Rebrote inflacionario, caída del consumo e inversiones que no llegan. Las dudas de los empresarios y el rebote selectivo. Un malestar que no afecta sólo a los laburantes.

Los conflictos sindicales desbordaron la agenda de Cambiemos en durante el primer trimestre del año. Los docentes y el paro general fueron la punta del iceberg. Hubo otros de menor escala e intensidad. Algunos, como los que se sucedieron en el sector pyme, tuvieron escasa visibilidad. La hiperactividad del elenco oficial intentó ocultarlos. Eran previsibles. Sin embargo, la sorpresa del gobierno fue mayúscula. La razón es que el modelo en marcha alineó en muchos casos a empresarios y trabajadores. La coincidencia se hizo sentir con especial fuerza en los rubros anclados en el mercado interno. Es claro: el malestar excede a los laburantes.

Hasta el momento, el gobierno corrió detrás de las circunstancias. Su estrategia consistió en acudir con medidas puntuales para neutralizar el disparador de la protesta. Un ejemplo: el acuerdo con empresarios y sindicalistas de las industrias textil, de la indumentaria y el calzado. Hubo otros similares para la construcción, las metalmecánicas y las automotrices. Apurado por la situación, luego del derrumbe en las ventas que provocó el plan Precios transparentes, silenció sus críticas al esquema heredado y multiplicó los planes en cuotas. La intención: apuntalar una demanda interna que amenaza con derrumbarse.

Por las dudas, el ministro de Producción Francisco Cabrera sostiene ante los empresarios que “no hay sectores inviables” y que todo se reduce a una cuestión de prejuicios sobre el tipo de país que pretende Cambiemos. Repite que “falta trabajo y sobran prejuicios”. Sobre lo primero no quedan dudas. Lo segundo está por verse. No faltan motivos.

Antes de viajar a Holanda, Macri organizó un asado en Olivos con legisladores del Pro. Allí, les aseguró que en el modelo impulsado habrá ganadores y perdedores. Dijo que algunos sectores no tendrán continuidad. La definición en privado choca con lo dicho en público por Cabrera. Los empresarios saben de la contradicción. Los cortocircuitos en la UIA  son un reflejo de esto. Excluidos de la conducción, hegemonizada por los grandes grupos, los medianos y pequeños industriales multiplican las críticas. Sus blancos: el gobierno y el consejo directivo de la entidad.

Aunque el gobierno nunca cortó el diálogo con la CGT, y seguramente habrá nuevos contactos en ámbitos reservados, hacia el exterior cambió su estrategia. Lo hizo con la vista puesta en octubre.  De ahora en más buscará confrontar con el kirchnerismo. Grueso error. Las tensiones sociales que no pudo contener el triunvirato cegetista y que canaliza la CTA responden a raíces más profundas. El sinceramiento de Macri encierra lo que Cambiemos deja de lado: que las resistencias provienen de los sectores excluidos por el modelo. Sean laburantes o patrones.

Sin embargo, alentado por la concentración del primero de abril, el gobierno endureció su discurso. La idea es polarizar. En pocas palabras: el populismo acecha; Macri es el futuro, la nueva Argentina. Con mayor o menor optimismo para evitar pasos en falso, algunos medios seguramente apuntalarán el objetivo. Sin embargo, una  mirada más amplia, aun con el riesgo que implica tipificar lo heterogéneo, indicaría que los participantes de la movida de abril que tonificó a Macri son los caceroleros de ayer. No se trata de minimizar el fenómeno. Tampoco de magnificarlo. Lo seguro es que nada les impide volver por las cacerolas. Sobran ejemplos de la volatilidad con que se expresan los sectores de la clase media.

Mal arranque

En el frente fiscal, la principal obsesión del gobierno, la política encarada no arroja los resultados que espera el círculo rojo. El superávit primario de enero devino en déficit durante febrero. Se disparó un 60% con relación al mismo mes del año pasado y acumuló un aumento del 45% en el primer bimestre. Sin la ayuda del generoso blanqueo impositivo, el resultado habría sido aún peor. Se habría duplicado. Algo de esa ayuda podrá verse también este mes por la última etapa del sinceramiento impositivo. Luego será otro el cantar. Todo dependerá del gasto público que, como se sabe, aumenta con el deterioro de las condiciones de vida.

