Contra la pared de la emisión cero se estrella el nivel de actividad. Nada de mala praxis: recesión y megadevaluación, los efectos deliberados de la acción del gobierno. El objetivo, el repago de la deuda. El FMI, el delegado Sandleris, las modificaciones cosméticas y los cantos de sirena.
Cambiemos endeudó al país en más de 100 mil millones de dólares; además, la total desregulación del movimiento de capitales derivó en una fuga al exterior que superó los 50 mil millones en menos de tres años. No hubo errores. Lo hizo en forma deliberada para cristalizar una redistribución del ingreso que beneficia a los capitales concentrados. Lo hizo en perjuicio de los asalariados, de vastos sectores de la clase media, de los cuentapropistas y de las pymes.
Endeudar para fugar; he ahí, la substancia de una estrategia que promueve la dependencia y la pérdida de derechos.
Si el endeudamiento se hubiese usado para financiar obras de infraestructura o promocionar actividades productivas, su repago hubiese sido el resultado normal de un plan de crecimiento. No fue así. No podía serlo. El endeudamiento macrista está pensado como plan de negocios y dependencia agravada.
Según la conocida y por demás faltas teoría oficial, la deuda contraída -la más alta a nivel mundial en los casi tres años de Cambiemos- tuvo como objetivo financiar los gastos corrientes en pesos y, de esa forma, eliminar el déficit fiscal, la causa de la inflación y de poco menos que de todos los males argentinos, según el credo oficial.
La realidad es otra. El objetivo de Cambiemos es volver a encadenar al país al capital financiero internacional y subordinarlo al imperio hegemónico de los Estados Unidos; dependencia que garantizaría el disciplinamiento y la subordinación de las clases populares a los intereses de los capitales concentrados.
El subrayado no es ocioso. Comprenderlo es clave para entender la insistencia de Cambiemos en “soluciones” que siempre significan “mayores sacrificios” para casi todos; excepto, claro está, para las clases aliadas al gobierno. No en vano ante cada problema que hunde un poco más al país, Cambiemos se justifica invocando causas ajenas a su accionar, y tan luego ensaya soluciones que solo terminan por agravar los problemas que ellos mismos generaron.
No se trata solo de impericia, sino de un accionar deliberado en beneficio de intereses contrarios a los derechos conquistados durante muchas décadas de lucha por los trabajadores. La mentada gobernabilidad en manos de Cambiemos es crisis programada para los sectores populares. Hacerle el juego, como falsa oposición que termina apoyando sus iniciativas con modificaciones cosméticas, es miopía y complicidad.
Restricción externa, la clave
No es una novedad. Desde hace tiempo, muchos economistas venimos advirtiendo que la política de endeudamiento tenía un límite. Los especuladores internacionales, que prestan a tasas muy superiores al rendimiento de los bonos más seguros -como los estadounidenses-, siempre ponen la lupa en la capacidad de repago; es decir: que el país tomador del crédito lo utilice para realizar inversiones inteligentes que aumenten los superávits comerciales. A la postre, única vía de repago.
En enero pasado, los capitales internacionales notificaron al gobierno que cesaba la aceptación de nueva deuda argentina. La razón es que observaban que la mitad de lo que prestaban se fugaba mediante la compra sin control de dólares en el desregulado mercado de cambios y que el resto no se usaba para compra equipos que mejoraran la infraestructura instalada o impulsaran actividades productivas. Por el contrario, los fondos financiaban un incremento incontrolado de las importaciones y el déficit público. Un déficit que, además, Cambiemos aumentó en vez de disminuir.
Cuando el endeudamiento privado cesó y los capitales golondrina comenzaron a retirarse, el tipo de cambio inició un raid ascendente. El gobierno entró en pánico. Era “fuego amigo”. Provenía de aquellos cuya codicia se había alimentado con las promesas de grandes ganancias seguras en poco tiempo.
En vez de aplicar restricciones a la compra sin límites de dólares, administrar las importaciones, reimplantar plazos razonables para la liquidación de divisas originadas en las exportaciones, aumentar los impuestos a la riqueza para balancear las cuentas públicas, el gobierno apeló al Fondo Monetario Internacional.
