Una ideología extractiva y refugiada en la búsqueda de rentabilidad sin inversión, y reticente a la industrialización o a cualquier proceso productivo, que retorna salvajemente para destruir lo nacional.

La ilusión de los representantes del capitalismo vernáculo, base de su pensamiento mágico y no científico, es que ellos pueden vivir de rentas y que no necesitan producir ni generar valor agregado. Esta ilusión viene desde el principio, cuando acordaron con Inglaterra apropiarse de amplias y fértiles extensiones de tierra para ver pacer las vacas a cambio de importar bienes industriales de la rubia Albión y con ello, destruyendo las artesanales producciones de alimentos, vestimentas, enseres personales, carros y embarcaciones que había en el país. Luego debieron extenderse a la producción de trigo y otros cereales, pero siempre con el mínimo de elaboración y de esfuerzo.

La crisis de 1930 los obligó a industrializarse, pero lo hicieron principalmente en la rama alimenticia: panificación, envasados y conservas en general (harina, aceite, cerveza, vinos, azúcar, molinos harineros y envasadoras y empacadoras de frutas y conservas), y en el rubro textil, favorecido porque nuestro país contaba con las materias primas agropecuarias necesarias como insumos: lana y algodón. Y se locali­zaron en la zo­na metropolitana de Buenos Aires (integrada por la ciudad y alrededores), Rosa­rio y Córdoba.

 

Para hacer esas inversiones se instalaron empresas extranjeras por el nuevo mercado que significaba nuestro país, donde no solo la distancia y los medios de transporte de la época frenaban las importaciones, sino también una inteligente política arancelaria de defensa del mercado interno. Las principales fueron la belga Bunge y Born (Grafa, Alba, Molinos Río de la Plata, Centenera); las suizas Nestlé y Suchard; la holandesa Ginebra Bols; en el rubro textil, Anderson Clayton (EUA, 1936), Sudamtex (EUA, 1934) y Ducilo (EUA, 1937); también en otros  rubros, en metales y maquinarias, Olivetti (1932, Italia), Hierromat (1933, Fran­cia) y CAMEA (1934, Francia); en maquinarias y artefactos eléctricos, Phillips (1935, Holanda), Osram (1934, Alemania), Philco (EUA, 1931) y Unión Carbide-Eveready (EUA, 1937); en productos químicos, Duperial (1935, Gran Bretaña) y Electrocolor (1936, Gran Bretaña) ; en productos derivados del caucho, Good Year (EUA, 1930) y Firestone (EUA, 1931); y en productos farma­céuticos y de tocador, Johnson y Johnson (EUA, 1931) y Pond’s (EUA).

La industrialización peronista

Solo con el peronismo el Estado propició a la pequeña y mediana empresa de capital nacional,  a la par que en “Planes Quinquenales” se proponía prever las necesidades de materia prima de origen nacional, combustibles, energía eléctrica (hidráulica y térmica) maquinarias y transportes; desarrollar un programa mínimo de inversiones y obras necesarios para asegurar los suministros de materias primas, energía y combustible y desarrollar así la industria y agricultura;  y descentralizar la industria, diversificar la producción, crear fuentes de energía, vías de comunicación, medios de transporte y aumentar los mercados consumidores.

En 1946 se crean Gas del Estado, Combustibles Sólidos y Minerales, Centrales Eléctricas del Estado, y Combustibles Vegetales y Derivados. Durante 1947 se fusionaron Centrales Eléctricas del Estado y la Dirección General de Irrigación para dar nacimiento a Agua y Energía Eléctrica,  reemplazando la energía termoeléctrica por la hidráulica, para ello se construyeron diques con sus respectivas centrales hidroeléctricas como el Escaba en Tucumán, el Nihuil en Mendoza, Los Quiroga en Santiago del Estero y seis diques con usinas en Córdoba, seis en Catamarca, cuatro en Río Negro y tres en Mendoza, usinas térmicas en Mar del Plata, Mendoza, Río Negro y Tucumán. En 1943 Argentina tenía una potencia instalada en centrales de 45.000 kilovatios pasando en 1952 a producir 350.000 kilovatios.

