En su doble rol de hombre de ideas con experiencia en la gestión, Álvaro García Linera reflexiona en esta segunda entrega de la entrevista que concedió a Telam sobre el desafío que significa administrar el Estado para un gobierno con sesgo progresista y raigambre popular, aborda la polémica social que plantea el extractivismo, el desafío de financiar el desarrollo, habla del apoyo del gobierno del Frente de Todos cuando el golpe militar que destituyó a Evo Morales y de las razones de su cariño por la Argentina.
En su doble rol de hombre de ideas con experiencia en la gestión, Álvaro García Linera sabe lo es el desafío de administrar el Estado con un gobierno de sesgo progresista y raigambre popular. Su experiencia como vicepresidente de Bolivia entre 2006 y 2019 -trece años junto a Evo Morales- lo llevó a entender el riesgo que corren los proyectos políticos que promueven la distribución del ingreso cuando, una vez en el poder, logran procesos de movilidad ascendente pero descuidan la “modificación de la subjetividad” de los sectores que mejoraron sus condiciones de vida.
Ese fenómeno, advierte, puede derivar “en el malestar de la clase media” frente a las gestiones progresistas, una situación que ya se vivió en la región y ante la cual cada país debe identificar sus causas “para establecer políticas públicas que jalen a la clase media para el lado de la igualdad y así evitar que los discursos conservadores y racistas”. En síntesis, su análisis señala que unir lo popular con la clase media es el objetivo que se le plantea al nuevo progresismo. “No le entreguemos la clase media a los sectores conservadores -dice García Linera-. El progresismo tiene el gran reto de reencontrarse con la clase media para garantizar la victoria de lo popular”.
-En la Argentina, parte de la oposición se debate entre presentarse como moderada y endurecerse, tratando de seducir -dentro y fuera de las propias fuerzas políticas- a sectores medios atentos a un discurso extremo que pretende expresar sus frustraciones. En este contexto, ¿cómo se puede reconquistar y tener un mensaje interesante para esos grupos sociales que también son víctimas del neoliberalismo?
-Los gobiernos progresistas de la primera oleada lograron su victoria porque tuvieron la habilidad para unir a los sectores populares, los más explotados y humildes, con los sectores medios. Encontraron una fórmula precisa y unos líderes, palabras e imágenes precisas, que permitieron formar un bloque social progresista que se mantuvo durante una década o casi una década. Nuestro objetivo en esta segunda oleada tiene que ser lo mismo: un restablecimiento del bloque de los sectores obreros, campesinos y más desfavorecidos, con los sectores medios latinoamericanos. Ahí radica la posibilidad de la victoria. Los liderazgos moderados que las fuerzas progresistas proyectaron para la segunda oleada apostaron a unir a los sectores subalternos con los sectores medios, y eso les dio la victoria. Funcionó. Pero esas alianzas sociales nunca son duraderas: es un método de construcción de alianzas, y tus aliados de hoy pueden distanciarse. Pongo el caso de Bolivia: las políticas exitosas que implementó el gobierno progresista de Evo permitieron que el treinta por ciento de la población indígena y campesina saliera de la pobreza. Es un gran logro. Algunos seguían siendo campesinos y obreros, pero con ingresos medios y otros pasaron a clase media. Personas de origen indígena popular, pero con un negocio propio, o que entraron a la universidad y son profesionales. Es la construcción de igualdad. Pero al promover eso hay también una modificación de la subjetividad social: distinto es un compañero indígena con el arado egipcio y la casa de adobe y paja que el mismo compañero con un tractor, la casa de ladrillo y con el hijo profesional gracias a la educación gratuita. Ha cambiado su subjetividad, sus expectativas han cambiado, sus vínculos han cambiado. A veces el progresismo no se da cuenta del fruto de su logro y sigue repitiendo cosas cuando la sociedad ya ha cambiado. Han cambiado las aspiraciones sociales. Aunque una parte de la sociedad haya quedado muy abajo, y haya que entender y proponer cosas para esos sectores, para el sector que ha tenido movilidad social ascendente, ya no puedo tener el mismo lenguaje. Hay una nueva clase media que le quita a la antigua clase media tradicional sus antiguos puestos, sus antiguos pequeños privilegios: esta clase media indígena tiene formación universitaria y viene del sindicato, y entra al Parlamento, a los Ministerios. Antes, la antigua clase media más imaginadamente blancoide resolvía los problemas de las contrataciones para el Estado en el club tenis, o cenando en una Embajada. Ahora esos temas se resuelven en el sindicato, en una asamblea. Ese ascenso social plebeyo produce que la clase media tradicional se sienta marginada, y, aunque haya apoyado inicialmente las políticas de igualdad, ahora se siente afectada y, en vez de mezclarse e integrarse a la nueva clase media, lo que hace es encapsularse y radicalizarse. Este es el punto de partida de la fascistización de la clase media tradicional.