Entre muchas malas, el nivel de actividad trajo un pequeño respiro. Cortó una racha de nueve meses con bajas interanuales consecutivas. Lo esperable: luego del derrumbe, los indicadores hablan de un tímido rebote traccionado por el agro, la intermediación financiera y la obra pública. La situación habla de una endeble reversión del ciclo recesivo. Con el gobierno sentado sobre las paritarias y el salario perdiendo contra la inflación, el consumo siguió en picada. En febrero cayó casi un 6% en supermercados y comercios de barrio, según la consultora CCR. En Hacienda minimizan la cuestión. Insisten en que la recuperación llegará con las inversiones. Nicolas Dujovne, con militante optimismo, repite que la economía crecerá este año un 3,5%. En todo caso todo quedará como a fines de 2015. La diferencia es que habrá más perdedores que ganadores.

La balanza comercial de febrero abre más interrogantes. Por primera vez en cuatro meses, las exportaciones cayeron en términos interanuales. Retrocedieron un 6,2%. También descendieron las importaciones (-0,7% i.a.). El resultado: un déficit de U$S 122 millones. Quienes siguen de cerca el tema apuntan que las ventas al exterior disminuyeron por la alta base de comparación. La explicación: en febrero del año pasado, la devaluación y la eliminación y/o reducción de las retenciones al trigo, el maíz y la soja provocaron un fuerte incremento de las exportaciones de productos primarios y manufacturas agropecuarias. Despejado el efecto, y aun cuando los precios internacionales mejoraron, los volúmenes se contrajeron en término interanuales un 14,5% y un 8,6%, respectivamente.

El panorama es más complicado para las exportaciones industriales. Perdieron terreno el año pasado y ahora están estancadas. En parte se explica por las menores compras de Brasil, en especial de automóviles, que se hundieron un 40% en febrero. La dinámica, en términos generales, se explica por el incremento de los costos internos y el dólar planchado. La pérdida de competitividad es importante. Para peor, el “efecto Trump” complica las cosas. Al caso de los limones podría sumarse el de las exportaciones de biodiesel. Los productores estadounidenses aducen dumping. La pulseada puede durar un año. Mientras tanto, la Casa Blanca aplicaría un gravamen a ese combustible. El optimismo de Buryaile y la canciller Malcorra deberá esperar el resultado de la reunión que Macri tendrá con Trump en Washington a fines de abril. Hasta ahora, al igual que los brotes verdes, el boom exportador se hace esperar.

En el caso de las importaciones industriales, los números de febrero son consistentes con el efecto combinado del deterioro del mercado interno, un dólar estancado y la apertura comercial. Mientras que la cantidad de bienes de consumo creció casi un 11% y la de vehículos un 55%, las importaciones de bienes intermedios y de capital retrocedieron un 12% y un 9,7%, respectivamente. Las primeras están ligadas a la dinámica industrial. Las segundas constituyen un reflejo de la inversión. También cayó el rubro de Piezas y accesorios, en este caso un 20% en cantidades. Más señales de alerta. Las decisiones de inversión se demoran. Las que el gobierno espera que lleguen desde el exterior porque miran hacia octubre. Las locales, ligadas fundamentalmente al mercado interno, se frenan por las dudas que genera el modelo.

 

Industria y consumo

En Cambiemos insisten en mirar hacia el exterior. Según los funcionarios, la Argentina es una buena oportunidad de inversión. Durante el capítulo latinoamericano del Foro Económico Mundial, Alejandro Bulgheroni (Pan American Energy) y Eduardo Elsztain (IRSA) arrimaron su apoyo. Para ellos, el gobierno de Macri hace de la Argentina un país confiable. Es la mirada de los grandes grupos. Coinciden con el gobierno en que el país debe insertarse en las cadenas globales de producción. El canal de acceso: la firma de tratados de libre comercio. La visión agrega que los acuerdos aportarán la seguridad jurídica que reclaman los potenciales inversores. Lo puso en claro Cabrera en la última conferencia industrial. Tuvo poco aplausos.

