Las historias de adolescentes que desaparecen son una constante en ciertos barrios de la ciudad de Buenos Aires, los más carenciados, claro. Abusos, amenazas, seducciones engañosas  en las redes sociales son  parte del arsenal puesto en juego por los tratantes de blancas para llevar a las víctimas a la prostitución. Un grupo de maestros se unió para escuchar a las chicas y ayudarlas a salir de ese circuito.

En julio de este año, los integrantes de la Red de docentes, familias y organizaciones del Bajo Flores daban a conocer esta denuncia: “La zona sur de la Ciudad de Buenos Aires viene sufriendo la desaparición sistemática de niñas y jóvenes, por lo que exigimos políticas públicas para cortar de raíz con este vejamen que azota a nuestras alumnas, jóvenes de los barrios y a sus familias. Entendemos, porque la propia experiencia así nos lo ha enseñado con Nadia y tantas otras, que es con la presión de quienes habitamos y trabajamos en los barrios, con nuestra lucha y organización que las pibas aparecen”.

Desde entonces hasta ahora buscaron a Neiza y a Angie. Ambas chicas aparecieron luego de varios días sin que se supiera de ellas. Cuando encontraron a Angie, en la Red escribieron: “Repetiremos hasta cansar a todos y dejarlos sin palabras, que las miradas higiénicas, descomprometidas, vacías, sin vida, de aquellos que se paran de costado a observar mientras todo pasa, no tienen lugar en la cotidianidad que tejemos esa hermosa inmensa minoría contra lo que se supone un destino prefijado”. A comienzos de agosto, Nadia Rojas, de 14 años, adolescente de Villa Lugano, desapareció por segunda vez. La primera vez había faltado más de un mes de su casa. La segunda, días antes de declarar ante la Justicia como víctima de trata, desapareció de un refugio al que había sido trasladada por orden del juez para que estuviera más segura, porque ella confesaba que tenía mucho miedo. Desapareció de la mirada del Estado. Apareció, finalmente, el 24 de agosto. Durante su primera desaparición e inspirados en el trabajo de la Red de Bajo Flores, los docentes y otras organizaciones de Lugano conformaron en su propia red para pedir por Nadia. Primero, lograron que su causa se inscribiera como delito federal de trata. Luego, cuando la chica desapareció por segunda vez, presionaron para que aparezca. Sol, militante de Hagamos lo imposible, una de las organizaciones que integran la Red de Lugano, le cuenta a Socompa lo más importante: que Nadia y su mamá están bien y que por la experiencia de la primera desaparición y por el tratamiento de los medios, prefieren ser cautelosos con la información que brindan. Los datos son escurridizos y un arma de doble filo, y han observado que en el último tiempo circularon de un modo que terminaba, en muchos casos, cargando la responsabilidad en la propia Nadia: “La primera vez denunciamos que Nadia seguía en peligro y que era posible que volviera a desaparecer, que no estaban garantizadas las condiciones para su protección. Y desapareció bajo responsabilidad de la Dirección General de la Mujer. Corrían muchos rumores. El mismo refugio insistía en que ella se había escapado. El foco está corrido. Lo que necesitamos es resguardo y respeto porque se termina divulgando información que ni la Red ni su familia confirmó”, dice.

Aunque en el contexto de la desaparición se perdió de vista el avance de la investigación por trata que lograron instalar en la cámara federal, la causa sigue. “Cuando el caso de Nadia se declara como delito federal se logra algo muy significativo. Sabemos que hay dispositivos de trata que funcionan en el cordón sur, entre lo que sucede y que la justicia lo reconozca hay una brecha abismal”, dice Sol. El caso de Nadia fue el puntapié para formar la Red en Lugano, pero el objetivo es sostenerla porque, cuenta, les llega información de otras chicas en el barrio que desaparecen y vuelven a aparecer y, dice, “por más que las chicas vuelvan a sus casas, eso no quiere decir que no haya un dispositivo que no esté funcionando detrás”. Por lo pronto, la búsqueda pasa por contener y acompañar a Nadia y a las otras chicas y familias de Lugano. Algo similar  a lo que hace ya dos años hacen en Bajo Flores.

