En abril de 1964 Jorge Masetti, el “Comandante Segundo” del Ejército Guerrillero del Pueblo”, una organización ideada por el Che Guevara que pretendía instalar un foco guerrillero en la Argentina, desapareció en la selva. Cuarenta años más tarde, una misión de argentinos y cubanos intentó hallar sus restos. El relato de uno de los integrantes de aquella misión. 

Ustedes bajan”. Esas fueron las últimas palabras que Héctor Jouvet, “El Cordobés”, le escuchó decir a Jorge Ricardo Masetti, el “Comandante Segundo”, jefe del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) y esas palabras eran una orden.

Promediaba abril de 1964 y fue la última vez que Jouvet lo vio. La imagen que le quedó grabada para siempre y que muchos años después le relataría al médico y antropólogo forense cubano Alfredo J. Tamame Camargo fue la de Masseti y otro guerrillero, Atilio Altamira, los dos muy débiles, recostados en unas hamacas improvisadas en uno de los márgenes del Río de las Piedras, en la provincia de Salta.  Casi no podían moverse.

Para entonces, lo poco que quedaba del EGP -que en un principio contaba con alrededor de treinta combatientes – estaba cercado por la Gendarmería, había perdido hombres y armas y carecía de alimentos.

El intento proyectado de instalar un foco guerrillero en el Norte Argentino, durante el gobierno democrático del radical Arturo Illia, llegaba a su fin.

El periodista argentino Jorge Masetti, fundador de la agencia cubana Prensa Latina, era el jefe de esa fracasada avanzada y su nombre de guerra, “Comandante Segundo” – por Don Segundo Sombra, pero también por su lugar en la dirección guerrillera -, revelaba que el proyecto preveía la llegada de otro jefe, “Martín Fierro”, que no era otro que Ernesto Guevara, “El Che”.

Masetti y Guevara.

Por esos días de abril de 1964 Jouvet y otros combatientes fueron capturados, el cubano Hermes Peña – jefe de la custodia del Che en Cuba – cayó junto con otros combatientes en un enfrentamiento con los gendarmes al norte de la confluencia de los ríos de las Piedras y el Pantanoso, y de Masetti y Altamira no se supo más. Se los dio por desaparecidos en la selva.

Pasaron más de cuarenta años hasta que, en 2005, por un pedido del gobierno cubano a la Cancillería Argentina, se emprendiera la búsqueda de los restos de los dos guerrilleros. Para hacerlo se conformó un equipo integrado por el antropólogo cubano Tamame Camargo, dos guardaparques y cinco gendarmes argentinos, cuya misión sería recorrer los lugares casi inaccesibles don podrían estar los cadáveres de Masetti y Altamira y así dar fin al misterio más insondable de la historia de la guerrilla en la Argentina.

Había pasado mucho tiempo, la topografía del lugar había cambiado y contaban con muy pocos datos: alguna información recopilada en los archivos de Gendarmería por Gabriel Rot para su libro Los orígenes perdidos de la guerrilla y la descripción de Jouvet del lugar donde vio a Masetti por última vez:

-Yo creo que murió ahí, en el lugar donde había quedado. Ese lugar tenía una característica: en medio del río había una enorme roca. Y enfrente un arroyo – había dicho.

Memoria de un guardaparques

El pedido cubano a la Argentina de buscar los restos de Masetti y Altamira surgió a partir de un hallazgo reciente: a mediados de 2005 un equipo de antropólogos forenses había identificado los restos del cubano Hermes Peña, que después de su muerte en combate con la Gendarmería había sido enterrado como NN en el Cementerio de Orán, en Salta. Eso llevó a que las familias de los dos guerrilleros desaparecidos del EGP solicitaran que se intentara encontrar sus restos.

-Me convocó a participar de la búsqueda Marcelo Fernández, que era el intendente del Parque Nacional de Caleligua, porque parte del territorio donde había que buscar los restos queda en jurisdicción del Parque. “Fabián, ¿te enganchás”, me preguntó, y yo no dudé, lo único que le respondí fue: “Decime qué tengo que hacer” – cuenta al cronista el guardaparques Fabián Rocca Ñancucheo, que participó en cuatro de las expediciones que se encararon a lo largo de dos años.

Fabián Rocca Ñancucheo (Foto: Horacio Paone).

Por entonces, Rocca tenía 35 años y, además de su experiencia como guardaparques contaba con un plus: diez años antes había viajado a México, donde había estado en contacto estrecho y vivido en los campamentos de la guerrilla del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), e incluso había conocido al subcomandante Marcos.

-La misión de buscar a Masetti era una aventura, no lo niego. Había que meterse en la selva en lugares donde no había presencia humana, pero también había para mí una cuestión ideológica y moral muy importante. Emocionalmente es difícil de explicar, yo fantaseaba con encontrar los restos de Masetti y Altamira como quien encontró en su momento al Che – dice.

Hacía menos de diez años que, en 1997, los restos de Ernesto Guevara habían sido hallado por un equipo de antropólogos forenses en Bolivia.

