El acto de Arsenal abrió la posibilidad de una concepción distinta de la política, algo que parecen refrendar las listas de UC. El interrogante es cuánto dependerá este nuevo rumbo del resultado electoral.

Bajó al ruedo rodeada tan solo de la multitud, de los innumerables que son los innominados, y propuso explícitamente, sin explicaciones teóricas, que es el tiempo de la política de la cercanía, de la política como tibieza amistosa y comprensiva del drama popular”, escribió Julio Fernández Baraibar en La Señal Medios, refiriéndose al acto inaugural de Unidad Ciudadana. A la palabra “esperanza” prefiero mantenerla a distancia, sobre todo en política, un poco por cábala y sobre todo por experiencia, más en circunstancias tan inciertas como las de ahora, pero entiendo que JFB tiene motivos para usarla, y lo que dice sobre ese acto, en todo caso, se parece mucho a la sensación que tuve al verlo, que él resume así: “Cristina cambió radicalmente el eje de la campaña. De la gran política a la política de la cercanía. Una genia”. Dicho por alguien que, como Fernández Baraibar, no se cuenta entre los que recitan el título “Jefa”, confirmo que algo de eso de veras pasó el martes 20, y es en ese sentido, entiendo, que en su artículo habla de “esperanzar”. No es que ahora esté más claro lo que puede ocurrir, porque los interrogantes siguen siendo enormes, sino que ante nuestros ojos se presentó, inesperadamente, algo francamente nuevo, impensado: cierto “replanteo general de una táctica política” que hasta ese momento ni siquiera se insinuaba.

¿Los resultados concretos? Quién puede saberlo. No solamente en lo que se refiere a las posibilidades de perforar el “techo” de CFK, o hasta dónde hay posibilidades de que el cheque en blanco que una gran parte de la ciudadanía le dio a Mauricio Macri se desdibuje, o cuánto es capaz de ensancharse la avenida de Massa y Stolbitzer, o qué futuro le espera al, por llamarlo así, randazzismo. Es acerca de “las preguntas, desafíos y hasta paradojas de esta estrategia” (la que se manifestó en Arsenal) que se pregunta, en una nota de Anfibia, Alejandro Grimson, “¿Es sustentable después de este acto? ¿Cómo se arman las listas de una ‘Unión Ciudadana’? ¿Arsenal fue una anécdota que quedará rápidamente en el olvido? ¿O es parte de un giro más profundo y persistente?”. Claro que si Grimson se lo pregunta es porque percibió algo, que en lo sustancial coincide con lo que vio Fernández Baraibar: “En Arsenal, en lugar de hablarle a los convencidos, [CFK] buscó desbordar y hablarle a ese tercio que no está definido ni por ella ni por Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires. […] No quería replicar el patio de las palmeras. Dejó atrás el tono melancólico (‘hoy no puedo llorar’), no mencionó a Néstor, no narró su propio gobierno. Habló de presente y de futuro. El pasado es Cambiemos quería decir. Habló para la televisión.”

