La historia del Monumento al Descamisado de la Patria, que iba a tener 67 metros de altura, parado sobre un basamento de 70 metros más puesto en Figueroa Alcorta y Libertador. Centinela de aplastante presencia, iba a ser erigido para acompañar la nueva aurora de mañanas mejores. Hasta que vino la Revolución Libertadora, el monumento fue derrocado y las estatuas que lo acompañarían, decapitadas y con los brazos rotos, fueron a dar al Riachuelo. Una nota de otro tiempo, escrita por Ignacio Jawtuschenko y el inolvidable “Piraña” Luis Salinas.
El monumento más grande del mundo iba a ser argentino y peronista: un Aconcagua con un templo laico en la base. Fue el primero de una larga lista de proyectos funerarios que se concibieron para guardar el cuerpo de Eva Perón y perpetuar para la eternidad el culto a la Jefa Espiritual de la Nación. El emplazamiento del coloso de cara al Río de la Plata, tan mítico y maravilloso como el del puerto de Rhodas en la antigua Grecia, no se frustró como aquél. El Coloso de Rodas fue derribado, según se dice, por un terremoto en el 223 Antes de Cristo. Al Monumento al Descamisado se lo tragó la noche de 1955.
A lo largo de la historia, regímenes políticos de los más diversos han invertido gran parte de sus riquezas en proyectos monumentales. Las pirámides de Egipto o Teotihuacán, las catedrales góticas de la Europa medieval, enseñan la invencibilidad de los que gobiernan y la gloria del cielo. También aquí, el gobierno de Perón anunciaba que un monumento a Eva Perón perpetuaría su obra trascendental.
El monumento debía trepar hasta los 137 metros de altura. Sería casi tan alto como la catedral de Notre Dame, la culminación eufórica de la religiosidad peronista.
Con 100 metros, el diámetro de su base superaría la extensión del Luna Park. Contaría con 14 ascensores, tantos como las Torres Gemelas. Conservaría en su interior un sarcófago de 400 kilos de plata, como expresión incomensurable del “eterno amor del Pueblo a Eva Perón”.
El gigante que no fue
Los planos lo muestran de pie en la cúspide, recubierto de cobre como la cúpula del palacio del Congreso. Es un peronista de 67 metros de altura, que parado sobre un basamento de 70 metros, transforma todo alrededor en precipicio.
Es un titán sin semejantes que pesa 43 mil toneladas, rasca el cielo y representa con elocuencia la autoridad del gobierno de Perón. Aunque odiosas, las comparaciones son ilustrativas. Y aunque odiosas, las comparaciones se trazaron: las maquetas de entonces empequeñecen los 91 metros de la estatua de la Libertad de Nueva York. Nuestro coloso peronista iba a triplicar los 38 metros del Cristo Redentor de Río de Janeiro.
Con gesto de haber perdido la ternura pero no la cautela, nuestro coloso saca pecho. Un viril trabajador, esbelto, sobrio, aseado, delante de su herramienta -un yunque-, con la camisa arremangada y puños firmemente apretados, crispados. Gestos que anticipan las tensiones de una lucha que deberá ganar. Es un caucásico sin rasgos de argentinidad: es el descamisado universal. Centinela de aplastante presencia erigido para acompañar la nueva aurora soñadora de mañanas mejores, y representar una evolución: la superioridad del hombre justicialista por sobre todos los pasados.
El más grande y más sencillo
La idea apareció a mediados de 1951 en el cenit del primer gobierno peronista. Eva Perón deseaba erigir el monumento más grande del mundo al “Descamisado de la Patria”. “Que sea el mayor del mundo. Tiene que culminar con la figura del Descamisado, en el monumento mismo haremos el museo del peronismo, habrá una cripta para que allí descansen los restos de un descamisado auténtico, de aquellos que cayeron en las jornadas de la Revolución. Allí espero descansar también yo cuando muera,” fueron las instrucciones de Evita a su escultor favorito, el italiano León Tommasi, quien por entonces, instalado en un taller en San Isidro, ya trabajaba sobre otras figuras de líneas neoclásicas que fueron destinadas a decorar -por poco tiempo- la parte superior del inmenso edificio grecorromano de la Fundación Evita, hoy sede de la Facultad de Ingeniería. En diciembre de 1951 Tommasi llevó a la residencia presidencial una maqueta que le alegró la vida a Evita. “Es genial porque es grande y sencillo”, dicen que dijo.
