Integra la canasta básica de información de los argentinos y su cotización se difunde como el pronóstico meteorológico. Es tema de conversación, objeto de deseo, inquietud y motivo de humor. Una cuestión recurrente que integra la cultura popular. Una entrevista a  Ariel Wilkis y Mariana Luzzi, autores del libro El dólar, historia una moneda de los argentinos.

La lista es casi interminable. Desde frases como “el que apuesta al dólar pierde” y “el que depositó dólares recibirá dólares”, pasando por descripciones que lo califican como “pasión de multitudes” y le adjudican el “interés de las mayorías”, la divisa estadounidense cruza la historia económica y política de nuestro país, impregna la sociedad y se constituyó con el correr de las décadas en un dispositivo que interpela a la política.

Ya en el ‘39, el escenario del Teatro Maipo daba cuenta de la cuestión, aunque por entonces incipiente. El cronista comentaba: “Por lo que a los cuadros de letra se refiere, su ´leit motiv ´ surge del mismo título… en ´El dólar está cabrero’, la obsesión la constituye nuestro actualmente disminuido intercambio comercial con los Estados Unidos”. Diez años después, Sofía Bozán y Marcos Caplan volvían a encabezar el elenco. La marquesina retomaba el tema. La temporada se inauguraba con La risa es la mejor divisa. En el afiche, un hombre gordo, caracterizado como banquero o empresario, reía rodeado de monedas y billetes desparramados por el piso.

“Con una década de distancia, ambas comedías se estrenaron en un mismo marco. Por sus figuras protagónicas y por el teatro representaron apuestas fuertes. Aunque todavía no se distinguía con nitidez del resto de las monedas extranjeras, el dólar se convertía ya en tema y motivo de la cultura popular”, señalan Mariana Luzzi y Ariel Wilkis, autores de El dólar, historia de una moneda de los argentinos, que acaba de publicar Crítica.

Desde cuándo, cómo y por qué son algunas de las preguntas que busca responder el libro. El enfoque se mueve entre las interpretaciones dominantes: la economicista, que lo interpreta como un refugio de valor en un contexto en el que funciona como reflejo de las condiciones macroeconómicas; y la culturalista, que lo postula como una patología social, una irracionalidad que se expresa incluso en tiempos de estabilidad. Dos lecturas que se alternan, o incluso coexisten, según sean los períodos.

Durante la entrevista, Wilkis y Luzzi definirán como clave la década del ’60. Ubicarán el inicio de la popularización del dólar con el Plan de Estabilización anunciado en diciembre del ’58 por Arturo Frondizi en el marco de un acuerdo stand-by con el FMI. La primera gran devaluación. Rozaría el 70 por ciento. “En esos años, el dólar desbordó la información técnica y pasó a ser tapa de los diarios. Esa ebullición se reflejó en la aparición de un nuevo actor, la calle San Martín, un escenario que es mucho más que los operadores del mercado”, explica Luzzi. Poco después, en el ‘62, con Federico Pinedo y José Alfredo Martínez de Hoz en el equipo económico, el tipo de cambio nominal daría un nuevo salto. Del 64 por ciento en apenas doce meses.

-El mercado cambiario deviene en espectáculo.

(Ariel Wilkis)-Hay mucho de eso. En los sesenta se instaló una caracterización que se hará habitual en las décadas siguientes. Ese proceso incipiente se reforzó con la otra gran devaluación de la época, la de Krieger Vasena en 1967. Ahí, el dólar aparece ya como referencia y se torna frecuente en las publicidades.

-¿Es cuando el humor apela al dólar cada vez con mayor frecuencia?

(Mariana Luzzi)-En un comienzo lo hace apoyándose en la novedad. Luego, a principios de los setenta, el humor echará mano al dólar cada vez con más frecuencia, pero no apelando a la novedad, sino a prácticas sociales ya sedimentadas. Un ejemplo es el formato de Polémica en el bar. Allí se habla de “mercado paralelo” y “fuga de divisas”, frases que van ganando espacio en la discusión pública.

-¿Qué signos aparecen en los años sesenta?

(ML)-En los archivos fotográficos se advierte la presencia de curiosos, personas que no forman parte del ambiente bancario y financiero. Gente que mira las pizarras como oliendo el clima. Las imágenes abundan en planos cortos que subrayan la actitud de esos espectadores. Es una primera marca que se va a profundizar. En ese momento se consolida la iconografía clásica. Las fachadas de los bancos, las marquesinas de las casas de cambio, gente agolpada frente a las pizarras. Un leitmotiv que tomará Tato Bores para llevarlo a la televisión.

