La negociación con el FMI y el Club de París divide aguas en el oficialismo. Tanto como la forma de encarar el shock externo que dispara el precio de los alimentos y erosiona el objetivo central del gobierno: recomponer el salario para dinamizar el consumo interno. Un vistazo a las condiciones de posibilidad para escapar a la encerrona actual.
Las políticas monetarias expansivas que implementan las economías centrales, la sólida recuperación de la demanda global de alimentos traccionada por China y los factores climáticos que mermaron la oferta de productos agrícolas dispararon los precios de los commodities. Se sabe, hasta allí la nueva buena. Alivió al frente externo. El BCRA recuperó reservas y ancló el precio del dólar. La mala también es conocida: la dinámica devino en una fuerte presión sobre los precios internos de los alimentos, que se suma a las expectativas inflacionarias y la recomposición de ganancias.
La situación no se fácil de resolver. Algunos de los factores escapan a la órbita local. El tema de los precios internacionales llegó para quedarse por algún tiempo. Los reportes indican que la tendencia global en los mercados agroalimentarios se mantendrá en el mediano plazo. La inflación no es solo argentina, aunque por estos pagos agrava el delicadísimo panorama que dejó Cambiemos y profundizó la pandemia. Sin crédito y con escaso margen fiscal – otro tema de discusión en el seno del oficialismo -, la dinámica erosiona el norte oficial de recomponer el salario real para impulsar el consumo interno. La renegociación de las paritarias es tema actual.
En el mientras tanto, las grandes empresas locales que poblaron de CEOs la conducción de la Unión Industrial capturan vía precios buena parte del rebote de la economía. Conclusión: recomponen utilidades y obturan la recuperación de las pequeñas y medianas empresas, y con ello también la recuperación del mercado laboral. Apenas un dato. El Índice de Precios Internos al por Mayor (IPIM) que mide el Indec registró en mayo una suba interanual del 65,9 por ciento contra un avance del 48,8 por ciento del Índice de Precios Minoristas (IPC). Una diferencia abismal. Incluso para una economía donde las variaciones porcentuales son astronómicas.
El gobierno no le encuentra la vuelta. Los acuerdos de precios se multiplican sin mucho éxito. Tampoco funcionan los registros de exportación, que buscan administrar el comercio exterior. El nivel de las retenciones tampoco alcanza para amortiguar la suba de los precios internacionales. La inflación sigue su curso y, aunque parece ceder, desborda ya en apenas en seis meses la pauta anual en un contexto donde el sector exportador disfruta de un año excepcional: de las 313 mil toneladas de carne exportadas en 2017 pasó a 903 mil en 2020. Este año, las ventas externas crecieron un 13 por ciento adicional.
La producción aumentó en 324 mil toneladas. La mitad del incremento de lo exportado lo explica el aumento de la producción. El resto la caída del consumo interno. La consideración es relevante. Descarta de plano el argumento de que se exporta la carne que no se consume. Se vende más en gran medida porque se consume menos. Se podría abundar con otros ejemplos, como el transitado tema de los cereales, las harinas y el aceite. El lector ya los conoce.
El problema no es técnico. Es ante todo político: las diferentes lecturas que conviven en el Frente de Todos. Un secreto a voces que bloquea la alternativa de aumentar las retenciones, el mecanismo más eficaz – sino el único – para enfrentar el shock externo. No es la único desacuerdo. La visiones también difieren en lo relacionado a la negociación con el FMI y el Club de París, y se hacen todavía más explícitas en torno al debate por la hidrovía, un caso sintomático por las presiones que ejercen los sectores en pugna.
Por lo pronto, los apoyos cosechados por Alberto Fernández y Martín Guzmán en Europa, sumado a los cambios políticos en Washington y al reconocimiento – tibio, pero reconocimiento al fin – por parte del FMI de los vicios del acuerdo firmado por Cambiemos en 2018, dan la impresión de abrir la puerta a un acuerdo. Se diría que la pandemia también ayuda. No es descabellado pensar que otro puede ser el cantar internacional luego de fin de año, cuando el mundo comience a dejar atrás la fase de recuperación y cobren nuevos bríos las lecturas ortodoxas.
La flexibilidad de hoy puede no durar mucho tiempo. En Estados Unidos y Europa ya comenzaron a levantar cabeza quienes alertan sobre riesgos inflacionarios. Por el momento, la FED mantuvo sus tasas cercanas a cero y evaluó como probable que así se mantengan hasta 2023. Se diría que las condiciones para un acuerdo con el FMI están dadas. No para cualquier acuerdo. La pelota, no obstante, parece estar de este lado. La velocidad de la negociación – ya no tanto el contenido – aparece subordinada a que el propio oficialismo concilie lecturas.
Las posiciones son conocidas. Para algunos se trata de cerrar lo antes posible. Para otros, de desensillar hasta después de las elecciones. Quienes apuran la primera opción argumentan que un buen acuerdo facilitará pilotear las variables macroeconómicas. La lectura es atendible y no se trata de abrirle la puerta a un Caballo de Troya. Las elecciones están lejos y cercanas a la vez. Lejos en lo económico y cerca en lo político. Una pésima combinación. La inflación lima el salario, aumenta el descontento y la segunda ola – tal vez también una tercera como en Europa – ralentiza una recuperación que tiene bastante de rebote estadístico.
El capital concentrado, en tanto, hace su juego: reticencia inversora y veto político. Invierte en malhumor social y juega con el reloj electoral. Derrama carestía sobre la peste. Escribas no le faltan. Inundan el prime time y el debate de fondo queda vedado. Los eslóganes lo impregnan todo. El “caso De Mendiguren”, por caso y salvo contadas excepciones, quedó reducido a una suerte de sainete industrial para consumo popular. La vida en blanco y negro: república versus populismo, Estado versus libre mercado, Pfizer versus Sputnik. La ideologización al palo. Difícil escenario para tranquilizar a la economía.
Tironeados por los intereses sectoriales y los apremios de la pandemia, Guzmán y Kulfas transitan por la mentada vereda del medio. La que abrió Massa. Mucho mantra, ayuda social dosificada para cuidar el frente fiscal y alguna que otra sanción para los más díscolos. No faltan los convites a una clase media que duda – beneficios fiscales de dudosa justificación y eficacia de por medio -. Casi nadie conforme. Los que pueden manotean hoy lo que creen que no conseguirán mañana. Solo ponen los laburantes.
Si se admite que la principal causa de la fragilidad viene por el frente externo, despejar el pesadísimo horizonte de vencimientos de corto plazo es una prioridad económica, pero también política. Tan prioritario como un acuerdo hacia el interior del gobierno. Si la grieta se instalada en el Frente de Todos terminará tragándose la posibilidad de generar consenso social para encarar los problemas estructurales. Los históricos, los que agravó Cambiemos y acentuó la pandemia. Sería pasto para la vieja, pero muy actual, inserción internacional del país. La que propone que la mejor política económica es la que no existe.