Reencuentro desde las entrañas con quien fue abogado querellante en causas por delitos de lesa humanidad, presidente del Comité de Prevención de la Tortura de Chaco e integrante de HIJOS Chaco.
No, yo te llevo. Mañana tengo cita con los genocidas, y yo, a una cita con los genocidas, nunca falto, ¿entendés?
Dijo Mario, deletreó Mario, preguntó Mario, y se fue a dormir. Eran las 3.45 am. La botella de ron vacía, el paquete de Parisiennes casi acabado y los restos de milanesa de pollo eran testigos mudos de sus palabras de final de sobremesa. Había sido feriado el día de aquella noche en Resistencia, donde los calores del sub-trópico ya acechaban los cuerpos. Pero Mario había pasado la tarde en su estudio preparando la audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad que debía afrontar a la mañana siguiente, la Causa Caballero II. Pero antes y después, aquel miércoles y los días subsiguientes, Mario tuvo tiempo de ser lo que era: un huracán arrollador de vitalidad y militancia, un rey de la verba, un solidario y generoso ser humano, un cuadrazo jurídico y político del batallón de la vida.
-¿Qué necesitás de mí?
La voz nasal sonaba dura y distante en el teléfono. Desde la ciudad de Corrientes nos separaba solo un puente, pero la pregunta presagiaba mal comienzo. No necesitaba nada de él, o necesitaba solo poder quedarme unos días en su casa, que fue lo que le dije. Lejos estaba de saber que en esos días, en que tuve el inmenso privilegio de poder conocerlo, Mario me iba a dar todo, y un poco más.
-Bueno, venite, te espero a la una.
A la una, por la calle Irigoyen, aparece un auto y se frena frente al número 1423. Mario se baja, saluda algo frío, abre la puerta de la casa de mamá Porota, invita a entrar y el hielo se rompe de porrazo. Hay una ida virulenta al supermercado, donde todos le sonríen y debatimos qué Malbec iría mejor con la pasta. Hay una cocinada de una salsa deliciosa porque cocinar, decía, lo relajaba. Y mientras los hongos, la mostaza, el ajo y la crema se baten al fuego lento, hay una avalancha, entre histriónica y tierna, de una anfitrionidad exquisita.
Hay memoria personal. Hay ida a la biblioteca donde Mario acaricia algunos libros y cuenta de las andanzas de su madre como profesora de literatura, son los libros de su infancia y adolescencia que desempolva con orgullo y cariño. Hay ida a la computadora, donde busca en la red un relato que lo hizo viral, el del día que le robaron su teléfono celular haciéndole el cuento del tío, en moto. Lo encuentra, lo lee actuándolo con ironía y la risa que provoca nos parte. Hay música, su canción favorita, primero a capella y luego a trío con Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute. La belleza.
“…miralos como reptiles al acecho de la presa, negociando en cada mesa ideología de ocasión, siguen todo lo railes que conduzcan a la cumbre, locos porque nos deslumbre su parasita misión, antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta, mercaderes, traficantes, más que nausea dan tristeza…”
Canta Mario. Y el mediodía se llena de su ser.
Los ravioles traen otros temas, más mundanos, más íntimos, más sucedáneos: el amor, el desamor, los hijos que adora, la hija que también, allá en Buenos Aires, el ahijado que lo quiere tanto y lo llama tía pero cuando se enoja amenaza llamarlo tío, los vegetarianos y el vegetarianismo trucho, los hermanos abogados, la hermana médica, aquel padre diputado del FREJULI por la Democracia Cristiana, el Chaco que ama. Su vida se iba desnudando ante los vasos de vino con la transparencia y la pureza que solo poseen ciertos elegidos de sensibilidad diferente. Pero la memoria volvía, porque la memoria lo atravesaba. La memoria personal y la memoria del pueblo se intercalaban y se mezclaban haciéndose una detrás de esa mirada profunda que es su sello de presentación. Antes del postre, se levanta y vuelve con sus dos posesiones más preciadas, las que muestra con orgullo: dos corbatas. Una, azul, para las audiencias normales, que lleva estampada las palabras Memoria, Verdad, Justicia. Otra, blanca, con dibujos y manchas de sangre, derramada, esa que nunca el dejaría que fuera negociada, para las audiencias de condena. Su humildad le impedía decir que faltaban solo 4 días para que en el Senado de la Nación se le entregara la Mención de Honor Juana Azurduy de Padilla por su compromiso con los Derechos Humanos. Pero dijo “En el Chaco estamos casi invictos, todas condenas menos una absolución”.
Y mientras la ciudad se dispone a una rutinaria siesta de provincia, Mario sigue chorreando memoria. La de los compañeros masacrados en Margarita Belén, soltando una lágrima o diez. La de aquellos años de estudiante en Corrientes ciudad cuando Intransigencia y Movilización Peronista y el Peronismo Revolucionario y la decisión de no militar orgánicamente en política. La de su militancia en HIJOS. La de la lucha por la reapertura de los juicios del terrorismo de Estado cuando la Argentina se derrumbaba. La del Comité Provincial de Prevención de la Tortura, del cual es Presidente. Se va Mario a su estudio, como si todo el tiempo del mundo jamás pudiera alcanzarle. Me deja dos consejos. Uno, que le cuide a Boca, que no iba a poder ver el partido. Dos, que no me asuste si la casa se llena de pibes. Y antes de irse, me deja en las manos uno de los más conmovedores relatos del horror, Allí va la vida: la masacre de Margarita Belén, de Jorge Giles.