Se llevó adelante la explotación del yacimiento carbonífero de Río Turbio que se inició en 1947. Para que la explotación fuera posible debieron construirse caminos, puentes, usinas, viviendas, e importar maquinarias y tenderse líneas férreas para unir Río Turbio con el puerto de Río Gallegos.  Se construyó el gasoducto que unió Comodoro Rivadavia con Buenos Aires (en su momento el más largo del mundo), con que la distribución de gas aumentó de 300.000 metros cúbicos por día a 15.000.000 de metros cúbicos y abarató su costo considerablemente. Se buscó y se descubrió petróleo en Neuquén, Salta, Tierra del Fuego y Mendoza. Se puso en funcionamiento la destilería de La Plata. A la par que se compraron buques petroleros para su traslado. Paralelamente se renovó y amplió la marina mercante a 1.200.000 toneladas por año.  Se creó Aerolíneas Argentinas y se hizo el Aeropuerto internacional de Ezeiza con una extensión y estructura para grandes naves que aún hoy permite el transporte de pasajeros y de carga de todo el mundo.

Obviamente ese crecimiento empoderó a los sectores populares y le permitía decir a Juan Perón: “Para la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación”.  Sin embargo, aunque nuestra clase dominante se llevaba la mejor parte, decidió que no podía depender de la “chusma” y que tenía que reconvertir el modelo para que los tuviera a ellos como únicos beneficiarios.  La dominación ideológica les permitió apoyarse en los sectores medios representados por el radicalismo (gue en la provincia de Córdoba, cuna y base de Amadeo Sabattini, que se produjo el levantamiento del III cuerpo del ejército encabezado por el general Lonardi) y en la iglesia católica, pero no bien Perón dejó el gobierno, lo reemplazaron a Lonardi para poner a Aramburu.

Sin embargo las empresas extranjeras y muchas de ese origen pero luego argentinizadas, como es el caso de los grupos Bunge y Born, los Rocca de Techint, etc., ganaban más plata vendiendo al mercado interno que exportando, por lo que pese a los golpes militares seguía subsistiendo la defensa del mercado interno y de salarios acordes a esa expansión del mercado.

Marcha atrás

El problema se suscita a fines de la década de los sesenta cuando los obreros industriales exigían una mejor correspondencia entre lo mucho y bueno que producían y la paga que recibían por ello.  Nuestra temerosa clase dominante vio allí un foco de resistencia y buscó quebrarlo volviendo al modelo agro exportador, pero 50 años más tarde, lo que por supuesto, más allá de haberle vendido carne y trigo a la URSS, estaba destinado a la ganancia de unos pocos y a la miseria de muchos (cuanta mano de obra emplea el campo, hecho que se agrava con el avance de la técnica, cada vez se necesita menos trabajadores, por ejemplo en la soja).

La dictadura de Videla y Martínez de Hoz pretendió complementar la poca elaboración de lo que la tierra nos da, por la valorización financiera del capital, como si la bicicleta que se produce entre tomar deuda externa, que esos dólares ingresen al país y que la minoría rentística se los apodere y los fugue a cuentas propias en paraísos financieros del exterior, no fuera otra cosa que riqueza generada en la Argentina y que se invierte en el exterior.

Las consecuencias fueron un país donde se destruyeron eslabones y cadenas de valor por importaciones abaratadas por el atraso cambiario (que se generó por la mayor oferta de divisas de corto plazo generado por la deuda).

La ganancia financiera

El mecanismo es sencillo, consiste en relacionar la tasa de ganancia financiera en moneda dura con el resto del mundo:

  1. a) Tasas positivas de interés
  2. b) Atrasar el tipo de cambio (Tablita de Martínez de Hoz, Plan Austral de Sourrouille, Convertibilidad de Cavallo y este engendro ejecutado por Cambiemos)
  3. c) Reducir aranceles y desproteger el sector externo.

Tenemos serios problemas para colocar nuestra producción en el mundo, que consiste básicamente en oleaginosas y cereales con sus respectivas manufacturaciones, minerales (extraídos y exportados sin muchos controles) y algunos enclaves industriales, estos últimos más fruto de la conformación de la cadena de valor por tratarse de empresas extranjeras que por virtud, representando en conjunto solamente el 0,4% del comercio mundial, sin embargo en el año 2017 se recibió el 20% del total de préstamos concedidos en todo el planeta, cuando en ese año se tuvo un déficit comercial de U$s 8.000 millones y un déficit en la cuenta corriente de la Balanza de Pagos de U$s 26.000 millones.

Paralelamente se opera con un déficit fiscal que en el año 2017, es en pesos, pero equivalente a unos 33.000 millones de dólares, y que en el presupuesto 2018 estiman que dicho déficit va a ser (siempre en pesos) equivalente a  unos 35.000 millones, que se financia con deuda externa.  Entonces dicen que para no monetizar el déficit fiscal no le piden plata al BCRA, pero si se endeudan con lo que se “dolariza” el déficit y ello tiene impacto sobre el tipo de cambio y sobre el futuro del país que debe pagar esa deuda.

