El 1° de octubre de 1973, en una reunión secreta, Juan Domingo Perón firmó un documento reservado con instrucciones para “depurar de infiltrados” el Movimiento Nacional Justicialista. Menos de dos meses después, la Triple A cometía el primero de sus crímenes, los asesinatos de un abogado peronista y su mujer. Fue el inicio del terrorismo de Estado previo al golpe.

Habían pasado pocos minutos de las cuatro de la tarde del 27 de noviembre de 1973 y el sol pegaba fuerte cuando un hombre joven se acercó a la pareja -también joven – que esperaba el tren con destino a Retiro en el andén de la estación San Miguel, en el oeste del Gran Buenos Aires.

-¡Así que vos andás con mi mujer, hijo de puta! – gritó el hombre joven, y ese grito hizo que muchos de los transeúntes se dieran vuelta y pudieran ver con claridad lo que sucedió a continuación, justo cuando el tren de detenía en la estación.

Denuncia del Peronismo de Base.

Vieron que el hombre joven llevaba un arma corta en la mano derecha y que la mujer intentó interponerse entre él y su acompañante; vieron cómo el hombre le disparaba tres balazos seguidos a la mujer y que esta caía sin un grito; vieron cómo después le pegaba otros siete tiros al hombre, que aún no había logrado reaccionar, y que éste también caía sobre el andén; y vieron cómo el agresor se alejaba a la carrera y que otro hombre lo esperaba a poca distancia y corría junto con él, como cubriendo su retirada.

Para utilizar la terminología de los diarios de la época, de no ser por una circunstancia fortuita, la identidad de las víctimas y del agresor, y de la primera y única declaración del asesino ante el juez, el hecho habría pasado por “un crimen pasional”, uno más entre los tantos que se podían leer en las páginas de la sección Policiales.

El hombre murió antes de caer al piso, la mujer agonizó unas horas en el Hospital de San Miguel. Se trataba de un matrimonio. La mujer era Nélida “Chiche” Arana, militante de la izquierda peronista, el hombre era su marido, Antonio Deleroni, de 31 años, abogado de presos políticos y uno de los dirigentes más conspicuos del Peronismo de Base. Venían de comer junto con otros militantes en el restaurante “La Positiva”, que estaba a pocos metros de la estación donde los sorprendió la muerte.

Deleroni no era un “blanco” cualquiera en aquellos tiempos. Se había fogueado desde muy chico en la Resistencia Peronista. En 1959, a los 17 años había participado en la huelga general del Frigorífico “Lisandro de la Torre”. Mientras trabajaba estudió en la Facultad de Derecho, donde se integró a la primera Juventud Universitaria Peronista a través de ANDE (Agrupación Nacional de Estudiantes). Una vez recibido se había sumado al cuerpo de abogados de la CGT de los Argentinos y se dedicó a la defensa de presos políticos y gremiales. Paralelamente, militaba en el Peronismo de Base y en las Fuerzas Armadas Peronistas – 17 de Octubre (FAP-17). Para noviembre de 1973 había recibido numerosas amenazas de muerte, precisamente uno de los temas que se habían discutido en el almuerzo del que acababa de salir.

Zona liberada y un policía atento

A pesar de que había una comisaría a menos de cien metros de la estación, no se vio a ningún policía de la Bonaerense en las inmediaciones. Ni cuando sonaron los tiros ni después. Pero una casualidad hizo que el asesino no pudiera escapar como parecía estar planeado. En el tren que se detuvo en el andén en el momento en que sonaron los disparos viajaba un agente de la Policía Federal. Pese a que estaba de franco, saltó del vagón y persiguió al agresor y a su cómplice, que se separaron. Mientras el otro hombre huía, el asesino, al verse alcanzado y pese a tener todavía el arma cargada -una pistola 9 milímetros, con cargador de 13 balas -, se entregó sin oponer resistencia.

-Vas a ver que no duro nada preso – le dijo al policía cuando lo llevaba detenido.

Fue identificado como Julio Ricardo Villanueva, de 27 años, soltero -es decir, no podía sostener la coartada “hijo de puta, estás saliendo con mi mujer”, de ocupación custodio del Ministerio de Bienestar Social de la Nación, por entonces a cargo de José López Rega.

En su declaración ante el juez, Villanueva dijo que pertenecía a la “Agrupación Peronista 20 de Noviembre” y le explicó a su señoría que era un “depurador de marxistas dentro del Movimiento Peronista” y que, al matar a Deleroni y a su mujer, no había hecho otra cosa que “actuar según las directivas del ‘Documento Reservado’ del Consejo Superior Justicialista”.

La “orden reservada” de Perón

El 2 de octubre de 1973, poco menos de dos meses antes de los asesinatos de Nélida Arana y Antonio Deleroni, el matutino La Opinión, dirigido por Jacobo Timerman, reprodujo en su portada el texto completo de un “Documento Reservado” del Movimiento Nacional Justicialista que contenía instrucciones a sus dirigentes para que “excluyeran todo atisbo de heterodoxia marxista”. Pocas horas después, en su quinta edición, el diario Crónica, de Héctor Ricardo García, también lo reprodujo.

Según La Opinión, el documento había sido leído en una reunión realizada el día anterior en la Quinta de Olivos, de la que habían participado el presidente provisional, Raúl Lastiri; el presidente electo, Juan Domingo Perón -que asumiría su cargo diez días más tarde -; el ministro del Interior, Benito Llambí; el de Bienestar Social, José López Rega; el senador Humberto Martiarena -encargado de la redacción final del texto -, y todos los gobernadores peronistas.