-¿Se podría decir que en ese momento el dólar nace a la discusión pública?

(ML)-La discusión sobre el dólar, o más precisamente sobre el tipo de cambio, siempre estuvo. Lo que se observa es que entre el Plan de Estabilización y la sanción de la Ley Penal Cambiaria en el ‘71 hay un lento y persistente despliegue que se consolida durante la década del ‘70.

-¿En esa fase aparecen nuevos actores?

(AW)-No hay registros que permitan una caracterización sociodemográfica de quienes interactuaban con el mercado cambiario. Sin embargo, como señalaba Mariana, es posible una aproximación, una reconstrucción a través de las crónicas que cubrían las fluctuaciones. Lo que se ve son todos hombres de clase media y media alta. Otro material de referencia son las publicidades de los bancos, que pulsean entre ellos e interpelan a esos sectores para captar ahorros.

-Ustedes señalan que la iconografía refleja solo hombres. ¿Y las mujeres y los jubilados…?

(AW)-Eso vendrá después, en los ochenta. En la década del sesenta, en el registro de Tato Bores, su narración incluye jubilados, amas de casa y obreros. Sin embargo, esa narración no se corresponde con la realidad; aunque sí con el proceso de popularización. Bores describe un pueblo que llega al mercado cambiario. En realidad, los que llegan son sectores de clase media, sectores que no pertenecen a la élite empresarial y financiera. En eso acierta.

-¿Ese proceso de popularización se da en paralelo al acceso al mercado cambiario?

(ML)-La popularización es un proceso cultural. Es la condición necesaria. Para que la gente con menor capital económico y cultural pudiera acceder primero se dio el proceso de familiarización. Ese aprendizaje es el que va a permitir seguir ese número que nos dice algo sobre la economía y la política, que nos habla de lo que está ocurriendo.

Wilkis y Luzzi se sumergen en la historicidad de esa popularización y subrayan el proceso que convirtió a la moneda estadounidense en una institución política. “Con el correr de los años, devino en un dispositivo que media las relaciones y moldea expectativas, y que al mismo tiempo interpela y dota de sentido al acontecer, algo que sucederá con especial fuerza a partir de los años setenta”, resume Luzzi.

La investigación pone de relieve que, hasta la década del cincuenta, el dólar aparecía aún en las páginas interiores de los diarios. Era un número más en una larga y tediosa tabla que reflejaba las cotizaciones de otras monedas y consignaba los precios de los cereales y de las acciones de las bolsas de comercio de Rosario y Buenos Aires. En los sesenta comenzó el tránsito hacia la primera página de los diarios.

-¿Cómo se materializa ese tránsito?

(AW)-Un hecho distintito es la aparición de las crónicas urbanas con imágenes que describen en un lenguaje coloquial lo que ocurre en la calle San Martín. Todo esto acompañado de análisis y reflexiones sobre otros aspectos de la economía…

-¿Qué otros aspectos…?

(ML)-Se empieza a explicar el aumento del costo de vida por el dólar. No se habla todavía de inflación, pero sí de costo de vida. El “lomo-dólar”, por ejemplo, busca explicar el aumento del precio de la carne en referencia al precio del dólar. Se metaforiza al dólar. Las crónicas toman prestado el vocabulario de las noticias sobre los viajes espaciales. Aparecen frases como “en la órbita del dólar”, o “el dólar a la estratósfera”. Son artículos que le hablan a todo el mundo, incluso a la ama de casa.

(AW)-También se instala la cuestión del valor real del dólar, si está atrasado o no. No se habla de sinceramiento, pero se usan palabras muy parecidas. La idea ya está presente. También se instala la cuestión del dólar como un algo cíclico, se lo detecta como un “problema” y se lo define como “crónico”.

-¿También como un problema cultural?

(ML)-Eso ocurrirá después, a mediados de los setenta, cuando se apela a la dimensión cultural para explicar una rareza, algo que no es comprensible.

