Fue reemplazado ayer en la vicepresidencia por la senadora Lucía Topolansky, la mujer de José Mujica. Razones de un paso al costado luego de una campaña orquestada por la oposición y sectores conservadores del Frente Amplio.
El apellido Sendic tiene fuertes resonancias en Uruguay. El primero en dotarlo de significado público fue Raúl Sendic Antonaccio (1925-1989), el Bebe, fundador del Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros (MLN-T). Entre otros hechos notables, organizó la Unión de Trabajadores del Azúcar de Artigas (UTAA), conocidos como los “cañeros” (o “peludos”), con quienes realizó varias marchas hasta Montevideo. En agosto de 1970 es detenido y encarcelado en el Penal de Punta Carretas y casi un año después, en septiembre de 1971, protagoniza junto a 105 tupamaros y seis presos comunes una fuga masiva conocida como “El Abuso”. En setiembre de 1972 es herido en el rostro en un enfrentamiento armado con la Fusileros Navales, en la Ciudad Vieja de Montevideo, siendo capturado. Disputado como trofeo de guerra por sus captores, fue reducido a la condición de rehén, con expresas órdenes de eliminarlo si Tupamaros realizaba cualquier clase de acción política o militar. Su reclusión duraría 12 años, en los que recibió el mismo trato que estaba reservado a los demás cautivos de su condición: una reclusión infrahumana en incomunicación casi total. Aun así, pudo hacer llegar al exterior (escritos en papel de fumar disimuladas entre la ropa que sus familiares se llevaban en las visitas) algunos documentos políticos que consiguió redactar a escondidas de sus captores. Fue liberado con el indulto de 1985.
Casi treinta años más tarde, su hijo Raúl Sendic Rodríguez (1962), es elegido como vicepresidente de su país acompañando a Tabaré Vázquez. Si bien no se esperaba que alcanzara la estatura mítica que rodeó a su padre, su nombre despertaba ciertas expectativas en una dirigencia por demás vetusta y algo alejada de las reivindicaciones originales que llevaron al Frente Amplio a romper con el bipartidismo histórico en el poder (Blancos y Colorados). Sin embargo, el último sábado Sendic hijo presentó la renuncia indeclinable a su cargo. En su defensa, quien fuera presidente del Senado de la Nación, aduce que desde “hace dos años vengo sufriendo un fuerte hostigamiento”.
En realidad, los motivos que lo llevaron a la dimisión no sólo están ligados al bullyng (que, en efecto, existió y fue intenso no sólo por la corporación mediática de la derecha sino incluso por sectores conservadores del propio Frente Amplio), sino a algo más grave: corrupción, el fantasma de moda. El ilícito cometido por Sendic trascendió a través de periodistas locales que denunciaron al vicepresidente por haber utilizado la tarjeta corporativa de la empresa estatal ANCAP (que funge como petrolera, aunque su sigla la indica como Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland) en operaciones comerciales que hacen a su beneficio personal. Tanto en ANCAP como en otras empresas públicas hay una reglamentación para el uso de estas tarjetas que indica, entre otros puntos, que los beneficiarios deben presentar comprobantes de pagos de las compras que realicen. Las pruebas del “crimen” de Sendic que salieron a la luz no dejaron lugar a dudas: el ex vicepresidente había adquirido con fondos públicos un colchón y unos calzoncillos. Luego se demostró que la tarjeta corporativa fue utilizada también en tiendas deportivas, de electrónica o joyerías en Uruguay y otros países, por sumas que alcanzaban 538.973 pesos uruguayos (unos 18.911 dólares) y 38.325 dólares.
El fallo y la investigación solamente se ocupó de la responsabilidad de Sendic, ignorando a al resto del directorio. Por más que el acusado hizo declaraciones ante el tribunal explicando la razón de algunas adquisiciones, se consideró que éstas no tenían sustento al no contar con pruebas fehacientes que las corroboren. En verdad, la credibilidad de Sendic venía siendo puesta en duda desde hacía algunos años cuando admitió no ser Licenciado en Genética Humana, como había declarado públicamente, pese a lo cual luego se desdijo y amenazó con presentar papeles que se hallaban en Cuba y hasta exigió que se lo llamara por su supuesto título. Aunque lo grave, en este caso, fue la utilización de dineros públicos. Un colchón y calzoncillos.
Hay antecedentes. En 1995 la viceprimer ministra de Suecia, Mona Sahlin, única candidata a suceder en el poder al entonces primer Ministro Ingvar Carlsson, cometió un error atroz al retornar de unas idílicas vacaciones en las islas Mauricio: cayó en la tentación y utilizó su Riksdag credit card (la tarjeta de crédito que sólo poseen los altos cargos políticos suecos), para comprar dos barras de chocolate Toblerone, dilapidando nada menos que 35,12 euros de las arcas públicas. La fiscal general por entonces en funciones, Solveig Riberdahi, entendió que “existe fundamento para sospechar que Sahlin cometió deslealtad, abuso de poder y fraude”. El escándalo, que pasó a conocerse como “el affaire Toblerone”, le costó a Sahlin presentar su dimisión a los pocos días, y años más tarde, escribir un libro en el que ofrecía sus disculpas públicas y su versión de lo sucedido. No obstante, el tiempo hizo lo suyo, pagó su deuda con la sociedad, y en 2007 fue elegida presidente del Partido Socialdemócrata de Suecia.
Uruguay y Suecia no tienen demasiados puntos en común, ni históricos ni sociales ni de ningún otro tipo, aunque parecen coincidir en algo: su defensa de lo público, la conciencia común de un “nosotros”. Y aún cuando los propios compañeros de ruta quedan salpicados por la “desprolijidad”, no dejan de advertir el error. Ello sin perjuicio de notar la desproporción de la condena. “Mientras en Brasil aparecen bolsones de plata, nosotros estamos discutiendo por unos calzoncillos, por favor”, se quejó el inefable José “Pepe” Mujica, a quien nadie puede sospechar del más mínimo signo de corrupción luego de despedirse como “el Presidente más pobre del planeta”.
Mientras tanto, en Ciudad Gótica, a nadie se le mueve un cabello por escándalos financieros en millones de miles de dólares. Por supuesto, no hay por qué comparar pequeñeces como las offshore denunciadas por los Panamá Papers, la condonación de la deuda del Correo, las coimas de Odebrecht, entre otras minucias, con la trascendencia que puede llegar tener un colchón, un chocolate o un calzoncillo. Ni qué decir sobre la posibilidad de una renuncia ante la sospecha de desaparición forzada de un ser un humano. Para eso no hace falta tarjeta.