Su deseo se trasladó al texto de la ley 14.124 sancionada el 4 de julio de 1952, pocos días antes de su muerte. Asegurar su inmortalidad pasó a ser una cuestión de Estado. El monumento eternizaría a Eva Perón. Se establecieron dos años como plazo de finalización y se ordenó el emplazamiento de “réplicas del monumento en la capital de cada provincia y de cada territorio nacional”.
En el primer aniversario de su muerte, se expusieron al público, en el Ministerio de Trabajo y Previsión, la maqueta, los gráficos y planos finales de la obra.
En un momento se discutió si reemplazar el gigante Descamisado por una estatua de Evita. Finalmente resultó que las proporciones de su fisonomía no se correspondían con las dimensiones colosales requeridas. Se decidió que una imagen celestial de Eva Perón se corporizara en mármol de Carrara, con una estatua de dimensiones apenas mayores a las reales y que a sus pies tuviera las figuras de dos trabajadores: uno de músculo y otro de intelecto. El conjunto se colocaría en la cripta, junto al su sarcófago de plata, cuya tapa se levantaría según la ocasión para mostrarla dentro de una caja de cristal.
En la base del monumento se abriría una basílica laica, un santuario pensado para que de todo el mundo llegaran a venerar a la santa y acentuar el carácter sagrado de la liturgia peronista.
Según el plano, los accesos al templo serían a través de tres puertas de bronce con bajorrelieves para los que se eligieron representaciones de la Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Un salón grecorromano con paredes de mármol, rodeado por frisos y columnas, con techo alto de cúpula revestida de mosaicos con pepitas de oro y tan amplio que permitiría circunvalarlo con una frase kilométrica extraída del capítulo XVII del best-seller peronista, La Razón de mi Vida: “Hubo al lado de Perón, una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente las esperanzas del Pueblo, que luego Perón convertía en realidades. De aquella mujer solo sabemos que el Pueblo la llamaba, cariñosamente, Evita.”
Manos a las obras, compañeros
El 11 de enero de 1955 se adjudicó la licitación de la obra a la empresa del Estado Wayss y Fritag. El inicio de la construcción se demoró, tuvieron que realizarse excavaciones, hubo que desplazar cables de alta tensión y un colector cloacal para ubicar los cimientos. Fue una obra faraónica sólo empardada por el relleno de la ciudad deportiva de la Boca. Se volcaron 18 mil metros cúbicos de tierra para tapar dos antiguas piletas de filtros de Obras Sanitarias de la Nación y levantar ahí el obrador, depósitos de materiales y maquinarias. Con 400.000 kilos de hierro y 4.000 metros cúbicos de hormigón se hicieron los cimientos que permanecen allí enterrados. Superados los inconvenientes, la obra llegó a inaugurarse y el mismo Perón colocó con destreza la primera cucharada de mezcla en la estructura a levantarse. Corría el 30 de abril.
El lugar de emplazamiento era al norte de la ciudad. La maqueta muestra al monumento, de cara al río, en el parque ubicado entre las avenidas Libertador y Figueroa Alcorta y las calles Tagle y Libres del Sur, frente a la residencia presidencial por entonces ubicada en la barranca en la que se alza hoy la Biblioteca Nacional. Como referencias cercanas se destacan también el Automóvil Club Argentino y la Facultad de Derecho. Aseguraban que allí sería visto, sin obstáculos, desde lejísimo.
En la misma zona, en 1974, José López Rega intentaría emplazar el Altar de la Patria -ver recuadro- y para el Mundial de 1978 se construyó ATC, que lo transmitió en colores a unos pocos televisores.
Fósiles
El italiano León Tommasi avanzó con un conjunto de cinco esculturas de 2,2 x 2m de base, 4 metros y medio de alto y 35 toneladas, cada una. Estas piezas, del peso de un elefante africano, materializaban las emociones e imágenes de redención e igualdad nacidas a partir de octubre de 1945.
