Las expectativas no eran buenas. Ahora son peores. Los efectos económicos del coronavirus se expanden con más rapidez que sus consecuencias sanitarias. El pánico, con o sin razón, se apoderó de los mercados. Para los gobiernos -habituados a lidiar con desequilibrios comerciales y crisis financieras, incluso con los riesgos derivados de conflictos bélicos y desastres naturales- es todo un desafío.

El coronavirus se expande y los mercados se hunden. Los precios internacionales de las materias primas se derrumban y los diarios financieros hablan de la peor semana desde la crisis de las subprimes. Algunos arriesgan una inminente recesión global y apuestan por una nueva rebaja de la tasa de referencia de la Reserva Federal. Estados Unidos se encamina a elecciones presidenciales en noviembre y el Brexit amenaza con terminar en portazo.

Puede que haya mucho de especulación, pero no faltan elementos concretos. China, el centro de la epidemia, es el principal demandante de materias primas y un eslabón clave en la cadena mundial de suministro. ¿Un nuevo cisne negro? Interrogante al margen, la situación pone contra las cuerdas a los bancos centrales del primer mundo. La razón: el escaso margen de maniobra que les quedan para seguir bajando las tasas de interés para aumentar la liquidez y mitigar un estancamiento global que viene de lejos y al que suman las consecuencias económicas de la epidemia.

Por lo pronto, el precio del cobre -el termómetro más utilizado para medir la temperatura extraoficial de la economía global-, cayó un 10 por ciento desde mediados de enero. Casi lo mismo que el níquel. También cayeron las cotizaciones del mineral de hierro, del zinc y del aluminio, este último un componente básico del acero inoxidable.

Las mineras, por caso, anunciaron la posibilidad de desacelerar la producción por temor a saturar sus inventarios. Los compradores, ante la falta de espacio para almacenar por la enorme caída en el consumo, paralizaron la demanda. La China National Offshore Oil Corporation (CNOOC), uno de los mayores importadores de gas natural licuado -firma con inversiones en nuestro país-, invocó la cláusula de “fuerza mayor” en varios contratos. El precio del gas asiático cayó un 30 por ciento desde la aparición del coronavirus. Hay muchos otros ejemplos.

Algunas proyecciones

En 2019, un tercio del crecimiento mundial se debió a China, el 11 por ciento a Estados Unidos y el 4 por ciento a la Unión Europea. Desde que se inició la crisis de 2008, Bejing ha sido la gran locomotora mundial. En 2012, su contribución al crecimiento global fue del 58 por ciento. Un máximo consecuencia del paquete de estímulos que aplicó el gigante asiático en 2009. Unos 600 mil millones de dólares. Una decisión fundamental para salir de la crisis de las subprimes.

Hoy, las estimaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial señalan que, por efecto del coronavirus, el crecimiento de China -que explica el 17 por ciento del PBI mundial- podría reducirse un 1,2 por ciento en el primer trimestre de este año. Hay cálculos más pesimistas, pero quedémonos con ese. El pronóstico, de confirmarse, resultaría en una contracción anual del orden del 0,4 en el PBI global. Para una economía mundial estancada, o incluso a un paso de la recesión, es mucho. Más incluso cuando se tiene en cuenta que, según economistas al estilo de Joseph Stiglitz, el crecimiento de Estados Unidos -que algunos califican como “robusto”- no es sustentable. Lo cierto es que los efectos del coronavirus dependerán de la duración de la epidemia. Si se declara una pandemia severa, el PBI global se reduciría hasta un 5 por ciento. El sálvese quien pueda.

Efecto en cascada

La lógica es sencilla. Si se reduce el consumo en China, se contraen sus importaciones. También cae su producción industrial y, en consecuencia, sus exportaciones. La cascada pondría en jaque a las múltiples cadenas globales de producción. ¿Otros afectos? La drástica caída que ya se verifica en el turismo emisivo chino. Unos 150 millones de viajeros en 2019. Son los que más gastan. En los hechos, el transporte aéreo internacional registra ya una fuerte contracción que afecta a los países del sudeste asiático. Singapur anticipó una merma del 30 por ciento en su sector  turístico y prepara un programa de estímulo fiscal.