-El dólar al diván…

(ML)-No todavía. El dólar como obsesión, como enfermedad social, es una mirada psicoanalítica que viene a fines de los ochenta, con el proceso inflacionario que desemboca en la híper. En ese momento se recurre a términos como “drenaje de reservas”, “expectativas” y “pérdida de confianza”, y aparecen muchos registros que procuran explicar cómo impacta en la salud de las personas.

-Cada vez que se dispara una devaluación se busca asignar responsables. ¿Qué surge de los diarios? ¿Siempre fue así?

(ML)-Hasta los setenta, los únicos actores identificados en las coberturas son los empresarios, los exportadores de granos y la banca pública. Esto cambia muchísimo cuando la dictadura liberaliza el mercado cambiario. En el discurso de Martínez de Hoz liberalizar es sinónimo de normalizar. Aunque suene paradójico, hay algo de democratizador en la medida en que entran nuevos actores, como el especulador hormiga, relevante en la calle, pero no lo económico.

-¿Y durante el rodrigazo, en la previa al golpe de estado del ‘76?

(AW)-Allí, el dólar está cruzado por un lenguaje bélico. Celestino Rodrigo asume como ministro y equipara las acciones del Estado contra el mercado ilegal con el combate contra las organizaciones guerrilleras. Pone ambos temas en el mismo plano. Habla de “especuladores” y “subversivos”. El poder habla de la “guerra contra la subversión” y de la “lucha contra la subversión económica”. El otro dato interesante es que se instalan nuevas frases que llegan hasta hoy, como “shock cambiario”, “devaluación dramática”, “barómetro de la economía”.

-Muchos antes, Perón había lanzado la pregunta sobre quién había visto alguna vez un dólar… Su discurso señalaba “vendepatrias” y “contreras”…

(ML)-Lo de vendepatrias y contreras se da en el ’52, en el marco de la campaña contra el agio y la especulación…

(AW)-La frase donde Perón pregunta quién ha visto un dólar es anterior. Se volvió célebre con el tiempo. En su momento pasó inadvertida. Pero Perón dice algo más. Él mismo los identifica. Dice que son “los vivos que hacen negocios” en el mercado ilegal. Los caracteriza como personas que se levantan a la diez de la mañana porque no trabajan. Frondizi recoge la frase en un debate parlamentario, pero queda encerrada en el ambiente de la política.

 

 -Y un día, llegó la convertibilidad, el dólar desaparece de escena…

(AW)-Diría que retrocede, y cuando reaparece, ya con el derrumbe de la convertibilidad, lo hace de una manera novedosa, de la mano de acciones colectivas, de grupos organizados que no solo reclaman los dólares que habían depositado. También exigen, como si se tratara de un derecho fundamental, el acceso al dólar.

-La clase media como pequeños ahorristas. Un actor fundamental de la protesta social. ¿No hay ahí una resignificación de la cuestión del dólar…?

(ML)-Sí, y muy poderosa en términos políticos. La convertibilidad bloqueó la comprensión del proceso histórico al naturalizar el acceso al dólar. Pero hay algo más, que también es novedoso. La convertibilidad, si por un lado legaliza y borra al dólar del paisaje político, por otro lado, va a transformar el problema cambiario en crisis bancaria. Algo que se puede ver ya durante la crisis del Tequila.

El kirchnerismo, según los autores, marcó una nueva etapa. El tiempo de la batalla cultural. Desde el gobierno se planteará la dicotomía que apela al “comportamiento racional” para vencer a la “conducta patológica” que expresan “los arbolitos”, “los coleros” y “el dólar blue”. Desde el sector financiero y los grandes medios de comunicación de orientación liberal se apelará a la palabra “cepo”, un artefacto de tortura que inmoviliza.

-Me interesa volver sobre esa visión que postula el acceso al dólar como un derecho inalienable…

(AW)-Cristina polemiza con esa postura, que tiene su génesis en los grupos que habían coreado la consigna “cacerolas y dólar, la lucha es una sola”. Me parece que ahí hay que buscar el éxito electoral de Cambiemos. Macri abraza ese reclamo y lo legitima como fundamental. Pacta con una porción de la sociedad y se autopostula como garante de ese derecho. De hecho, prefirió defoltear antes que relativizarlo. Hasta último momento se negó a traicionar ese pacto fundacional con su electorado.

-¿Cómo ven la discusión hacia adelante?

(AW)-Me parece que se abre la posibilidad de una discusión en otros términos, una discusión más profunda.

-¿Por qué…?

(AW)-Porque fue el mismo Cambiemos el que puso las restricciones.

