Los familiares de la tripulación del submarino ARA San Juan intentaron hablar con el ministro Aguad pero les cerraron la puerta en la cara. Desafían el frío y la lluvia en Plaza de Mayo frente a la sede de un gobierno que les da la espalda. Marcela Moyano es una de ellos.

Frío. Llovizna. Rejas. Muchas rejas. La Plaza de Mayo presenta un aspecto inhóspito, duro. Sin embargo, en los dos extremos de esta plaza dos expresiones de lucha y dolor y demanda se hacen oír. Por un lado, la manifestación colorida del Orgullo Gay, por el otro y contra esas inmensas rejas, los familiares de los tripulantes del submarino ARA San Juan despliegan sus banderas con los rostros queridos y se encadenan a los fierros que protegen – seguramente de estas demandas – a la Casa Rosada, que se erige inmutable en medio del invierno porteño. Frío. Llovizna. Rejas. Muchas rejas.

Hace pocas horas los familiares fueron a intentar hablar con el Ministro Aguad y, literalmente, les cerraron las puertas del despacho en la cara. Algunos de ellos se quedaron a persistir en el intento, otros volvieron a la guardia encadenada de la plaza. Ninguna noticia buena los abriga. Alguna solidaridad de la gente que pasa, algunos medios, una cronista de la televisión rusa que sonríe cuando le dicen que el presidente argentino no contesta las notas, pero que sí han recibido una carta de Putin.

Marcela Moyano, esposa del maquinista del ARA San Juan.

La que hace este comentario a la colega es Marcela Moyano, docente, esposa de Hernán Rodríguez, maquinista del ARA San Juan. Mendocinos los dos, desde hace seis años habían conformado una familia ensamblada junto a sus hijos Nicolás, Virginia y Francisco. Hace tres años los destinaron a la Base Naval de Mar del Plata.

Marcela es menuda y habla bajito, emocionada pero segura de lo que siente y piensa: “La idea de venir a encadenarnos acá la teníamos pensada desde hace rato. Desde el principio nosotros seguimos la lucha allá en a Base Naval, con la gran diferencia de que estamos dentro de una institución y que a veces nos iba a visitar gente y no nos han avisado, o si pedían por uno de nosotros hemos podido salir a saludarlos, pero el exterior no tiene mucho contacto. Nosotros hace casi seis meses que ocupamos el Casino de Oficiales de la Base Naval Mar del Plata. Hay un living que tiene una televisión donde iban los oficiales a tomar un café y ahora estamos las familias. Tiramos colchones, comemos lo que llevamos y pasamos el día y la noche. Estar afuera con la bandera era un gran esfuerzo para muchos familiares mayores con problemas de salud, y no queríamos agobiarlos. Estamos ahí como una manera de manifestar, de pedir que no se pare con la búsqueda. Pero no alcanzaba porque no se visibilizaba la demanda. Entonces concretamos venir a Buenos Aires a encadernanos. Para ser visibles por este gobierno que no da respuestas”, dice.

Y agrega: “El gobierno sigue estando ausente para nosotros los familiares del ARA San Juan. Hoy nos cerró la puerta en la cara el ministro. No sé si están escondiendo algo, no sé cuál es su pensamiento, su postura, pero nosotros queremos hacerle saber tanto al señor Aguad como al presidente de la Nación que para nosotros hay dos palabras claves que son importantes y que no sabemos si ellos saben el significado: dolor y lucha. El dolor porque nunca pensamos que la persona que amamos nos iba a faltar, que iba a desaparecer de la nada, de un día para el otro, se fue y no volvió…”.

“Y la lucha es no tenerle miedo al frío, el llorar, el decir, no tenerle miedo al hambre, a nada prácticamente porque ya perdí mucho con este daño que me han hecho –sigue diciendo -. Todo esto me lleva a la lucha, a que nos unamos los familiares y no nos dejemos convencer con mentiras, que esto pase al olvido, que se pare acá y que bueno, todo quede en la nada. No queremos que pase como con otros casos de Argentina que han quedado en la nada. Sabemos que los barcos salen a navegar en forma muy precaria, con muchos años de trabajo y que cada vez que salen vuelven más rotos de lo que salieron y no se invierte en arreglarlos. Es abandono de persona porque igual los mandan a navegar”.

