En abril de 1974, la película de Héctor Olivera basada en la investigación de Osvaldo Bayer estaba trabada por la censura. Sin embargo, después de una fuerte discusión con el jefe del Ejército, Perón decidió que se la estrenara para darle un mensaje al militar.

Osvaldo Bayer contó con lujo de detalles en varias ocasiones cómo se produjo el efímero estreno de La Patagonia rebelde, que en las condiciones fascistizantes de la tercera presidencia de Perón iba camino a quedar censurada. No está de más recordar la sucesión de hechos. El rodaje se hizo a fines del 73 en Santa Cruz, con la venia del gobernador Jorge Cepernic, cuya familia había estado involucrada en la huelga y tenía recuerdos de su infancia sobre los fusilamientos. Para el gobernador era una cuestión de honor que se hiciera la película. Cuando ya llevaban unos días de rodaje, avisó a Bayer y a Héctor Olivera, el director, que el nuevo jefe del Ejército, general Leandro Anaya, se había enterado y pedía explicaciones de por qué se permitía filmar una película basada en un libro que consideraba insidioso al honor militar. “Ustedes sigan filmando, si pueden se apuran, yo voy a tratar de frenar a los militares todo lo que pueda”, les dijo. La filmación continuó, pero ya se había plantado la sospecha de que sería muy difícil estrenar.

Afiche original de la película.

Dicho y hecho, la película sufrió en abril del 74 la forma más sutil de censura: el Ente de Calificación Cinematográfica, la cueva de inquisidores formada por Onganía en el 68, cajoneó el expediente de La Patagonia rebelde, esto es, no le puso calificación, con lo cual no se podía exhibir.

Olivera y su socio, Fernando Ayala, comenzaron a mover influencias. A las pocas semanas consiguieron meterse en la agenda del mismísimo Perón: a través de terceros hicieron llegar una copia a la quinta de Olivos para que el General la viera y se sacara él mismo las dudas de si era o no una película ultrajante para los militares. Por cierto que Bayer ya había comprobado en su investigación que Perón no había sido enviado a Santa Cruz (era infante y la masacre la perpetró el Regimiento 10 de Caballería), con lo que el presidente no era un particular interesado en el tema por fuera de la camaradería dentro del arma.

Perón tenían la costumbre de mirar películas los sábados a la noche en el microcine de Olivos, junto a Isabel y, cuándo no, López Rega. Un sábado, después de cenar, se dispuso a mirar la película por la que trinaba el jefe del Ejército. Según recogieron Bayer y Olivera de testigos de aquella proyección, Perón se la pasó haciendo comentarios. “No, no, eso no fue así” y “Eso que muestran en escena pasó distinto”, y cosas así. Sobre todo, remarcaba el rol poco menos que prescindente y, como se ve en al menos dos escenas, de hombre con culpa, del personaje del capitán Arzeno, personificado por Héctor Pellegrini. “A Varela lo pintan como un asesino, pero el que se envalentonó y mandó a fusilar fue el segundo de él”, se quejó Perón ante el retrato del capitán Arzeno.

El General se fue a dormir y no dijo más nada sobre la película. Los contactos de Ayala, Olivera y Bayer con el gobierno eran escépticos. Todos pensaban que Perón no iba a intervenir, que la censura encubierta seguiría su curso y que no habría calificación. De repente, en los primeros días de junio, el Ente emitió un dictamen por el cual La Patagonia rebelde era calificada como apta para mayores de 18 años y se podía estrenar. Un bombazo inesperado: se pudo estrenar el 13 de junio, justo un día después de lo que sería el último discurso de Perón en Plaza de Mayo. ¿Qué había pasado? Perón había dado el visto bueno. Pero, ¿por qué?

Leandro Anaya.