-¿Y qué debería hacer el progresismo ante ese fenómeno del giro conservador de la clase media?
-Requiere del progresismo entender el proceso social. Hay que encontrar mecanismos para incorporar las expectativas de ese sector medio, que se ha visto igualado por la avalancha popular que mejoró sus ingresos. Hay varias fuentes de malestar en la clase media y en cada país hay que encontrar de dónde viene ese malestar de la clase media. Cada país requiere de un estudio particular porque el objetivo tiene que ser: tenemos que incorporarlo. No la entreguemos a los sectores conservadores; disputemos el liderazgo y la satisfacción de las expectativas de igualdad de las clases medias desde el progresismo, y no los dejemos en manos de las fuerzas neoliberales, que no les van a resolver los problemas. Las fuerzas conservadoras no se preocupan por la clase media, hablan en nombre de ella pero la desprecian, los consideran perdedores. Los ganadores son los que tienen grandes empresas o su dinero en los paraísos fiscales. Hay que pensar un conjunto de propuestas, como una fuerte reforma fiscal que no afecte a la clase media sino a los muy ricos; es un elemento importante. Hay que recuperar las expectativas de la preocupación por el medio ambiente que le interesan a las clases medias. A esa clase media ilustrada, formada académicamente o con pequeños negocios, hay que decirle: “Oye, con los neoliberales enfurecidos te va a ir peor, aquí tenemos una solución”. El progresismo tiene que reencontrarse con la clase media para garantizar la victoria de lo popular.
“Heredemos una economía extractivista”
Álvaro García Linera está acostumbrado al debate, incursiona en la discusión como la templanza del profesional y no se sustrae de los temas incómodos, incluso cuando involucrarse puede implicar costos. Esta disposición quedó en evidencia en los últimas semanas, luego de que en las redes sociales comenzara a circular un texto suyo de 2012 en el que abordaba la polémica sobre el extractivismo en materia de hidrocarburos, aunque podría tratarse también de minería, exploración submarina en el lecho marítimo, o de la técnica del fracking. Un tema muy actual para una Argentina que, por un lado, requiere dólares para financiar el desarrollo y la diversificación de la estructura económica, pero que también necesitará divisas para pagar la deuda que dejó como herencia la gestión de Cambiemos.
“Hemos heredado una economía extractivista, la tenemos que llevar y utilizar temporalmente, con la perspectiva de anularla, gradualmente anularla, pero lo vamos a hacer cuando hayamos sacado a las personas de la pobreza, les hayamos garantizado salud, trabajo, educación, universidad gratuita y opción de empleo”, describe a modo de diagnóstico.
García Linera advirtió que “su respuesta a los compañeros que hacen una lectura a veces ingenua del extractivismo” es que hasta cumplir con aquellos objetivos se requiere “una transición en la que los recursos naturales que salgan de la extracción estén mayoritariamente controlados por el Estado para políticas redistributivas”.
-En materia de medio ambiente, ¿se puede tener un desarrollo sustentable sin políticas tan rígidas como el anti-extractivismo?