Decapitadas y con los brazos rotos fueron arrojadas al fondo del Riachuelo. Décadas después, obreros de Obras Públicas los rescataron. Algunas, hoy están en el añoso bosque de acacias y cipreses de la ex Quinta 17 de octubre que perteneciera a Perón -ver recuadro-, como metáforas, enormes saurios fosilizados sin cabeza, asomados desde la orilla de otra edad: La Independencia Económica, El Conductor, El Justicialismo, La Razón de mi Vida, Los Derechos del Trabajador.
Por el influjo de la globalización, las ciudades del mundo tienden a parecerse cada vez más a Miami o lo que sea. Ese orden, por lo general no deja estatuas en pie; las derriba. De a cientos, como en el caso de las estatuas de Lenin y Stalin en los países de Europa del Este, tras la caída de la Unión Soviética. O más mediática y recientemente la de Saddam Hussein en Bagdad. De haberse erigido, es probable que la Marina que bombardeó Plaza de Mayo en junio de 1955 arrasara el Descamisado colosal a fuego y metralla. De haber sobrevivido y llegado a salvo hasta nuestros precarios días, el muchachote sería -con suerte- un viejo ex militante, golpeado, cansado de verla pasar. Sin haberse construido jamás, el monumento fue derrocado. Sus partes son hoy escombros de cuando lo nacional, con sus extraños modos, empujaba la historia.
Textos complementarios
20 años después: el altar de la Patchia
De los diversos sueños marmóreos que tuvo López Rega, hubo uno ciertamente faraónico que fue de los que más polvareda levantó. No sólo por los trabajos de excavación que realizó, sino por lo controvertido.
Según se explicaba en su piedra fundacional, en ceremonia bendecida por “la Excma. Sra. Presidente de la Nación Dña. María Estela Martínez de Perón y Su Excelencia el Sr. Ministro de Bienestar Social Dn. José López Rega”, el 23 de noviembre de 1974, se inició la construcción del Altar de la Patria. Un mausoleo erigido para venerar la memoria de muertos ilustres que -allí aseguraban-, “hoy transitan hermanados en la gloria libres de toda pasión terrena”. Con convicción, inauguraban en plena urbe el oscuro símbolo de una perenne Pax Isabelista, en la que no tenían lugar ni perdedores ni desaparecidos.
El creador de la Triple A, brujo adorador de los poderes esotéricos que irradian los cuerpos de los muertos ilustres -hasta entonces desparramados en los cuatro puntos cardinales-, el altar conformaría un centro/ cementerio energético nacional. Uritorco de bronces, daría cobijo al profanado cuerpo de Eva Perón, a San Martín, Rosas, Yrigoyen, Facundo Quiroga y Fray Mamerto Esquiú, por nombrar las mejores figuritas.
Por agosto de 1975, quienes transitaban la avenida Figueroa Alcorta, a metros de la Facultad de Derecho, se topaban con un enorme y entusiasta cartel de la Secretaría de Vivienda y Urbanismo que anunciaba la construcción del megaaltar. Los obreros sufrieron un sinfín de extraños inconvenientes desde la misma iniciación de las obras y finalmente se pararon los trabajos. Bajo tierra había gran cantidad de cables de alta y media tensión de Segba, viejas colectoras cloacales y -olvidada- la base de hormigón del Monumento al Descamisado que no fue.
El Grupo Mausoleo
El duhaldismo, acompañado por los gobernadores más alejados del presidente Kirchner, puso en marcha el “proyecto Mausoleo” en el actual “Museo Histórico Quinta 17 de Octubre”, ubicado en el partido bonaerense de San Vicente. Esta quinta había sido adquirida por Perón y Evita durante su primer gobierno, y fue donde los militares confinaron entre 1978 y 1981 a la ex presidente y tercera esposa Isabel Perón. En mayo, para el aniversario del natalicio de Evita, comenzaron las obras. Tienen previsto inaugurar una primera etapa el 1 de julio, cuando se cumplan 30 años de la muerte de Perón y finalizarla para el 17 de octubre, cuando se celebra el Día de la Lealtad. Lo componen un muro de agua, un oratorio, la Plaza del Abrazo, y la Plaza del Encuentro, donde se ubicará el panteón para el féretro de Perón. Estará todo dispuesto para llevar al cuerpo de Evita si es que sus hermanas lo permiten.
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