Los trabajadores de prensa del canal fundado por Alejandro Romay se enteraron de que no cobrarán el sueldo y que la empresa realizará 180 despidos. Crítica situación en otras emisoras.

Hoy hay libertad de prensa”, dijo el presidente Macri en Salta, al cierre de la 74°Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). La patronal mediática lo aplaudió de pie. Pero los trabajadores de prensa de Canal 9 se enteraron el viernes que no cobrarán su sueldo de noviembre y que la empresa realizará 180 despidos (los telegramas ya empezaron a llegar); los de Canal 13 recibieron aumentos discrecionales y fuera de convenio con picó máximo del 24%, los de Canal 7 tienen paritarias al 0% para este año; los  de C5N  aún no cobraron setiembre, les deben un medio aguinaldo y el acuerdo salarial de 2017; los trabajadores de Telefe pugnan por mejorar el 20% que recibieron hasta ahora con la promesa de revisión en los próximos días, los de América TV arreglaron un 23% en tres tramos, también con la quimera de volver a sentarse a discutir en marzo pero preocupados por el rumor que los ubica bajo la misma (mala) suerte del 9.

Los empresarios apuestan a la cláusula gatillo: si no te gusta mi oferta, disparo. Tiran con la peor coyuntura para la actividad periodística desde la dictadura hasta hoy (3.000 puestos desaparecieron en tres años), amenazan con despidos, extorsionan con la flexibilización y la multi tarea. “No se puede ser enteramente libre ni estrictamente digno ahora, cuando el chacal está a la puerta esperando que nuestra carne caiga, podrida”, escribió el poeta Raúl González Tuñon, que fue también periodista y realizó uno de los textos más entrañables que recuerde el periodismo gráfico, “El sándwich de milanesa”, sobre la caída al Riachuelo de un tranvía (Diario Crítica, 1930).

La crónica de la situación en el viejo canal de Romay, el de la palomita o “Libertad” debiera empezar con el lamento de una compañera del noticiero, con más de 20 años de antigüedad en la empresa: “¿Y dónde carajo voy a ir yo si me rajan? ¿Dónde?” Lo que le espera a la dueña de la pregunta (lo que nos espera a los que todavía estamos del lado amable del oficio) es un afuera hostil, impiadoso. Afuera corre un silencio glacial, un frío mudo. Afuera están los pocos botes del Titanic para una multitud de náufragos. Afuera la actividad se desangra. Los matadores lo saben, expertos en oler sangre.

Por eso convocaron a los dirigentes gremiales y les repitieron el mismo libreto que ya habían expuesto en un papel que pegaron en la puerta del canal. Que la crisis en la industria televisiva es palpable, pero, sobre todo, que la rigidez en los convenios colectivos de trabajo y la intransigencia de los sindicatos a discutirlos no les dejaba otro camino que iniciar el Proceso Preventivo de Crisis. Los trabajadores, de espaldas al filo de un barranco, ven como los empresarios les piden que hagan un esfuerzo y den un paso atrás.

“En la TV Pública, la verdadera intención de Hernán Lombardi y del gerente de noticias (y titular de FOPEA) Néstor Sclauzero es derrumbar los convenios”, agrega Agustín Lechhi, delegado en Canal 7 por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, SiPreBA. Por eso, agrega Lecchi, “hace 22 meses que no discutimos paritarias, por eso nos rebajaron los  salarios ilegalmente, por eso vacían de contenido el noticiero”. Debe reiterarse, con el mismo énfasis e insistencia con que la usina de voceros periodísticos del Gobierno repite sus mentiras, que el Convenio que regula la actividad de prensa televisada es el mismo en el sector público que en el  privado. La norma está en plena vigencia,  aunque con dispar acatamiento según el medio: Canal 13 lidera las violaciones a la ley; el resto mira los artículos convencionales con ojos bizcos.

En cualquier guardia periodística de los noticieros de televisión (de señal abierta o cable) se charla de lo mismo, se procura saber quién será el próximo en salir de plano. Se tolera con más o menos resignación y escasa rebeldía la imposición de la flexibilidad, que lleva a que un trabajador haga las tareas de dos o más colegas por el mismo (y depreciado) sueldo. La patronal desafina su canto de sirena, habla de “modernidad” y “nuevas tecnologías” para mitigar las consecuencias de un ajuste feroz. Todo se abarata. La industria pretende solucionar la evidente pérdida de audiencia (y de ganancias) empeorando el producto.

Junto la actividad periodística, organizada en el SiPreBA, el mundo laboral de la televisión se agrupa gremialmente en el SAT, Sindicato Argentino de Televisión. Son los trabajadores que realizan tareas técnicas, de sonido, iluminación, decorado y puesta al aire de todo lo que se sale en la pantalla. Son mayoría en cada canal. A ellos, la cámara empresarial les ofreció una propuesta insultante para abarcar los próximos seis meses: tres cuotas de 5 mil pesos para empresas de mil empleados, tres cuotas de 3 mil para las empresas más chicas; ese dinero no es remunerativo, no se suma al sueldo básico.

El Gobierno parece disfrutar de la crisis general de la industria. El veredicto de las urnas le permitió concentrar en una misma mano las tres fuentes más ricas de la codiciada pauta oficial: Nación, Provincia de Buenos Aires y CABA. La hegemonía económica derivó en la (mayor) hegemonía mediática. Y la hegemonía mediática fomenta, estimula y anima ahora el atropello contra los trabajadores. Los que llegaron al poder con la bandera de “Todas las voces” se ríen de todos al unísono.