La apuesta, no obstante, se reduce al sector de la energía, el agro, el software, la banca y la minería a gran escala. Muy poco, casi nada, de mercado interno. El resultado de la brújula presidencial está a la vista. En febrero, la industrial profundizó su retroceso. Anotó su decimotercera caída interanual consecutiva. De los 29 subsectores que integran los 7 bloques industriales que mide el Indec, 27 exhibieron resultados negativos. En el primer bimestre, el entramado en su conjunto acumuló una contracción del 3,5% con relación al mismo período del año pasado.

Los sectores más complicados son los que deben salir al mercado para acceder a insumos y servicios. La demanda interna deprimida y la suba de costos asfixian a las pymes. Liquidación de inventarios, suspensiones y finalmente despidos es el camino obligado. El sector textil, las metalmecánicas y el calzado encuentran dificultades crecientes para competir. Lo mismo ocurre en las economías regionales. Un dato revelador: la utilización de la capacidad instalada en el sector industrial sigue cayendo. Cuatro de cada diez equipos productivos están parados. El peor registro de los últimos catorce años. La situación es crítica en algunos bloques industriales. El parate alcanza a siete de cada diez equipos entre las automotrices, y entre cuatro y cinco de cada diez entre las textiles, las metalmecánicas y las plantas productoras de caucho y plástico.

Como el pronóstico no anuncia lluvia de inversiones, el gobierno cambió el foco. Lo puso en el consumo. Al menos hasta octubre. Es su gran esperanza. Sin embargo, en el mejor de los casos, la recuperación será muy lenta. Con suerte, los sueldos de los trabajadores del sector formal saldrán empardados con la inflación. Muy pobre, luego de una pérdida del orden del 6% en 2016. Para peor, las pocas paritarias cerradas confirmarían que los salarios seguirán corriendo por detrás de los precios. Habrá que esperar los efectos del paro general. En síntesis: la recuperación será demasiado lenta para la urgencia política del oficialismo. Octubre está a la vuelta. Según los cálculos preliminares, una división en tercios. Nada bueno para un gobierno que escuchó en los foros empresarios que las inversiones requieren de una “atmósfera amistosa” de no menos de seis años.

Las adhesiones se diluyen

Al gobierno le cuesta admitirlo. El gradualismo no parece funcionar. Y el problema no son las cuentas públicas -como señalan los propiciadores de un mayor ajuste-. El problema es otro: la mayor parte de la matriz productiva no adhiere al modelo propuesto. En el mejor de los casos, las adhesiones se diluyen ante la evidencia de que no hay un plan integral. El famoso panel de control sólo registra compartimientos estancos. La pregunta que domina entre los empresarios se podría resumir en la siguiente fórmula: si la economía se encamina a un rebote, ¿lo hará sobre una base sólida que permita un crecimiento sustentable?

Por ahora, sólo se trataría de un tibio rebote. Los datos del Indec y de las consultoras, aun de las críticas, coinciden que algo de eso se verá en el segundo y tercer trimestre. Dicen que habrá números positivos. Obvio: la base de comparación es muy baja. Además, será un rebote selectivo. Habrá que ver si el gobierno es capaz de construir sobre esa base. La inversión, por ejemplo, crecerá en torno al 5%. Estará vinculada a la construcción de viviendas para los sectores de alto poder adquisitivo –blanqueo de por medio- y a la obra pública –ya se ve en los despachos de asfalto que crecieron un 118% -.

Para la gente de a pie será un escenario sombrío. En el círculo rojo, con una mezcla de espanto y resignación, teorizan sobre la vuelta del populismo. Dicen que lo de Macri sería, apenas un paréntesis. Obvio, entre dos etapas del populismo. El panorama recién comenzará a despejarse en el último trimestre. Lo dicho en alguna nota anterior: 2017 dejará a la economía en términos generales en el mismo lugar en que la tomó Cambiemos. Con una diferencia central: habrá más perdedores que ganadores. Se podrá argumentar que el camino transitado por la anterior gestión se topó con los límites estructurales del modelo que impulsó. Hay una cuota de verdad en ello. Sin embargo, las urgencias sociales no suelen esperar a Godot.
Foto destacada: Rolando Andrade