-Supongo que la pregunta tiene que ver con un texto mío que se difundió en Argentina, que es un texto que escribí en 2012, hace casi una década, en un momento muy preciso, particular, cuando había aquí en Bolivia un problema en torno a una carretera. Y a ese texto lo reivindico porque es mío, pero está escrito en ese momento particular. Era un texto de combate: la idea general la defiendo, y uso un dato que da Eric Hobsbawm, que dice que el uno por ciento de la población más rica del mundo contamina el doble que 3500 millones de personas. Yo digo entonces, toda la humanidad tiene que asumir políticas de cuidado del medio ambiente, por supuesto, pero ese 1% de la humanidad es al que más tenemos que ajustarle con políticas de protección de la naturaleza, y no a las 3mil 500 millones de personas pobres que no tienen muchas veces ni para comer. A veces no sabemos diferenciar eso. A ese uno por ciento le impondré cargas, restricciones, limitaciones, castigos, impuestos, y con esas 3 mil 500 millones de personas que contaminan la mitad, estableceré otro tipo de mecanismos más moderados, a mediano o largo plazo, dependiendo de sus condiciones de vida. Uso este ejemplo para llegar a América Latina, que es una sociedad en el que una parte de sus ingresos parte de la minería, de la actividad hidrocarburífera y de la producción intensiva de alimentos. Tenemos la obligación y la responsabilidad moral como seres humanos de asumir la lucha contra el cambio climático y la emisión de gases de efecto invernadero, pero no puede hacerlo suspendiendo sus ingresos hoy. ¿De qué economía naranja voy a hablarles a los niños que iban a la escuela con asientos de adobe, donde su pizarra era la pared? Ahora quiero mencionar dos críticas que hacen los compañeros sobre el extractivismo: la primera es que el progresismo no le ha dado la suficiente importancia. Sí, y hay que darle la suficiente importancia. Tiene que estar en nuestras políticas públicas como un elemento prioritario. En segundo lugar, la producción extractiva está beneficiando solamente a la gente muy rica. Yo no diría eso. Está bien que se lo digan a otros gobiernos, pero no a los gobiernos progresistas. En Bolivia, la extracción del gas y del petróleo ha quedado en manos de los bolivianos. Hemos nacionalizado. El ochenta y cinco por ciento de la renta petrolera queda en manos del Estado, y el quince se va con empresas privadas. Antes, los neoliberales dejaban el dieciocho por ciento de las ganancias en el país y el ochenta y dos se lo llevaban afuera. Aquí hemos dado vuelta la tortilla. Por otro lado, el progresismo tiene que tener una política de transición gradual hacia otras formas de producción de la riqueza, en las que los excedentes queden en manos del Estado para que sea redistribuido: para que genere salud, educación y alimento para formar una nueva generación de trabajadores, profesionales y técnicos que nos lleven al tránsito hacia una economía no extractiva. Sin embargo, hay propuestas que nos dicen que dejemos de extraer los recursos naturales: o sea, que dejemos de recibir el sesenta por ciento de nuestras exportaciones. ¿Y con qué las sustituimos? ¿De dónde va a venir el dinero? El sesenta de las exportaciones y de la obtención de divisas viene del gas, del petróleo, de los minerales. Que nos digan que dejemos de producir es condenarnos a que dejemos el cuarenta o cincuenta del a población en condiciones de pobreza absoluta. No faltan tampoco algunos defensores del anti-extractivismo que, en una lectura muy reaccionaria, se imaginan que el mundo indígena debería ser el campesino con su casita de paja contemplando la naturaleza. No. Eso está bien para la postal del turismo, pero el indígena boliviano quiere una buena escuela, quiere una casa de ladrillo, educación, ir a la universidad, viajar, ser profesional. Y tiene derecho a hacer eso. No podemos fosilizar la imagen del indígena como una postal para turistas.
“Nos conquistaron el alma”
En noviembre de 2019, Álvaro García Linera salvó su vida junto con la de Evo Morales y otros miembros del MAS boliviano, se subió a un avión de la Fuerza Aérea Mexicana que los llevó hasta el Distrito Federal, donde les dieron cobijo por un mes, para finalmente establecerse en la Argentina tras el inicio del gobierno del Frente de Todos (FdT). A partir de aquel 13 de diciembre de 2019 en que llegó a Ezeiza, el exvicepresidente de Bolivia se estableció en Buenos Aires con sus afectos y, como buen exiliado en búsqueda de adaptación, fue buscando algunas rutinas, entre ellas caminar por la ciudad como un paseante anónimo provisto del correspondiente barbijo, una experiencia que le encantaba y que relató en un reciente discurso en la Facultad de Derecho de la UBA.