Rocca dice también que desde el primer momento tuvo claro que era una misión casi imposible, por la escasa información con que contaban, por el tiempo transcurrido y por las características del territorio por donde se había movido la guerrilla del EGP.

-Con los datos de Rot y de Jouvet, y de lo poco que daba Gendarmería, que siempre fue reticente con este asunto se empezó a construir la posibilidad muy remota de que los cuerpos estuvieran en la selva, cerca de lo que sería el límite fronterizo entre Salta y Jujuy, donde corre el Río de las Piedras. Según Jouvet, en algún punto de ese río él dejó a Masetti y a Altamira en un estado en el que difícilmente pudieran moverse. Dijo que había una roca enorme y que había un alisal. Esto último acotaba el territorio, porque el aliso es un árbol que crece río abajo, entonces muy arriba no era. Pero habían pasado más de cuarenta años y la selva, la topografía y el río, que es muy caudaloso, se transforman, cambian año a año. – explica.

Remontando el río a pie

La primera entrada del equipo – el antropólogo cubano, dos guardaparques y cuatro gendarmes – se realizó en octubre de 2006, la época del año más propicia para aventurarse por un territorio muy difícil.

-Esla época de sequía, cuando no hay lluvias torrenciales como suele haber entre diciembre y abril en la selva. Entonces septiembre, octubre, noviembre eran los meses adecuados – dice Rocca.

Avanzaron con camionetas 4×4 hasta donde la huella se los permitió y luego siguieron hacia el río haciendo postas con dos cuatriciclos hasta que la selva les cerró el paso. De ahí en más, siguieron a pie.

-Estuvimos más o menos una semana metidos en la selva y caminamos siempre por el cauce del Río de las piedras, siempre. No te podés apartar, porque a medida que lo remontás los cañadones se van cerrando cada vez más, en forma de “V” y no podés salir del cauce. Mientras avanzábamos, yo pensaba: “¡Dónde se metieron estos tipos!”. Los farallones son altos y difíciles, peligrosos. Sabía que uno de los guerrilleros había muerto desbarrancado. Salió del cauce para trepar y se cayó – cuenta.

Tamane Camargo remontando el río.

Caída libre de un guerrillero

Rocca se refiere al relato del cordobés Jouvet sobre la muerte de otro guerrillero Antonio Paul:

“Salgo con Antonio para cruzar la fractura de nuevo, sin saber que había una ‘garganta’ espantosa. Y nos despeñamos de 35 o 40 metros. Era una montaña cortada a cuchillo. Le decíamos “escaleras”, la habíamos bautizado así. Antonio me grita “¡Cordobés!” y se cae y yo, que tenía el pie puesto en una piedra, trato de agarrarlo y lo agarro no sé muy bien si de la camisa o de la mochila, no lo sé, pero siento que se me va, se me va, y cayó verticalmente. Y yo me voy para el otro lado de las piedras. Recuerdo que caigo como si fuera un hombre de goma más o menos. Voy saltando por las piedras. Y caigo al río, justo donde empieza la cascada. Caigo con la mochila y el fusil y pierdo todo”, describió en una entrevista publicada en la revista Lucha Armada.

Jornadas agotadoras

Fabián Rocca Ñancucheo cuenta que el equipo de búsqueda avanzaba en jornadas de 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. A paso lento, no sólo por las dificultades del terreno sino porque el antropólogo Tamame Camargo iba tratando de encontrar las descripciones topográficas con las que contaba.

Trataban de ir lo más livianos posible, aunque las mochilas de los gendarmes pesaban unos 35 kilos.

-Nosotros llevábamos menos peso, yo cargué apenas una muda de ropa, unas latas y con el otro guardaparques, Moisés Corregidor, compartimos un nylon negro para hacer un vivac para dormir. Camargo llevaba un iglú, pero los gendarmes llevaban armas y tiendas – relata Rocca.

Masetti con Fidel Castro.

La comida se la tiraban desde un helicóptero todos los días, les daban la ubicación con el gps y ellos la iban a buscar. Para dormir, buscaban lugares abiertos donde instalar el campamento, por las víboras, los insectos o el riesgo del ataque de un yaguareté.

Remontaron el río hasta la naciente en caminatas agotadores y, en algunos tramos, nadando por piletones profundos que encontraban debido a los diques naturales que se formaban con piedras y rocas arrastradas por el río. Trataban de encontrar algo, cualquier cosa que les diera un indicio de la presencia, cuarenta años antes, de los guerrilleros por el lugar.

-Una de las cosas que buscábamos, por ejemplo, eran restos de soga, porque estábamos caminando por lugares donde no había registro de presencia humana. Si encontrábamos restos humanos iban a ser de la guerrilla, no había posibilidad de otra cosa. No había pobladores cerca, como puede ser en el sur, ahí no había registro. Cualquier cosa que encontráramos iba a ser de ellos – dice Rocca.

No encontraron nada.