Despacito, pausado, desnuda algunos de sus sentimientos más profundos. “Siempre tuve miedo cuando embarcaba Hernán. Es un trabajo muy riesgoso. El mar me da mucho miedo a mí. Esta vez no lo fui a acompañar al puerto porque se fue con un compañero, si no hubiera sido una despedida diferente, más linda, no sé. Nos dimos un beso, nos dijimos que nos queríamos, te amo le dije y se fue. Él estaba preocupado por esta navegación por la cantidad de días que iba a estar afuera – entre 40 y 45 días – y lo que realmente lo preocupaba era que no sabía la misión”, explica.

“Hoy tenemos la versión de la misión que supuestamente nos dice la Armada; nos dice el Ministerio que han investigado ahora que se levantó el secreto de Armada, pero a mí me sigue haciendo ruido que él no supiese a qué iban. Por ejemplo, en julio, cuando tuvieron una navegación de 19 dìas, sí le habían explicado la misión. También pienso que para no preocuparnos a los familiares a veces no nos decían todos los peligros que supuestamente habrán tenido en el mar. Lo que para ellos podían ser averías normales, para nosotros eran preocupaciones. Y ahora no sabemos lo que pasó exactamente. Son todas conjeturas”, sigue diciendo, casi sin hacer pausas.

Los reclamos de los familiares encuentran el silencio del gobierno.

Marcela recuerda que dejó su trabajo de docente en una pausa de hielo, allá en Mar del Plata. Una pausa que le abarca todo: “Mi trabajo no lo he podido retomar. Mi vida no he podido retomar. Mi vida se paralizó el 15 de noviembre. Siento que salí de mi vida. Por ahí trato de explicar algo raro que me pasa, siento que la vida que yo tenía alguien vino y me arrancó de allí. Estoy ahí,  como a un costado. No me puedo proyectar. No puedo pensar en otra cosa. Nosotros compartíamos muchas cosas con Hernán. Nuestros fines de semana…Hoy para mí los fines de semana son una tortura, terribles, no tendrían que existir porque es cuando la soledad me pega aún más. Los chicos me ven sufriendo y tratan de ayudar, todavía no me animo a dormir en nuestra cama, abro el placard y está su ropa, me duele la ausencia en la mesa, es muy duro, muy duro y lo que mas duele es que ya no se esté haciendo nada para buscarlos”, cuenta.

Necesita la cronología para asirse a esta realidad que se le escapa a la comprensión. Habla en presente cada vez que nombra a Hernán. “Nosotros tenemos una vida hermosa, feliz, nos amamos – me cuesta mucho hablar en pasado – simplemente nos amamos. El 25 de octubre Hernán salió a navegar, llegó el 4 de noviembre a Usuhuaia, nos estuvimos  comunicando hasta el 8 mandándonos audios, mensajes, llamadas, y el día 8 cerca del mediodía él se comunica que ya zarpaban de Usuhuaia a Mar del Plata”, arranca y sigue: “el día 12 se comunican de la Base Naval conmigo para preguntarme cómo estaba yo, pasarle un mensaje naval a Hernán y le dije a su camarada que estábamos bien. Me dicen que ya estaban subiendo para Mar del Plata. Y el día 16 a las diez de la noche empieza la pesadilla de mi vida, la peor pesadilla, cuando se comunican conmigo desde la Armada para decirme que habían perdido contacto con el submarino”.

Hace una pausa y cierra los ojos como para que ninguna imagen se le escape, para retener y detener ese tiempo, quizás un poquito, apenas un poquito antes de esa noche fatal. “Esa noche no dormí, no pude dormir. Miraba los medios, la televisión que ya hablaban de un submarino argentino perdido. Al otro día me fui temprano y ya me instalé en la Base Naval. La primer semana con toda la esperanza que ellos venían viajando hacia Mar del Plata, que no se comunicaban porque estaba navegando y así pasó la primer semana hasta que el 23 de noviembre se cita a los familiares para decirnos que había habido una explosión, una anomalía a una profundidad de 3000 metros…y yo creo que ahí todos los familiares, yo particularmente, sentí que el mundo se me vino abajo”, dice.

