Eric Posner es jurista, profesor de derecho e investigador. En este breve y contundente análisis destaca que Joe Biden ingresará a la Casa Blanca con un logro significativo: haber abortado el intento reeleccionista de Donald Trump. Sin embargo, advierte que poco se puede esperar. Los legisladores republicanos y una Corte Suprema de derecha son apenas dos de los escollos que deberá sortear.

Joe Biden todavía deberá defenderse de los desafíos legales de Donald Trump. Aunque lo más probable es que ingrese a la Casa Blanca el 20 de enero próximo, cuando llegue se preguntará si el premio que buscó durante tanto tiempo no es un cáliz envenenado. Las dificultades económicas generalizadas, la escalada estacional de la pandemia y un entorno internacional tan brutal como complejo son desafíos que de por sí pondrían a prueba al líder más hábil. Sin embargo, no son los únicos: también se verá obstaculizado por un Partido Demócrata dividido, un Poder Judicial hostil, una burocracia federal debilitada y el persistente populismo trumpiano en amplios sectores de la sociedad.

En el pasado, un presidente recién electo podía esperar cierta cooperación en el Congreso del partido contrario para aprobar sus iniciativas. No será el caso. Los republicanos superaron en gran medida las expectativas que tenían antes de las elecciones y no verán motivos para asumir un compromiso. Si finalmente conservan la mayoría en el Senado, pueden y tratarán de socavar el gobierno de Biden con la finalidad de crear las condiciones para una reacción antidemocrática en las elecciones legislativas de 2022.

Los proyectos progresistas estarán muertos cuando Biden ingrese a la Casa Blanca y las necesarias reformas constitucionales del Colegio Electoral y de las leyes electorales no se concretarán. En el mejor de los casos, lo más probable es que los estadounidenses tengan que soportar cierres gubernamentales esporádicos por falta de presupuesto, en medio de una guerra civil fría entre ambos partidos que mantendrá el status quo.

Muchas de las nominaciones de Biden también enfrentarán hostilidad en un Senado controlado por los republicanos. Probablemente no le negarán un secretario de estado o un fiscal general, pero se asegurarán de que el Poder Ejecutivo no tenga suficiente personal. Al no haber sido castigados en las urnas por sus tácticas duras en los nombramientos judiciales, los republicanos bloquearán y retrasarán todas las confirmaciones de los jueces federales.

Biden enfrentará obstáculos formidables. Con la confirmación de Amy Coney Barrett en la Corte Suprema una semana antes de las elecciones, los republicanos disfrutarán de una mayoría de 6 a 3 en un tribunal que ya se inclinaba más hacia la derecha que cualquier otro desde la década de 1930. La Corte continuará socavando los cimientos legales de las agencias reguladoras y promoviendo valores conservadores, como lo ha hecho durante las últimas dos décadas.

Incluso si Biden pudiera impulsar una legislación progresista a través de un Congreso dividido, aún enfrentará la posibilidad de que la Corte la anule. De hecho, el tribunal finalmente podría asestar un golpe mortal a la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, el logro más característico y significativo de su exjefe, Barack Obama.

Con una rama ejecutiva con poco personal y un Poder Judicial hostil, Biden tendrá problemas para ejercer la presidencia. Las agencias federales están desmoralizadas y perdieron personal calificado durante la era Trump. Lo más probable es que demoren bastante en reagruparse. Los esfuerzos para restañar el daño que hizo Trump en materia ambiental, de salud y seguridad será lento, y los cambios se enfrentarán con el escepticismo de los jueces federales designados por los republicanos, y en especial por los nombrados por Trump.

Del mismo modo, el uso amplio del poder regulador y ejecutivo para reformar la cuestión de la inmigración y abordar el cambio climático – ambas cuestiones en el sentido en que lo intentó Obama – recibirán una fría recepción en la Corte. Biden heredará una autoridad legal sustancial para tomar medidas para contener la pandemia, pero los jueces designados por Trump la rechazarán cuando entre en conflicto con la libertad religiosa y los derechos de propiedad, como ya lo hicieron cuando los gobernadores emitieron órdenes similares.

Finalmente, está el tema de la opinión pública. Aunque Biden ganó el voto popular, el electorado estadounidense sigue profundamente dividido. Es poco probable que las demandas de Trump que alegan fraude electoral tengan éxito, pero sus intentos de persuadir a los votantes republicanos de que los demócratas se robaron las elecciones probablemente tendrán un efecto duradero.

Si Trump logra deslegitimar el resultado a los ojos de suficientes votantes, Biden tendrá aún más problemas para asegurarse el apoyo a sus políticas por parte de los republicanos alienados y sus representantes electos. Además se enfrentará a una coalición demócrata rebelde que podría estallar en cualquier momento en una batalla entre izquierda, moderados e independientes anti-Trump.

Por todas estas razones, Biden no se beneficiará del tradicional período de luna de miel que han disfrutado otros presidentes. Se postuló como un unificador, pero, como Obama antes que él, aprenderá rápidamente que no se puede ganar para la causa a quienes lo desprecian.

Dicho esto, la derrota de Trump no deja de ser un triunfo para la democracia estadounidense. Trump ha sido el presidente más divisivo y destructivo de los tiempos modernos. Su fracaso en acceder a un segundo mandato, a pesar de la ventaja que supone competir desde la Casa Blanca, enviará una señal a los políticos ambiciosos de que el populismo y la demagogia no son las claves de la victoria. El momento debe saborearse por esa razón, por nada más.

Eric Posner es jurista, investigador y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago. Es autorde The Demagogue’s Playbook: The Battle for American Democracy from the Founders to Trump, entre otros libros.

Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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