Tras el resultado de las PASO, el brindis de los capitostes del Consejo de las Américas en el Hotel Alvear. Los elogios del FMI, el rebote de la economía, el déficit comercial y números que no cierran. Casi una postal de los ‘90.

La agenda que reclama la cúpula empresaria terminó de alinearse con el proyecto de Cambiemos. Quedó explicitada en el Consejo de las Américas. La flexibilización de los convenios colectivos de trabajo, la reforma impositiva, la inserción en las cadenas globales de producción, la apertura comercial y la firma de tratados bilaterales de comercio quedaron en el centro de la escena. Una “integración inteligente que traerá seguridad jurídica e inversiones”, según Francisco Cabrera. El foro empresario, que representa los intereses de Estados Unidos en la región, vivió su día de euforia en el Hotel Alvear. El círculo rojo festejó. Poco y nada se dijo sobre educación, ciencia y tecnología. Tampoco se habló de la cuestión social y el desempleo.

La foto no pudo ser más elocuente. A una cuadra del lujoso hotel, tras un vallado de seguridad, unos pocos manifestantes protestaban contra la política oficial. Adentro, Alejandro Werner, director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, repartía elogios y pronósticos optimistas. En los pasillos todos celebraban su intervención. También el resultado de las Paso y la débil demostración de fuerza sindical en la Plaza de Mayo. La conclusión oficial versó sobre un país que votó para abrirse al mundo. Algunos se animaron a más y auguran que Cambiemos ganará por varios cuerpos en octubre. Una postal de los ’90, cuando la Argentina era exhibida como el mejor alumno del FMI.

Cancha inclinada

La interpretación, lineal y triunfalista, señaló que la discusión está saldada. De ahora en más, solo se trataría de profundizar el rumbo. En otras palabras: la cancha ya está inclinada. Los empresarios deberían aprovecharla. El mercado hará el resto. Seguramente, mucho de lo dicho en el Alvear se repetirá el martes que viene. Será a muy pocos metros de allí, en el Palacio Duhau. (Una pequeña digresión. Lo construyó Luis Duhau, quien fue ministro de Agricultura de Agustín P. Justo. Lisandro de la Torre lo denunció en la histórica sesión por los negociados en el comercio de carne con Gran Bretaña. Un signo de época). El encuentro lo auspicia la Asociación Empresaria Argentina. El núcleo duro la Unión Industrial. Concurrirán el ministro de Finanzas, Luis Caputo, y el virtual ministro de Economía y titular del Banco Central, Federico Sturzenegger. Una vez más, las pequeñas y medianas empresas estarán ausentes.

Sin embargo, los números oficiales y privados no parecen justificar el entusiasmo oficial. Mucho menos la actitud desafiante que exhibieron algunos empresarios que pagaron unos 250 dólares y dejaron otros tantos por una platea y algunos tragos en el Hotel Alvear. No pocos, vale recordar, fueron entusiastas adherentes al modelo kirchnerista. ¿Reacción de clase? ¿Oportunismo? Se diría que de todo un poco. Casi a lo codazos se abrieron paso para saludar al ministro de turno. La escena, no hay motivo para dudarlo, se repetirá en el Palacio Duhau. Tal vez en forma más recatada. Son menos los invitados y muchos de ellos prefieren el bajo perfil.

Lo concreto es que apoyados en los brotes verdes, empresarios, lobistas y funcionarios procuraron mostrar la tibia recuperación como un crecimiento sustentable. Al día de hoy, los datos no los avalan. Según el Indec, la actividad económica creció en julio un 4 por ciento con relación al mismo mes del año pasado. Una mejora de apenas el 1,6 por ciento en lo que va de este año. El rebote deja a la economía en un nivel muy similar al que exhibía a fines de 2015. Hacia diciembre, de cumplirse el pronóstico del gobierno, podría quedar ligeramente por encima. No obstante, hay una diferencia sustancial: el balance provisorio señala que habrá más perdedores que ganadores. Además, la dinámica económica abre interrogantes sobre el vaticinio oficial: que la economía crecerá a un ritmo de entre el 3 y el 4 por ciento durante muchos años, según Nicolás Dujovne.