Se sabe. El FMI tuvo y tiene una sola receta: recesión para que la falta de consumo interno frene las importaciones y genere superávits comerciales externos que garanticen el pago de la deuda a los capitalistas internacionales. El pago externo garantizado por el sacrificio de las clases populares. Al gobierno solo le quedó el marketing y distorsionar con nuevas ensoñaciones el paquetazo recesivo.
Por lo pronto, la crisis ya se comió tres presidentes del Banco Central. Federico Sturzenegger fue el primero. Aguantó hasta el 14 de junio. Lo siguió Luis Caputo, quien duró algo más de tres meses. Desde el 25 de septiembre, la entidad quedó formalmente a cargo Guido Sandleris, el delegado del FMI. ¿Mala praxis? No solo eso, también negociados en los remates de divisas, una cuestión por los que tendrán que rendir cuentas.
¿Qué hicieron Sturzenegger y Caputo? Veamos… Cuando se produce un ataque contra las reservas de un banco central hay opciones: o se restringe el acceso a los dólares, o se frena la embestida con suficiente “capacidad de fuego”. Otra alternativa: se acepta la corrida y se deja deslizar el tipo de cambio sin perder reservas. Lo primero no se hizo por pruritos ideológicos y las promesas hechas a los capitales golondrina invitados a la fiesta de las Lebac. Sin reservas suficientes, el BCRA aceptó la mega devaluación, pero al mismo tiempo dilapidó unos 15 mil millones de dólares antes y después de la intervención del FMI. Los dólares se fueron… La deuda nos quedó a todos los argentinos.
El plan del Gobierno y el FMI
Hace un mes, el FMI marcó la cancha. Dejó en claro quién conducirá de ahora en más el plan económico. Lo hizo cuando echó al mesadinerista Caputo. Su sucesor, el delegado Sandleris, en otra huida hacia adelante para evitar la espiralización del tipo de cambio, anunció el nuevo plan: banda de flotación, emisión cero para combatir la inflación y libertad para que el mercado fije la tasa de interés. Mientras tanto siguen los aumentos de las tarifas públicas recargadas por las inmorales cláusulas de dolarización del petróleo y el gas producidos en el país.
La inflación, que Cambiemos decía muy fácil de dominar, es hoy mucho más alta que con la registrada durante los gobiernos del Frente para la Victoria. Lo mismo ocurre con el déficit primario y, sobre todo, con el déficit financiero en sus dos vertientes: el que produce el Tesoro nacional y el cuasi fiscal, que acumula el BCRA producto de los intereses que generan las Lebac y ahora las Leliq. Una situación que el cacareo ensordecedor de los amanuenses a sueldo en los diarios y en la televisión busca ocultar.
La propuesta del FMI es frenar la inflación en seco. Para lograrlo impiden que el BCRA emita pesos para convalidar la mayor necesidad de dinero con fines transaccionales. Entendamos como funciona. Si todos los precios suben se necesitarán más billetes para mantener el nivel de actividad. La emisión siempre tiene esa lógica. No es la causa de la inflación, sino la aceptación a posteriori por parte de la autoridad monetaria que se necesita más circulante para concretar las mismas transacciones. La forma de combatir la inflación es otra cuestión.
Si el BCRA no emite pesos para afrontar los mayores niveles de precios para un nivel de actividad determinado, los pesos comenzarán a escasear y esto determinará una tasa de interés creciente. En síntesis: el gobierno no fija la actual tasa del 72 por ciento. Es la ausencia de pesos la que hace competir los pocos en circulación y, en consecuencia, eleva el costo del dinero. El nivel estratosférico de la tasa, entonces, es proporcional a la brutalidad del frenazo. El famoso mercado en acción. Otra fuente de fabulosas ganancias de corto plazo para los especuladores de siempre. El costo se conoce: una profunda recesión.
Si Cambiemos no para la bola de nieve de las Leliq y su estratosférica tasa de interés, el nuevo instrumento en pocos meses será una bomba de mayor magnitud que las Lebac. ¿Un nuevo Plan Bonex como el aplicado 1989 por Herman González con Carlos Menem? Posiblemente, pero hay una diferencia central: ahora involucraría a bancos, inversores nacionales y fondos externos que volvieron a la mesa especulativa.