García Linera está agradecido con la Argentina. Dice que el apoyo del gobierno del FdT y la solidaridad de mucha gente común “conquistaron el alma” de él y su familia. Además plantea que en el país se encontró con “el ambiente intelectual más potente de habla hispana”, del cual se confiesa “admirador”. Otro rasgo particular que subraya con reconocimiento es “la presencia, fuerza y empoderamiento del movimiento de mujeres”, una percepción que lo lleva a concluir que en ese aspecto la Argentina ha avanzado mucho más que el resto del continente. “Es un ambiente muy lindo n el que me gustaría que mi niña creciera, porque en general América latina es excesivamente machista y violenta frente a la mujer, se nota que la mujer se ha empoderado, en cosas pequeñas, en cosas más grandes, algo que le falta al resto de América latina”.
-¿Cómo lo trató la Argentina en el año que compartió aquí con Evo Morales?
-Álvaro García Linera: Argentina ha sido muy generosa con nosotros. Como familia, porque llegamos exiliados con mi esposa y mi hija, y con Evo, y desde entonces una parte ya de nuestra vida y de nuestra alma es Argentina. Y no es una frase retórica. Nos han conquistado el alma. Estas actitudes tan hermosas y decisivas, como la del presidente (Alberto) Fernández, que usó todo su prestigio para lograr que el movimiento de otras cancillerías y otros países salvara a Evo, porque a Evo lo querían matar, denigrar, querían ver su cuerpo arrastrado por las gradas y exhibirlo, como hicieron en 1946 con otro presidente popular de Bolivia que fue Gualberto Villarroel, al que lincharon y colgaron en la plaza. Militantes progresistas jóvenes en Argentina nos brindaron sus casas para poder vivir. Cuando llegamos con mi esposa y mi hija no teníamos más que una maleta y una bolsa de ropa de Alba, ni siquiera carnet de identidad, no teníamos nada. Y la universidad nos ofreció la posibilidad de trabajar dignamente, difundir nuestros conocimientos para vivir, porque de eso vivimos, de nuestro trabajo. La (Universidad de) San Martín y la UBA nos abrieron sus puertas: pero hubo dos o tres meses que hubo que vivir en casas de amigos, de militantes. Eso uno no se lo olvida nunca en la vida. Porque un exiliado está solo, no tiene nada, y en esa soledad hubo argentinos que nos recibieron, nos abrieron las puertas, nos dieron la oportunidad de poder dormir tranquilos, luego de poder trabajar. ¿Cómo voy a olvidar? Jamás. En la calle, la gente que nos reconocía a pesar del barbijo, nunca nadie nos molestó. Nos hacían comentarios positivos, se sacaban fotos. Me emocionó mucho. Y, por supuesto, nuestros compatriotas bolivianos, que llegábamos y nos reconocían, nos regalaban verduras, nos regalaban todo. Me daba vergüenza, era demasiada generosidad.
-Usted llegó a la Argentina en un momento histórico intenso por su confrontación política y en sus debates, ¿qué reflexiones le dejó esa experiencia?
-El ambiente intelectual muy potente. Aprendí muchísimas cosas. Es el ambiente intelectual más potente de habla hispana. Gente extraordinariamente preparada. Es un lujo y un honor haber dado clases con ellos. Soy admirador del mundo intelectual argentino. Solo tengo una observación pequeña y cariñosa: a veces, mientras que los europeos menos capaces hacen propuestas y esquemas intelectuales universalistas, los argentinos más brillantes que ellos no se animan a propuestas más universales. Evidentemente, es muy rico tener miradas locales, fundadas en la historia, está bien que sea así. Pero creo que también hay suficiente masa crítica como para hacer propuestas de carácter universal, por encima de los académicos que leemos en la universidad, de Norteamérica o de Europa. Ese pensamiento ya es medio muerto, aquí hay vida: hay que animarse a tener una lectura más ambiciosa. Y lo digo por los argentinos, por los mexicanos, en muchísimos intelectuales latinoamericanos hay muchísima riqueza, profundidad y creatividad, frente a lo que nos sigue llegando de manera repetitiva y poco creativa desde la academia europea y norteamericana. Por otro lado, también tengo el recuerdo del poder de la mujer. Argentina es el lugar de toda América Latina donde mayor presencia, fuerza y empoderamiento se nota en el movimiento de las mujeres. Se nota en las mujeres, desde que son niñas, desde que son bebés. Eso me gusta.
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