Lo que falta hoy en casi todas las lecturas de la victoria de Bolsonaro es la otra cara del fenómeno: la falta de construcción, de organización popular desde abajo y de generación de conciencia política que fue común -con matices – en casi todos los gobiernos populares de la región.

A pocas horas del mazazo que significa el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil abundan las lecturas y los desconciertos. Estas líneas, escritas a las apuradas pero resultado de una mirada que quien escribe viene sosteniendo desde hace tiempo, no escapan a las condiciones generales.

La contundencia de la victoria de Jair Bolsonaro era uno de esos “absurdos previsibles”, para recuperar la fórmula de un poema de Mario Benedetti que tiene que ver con una conmemoración de la fecha. Las cifras casi no dejan margen para la esperanza: El ex capitán del ejército acumuló el 46,23% de los votos, contra el 29.21% del candidato petista Fernando Haddad.

Resulta obvio pero hay que decirlo: el candidato xenófobo, racista, paradójicamente antidemocrático -en su entorno se llegó a hablar de dar un golpe si los números no lo favorecían – quedó a menos de cuatro puntos de ganar en la primera vuelta.

Las lecturas del resultado que circulan en estos momentos no dejan de ser ciertas, pero apuntan sólo a una cara del resultado.

Se dice que el encarcelamiento y la proscripción de Lula fueron determinantes porque el PT se quedó sin el único candidato que tenía chances reales.

Se dice que la campaña comunicacional de los medios hegemónicos -los mismos que desgastaron al gobierno de Dilma y contribuyeron a encarcelar a Lula – resultó decisiva.

Se dice que las iglesias evangélicas -fundamentalmente la Iglesia Universal del Reino de Dios – volcaron a una importantísima porción de la población más sumergida de Brasil hacia el candidato ultraderechista, además de apuntalarlo con sus medios (la IURD es dueña de la segunda cadena televisiva del país) y de aportar millones de dólares a la campaña.

Todo esto es cierto, y siguen las firmas.

Producto de esas mismas lecturas y a 20 días exactos del ballotage, el planteo para revertir una tendencia que parece irrefrenable es puramente electoralista: se habla -y es entendible en términos de batalla por los votos – de hacer un frente, de juntar a todos los demás (no importa si son una imposible solución de agua y aceite) para vencer al fascismo.

En una columna publicada hoy, Emir Sader escribe casi como el vocero de Lula (“Hemos mantenido informado a Lula todo el tiempo. Él se mantiene tranquilo, confiado de que se puede hacer un gran ballottage y dar vuelta a la situación”, dice. Allí plantea: “Las esperanzas de Haddad residen en una transferencia de votos mucho más grande de votos hacia él, así como un rechazo más grande de Bolsonaro, además de que será inevitable que Bolsonaro tenga que participar de los debates, en los cuales seguramente tendrá un desempeño muy negativo para su campaña. Situaciones que él evitó, alegando no estar recuperado del atentado que sufrió, que le fue muy funcional para preservar su imagen”.

Es apenas un ejemplo de lo que, con variaciones, se plantea desde la oposición más clara a Bolsonaro. Se trata de dar vuelta el partido, aunque venga difícil, lo cual se justifica plenamente desde una lógica electoral.

Resumiendo: las lecturas se centran en lo que hicieron los otros -los malos, el establishment, la derecha, los grandes medios – para derrotar al PT y poner a Bolsonaro a un paso de la presidencia. Y, ante el resultado consumado de la primera vuelta, se proponen juntar, unir, sumar para congelar a Bolsonaro por debajo del 50% y derrotarlo.

La victoria parcial -pero casi definitiva – de Bolsonaro, la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada, la voltereta inmediata de Lenin Moreno en Ecuador apenas investido presidente muestran que la derecha -hoy brazo político del capitalismo financiero internacional – es paciente, sabe construir y destruir, y cuenta con innumerables recursos. Esto también es cierto.

Lo que falta hoy en casi todas las lecturas es la otra cara del fenómeno: la falta de construcción, de organización popular desde abajo y de generación de conciencia política que fue común -con matices – en todos los gobiernos populares de la región (con la excepción de Bolivia).

Es por ese lado que hay que buscar a razón por la que terminaron derribados como castillos de naipes. Y también por ese lado es que hay que pensar en crear organización y conciencia popular para que, en un retorno más saludable, no se conviertan nuevamente en gigantes con pies de barro.

Se trata de no repetir viejas glorias y, de una vez por todas, aprender de las derrotas.