“No se olviden de Cabezas” es un grito para despabilar al desprevenido, para no dar por bueno lo que debemos hacer bueno. Es un llamado a no dejar pasar la inequidad, ni la injusticia, ni el olvido. Es un grito en defensa propia.
Desde 1997 se han incorporado a la Argentina 13 millones de habitantes. Cada año, nacen alrededor de 500.000 argentinos. En 1997 éramos aproximadamente 35 millones, y hoy es posible que seamos 46. Cuando José Luis murió asesinado, su número de socio era el 1313. Hoy, los nuevos socios de ARGRA llevan del número 2700 en adelante. A todos ellos, a todos los nuevos socios de ARGRA, y a todos los argentinos que nacieron después, les pedimos lo mismo, año tras año, aprenden de muy diversas maneras lo mismo: “No se olviden de Cabezas”. ¿Por qué se lo pedimos?
Podríamos pensar que pedimos que no lo olviden porque fue un fotógrafo de prensa de primer orden, que lo fue. A medida que pasa el tiempo, y podemos ver su obra en perspectiva, una perspectiva congelada por efecto de su muerte terrible, podemos percibir su valor revulsivo. José Luis retrató como pocos la década menemista, es cierto. Pero lo hizo con la maestría de permitir asomar, debajo de sus brillos, la oscuridad moral y el mal aliento de su corrupción. Para retratar la perversión que corroía por dentro a la policía bonaerense le bastaron un par de primeros planos y un foco atrevido, y el andamiaje montado para ocultarla se derrumbó para siempre. Sin embargo, siendo mucho, no es por eso que pedimos por su memoria. Tampoco la pedimos porque fue un enorme compañero de trabajo, un profesional responsable, un amigo incondicional. O un buen padre de familia. Pedimos por su memoria porque su asesinato resignificó el sentido de su vida, pero sobre todo porque su muerte impune aún nos interpela.
Hace muchos años, en el reverso de nuestras pancartas y folletos, esos que todos enarbolaban en todo lugar, incluidos Menem y Yabrán, podía leerse: “La impunidad de su crimen será la condena de la Argentina”. Es lo que debía leer cada uno que levantaba ante sí el folleto.
“La impunidad de su crimen”. Sentar a los culpables frente a sus jueces demandó una tarea ciclópea. No de las fuerzas de seguridad, no del poder judicial. Fue una tarea contra ellos. Fue una tarea que tuvo que asumir la familia, en su momento más doloroso, ARGRA, los colegas de José Luis y una gran parte de la sociedad. Aún así, tuvimos que luchar para que el juicio no termine viciado por una instrucción envenenada, y para eso tuvimos que lograr que la misma ARGRA fuera aceptada como querellante en la causa, y asumir el rol de discriminar la prueba incriminatoria válida. En ese mismo juicio, denunciamos la complicidad policial en el planeamiento, ejecución y encubrimiento del crimen, que nos llevó a exigir la investigación de más de una docena de efectivos policiales en actividad y miembros de la seguridad de Yabrán. Nada de esto se investigó. Y sus asesinos confesos disfrutaron en la cárcel de privilegios y garantías retaceados y negados al grueso de los internados. Y hoy gozan de una libertad que ni honran ni merecen.
“La condena de la Argentina”. Esta ha sido nuestra condena. Padecer la impunidad, no solo de este caso, sino de decenas y centenares que se han acumulado en estos 26 años, para no hablar de los que le precedieron. El terrorismo de estado fue el huevo monstruoso que ha emponzoñado nuestra sociedad y nuestro servicio de justicia. Y esto es lo que padecemos, y por eso no olvidamos, ni podemos permitirnos olvidar.
“No se olviden de Cabezas”, es lo que decimos a quienes vienen, a los jóvenes, a los inocentes. Para que no olviden que la justicia en este país no se da por sobreentendida, la policía es probable que no sea fiable, a los medios es posible que no les interese decir la verdad, y los políticos y funcionarios tal vez no actúen como dicen y deben. “No se olviden de Cabezas” es un grito para despabilar al desprevenido, para no dar por bueno lo que debemos hacer bueno. Es un llamado a no dejar pasar la inequidad, ni la injusticia, ni el olvido. Es un grito en defensa propia.