Una telaraña que se va armando, un tejido que se gesta como forma de contención y acción frente al abandono estatal y frente al desamparo que enfrentan las chicas jóvenes de los sectores más vulnerables. Cuando la policía no atiende, cuando las políticas públicas brillan por su ausencia, cuando el poder teje a sus anchas sus caprichos, los docentes que trabajan en estos barrios del sur de la Ciudad se organizan para denuncias y prevenir las desapariciones de las chicas, y buscan modos de cambiar una realidad que las priva de vivir en libertad su propia adolescencia.

En Bajo Flores, todo empezó en los distritos 8, 11 y 19 de la ciudad de Buenos Aires. Era 2015. A Silvina Herrera, docente de nivel inicial, se le acercó una madre y le habló de algo que la tenía preocupada. Había notado que una de sus hijas estaba rara, que se rateaba de la escuela, que estaba distante. Los docentes, en el Bajo Flores como en otros muchos barrios, no sólo enseñan, son oreja, ojos, son contención.  Silvina escuchó a la nujer, luego habló con otros maestros de la zona. La mamá había logrado que su hija le contara lo que le pasaba: alguien, a través de Facebook, la amenazaba. Todo había empezado como un juego, había seguido con un intercambio de fotos, pero luego habían empezado las amenazas de él, desde hacía más de un año: con cosas muy concretas como el color de la puerta de su casa, el recorrido que hacía junto a sus hermanos para ir a la escuela, la amenazaba con que lo obedeciera porque, si no, iba a matar a su familia. Silvina habló con otros docentes, entonces, y pudieron ver que había relatos similares de otras madres y otras hijas, chicas jóvenes, que no pasaban los 15 años, que lograban confiar en sus maestros y contarles eso que las atormentaba: amenazas reales. “Era septiembre de 2015. Nos unimos, fuimos directo a la Cámara Penal de la Justicia, porque entendíamos que era mejor hacer así una denuncia, porque no había desaparición, pero había amenazas, y entendíamos que era la única forma que nos dieran bolilla, porque las familias de la 1 – 11- 14 por lo general no son escuchadas”, dice Silvina. Así se empezó a formar la Red de docentes, familias y organizaciones del Bajo Flores, que trabaja en el distrito 8, 11 y 19, territorio de Bajo Flores , 1 11 14 y barrio Rivadavia y es pionera en tratar una situación que – se van enterando- se repite en otros lugares.

Desde ese comienzo hasta la actualidad, han tejido una red que busca concientizar a las chicas, ayudarlas y buscarlas si desaparecen y preparar el terreno para recibirlas cuando vuelven. Unas setenta personas integran la Red en Bajo Flores. Dicen, repiten, pelean por eso: “No nos da lo mismo que falte una piba en el aula”.

Los casos se parecen: todo comienza con un contacto en redes sociales, técnicas de seducción que son seguidas de chantaje, con el objetivo final de obtener fotos de las chicas desnudas. Por otra parte, en Bajo Flores muchas adolescentes desaparecen, y vuelven cuando la organización hace visible el reclamo. A las chicas les cuesta hablar de lo que pasó, tienen miedo, vergüenza, sienten culpa. Mil cosas. Las que pudieron contarlo hablaron de abusos, del tiempo que estuvieron encerradas, de las amenazas.

Mientras avanzaba la organización de la Red, desapareció Layla, de 14 años, y ese fue un punto bisagra. Era octubre de 2015. Se juntaron familias y maestros y cortaron la calle en el cruce de Perito Moreno y Varela, luego fueron a la comisaría 38, a ratificar la denuncia que antes había hecho la familia de Layla (en esa primera denuncia se habían encontrado con comentarios del tipo: “no hay sistema”; “seguro que la piba está con el novio”; “estas cosas pasan”). Se sumaron abogados. Alguien aportó un contacto en el ministerio de Seguridad y desde arriba ordenaron tomar la denuncia. Layla apareció a los 12 días. “Nuestro objetivo es priorizar el vínculo, que sepan que las acompañamos, que buscamos que la justicia haga lo que tiene que hacer. No es posible que las pibas nos cuenten todos sus problemas de un día al otro. Hay mucho que estamos descubriendo por sus ojos por el vínculo que generamos”, dice Silvina. Andrea Bohus, a su lado, explica: “Los que estamos en las escuelas armamos el vínculo en mayúscula. No somos abogadas, investigadoras, trabajadoras sociales. Somos docentes comprometidas con nuestra tarea”.