¿Duranbarbismo? Circuló bastante ese rótulo en estos días, aplicado a la nueva faceta de CFK. “Una de las ineficacias políticas más claras de Cristina fue que después del 54% de 2011 le habló cada vez más a su tropa propia, a sus votantes, a la militancia”, recuerda Grimson: ¿será poner los pies afuera de ese limbo lo que llaman “duranbarbismo”? Grimson prefiere resumirlo en la frase “sintonizar con algo de la época”, que no tiene por qué ser marca registrada de Durán Barba. “Y Arsenal mostró un interés en sintonizar, fina o gruesamente, con la misma época. Sí, bajó el tono épico, quizás porque sabe, quizás estudió, quizás le explicaron, quizás leyó, que con el tono épico garantiza ese tercio aproximado, en el doble sentido de ‘garantizar’: ni más ni menos.” Claro que al no poner en escena dirigentes sino “personas comunes”, al no hablar de programas sino de problemas y al prescindir de banderas y pancartas partidarias, es fácil que aparezca la palabra “antipolítica”: “eso recoge  algo de la ‘antipolítica’ y lo resignifica”, reconoce Grimson, y en ese verbo, “resignificar”, veo una clave. No es hacer lo mismo que el macrismo lo que Unidad Ciudadana o Cristina Fernández estarían ensayando: es, como tan bien sabe hacerlo el macrismo, un arte de resignificar. En función de los propios objetivos, obviamente. “Asimilar la distorsión y devolverla multiplicada”, para citar una vez más a Leónidas Lamborghini. La pregunta que viene a continuación es hasta dónde están consustanciados con el giro todos los que ahora ampara el rótulo Unidad Ciudadana. Estamos hablando, si no entiendo mal, de intendentes, dirigentes y cuadros del PJ y de otros partidos u organizaciones, tal vez algún gobernador: los que no fueron llamados al escenario en Sarandí, pero en mayor o menor medida aparecen, con sus propios nombres o representados por otros, en las listas de candidatos. “¿O tratarán de olvidarlo como una anécdota trivial?”, se pregunta Grimson. “Un dato: desde Comodoro Py en 2016 hasta la entrevista reciente en C5N ella pide no hablar de ‘traidores’, pero mucho caso no le hacen. […] Por eso, una pregunta es sobre la eficacia de Arsenal y otra pregunta es sobre la posibilidad de darle sustentabilidad en el tiempo a ese giro, a esa nueva estrategia. El ‘frente ciudadano’, la ‘unión ciudadana’, ¿es un nombre nuevo para presentar mejor el mismo proyecto? ¿O es un cambio que implica modificaciones en todos los niveles?”

A la manera de un reproche por una supuesta carencia de peronismo, más de uno en estos días se refirió a Unidad Ciudadana como una versión argentina de Podemos. Las diferencias con la nueva fuerza política española son, me parece, grandes y muchas, pero algo tal vez haya en común, sugerido en los interrogantes de Grimson: ¿Y si, más que ante el replanteo general de una táctica o la inauguración de otra estrategia, estamos ante la irrupción de algo que hasta ahora no formaba parte del escenario político? Algo nuevo, quiero decir, no en cuanto su composición (notoria diferencia con Podemos) sino en cuanto a su propuesta, a su modo de presentarse ante la sociedad. Si es cierto eso que se dice de la caída de las identidades políticas en la estima de la sociedad, en la Argentina y en el mundo, sería un acierto, tal como Martín Plot lo reclamaba en otro artículo de Anfibia, anterior al acto de Arsenal, en el que entre otras cosas cuestionaba “la premisa de que el peronismo es algo así como una esencia, un arquetipo permanente que se repite en su periódico aparecer”. Como apuesta, si es así –y no hay ninguna seguridad de que lo sea– se ve muy riesgosa, aun cuando por “nuevo” en este caso se entienda resignificar y reorganizar lo que ya existe, o precisamente por eso, y habría que ver hasta qué punto ese complicado juego de fuerzas, intereses e identidades que es la realidad política argentina –ese enigma– se ajusta o no al paisaje que Plot dibuja al anunciar que “el peronismo como partido, así como todas las fuerzas políticas anteriormente existentes, murió cuando la colisión del cometa 2001/2002 modificó la atmósfera política argentina.”

Ya en las legislativas de 2005, de hecho, Cristina Fernández  había optado “por un escenario despojado, en el que estaba sola”, recuerda Mario Wainfeld , un escenario –subraya Wainfeld– “aliviado del amuchamiento usual en los palcos peronistas”, en el que “también prescindió de la liturgia, los bombos, la marchita” y “optó por un tono pausado y explicador”. Y le fue bien, pudo ganarle al duhaldismo y, con él, al PJ, aunque luego Néstor Kirchner volviera a guarecerse en la institución partidaria, pero los Kirchner entonces eran gobierno, cosa que muy ostensiblemente hoy no ocurre. Si asumido ahora de una manera aún más resuelta, más “en sintonía con la época”, ese talante ayuda o no a que CFK triunfe en octubre se verá (no es para desestimar, al fin y al cabo, el hecho de que el peronismo se presente dividido). Y de cómo le vaya a CFK en octubre va a depender también, en gran medida, que esa inédita realidad política que pudo vislumbrarse en el acto de Arsenal se materialice, como realidad política concreta, más allá de las aspiraciones o las estrategias electorales.