Wilkis y Luzzi subrayan un aspecto poco transitado. La centralidad que fueron adquiriendo los periodistas como traductores entre un mundo dominado por los expertos y las audiencias cada vez más amplias. El libro señala que la cuestión de cómo explicar el fenómeno del dólar se constituyó en un desafío para los grandes medios en la década del sesenta. Años de mucha renovación en la gráfica. “No por casualidad se elige a las mejores plumas y se valora la capacidad para hablarle al profano”, puntualiza Luzzi. Los periodistas deben aprender economía y proliferan las crónicas costumbristas sobre la city porteña.

Algo de eso se verá todavía a principio de los ochenta. El libro rescata un texto que Jorge Asís publica en Clarín, con el seudónimo Oberdán Rocamora. Una crónica titulada La calle de la ocasión. Apostado en Sarmiento y San Martín, el cronista describe “el espectáculo de la desesperanza”, escucha los “lamentos” y observa a “los destrozados que tienen ganas de salvarse”. Un “muestrario de nuestro estilo de vida” donde destacan un “hombre bronceado por el ejercicio de la bicicleta” y un “petiso” que “sacó mil garrotes de un plazo fijo con el propósito de convertirlos en cuatro lucas verdes”.

-¿Cómo interpretan que esas crónicas sean cada vez menos frecuentes?

(ML)-Sin duda hubo una especialización. Hasta los años ochenta eran muy pocas las personas que interactuaban entre esos dos mundos que son el periodismo y la economía. Hoy, el lugar de los periodistas lo ocupan economistas jóvenes que se dedican el periodismo.

(AW)-Del lado de las audiencias, ese trabajo de traducción que hicieron los periodistas que se vieron a obligados entender de economía, implicó un aprendizaje. Fue lo que les permitió a los ciudadanos de a pie la construcción personal de un capital cognitivo y simbólico para adaptarse. Ese aprendizaje, casi único a nivel mundial, le facilitó a la sociedad decodificar los vaivenes de la cotización e interpretar desde allí la política.

Las décadas del ‘30 y ‘40 se caracterizaron por la intervención estatal en la economía. El inicio de las regulaciones. El fin de la Segunda Guerra Mundial abrió la etapa de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estados Unidos se reservó la convertibilidad al oro y el dólar devino en moneda franca. De allí en más, el problema de la restricción externa se haría cada vez más frecuente en la Argentina.

-En la década del cincuenta, Perón intenta relativizar el problema de la escasez de divisas…

(AW)-No es algo exclusivo de Perón. Todos los gobiernos intentan bajarle el precio de la discusión. Lo mismo que con el blue, al que todos los ministros califican como poco relevante. Perón, cuando pregunta quién ha visto un dólar, también relativiza el problema. Dice que nuestras divisas son la carne y el trigo.

-¿Desde entonces, la relación de la sociedad con el dólar se vio modificada por la tecnología?

(AW)-No. El home banking, twiter, las aplicaciones para celulares y los portales son apenas un nuevo entorno para viejas prácticas. Hoy, la diferencia es que el dólar, como tantos otros temas, se mete en la vida privada de cada uno de nosotros sin pedir permiso.

-Si tuvieran que destacar una certeza derivada del trabajo que hicieron, ¿cuál sería?

(AW)-Si algo demuestra el libro es que el dólar es una moneda plebeya, que no jerarquiza, no es un símbolo de estatus. En todo caso, lo que marca la distinción social es la capacidad de ahorro, la diferencia que media entre el que vive al día y el que puede ahorrar.

*Ariel Wilkis es sociólogo (UBA), investigador del Conicet y decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Entre sus libros se encuentran La existencia del dinero y El poder moral del dinero (2017), editado por la Universidad de Stanford y premiado con una Mención de Honor de la American Sociological Asociation al mejor libro de sociología económica de 2018.

*Mariana Luzzi es socióloga (UBA) y realizó su doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (París). Es profesora adjunta en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Con Carla Del Cueto publicó Transformaciones en la estructura social de la Argentina, 1983-2008 y coordinó Problemas socioeconómicos de la Argentina Contemporánea, 1976‐2010. En sus trabajos investigó las prácticas monetarias y las representaciones sociales en el contexto de la crisis del 2001. Más recientemente, abordó las reparaciones monetarias a víctimas de la dictadura.

 

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