La orden reservada en La Opinión.

El documento -firmado por Juan Domingo Perón – señalaba que el asesinato del secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, ocurrido el 25 de septiembre de 1973, marcaba “el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización y contra nuestros dirigentes”.

A continuación, decía que ese “estado de guerra” debía ser enfrentado y que obligaba “no solamente a asumir nuestra defensa, sino también a atacar el enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión. En ello va la vida del Movimiento y sus posibilidades de futuro, además de que en ello va la vida de sus dirigentes”.

Entre las directivas para llevar adelante esa guerra, había una que causó profunda preocupación a varios de los gobernadores presentes. Decía:

“Medios de lucha: Se utilizará todos los que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad. La necesidad de los medios que se propongan, será apreciada por los dirigentes de cada distrito”.

El documento que, como indicaba su título era “reservado”, no debía trascender, pero uno de los gobernadores, profundamente preocupado por su contenido, se lo entregó a un periodista de La Opinión.

-Esto significa dar piedra libre a los comandos de la muerte – le dijo y le pidió que no revelara su nombre.

Luego de la filtración, el gobierno negó durante tres días la existencia de esa “orden” hasta que la evidencia no le dejó otra opción que reconocerla.

Cuando trascendió el documento -a pocos días del inicio del tercer mandato presidencial de Perón – la ofensiva del ala derecha del movimiento peronista contra los sectores radicalizados ya estaba desatada. Sin embargo, todavía había dos posiciones sobre cómo “resolver el problema de la infiltración marxista”.

En su trabajo sobre “la depuración ideológica del peronismo”, el historiador Hernán José Merele -quizás quien más profundamente ha abordado el tema – la describe así: “La primera era sostenida por Perón y tenía en el general (RE) Miguel Ángel Iñíguez –por entonces jefe de la Policía Federal- a su principal aliado; la segunda –que fue consolidándose hacia fines de 1973 a partir del impulso dado por el ministro de Bienestar Social, José López Rega– planteaba, en cambio, una opción policial /parapolicial de represión ilegal. Estas discusiones, presentes desde el retorno del peronismo al poder, se profundizaron entre fines de 1973 y principios de 1974, y nos permiten apreciar, por un lado, el peso que fue adquiriendo con el correr de los meses la línea interna ligada al ministro de Bienestar Social, conocida como ‘lopezrreguismo’, hasta que alcanza su mayor nivel de poder con la muerte de Perón y la asunción presidencial de Isabel”.

José López Rega.

López Rega inclina la balanza

El atentado que se cobró la vida de Rucci -de cuya autoría el gobierno acusó a Montoneros, de lo cual nunca se hicieron cargo, pese a las evidencias de que efectivamente fue un comando de Montoneros quien lo asesinó-, el 25 de septiembre de 1973, y el copamiento de la guarnición militar de Azul por parte del ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el 19 de enero de 1974, -de lo cual el ERP nunca se autocriticó- fueron dos de los argumentos principales utilizados por López Rega para inclinar la balanza y desarrollar su estrategia de represión ilegal, a través de grupos parapoliciales, para “depurar al movimiento”.

Su instrumento sería la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A, que organizó con la colaboración del jefe de la Policía Federal, Alberto Villar, y armas compradas con fondos que desviaba del Ministerio de Bienestar Social, donde Julio Ricardo Villanueva -el asesino de Antonio Deleroni y Nélida Arana – trabajaba de “custodio”.

Después de declarar ante el juez que era un “depurador de marxistas dentro del Movimiento Peronista” y que al matar a Deleroni y Arana estaba actuando según “las directivas del ‘Documento Reservado’ del Consejo Superior Justicialista”, Julio Ricardo Villanueva pasó unos pocos días detenido en una comisaría.

Tal como le había dicho al agente de la Policía Federal que lo detuvo, no “duró nada” preso. No hubo más diligencias judiciales sobre el caso y meses más tarde el expediente desapareció misteriosamente.

Multitudinaria despedida

El velatorio de Antonio Deleroni y Nélida Arana, en la Unidad Básica 17 de Octubre de General Sarmiento de la cual habían sido fundadores, congregó a miles de personas, entre dirigentes políticos y gremiales, compañeros de militancia y vecinos del barrio.

Velorio multitudinario.

El dirigente de la Federación Gráfica, Raymundo Ongaro, otro histórico de la Resistencia Peronista, fue el encargado del discurso final. “Era uno de esos militantes que despliegan su actividad en todas las formas posibles. Él lo hacía desde su profesión en la defensa desinteresada a los presos políticos y desde la tarea del barrio a través de la Unidad Básica 17 de Octubre. Cuando le preguntamos que iba a hacer en ese local nos respondió: La Básica va a ser una verdadera casa peronista donde los compañeros del barrio puedan reunirse a discutir, a decir lo que realmente piensan. Esa es la única forma posible de llevar adelante la organización, desde abajo, sin claudicaciones, hasta la victoria final”, lo despidió.

Después, más de dos mil personas acompañaron los restos de Deleroni y Arana hasta el Cementerio de San Miguel.

De Julio Ricardo Villanueva, el pistolero de López Rega que “depuraba de marxistas” al peronismo, nunca se supo nada más.

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