Los productores, el guionista y los analistas políticos de la época supieron bien pronto la razón. Perón había mantenido una reunión con el general Leandro Anaya, en la que el jefe del Ejército hizo una serie de planteos respecto de la lucha contra la guerrilla, hasta ese momento un asunto policial por decisión del presidente. Al parecer, la discusión subió de tono y Anaya se fue en malos términos. Perón no era tonto, sabía que el horno no estaba para bollos y no podía echar por un berrinche a un general nombrado hacía seis meses. Pero decidió mandarle una señal bien clarita a Anaya para que el otro supiera quién mandaba en la Argentina, y ordenó que se destrabara el expediente de La Patagonia rebelde.

Anciano y enfermo, aun es posible imaginar a Perón con un gesto de chico que disfruta una travesura al momento de ordenar el estreno de la película que lo iba a cabrear al otro, algo de lo que ni siquiera habían hablado en la reunión porque iba de suyo que las latas de La Patagonia rebelde dormían el sueño de los justos. ¿Para qué marcarle la cancha a Anaya con una película escabrosa para el Ejército por unos fusilamientos masivos de hacía más de medio siglo? El Ejército Argentino es una gran familia, y esto hay que entenderlo de manera literal.

No todos los que vieron la película lo sabían, pero el guión se había cuidado muy bien de cambiar algunos nombres, incluso el personaje del alemán Schultz que hace Pepe Soriano es la simbiosis de dos líderes huelguistas. Sólo se respetaron los nombres de Antonio Soto y José Font, “Facón Grande”. El personaje del juez está basado en el juez Ismael Viñas, padre de David. Del lado de los masacradores, civiles y militares, se cambiaron los apellidos. El gobernador Méndez Garzón que hace el extraordinario José María Gutiérrez (que venía de ser parte del elenco de Operación Masacre, rodada en la clandestinidad), se llamaba en verdad Edelmiro  Correa Falcón. El coronel Zavala que hace Héctor Alterio (capaz de adelantarse más de una década a la Obediencia Debida cuando afirma: “Podrán decir que fui un militar sanguinario, pero nunca que fui un militar desobediente”) era, en la realidad, el coronel Héctor Benigno Varela.

Bayer, Soriano y Olivera en el Festival de Berlin.

El capitán Arzeno de la película, la mano derecha de Zavala/Varela en la represión, no se llamaba Arzeno. Todavía vivía en 1974, con 85 años, había sido entrevistado por Bayer para su investigación y protagonizado una polémica con el escritor, que quedó reflejada en el cuarto tomo de la obra, “El vindicador”. El Arzeno de la vida real comandaba Campo de Mayo cuando el golpe del 43, asumió como ministro de Justicia de la dictadura nacida el 4 de junio y luego reapareció como Secretario de Guerra de Frondizi. O sea, un tipo pesado. Se llamaba Elbio Anaya, y era tío del general Leandro Anaya.

Perón no tuvo ningún empacho en mandar al frente al viejo Anaya, pese al nombre cambiado en el film, sólo para hacerlo calentar al sobrino, cuando autorizó el estreno de La Patagonia rebelde. De hecho, se ha dicho, cuando el General vio la película, lo hizo con ojos de un oficial de los años 20 al que le llega el relato de atrocidades cometidas en el Sur, y que deslinda la responsabilidad de Varela en el entonces capitán Anaya, según los comentarios que se le escucharon esa noche en Olivos.

A las tres semanas del estreno murió Perón y, pese al éxito de taquilla, a la película le llegó la hora de la censura. A muchos involucrados en la película les tocó marchar al exilio: Bayer, Brandoni, Alterio, Soriano. El general Leandro Anaya cayó en abril de 1975 por la interna feroz que desencadenó el informe interno sobre las andanzas de la Triple A. Jorge Rafael Videla lo rescató para darle la embajada en España, después del golpe del 76. Su tío Elbio, principal oficial vivo responsable de los fusilamientos de 1921 tras el asesinato de Varela, murió plácidamente en Buenos Aires en 1986, a los 97 años. Varias generaciones de militares, con Juan Carlos Onganía a la cabeza, lo despidieron con honores en el cementerio de la Recoleta.