Quizá, para avanzar, es necesario primero empezar a entender qué es ser mujer adolescente en la villa. Hace un tiempo, en la Casona de Flores, en el marco de una jornada de pensamiento que publicó un material bajo el título Los cuerpos de las mujeres en la mira de los poderes territoriales, se discutió sobre eso: qué diferencias hay con los adolescentes varones, qué sueños arden, qué realidades bofetean, qué hilos de poder maneja el patriarcado y la violencia en el territorio. Andrea dice: “Estamos hablando siempre de la pobreza. Esto no surge en Villa Devoto, surge acá, en el Bajo Flores, donde las pibas son vulneradas. No tienen nada, donde la vida las golpea todos los días a ellas y a sus familias. Hemos tenido situaciones de familias que no pueden ir a hacer la denuncia porque si faltan al trabajo lo pierden. Es eso, es la habitación chiquita, la cantidad de hermanos, el pasillo, los narcos del frente, los transas de la vuelta, el tiroteo de la noche, es no poder tener un espacio para juntarme  con las  amigas. Tratamos de pensar en nuestras propias adolescencias. Todos corrimos riesgos. Pensamos en qué cosas no están sucediendo. Acá no está la posibilidad de juntarme en la plaza con el chico que me gusta a darme unos besos en el banco, a juntarme con una amiga, el bailar el sábado”. Silvina agrega: “Entendemos que son sujetos activos en el territorio. Justamente por no ser sumisas corren riesgos pero porque son propios de la edad. Por eso decimos: “Ni desaparecidas ni encerradas” porque no es digno que no sean libres, que tengan que estar todo el día dentro de un cuartito. Con todas esas complejidades tratamos de generar otras miradas posibles”.

Desde la Fiscalía de Distrito Pompeya,  informan a Socompa que la causa, abierta en el 2015, reúne unas 15 denuncias por amenazas a través de Facebook sufridas por chicas de Bajo Flores. “Se trata de nenas que fueron amenazadas por el mismo usuario que les pedía videos o fotos desnudas y les decía que, si no lo hacían, iba a matar a sus familias. “La primera denuncia se presentó en la Fiscalía. Las otras se fueron sumando, de presentaciones hechas en procuraduría, comisaría o cámara que iban por carriles paralelos. En el comienzo, coincidió con la desaparición de una de las nenas y por eso intentaron unificar, pero no avanzaron en esa línea cuando la chica apareció, aunque hubo una causa, sí, por estupro”, indican. Además, aseguran que, hasta el momento, hubo dos imputados, se están haciendo pruebas para ver si tuvieron que ver, y hay un tercer sospechoso ¿Qué hipótesis manejan? Desde fiscalía dicen: “Hay varias. No descartamos ninguna”. Además, cuentan que las amenazas fueron hechas por un mismo usuario de Facebook y que todas las nenas amenazadas son de nacionalidad boliviana y tienen entre 11 y 17 años.

Las acciones de la Red tiene varias aristas: trabajo con las adolescentes para prevenir el acoso en Facebook, la subjetividad, el rol de las mujeres en la sociedad, educación sexual integral.  “Es difícil conocer la realidad sin estar en el territorio”, dicen y cuentan que además buscan generar otros proyectos que apuesten por adolescencias que puedan potenciarse.

En El cuerpo de las mujeres en la mira, el investigador Juan Pablo Hudson dice: “Si no somos capaces de encontrarnos con estos deseos de las chicas y no hacemos un esfuerzo real por tratar de comprender sus padecimientos por ser adolescentes mujeres en un contexto tan violento, será imposible (re)construir un puente intergeneracional que nos permita trabajar y pensar junto a ellas”. Queda por ver qué cuestiones de territorialidad, qué entramados de poder se articulan. El tema es largo y sus aristas se pueden leer en ese documento. Mientras, los docentes siguen tejiendo sus redes y trabajan por algo bien claro, algo que ya es lema: “Ni encerradas, ni desaparecidas. Con vida todas las pibas”.