Lea Guido fue seis años ministra de Salud de Nicaragua.  En esta entrevista -realizada en Montevideo- la única mujer que participó del primer gobierno sandinista explica que Daniel Ortega y Rosario Murillo encabezan una dictadura apoyada en el gran capital y los sectores más conservadores de la iglesia.

Hace más de 30 años estuve en Buenos Aires invitada por organizaciones de mujeres y luego di una charla acerca de la situación de Nicaragua. En esa época mi país vivía una guerra civil alimentada por los norteamericanos. Era una situación difícil, de guerra, de muertos, pero también un proyecto con el que muchos latinoamericanos, europeos y de todas partes del mundo se identificaban, luego de una lucha contra Somoza, y eso marcó a toda una generación”, dice Lea Guido, integrante del primer gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional luego del derrocamiento de Anastasio Somoza. La introducción le sirve para dar un panorama de lo que, desde su punto de vista, se vive en Nicaragua.

“Hoy, lo paradójico es que un dirigente de esa revolución, Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo montan un proceso dictatorial, como el que se combatió hace 40 años, en el que él era uno de los jóvenes de esa época.  Una contrarrevolución,  como que  estuvieras al otro lado del espejo”, agrega.

-¿Pero lo hace con un discurso de tipo sandinista?

-Sí, en el discurso, pero con una política extractivista, neoliberal que ha hecho concesiones en el territorio, porque hay oro y plata. Lo más oprobioso ha sido que Nicaragua tiene la mayor reserva de agua de la región, en el lago de Nicaragua, y ha hecho una concesión a China para un hipotético canal que significaría el despojo para miles de campesinos. Eso estuvo presente, incluso antes de la rebelión de abril del año pasado, que fue una cosa no preparada, una rebelión de estudiantes. El movimiento campesino hizo centenares de marchas contra la concesión del canal que significa destruir el lago de Nicaragua.

Lea Guido.

“Hace pocos días el gobierno comenzó a revivir el proyecto, pero en mi opinión es más bien una maniobra demagógica porque hay una gran crisis. En este período Ortega se financió con el apoyo de Venezuela a través de Petrocaribe, con 4.000 millones de dólares, que no entraron en el presupuesto nacional sino en paralelo. Eso sirvió para financiar cierta base social y otorgar concesiones a sectores del gran capital que aumentaron su tasa de ganancia de forma exponencial desde 2006, cuando Ortega regresó al poder.

“Describo al gobierno de Ortega como clientelista y corrupto en un país muy pobre, de seis millones de habitantes que vive en gran parte de las remesas familiares y también, como muchos países de América, es un exportador de materias primas.

“Mientras los precios estuvieron altos hubo un período de “pata gorda”, sumado a los 500 millones anuales que entraban limpios desde Venezuela, que fueron puestos al servicio de esta política clientelista.

“Simultáneamente, Ortega se alió a los sectores más conservadores de la iglesia católica concediendo un derecho de las mujeres de salvar su vida ante un embarazo de riesgo. Abolió el aborto terapéutico, un derecho consagrado en una ley votada por un gobierno conservador hace 130 años”.

-¿Hasta cuándo permaneció Ud. en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)?

-Entré en 1974, participé en la lucha contra Somoza y permanecí hasta 1991.

El abuso de una menor, su hijastra, realizado por Ortega, es un asunto que conocen muchas feministas. Y un abusador de menores no deja de abusar; eso siempre emerge a la superficie. El caso explica también la descomposición de una organización: unos se distanciaron, otros guardaron silencio.

“Para darte un indicador: no hay un intelectual serio, un militante histórico reconocido por su honestidad que siga en las filas del orteguismo”, dice Guido.

-¿Con qué apoyos cuenta entonces el régimen de Ortega-Murillo?

-La crisis del año pasado comienza con un incendio, justo ahora que estamos viviendo lo de Amazonia, en una reserva importante que se llama Indio Maíz, que también es un pulmón para Centroamérica. Los jóvenes comienzan a denunciar la negligencia  del gobierno, que ha permitido el avance de la frontera agrícola. Hay sectores del sandinismo que han hecho mucho dinero con la exportación de maderas preciosas.