Ganadores y perdedores

Lo concreto es que la recuperación se sustenta en un puñado de sectores. La construcción hace punta por la vía de la obra pública -pero registra 20 mil puestos de trabajo menos que a mediados de 2015-. Muy lejos le siguen el sector agropecuario, la intermediación financiera, el comercio y la actividad inmobiliaria. La industria manufacturera, principal demandante de mano de obra, anotó en julio una suba interanual del 6,2 por ciento. El resultado es pobre. La razón hay que buscarla en la muy baja base de comparación. El repunte no alcanza tan siquiera a retomar los niveles de producción del último trimestre de 2015, cuando el modelo kirchnerista había agotado hacía largo rato sus posibilidades de expansión.

Hoy, muchos bloques industriales continúan en la zona roja. Los casos más conocidos son los dedicados a la producción de hilados de algodón, tejidos y fibras sintéticas. Hay otros, como la producción de lácteos, medicamentos, papel, cartón, las imprentas, la refinación de petróleo y los subsectores productores de sustancias químicas.

¿Quiénes ganan? Los rubros ligados al campo y a la obra pública, como la producción de fertilizantes y de insumos para la construcción, como cemento, hierro redondo y asfalto. También las metalmecánicas vinculadas a la fabricación de implementos agrícolas. Algo recupera la producción de acero crudo por la leve mejora que exhiben las automotrices a raíz de una mayor demanda de sus contrapartes brasileñas. Con un poco de buena voluntad podría anotarse entre los ganadores a los bloques productores de carnes rojas y blancas, dinámica que responde en lo esencial a las firmas exportadoras.

Las asimetrías que plantea el programa de Cambiemos quedaron reflejadas en el petitorio que le entregó la delegación de la Federación Agraria al ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile. El documento condensa demandas y propuestas de los pequeños y medianos productores que “aún esperan –dice el texto- ser alcanzados por la política oficial para mejorar la crítica situación que atraviesan”. El petitorio plantea “la preocupación por la creciente importación de alimentos, que perjudica a los productores argentinos y no beneficia a los consumidores”. El documento agrega que “las medidas que se tomaron hasta ahora han beneficiado más a los productores que tienen mayor escala”, y reclama por “un ‘campo’ que aún espera respuestas”.

Números que no cierran

El sector externo no trajo buenas noticias. La semana cerró con la decisión de Washington de trabar las exportaciones de biodiesel y un resultado negativo de la balanza comercial que fueron prolijamente eludidos en el cónclave del Hotel Alvear. El primero de los temas pone en riesgo unos 7 mil puestos de trabajo y ventas al exterior por unos mil millones de dólares. Por otro lado, la decisión de abrir el mercado local y la ausencia del prometido “boom exportador” arrojaron en julio un déficit comercial de casi 800 millones de dólares. Unos 3.500 millones en los primeros siete meses de este año. El pronóstico habla de un saldo negativo de unos 5.500 millones para 2017.

El resultado se explica por el efecto combinado de las exportaciones, que crecieron apenas un 1,4 por ciento, y la disparada de las importaciones, que se expandieron un 15,4 por ciento lideradas por vehículos, bienes de consumo y, en menor medida, por las compras de bienes de capital e intermedios. En tanto, la reprimarización ya es un hecho: dos tercios de las exportaciones son productos primarios (cereales y oleaginosas) y manufacturas de origen agropecuario (grasas, aceites y residuos de la industria alimenticia). Las exportaciones industriales, aunque registraron una mejora, no parecen encausarse hacia los niveles que mostraron en los mejores años del kirchnerismo.

La estrategia oficial tampoco cierra por el lado fiscal. Aunque en julio el déficit primario se redujo, el programa de endeudamiento multiplico por tres el pago de intereses por la deuda. Los datos de Hacienda señalan que el resultado primario mejoró un 9,3 por ciento en la comparación interanual. Sin embargo, el déficit financiero creció un 18,6 por ciento. Por esta razón, hay consenso en que el resultado financiero no mostrará este año ninguna mejora respecto al 6 por ciento de 2016. ¿Señal de alerta? El panorama desespera a la ortodoxia. De allí que presionen por una mayor recorte del gasto público. Argumentan, sin mirar el contexto social, que no hay cambios suficientes.

El gobierno, en tanto, hace equilibrio a la espera de una lluvia de inversiones y se encomienda a que ningún problema global dispare una corrida a nivel local.