Japón, por caso, está en peligro de entrar en recesión. Algo parecida es la situación de Alemania. La locomotora europea no despega y que Angela Merkel esté al borde del retiro no es una buena noticia.  Apple, que fabrica su iPhone en China, admitió que sus ingresos se reducirán durante este año. Para peor, en una economía global muy interrelacionada, la guerra comercial declarada por Washington a Beijing para frenar el crecimiento chino augura peores horizontes. La tregua no despeja interrogantes. China, muy probablemente, no podrá cumplir con la denominada “Fase uno” del acuerdo.

En Estados Unidos señalan que la imposibilidad de concretar lo acordado por Trump y Xi Jinping se traducirá en una agudización de la actual tendencia hacia la desvinculación entre ambos países. Estados Unidos, como sugiere el propio Trump, podría refurgiarse en su enorme mercado interno. No es la alternativa para muchos de sus aliados, como Japón, Corea del Sur y los países de la Unión Europea.

Sudamérica, también afectada

Sin grandes mercados internos que puedan atemperar la merma en el comercio mundial, la economías de América latina, muy dependientes de la exportación de materias primas, podrían verse severamente afectadas. Brasil y Perú colocan una cuarta parte de sus exportaciones en China. Chile un tercio. Argentina, durante el año pasado, exportó a China productos primarios por un total de 7 mil millones de dólares y casi otro tanto a los países del sudeste asiático.

Está claro que China es un componente esencial para la región. Según el último informe del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales con sede en Hamburgo, si la producción china se ralentizara por muchos meses, el contagio no se daría solo por la vía del comercio exterior. Desde 2005, los bancos chinos concedieron préstamos por un total de 140 mil millones de dólares en América Latina para obras de infraestructura, prefinanciar operaciones de comercio y para inversiones en proyectos privados y públicos. El informe, además, pone el acento en un punto clave: que tanto Estados Unidos como Europa tienen muy poco que ofrecer a los países de la región.

A no desesperar. Hay quienes sostienen que el impacto se vería acotado. Son lo que señalan que los países sudamericanos tienen, en general, una conexión débil con el mundo. En el caso de Chile, que tiene una economía muy abierta, la tasa de exportación está ligeramente por debajo de la media mundial, que se ubica en el 30 por ciento. En Brasil y Argentina es menor al 15 por ciento. Muy por debajo de la Unión Europea, que se ubica en el orden del 45 por ciento.

En otras palabras: lo que para la ortodoxia es una maldición podría ser una bendición o, al menos, un remedio temporal. El Mercosur, llegado el caso, sería un salvavidas. Otra a favor: la orientación económica del gobierno de Alberto Fernández. A diferencia de Macri, que se abrió cuando el mundo se cerraba, el equipo que lidera Matías Kulfas es cauto. Administrar el comercio exterior, controlar el flujo de capitales y regular el mercado cambiario son aciertos que trascienden el problema de la deuda. Lo mismo que la cautela en torno al acuerdo Unión Europa-Mercosur.

El daño está hecho

Lo dicho. Las expectativas sobre el curso de la economía mundial son pobres. Alicia Bárcena, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe estimó en un blog del centro de estudios The Dialogue que, sumados el coronavirus, a las tensiones en Medio Oriente y a la guerra comercial entre Beijing y Washington, “el crecimiento de China, que se esperaba inferior al 6 por ciento es probable que se reduzca aún más”. Sería la tasa de crecimiento más baja de los últimos treinta años.

Queda claro que las miradas son poco optimistas. Aun cuando la expansión del coronavirus esté controlada y sus efectos sanitarios acotados, el daño económico es concreto. Mercados clave, como el del petróleo crudo convencional, que ya mostraba una acentuada debilidad y sugería una economía global maltrecha antes del brote, tardarán en recuperarse. Una mala noticia para el crudo no convencional de Vaca Muerta. El virus llegó para complicarlo todo.

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