Sobre el tipo de cambio, porque el incremento de la oferta presente por el endeudamiento hace que su precio baje artificialmente, ese retraso cambiario favorece las importaciones de bienes y servicios, al turismo al exterior, y a la compra de dólares (ahorro en divisas), con lo que la cuenta de capital financia la cuenta corriente.

Paralelamente para garantizar el ingreso de dólares (y de divisas) el BCRA fija la tasa de interés que es referente a todo el sistema financiero argentino, que es la de las LEBAC (Letras del BCRA). Lo hace los días martes y con ello no solo determina un piso para las tasas de interés, dado que el crédito lo va a hacer a una tasa mayor (sino a las entidades financieras les bastaría obtener depósitos en pesos y colocarlos  en LEBAC ganando la diferencia), sino que determina los márgenes de ganancia posible en el “carry trade”, que no es otra cosa que especular con el valor futuro de dólar (y de las divisas) y la diferencia con dicha tasa de interés.

Así el día martes 9 de enero de este año, cuando el BCRA fijó la tasa de las LEBAC en 28%, el mercado de futuros del ROFEX (que es el mercado de cambio de granos de Rosario – Santa Fe), disminuyó el precio de todos los futuros, que para fin de enero 2018  quedó en 18,875 pesos y el plazo más largo fue julio 2018, que cerró a  20,79 pesos, con una tasa implícita del 21,06%, con lo que pasarse a pesos le garantiza una ganancia de más del 6% anual en dólares.

 

 

Un país periférico y abierto como el nuestro la suba del dólar y la baja de las tasas tienen un límite cuando las expectativas de inflación aumentan y se empieza a deteriorar el poder adquisitivo de los salarios, máxime  cuando le permiten a los exportadores liquidar sus operaciones cuando ellos quieran, con lo cual lo que debería ser la oferta “natural” de divisas puede o no generarse a gusto de las 750 empresas (muchas de ellas conforman holding) que generan el 90% de las ventas externas del país.

En la Argentina actual hay tres sectores bien diferenciados, por un lado el sector agropecuario exportador, por otra parte grandes enclaves industriales, y el sector financiero, los tres fuertemente vinculados y dependientes del exterior.  Si bien los tres tienen representantes en el gobierno de Macri, el que prevalece es el sector financiero (los ministros de finanzas, hacienda, y los funcionarios del BCRA).  Por lo que el llamado “círculo rojo” se encuentra con que se depende de ingresos financiero que solo llegan si se le pagan altos interés en moneda dura, y ellos deben “sufrir” el atraso cambiario que no les permite ganar lo que quieren ganar por sus ventas externas y/o perder mercado interno por las importaciones a precio vil.  Ese es el marco de la discusión que se refleja en la “volatilidad” del dólar y en la confusión de cómo sigue la historia.

Lo que los tres sectores coinciden es en participar en dichas maniobras especulativas del “carry trade”, y en descargar sobre el pueblo argentino el costo del ajuste presente y el endeudamiento en el futuro, pero saben que todo tiene un límite, la reforma previsional, si bien es cierto  que es de “terror” sacarle un 20% de los ingresos a los jubilados cuando una gran parte percibe la mínima de $ 7.246 por mes y disminuir en igual porcentaje el haber previsional inicial de todos los que puedan jubilarse (hasta ahora se cobraba aproximadamente el 60% del haber en actividad, ahora con la nueva ley va a ser el 40%), significó que parte de nuestro pueblo salga a la calle a mostrar su disconformidad y eso es una señal grave de alarma.

Estamos ante un mundo que se reconvierte, donde los EEUU y los otrora países centrales requieren inversiones en tecnología,  donde China y los demás países del este asiático apuntalan su producción y se ponen metas de avance en el conocimiento, nuestro país pretende seguir vendiendo granos y alguna otra comodities e importar todo lo demás, lo que es funcional (subordinándose)  al mundo, pero sin presente ni futuro para la Nación.

Históricamente está demostrado que crecimos cuando nos dedicamos a producir bienes industriales que generaron a su vez más y mejores puestos de trabajo, y decrecemos sin piso y sin fin cuando los sectores dominantes apuestan a la lógica de los mercados internacionales y genera negocios como el “carry trade”.  Si fuera por ellos Corea del Sur debía seguir produciendo cestitas para los turistas y no ser la gran potencia industrial que es, solamente defendiendo nuestro mercado interno, el trabajo y la producción nacional, se garantiza un mejor presente y futuro para todos y no el “negocio” para unos pocos (ganancia que sistemáticamente fugan del país)  a costa de la exclusión y marginalidad de resto de los argentinos.