Debatiéndose entre los nervios que les genera la inflación y el miedo a la deflación, los responsables de las políticas están adoptando el criterio, posiblemente costoso, de esperar antes de actuar.

Los responsables de los bancos centrales alguna vez tuvieron una sola palanca que mover para ejecutar políticas: las tasas de interés. Hacia abajo para revitalizar una economía decaída y hacia arriba para poner freno a la inflación, a menudo, a expensas de provocar una recesión. Encontrar el momento adecuado para esas acciones y decidir cuánto mover la palanca nunca fue fácil, pero al menos solo tenían que centrarse en una cosa: empujar la palanca hacia arriba o hacia abajo. En la actualidad, la complejidad del trabajo de los responsables de los bancos centrales se duplicó, porque desde 2009 tienen dos palancas de las que ocuparse.

Después de la crisis financiera mundial de 2008 hizo falta otra palanca, porque la primera se había trabado. La habían empujado todo lo posible hacia abajo, llevando las tasas de interés a cero y obligándolas a menudo a entrar en territorio negativo. Sin embargo, la economía seguía estancada. Tomando como modelo al Banco de Japón, los principales bancos centrales -liderados por la Reserva Federal de EE. UU. y el Banco de Inglaterra- crearon una segunda palanca, conocida como flexibilización cuantitativa (FC). Empujándola hacia arriba creaban dinero para comprar títulos de bancos comerciales, con la esperanza de que los bancos lo inyectaran directamente en la economía real. Si aparecía la inflación, todo lo que tenían que hacer era empujar la palanca hacia abajo y reducir la compra de activos.

Eso, en teoría. Ahora que hay inflación en el aire, los bancos centrales están nerviosos. ¿Deben endurecer la política?

Si no lo hacen pueden esperar la ignominia que sufrieron sus predecesores en la década de 1970, quienes permitieron que la inflación se incorporara a la dinámica de precios-salarios. Pero si siguen sus instintos y empujan ambas palancas, limitando la FC y aumentando modestamente las tasas de interés, corren el riesgo de generar dos crisis simultáneamente: una hoguera laboral, ya que el aumento de las tasas de interés reduce la demanda agregada y la inversión, y una crisis financiera cuando los mercados y las corporaciones, adictos al dinero gratis de la FC y excesivamente endeudados, entren en pánico frente a la perspectiva de su eliminación. La reacción desmedida o “rabieta” de 2013 que tuvo lugar cuando la Fed simplemente sugirió que limitaría la FC, empalidecería en comparación.

Este escenario aterra los bancos centrales porque inutilizaría ambas palancas. Aunque las tasas de interés aumentaron, aún habría poco margen para reducirlas y serían necesarias cantidades de FC políticamente prohibitivas para reflotar los mercados financieros sumergidos. Los responsables de las políticas, entonces, se cruzan de brazos imitando al desventurado asno, incapaz de decidir cuál de sus necesidades era mayor.

Sin embargo, debido a que los responsables de las políticas consideran que deben mover las dos palancas de manera secuencial y conjunta, el acertijo de los bancos centrales supone un pasado que no necesariamente ha de repetirse. En términos históricos, por supuesto, la segunda palanca (la FC) solo se inventó después de que la primera, las tasas de interés, dejara de funcionar. ¿Pero por qué suponemos que ahora que la inflación vuelve a subir hay que revertir la secuencia eliminando primero la FC y aumentando después las tasas de interés? ¿Por qué no podemos mover simultáneamente las dos palancas en la misma dirección, lo que implicaría una política monetaria a dos flancos, que eleva las tasas de interés y la FC, aunque de manera distinta?

Las tasas de interés de hecho deben subir. No olvidemos que, incluso cuando las tasas de interés oficiales son nulas, quienes ocupan el 50 por ciento inferior de la distribución del ingreso no cumplen los requisitos para acceder a créditos baratos y terminan endeudados a tasas de usura con préstamos rápidos, tarjetas de crédito y créditos privados no garantizados. Las tasas de interés ultrabajas solo benefician a los ricos. En cuanto a los gobiernos, aunque las bajas tasas de interés oficiales les permiten refinanciar su deuda a bajo costo, parece imposible flexibilizar las restricciones fiscales. Tan es así que continuamente escasea la inversión pública. Por esos dos motivos, los trece años de tasas de interés ultrabajas contribuyeron a una desigualdad gigantesca.

Esta creciente desigualdad aumentó el exceso de ahorro, ya que a los ultrarricos les cuesta gastar la montaña de dinero que acumularon. Debido a que los pujantes ahorros representan la oferta de dinero, mientras las insignificantes inversiones constituyen su demanda, el resultado es una presión a la baja sobre el precio del dinero, que mantiene las tasas de interés aplastadas contra el límite inferior de cero. Los bancos centrales deben, por lo tanto, reunir el coraje necesario para aumentar las tasas de interés y romper así este círculo vicioso de insoportable desigualdad e innecesario estancamiento.

Por supuesto, los bancos centrales temen que aumentar las tasas de interés lleve a la bancarrota de los gobiernos y cause una grave recesión; por eso, el aumento de las tasas de interés debe contar con el apoyo de dos políticas fundamentales.

En primer lugar, debido a que una reestructuración importante tanto de la deuda pública como de la privada es inevitable, los bancos centrales deben dejar de intentar evitarla. Mantener las tasas de interés en valores negativos para posponer la bancarrota de entidades insolventes -como los estados griego e italiano, y una gran cantidad de empresas zombis- como lo hacen actualmente el Banco Central Europeo y la Fed es una apuesta de tontos. El lugar de ello debemos reestructurar las deudas impagables y aumentar las tasas de interés para evitar que surjan otras nuevas.

En segundo lugar, en vez de poner fin a la FC, hay que reorientar el dinero que produce y alejarlo de los bancos comerciales y sus clientes corporativos, que lo usaron en su mayor parte para recomprar acciones. Este dinero debería financiar un ingreso básico y la transición verde a través de bancos para la inversión pública, como el Banco Mundial y el Banco Europeo de Inversiones. Y esta forma de FC no será inflacionaria si se grava fuertemente al ingreso básico de la clase media alta para arriba, y si las inversiones verdes comienzan a generar la energía y los productos verdes que la humanidad necesita.

Los bancos centrales no están limitados a elegir entre parálisis y contracción. Una política monetaria progresiva aumentaría las tasas de interés e invertiría simultáneamente los frutos del árbol del dinero en acciones climáticas y en la reducción de la desigualdad. Si ayuda a vender la política, llámenla “restricción monetaria sostenible”.

 

Publicado originalmente en Project Syndicate.