Al FMI no le importan las consecuencias sociales del frenazo. Tampoco la elevadísima tasa de interés que disloca la cadena de pagos, precipita a la quiebra a miles de empresas y disminuye la actividad económica. Vale reiterarlo: contra la pared de la emisión cero ya se estrella el nivel de actividad. El panorama empeorará en los próximos meses. Las consecuencias serán aún más profundas y se extenderán más allá de las ya negativas pero endulzadas proyecciones oficiales. El motivo: el recorte del gasto social, de la inversión pública y el ajuste en personal a nivel nacional, provincial y municipal. La actividad privada no podrá compensar. El Estado actuando deliberadamente a favor del ciclo recesivo.
El gobierno, no obstante, intenta convencer a la sociedad que las causas del problema nada tienen que ver con su política y repite que una vez dominada la inflación “volverá la confianza de los inversores” y el crecimiento. Nada más alejado de la realidad. Los mentados “inversores”, que hasta ahora no han sido otros que los especuladores nacionales e internacionales, y en especial los bancos que juegan a la tasa de interés demencial o al dólar, de nada servirán. Son parte del problema, no de la solución. Los otros inversores, los verdaderos, los que pueden apostar a las inversiones productivas, no lo harán ante un mercado interno deprimido por la política del gobierno.
¿Quiénes invertirían entonces? Solo los sectores ligados al comercio exterior. La mega devaluación mejoró la rentabilidad del campo pampeano, del sector energético, de las empresas de servicios públicos dolarizados y de la gran minería; también, en forma indirecta, del sector financiero y de una fracción de la patria contratista en la que hunde sus raíces la familia presidencial.
Sin embargo, el creciente proteccionismo que desató la guerra comercial de EE.UU contra China y el resto de los países centrales no augura un mercado abierto ni demandante, como el que existió en la larga primera década del siglo. Una solución parcial y limitada. Mientras no se produzca la promocionada “explosión de las exportaciones”, la tranquilidad de los supuestos inversores solo puede basarse en la mejora que se producirá en el balance comercial cuando terminen por desplomarse las importaciones por la debacle de la actividad interna.
En otras palabras: las perspectivas de cobro se derivan de la desocupación, los bajos salarios y la pérdida de derechos de las mayorías. Una deuda externa que pretenden cobrar con el hambre y las necesidades populares.
La política de tierra arrasada
Si no fuese por la obscena protección mediática y la complicidad de los falsos opositores, la sociedad tendría en claro que la crisis actual la provocó Cambiemos y no factores exógenos como la tasa de interés en Estados Unidos, las dificultades de Turquía o la eterna mentira de la pesada herencia. Si fuimos afectados por factores externos es solo porque la fragilidad provocada por el meteórico e insostenible endeudamiento puso en claro que el primer soplido derrumbaría el castillo de naipes.
El ilusionismo que alienta Cambiemos tiene una sola base: que se puede creer apelando a la especulación financiera, que se puede generar valor “poniendo a trabajar el dinero”. El capital financiero, vale decirlo una vez más, es un capital ficticio: títulos sobre activos reales basados en el trabajo real. Nada bueno puede salir cuando un país está dirigido por los croupiers de un casino.
Este gobierno dejará tierra arrasada. Desocupación, salarios deprimidos, derechos sociales conculcados, pérdida de soberanía, una pesada deuda por años… Las serias consecuencias sociales deberán ser enfrentadas por el próximo gobierno sin contar con ayuda alguna, ya que los fondos que el FMI debería desembolsar en 2020 los anticipará en 2019; eso sí: sólo si se profundiza el ajuste y si son administrados por Cambiemos no en beneficio de las mayorías, sino de su entorno.
Antes este panorama, las fuerzas nacionales y populares deberán redoblar la militancia. La maquinaria de la mentira y la distracción procurarán mantener a amplias capas de la población confundidas para ocultar las causas y el origen real de la crisis. El deterioro de la economía podrá ser un factor muy importante; pero sin la participación activa de la militancia, los sectores sociales afectados pueden encaminarse hacia falsas soluciones, como las que postulan opositores amigables, o incluso ofrecer una segunda oportunidad al oficialismo. Es imprescindible que una amplia mayoría rechace los cantos de sirena. Se vienen tiempos difíciles. Habrá que estar a la altura de las circunstancias.