Esa noche le resultó interminable. “Me fui a mi casa con la imagen de que había explotado el submarino, que lo había perdido a Hernán en ese momento y entré en shock –recuerda -. No entendía, incluso el mismo día de la reunión, no entendía qué pasaba. Veía gente a mi alrededor que gritaba, lloraba y no entendía nada. Me costó recuperarme dos o tres días en mi casa hasta que decidí volver otra vez a la Base Naval para escuchar los partes que nos seguían dando y ahí empezamos con otras familias a preguntarnos cómo era que sin pruebas ellos afirmaban que había habido una explosión. Nos dicen que entró agua por el snorkel, se fue al tanque de batería donde hubo un pequeño incendio con un cortocircuito y esa es toda la información que nos dieron”.

La Casa Rosada ignora el grito encadenado a sus rejas.

Duda de todo, de cada palabra, de cada información, de cada sonrisa oficial: “Realmente no sabemos qué pasó ahí. Según las comunicaciones que declararon en el Senado en la comisión bicameral, en la última comunicación no dieron posición. Y es una de las cosas que a mí me extraña porque si realmente el submarino había tenido una avería, había tenido una entrada de agua, si había estado toda una noche peleando contra un mar tan bravo que los golpeaba para todos lados, me pareció muy raro que no dieran una posición, no? Ellos dicen que en diez minutos de comunicación nunca dieron una posición. Según ellos la última posición que informaron fue del día 15 a las 0.32. Y yo también dudo porque, siempre supuestamente, ellos en ese momento se encontraban el área Juliana que era donde tenían que hacer el ejercicio. ¿Que pasó? ¿Salieron del área donde por temas internacionales no cualquier buque se puede meter allí?”, se pregunta.

Se apoya en la esperanza que le da el trabajo de La Comisión bicameral: “Está ayudando a investigar y confio en que nos van a ayudar a llegar a la verdad. Acá hasta que no encontremos el submarino no vamos a saber la verdad de lo que pasó. Pero para encontrarlo hay que buscarlo y estamos frente a un gobierno que no nos está ayudando a solucionar el problema, al contrario, nos está hundiendo, nos está enterrando, nos está matando en vida, cada minuto que pasa sentimos más dolor, pero al mismo tiempo, si dejamos de luchar, si dejamos de ser los voceros de esas caras que están ahí colgados en las banderas nadie más lo hará. Qué pasó, dónde está? Tantos proyectos que teníamos juntos. No lo puedo soltar. Él me dijo que volvía el 17 de noviembre y yo…todavía lo estoy esperando”, dice.

Detrás flamea una de las banderas que dan marco al encadenamiento. Dice en trazos muy gruesos Nunca Más. Marcela jamás pensó que esas dos palabras, tan caras al pedido de justicia en la Argentina, fuera a atravesar su vida esta manera “Nunca creí que nosotros íbamos a pedir un Nunca Más. Nunca.”

Las últimas noticias no le traerán consuelo. Por el contrario, todo parece insertarse en esa misma pausa de hielo, ese congelamiento en que entró su vida aquellos días de noviembre. A más de siete meses y mientras ellos están encadenados hasta que se retome la inciativa de la búsqueda, todas las noticias son malas.

Se dio de baja a la contratación directa internacional que ya se había preadjudicado a una empresa española, no se avanza en las presuntas responsabilidades penales de los mandos superiores de la Armada, la Comisión Bicameral surfea en la dinámica burocrática legislativa y el cuidado corporativo de la propia clase política. Y el colmo llegó el viernes a las 11 de la mañana cuando el propio Aguad les informó a los familiares que obstinadamente exigieron y consiguieron hablar con él, que no tienen plan B. Entre llanto y con furia, los familiares dieron a conocer la exigencia de la renuncia de Aguad.

Frío. Llovizna. Rejas. Muchas rejas. Y la mirada de Marcela en los ojos de Hernán, en el retrato de la bandera. El mismo que está al lado casi de una frase que nadie querría volver a gritar: Nunca Más.