Y la casa se llena de pibes nomas, y pibas. Son una banda, de género difícil de definir, y ensayan en el living, y la voz de la cantante es dulce como el mamón, y la música se cuela por todos los ambientes y tapa el relato del comentarista de la televisión, donde Boca pierde. Y vuelve Mario, es tarde, muy tarde, y como decía al comienzo, son las 3.45am pero antes había tenido tiempo de contar la noche que lo marco. Aquella noche que llovía mucho y el dormía cuando entraron los indeseables, los innombrables, los malos. Los horribles, bah. Y Bochín, su perro del alma, miraba con ojos de terror al terror mismo mientras los hombres lo ataban con alambres y plásticos, y le metían una pistola en la boca, y él pensaba y pensaba, y no le rompieron los dientes pero casi, y los hombres hablaban y al que daba las órdenes le responden un sí señor, los hombres que jugaban a ser ladrones pero no lo eran a pesar de que se llevaron un dinero de botín. Y lo dejaron atado, mientras Bochín aullaba, y seguía lloviendo y él solo pensaba en como desatarse y nunca olvidar. Se va a dormir Mario, porque a la mañana tiene audiencia con los genocidas.
Y se despierta nomas, son las 8 y el jopo del flequillo le salpica la frente, se ducha y ya está listo a dar batalla. Me lleva, tal lo prometido, y se va a su cita, con los genocidas. Y a la noche, vuelve, cansado, agitado, contento, porque el juicio avanza. Y al día siguiente lo espera otra audiencia de lesa humanidad, pero en Formosa capital, la Causa Domato. Y allí estará, aunque el viaje bajo ese sol tremendo que cuenta el escritor Carlos Busqued no será fácil, pero allí estará porque Mario, a las citas con los genocidas, nunca falta.
-¿Querés venir conmigo?
Pregunta. Y no me va a alcanzar el resto de mi vida para arrepentirme de haberle dicho que no podía. ¿Estás seguro?, repregunta, mientras, para relajar, cocina unas papas al horno adornadas a la mostaza. Y hay más ron, y más Parisiennes, y más y más charla que se prolonga en otra madrugada. Las Ligas Agrarias, la ciudad de los 70, las historias militantes, las luchas, la represión, la dictadura. Se enoja Mario, “el que entra a esos lugares como víctima, sale como víctima” dice a lo HIJOS, y alarga la noche preparando el traje y las zapatillas que llevara al viaje, y los ojos se le cierran de sueño.
Y al otro día es viernes y por la noche hay una cena organizada por la Secretaria de Derechos Humanos de la provincia en la CGT. El Secretario Provincial, Goyita, mira el reloj, se sirve otro vaso y cuenta cómo será el homenaje sorpresa que le aguardara ese lunes a Mario, al que quiere como un hijo y no pierde oportunidad de decírselo. Los bustos de Peron, Evita y… Rucci son testigos de la tardanza. Porque Mario no llega, hasta que llega, recién salido de la ruta, del viaje, de la historia de los años de plomo. Esa noche parece haber tiempo para todo, aunque ya Cenicienta se fue a dormir y la madrugada está a parir. Por la mañana se tomara un avión y entonces mejor que me dé las últimas instrucciones, en su casa. Allá partimos, y hay más ron, y comida para el gato sin nombre y mimos a Bochín. Pero Bochín quizás sea el único que sabe, o imagina, o presiente, y se niega a quedarse encerrado. Se escapa. Son las calles nocturnas, alucinadas, las que ponen la cuota de realismo mágico, porque Mario va manejando, de vuelta a la cena, y al lado, adelante o atrás del auto, pasando de izquierda a derecha y viceversa, va Bochín, el perro más fiel y malcriado del NEA. Se miraban, se entendían por señas. Reentra Mario, y atrás Bochín, y en la CGT ya queda solo una mesa, donde corre el vino y el whisky y más memorias de la memoria. Y son las 4 y pico am y no hay tiempo para más, para más que Goyita dándole un abrazo, un beso en la frente, diciéndole “Vos sos mi hijo, pendejo”.
No lo sabe Mario, no lo sabe nadie. Esa, era su última noche en la ciudad, su ciudad.
Pero había tiempo, para un poquito más. Mario, en la puerta de su casa de la calle French, me da un abrazo enorme, y me dice “Cuidame a Bochín, quédate el tiempo que quieras en mi casa, y nos vemos a la vuelta”. Y se va, a dormir de la madre, porque le daba miedo no despertarse y perder el avión que lo llevaría a Buenos Aires.
Es sábado ahora. Bochín me mira. Para mí, todavía hay tiempo para algunas cosas. Para almorzar en la casa de Dafne y José, para conocer a los hijos de Mario. Para dejar, como me pidieron, la foto esa en que las Madres abrazan a Mario con una compasión, cariño y agradecimiento solo digno de ellas, sobre su computadora. Para despedirme de Bochín. Para despedirme de Resistencia.
Es domingo. Un domingo que prefiero olvidar, un oscuro día de injusticia.
Es lunes, amanece, y en el mensaje de texto que recibo, está todo dicho: “Bienvenido a la patrulla celestial de la Revolución, compañero Mario Federico Bosch”.
Hoy es 24 de Marzo del 2017. Allí, en la Plaza de las Madres, y en sus alrededores, hay cientos de miles de personas que le dicen al Régimen negacionista: Son, fueron y serán 30,000; ni olvido, ni perdón, ni reconciliación. Y también le avisan, que recuerden que como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar. Allí, entre el mar inmenso de la memoria, sé, o imagino que hay unxs companerxs que llevan una bandera que dice COLECTIVO DE ABOGADOS DE LESA HUMANIDAD MARIO BOSCH. Porque como ya todos sabemos, Mario nunca faltó a una cita con los genocidas.