“Esa fue la chispa y se sumaron las medidas unilaterales sobre la seguridad social, al mismo tiempo que hicieron maniobras con fondos especulativos para la construcción, que llevaron al sistema de seguridad social a una situación de quiebra.

Protestas opositoras a Ortega en Managua.

“Sectores de jóvenes toman las universidades para protestar. Lo hacen de forma pacífica, sin armas, con una consigna interesante: Patria libre y vivir. La consigna histórica del FSLN había sido Patria libre o morir. Entró una nueva generación en la política, que son los hijos y los nietos nuestros.  Fueron asomando como una bola de nieve y se unen con un fuerte movimiento campesino. Llegan a realizar una marcha de 300.000 personas. La reacción del régimen fue armar a paraestatales, civiles enmascarados, tiradores de elite con armas de guerra que comenzaron a disparar a la cabeza. Esa orden solo la da Daniel Ortega. Su hermano Humberto, que fue jefe del Ejército, se desvinculó de eso, porque las armas de guerra llegaron del Ejército. El resultado son 70 mil exiliados, la mayoría en Costa Rica en condiciones infrahumanas, pero hasta aquí también han llegado, más de 350 muertos, además de desaparecidos.  Todo se basa en el terror y en la fuerza, además de que en un país tan pobre (el más pobre en la región después de Haití) el funcionario vive bajo una seria amenaza. Este movimiento no es armado y además es anticaudillista. Hay un rechazo a los liderazgos”.

-Eso presenta también una desventaja.

-Es cierto, pero como dicen en mi país, el que se quema con leche, hasta la vaca sopla. Esta nueva generación quiere hacer todo horizontal. También están los viejos políticos tradicionales, hay muchas posiciones. Después de la represión Ortega dio una amnistía, que es una autoamnistía a los crímenes de lesa humanidad, como incendios y violaciones o la represión al levantamiento de Monimbó, el histórico barrio indígena de Masaya.

-¿Qué perspectivas ve usted para salir de esta situación?

-Ortega mantiene su retórica antiimperialista pero no tiene futuro político, salvo mantenerse por la fuerza como lo hizo Pinochet o las dictaduras del Cono Sur.  La oposición está reunida en la Unidad Azul y Blanca, con más de 70 organizaciones, y además están los partidos tradicionales, pero buena parte de los jóvenes no se identifican ni con unos ni otros.

-¿Es una dictadura con partidos habilitados?

-Ortega controla el consejo electoral y el Parlamento, porque tiene el 80% de la Asamblea, la Corte Suprema de Justicia. Los medios están en manos de sus hijos.  No hay presos políticos pero sí 100 presos a los que se les inventó delitos civiles. Te llevan presos si llevás una bandera azul y blanca.

-¿Cómo interpreta usted la posición de buena parte de la izquierda latinoamericana con Ortega?

-Los norteamericanos decían en la década de 1930: Somoza es un hijo de puta pero un hijo de puta nuestro. Y cierta izquierda ahora está diciendo eso de este hijo de puta. Y está perdiendo. Al menos es un apoyo incómodo, que tampoco es tan monolítico. La izquierda tiene que interiorizar que los principal son los derechos de la gente, porque se habla de revolución pero olvidando los derechos de la gente y la democracia. Este es un problema que tiene la izquierda tradicional latinoamericana: hace su balance o también muere con ella. El hecho es que el fin no justifica los medios. Hubo un proceso de trasmutamiento y descomposición, de gente que luchó contra Somoza y se transformó en eso que nosotros llamamos el orteguismo. El populismo clientelista que ha desarrollado Ortega produce dolor y vergüenza.  La salida son elecciones libres. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, respecto a la reforma electoral, es una vela que se mueve según el viento. Ahora está cortado el diálogo.  Una nueva burguesía sandinista se crió en este proceso de vacas gordas y de juegos de influencia que aprovechó el gran capital, e incluso Estados Unidos por la estabilidad que ofrecía Ortega. Los chinos están invirtiendo en Panamá y la empresa canalera quebró. No es un juego de potencias, como le gustaría a Ortega. Eso hace que se trata de una lucha compleja.

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