El segundo intento

Para la segunda expedición, los dejó junto al Río de las Piedras un helicóptero de Gendarmería Nacional.

-El equipo era el mismo. Nos dejaron en el cauce del río, en un lugar bastante abierto, con bastante arena y mucha piedra. Nos teníamos que tirar de un metro, más o menos. No podía apoyar los patines bien por las piedras. Parecíamos boinas verdes en Vietnam. Desde ahí caminamos por el mismo circuito que la vez anterior. El camino fue el mismo, con la diferencia que Alfredo tenía un par de datos topográficos más, muy improbables, casi imposibles de encontrar. También llevamos un detector de metales. Nos metimos en bosques de alisos y con el detector rastrillamos el bosque, pero eso sonaba cada cinco minutos, por los metales de las piedras, detectaba eso. No encontramos nada – dice Rocca.

Hicieron el mismo recorrido, pero en esa ocasión casi pierden un hombre: cruzando uno de los piletones, uno de los gendarmes casi se ahoga.

-Fue en el cruce nadando de uno de los pozones. Los gendarmes habían llevado un botecito de esos de los infantiles y colchonetas inflables. Poníamos las mochilas arriba y nadábamos junto a ellas, agarrándonos. Uno de los gendarmes, que no sabía nadar, se abatató en medio de un cruce y se hundió con una piedra. Lo sacó el otro guardaparques, Moisés Corregidor, que nadaba muy bien y tenía un físico privilegiado – cuenta Rocca.

En esa ocasión los hombres de Gendarmería no quisieron subir hasta la naciente del Río y se quedaron en un campamento mientras el antropólogo Tamame Camargo, Corregidor y Rocca hacían el último tramo.

Tampoco encontraron nada.

Un año después

Al año siguiente, en septiembre y octubre, hicieron dos nuevos intentos de encontrar los restos – o por lo menos algún indicio – de Masetti y Altamira. La tercera expedición fue calcada de las anteriores y no arrojó resultados. En cambio, la cuarta cambió de escenario.

-Esa vez no subimos el río sino que bajamos, porque Alfredo (Tamames Camargo) tenía el dato de un baqueano y otro dato de un trabajador de una especie de finca o chacra que había sobre el río piedras hacia abajo, en la confluencia del Río las Piedras con el Río Pantanoso, de que en 1964 habían visto dos personas caminando en mal estado, casi moribundas, que se habían querido alojar en el casco de esa chacra. Era un dato nuevo y parecía confiable. Fuimos y rastrillamos con el detector de metales, pero tampoco había nada – relata Rocca Ñancucheo.

Jorge Masetti en Prensa Latina.

También cuenta que Tamames Camargo sospechaba que muchos de los datos que recibía, sobre todo del lado de Gendarmería, eran falsos, destinados a distraerlo. En un informe al que tuvo acceso este cronistaa consigna la versión de un poblador que había encontrado dos cadáveres atados a dos árboles con disparos en la cabeza; también otra que señala la existencia de un campamento en un lugar preciso.

-Eran carne podrida – dice Rocca.

En los meses siguientes, el antropólogo cubano realizó nuevas búsquedas, pero ya no en el río sino en cementerios de pueblos cercanos.

-Creía que Gendarmería había encontrado los cuerpos en la década de los 60 y que, como en el caso de Hermes Peña, los había enterrado como NN en algún cementerio de la zona, pero tampoco encontró nada.

“Parecía todo muy absurdo”

Casi 15 años después de aquellas expediciones de búsqueda, Fabian Rocca Ñancucheo no ha perdido la sensación de asombro que le provocaron. No sólo porque se trató de una búsqueda que parecía destinada al fracaso desde el primer momento, sino también porque sigue sin comprender las razones por las que Masetti eligió ese momento y ese lugar para armar el foco guerrillero.

-Entraron en abril, en plena temporada de lluvias, cuando es muy difícil sobrevivir, cuando el Río de las Piedras y todos los ríos de la región vienen con una cantidad de agua que arrastra unas piedras enormes. El nivel de caudal es monstruoso. Meterse en esa época… cómo no haber evaluado eso, el clima, me llamó poderosamente la atención. Además, es un lugar casi sin presencia humana, para qué hacer una guerrilla ahí. La única explicación que encuentro es que quisieran foguearse antes de entrar en acción. Pero en esa zona no hay ni para cazar, sin suministros se iban a morir de hambre. Y para colmo, a excepción de Masetti, Hermes Peña y algún otro, el resto eran pibes jóvenes de las ciudades, estudiantes. Era absurdo que pasaran sin transición de la ciudad a ese lugar. No puedo entenderlo – remata.

Aquellos fueron los últimos intentos por encontrar los restos de Jorge Masetti, el “Comandante Segundo” del Ejército Guerrillero del Pueblo, una de las primeras experiencias guerrilleras de la Argentina.

La frase con la que lo despidió Rodolfo Walsh sigue vigente:

“Masetti no aparece nunca. Se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo. En algún lugar desconocido el cadáver del comandante Segundo empuña un fusil herrumbrado”.

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