de su grito: es su propio odio quien grita a él. Por otra parte, estos mensajes no fueron escritos para ser leídos, porque el odiante no necesita lectores que convencer, ni los pide. El resultado final de este proceso es extraño: alguien que no es, escribe para no ser leído. ¿Se puede escribir con bronca, pero de otra forma? María Elena Walsh, en su Serenata para la tierra de uno, le canta al país y le propone un “sembrarte de guitarras / cuidarte en cada flor / y odiar a los que te castigan”. Lo dice con toda la dulzura del mundo. María Elena sugiere al odio nacional como una posibilidad del amor. Una potencia firme e implacable. Pero tierna. Y afectuosa. Quién pudiera odiar de esa forma…