Ante la propagación del discurso que busca re-legitimar el accionar de las fuerzas de seguridad sin más, es preciso volver a apelar a las lógicas de cuidado comunitario y de organización popular, evitando las vías de escape facilistas de la militarización de la sociedad. (Foto de portada: Fernando Gens-Télam)
El 28 de marzo, se publicó en Página/12 un artículo titulado “Elogio a la policía del cuidado”, firmado por Gabriela Seghezzo y Nicolás Dallorzo, dos investigadores del CONICET, que a su vez son los titulares del Observatorio de Seguridad de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
La tesis fundamental que sostienen, es que el actuar de las fuerzas de seguridad durante la pandemia “se asemejan más a las tareas de cuidado que a las de una persecución y represión penal”. Una afirmación que se cae por su propio peso, ya que se denuncia por docenas cada día, las prácticas abusivas de policías y gendarmes. Amerita, entonces, debatir cual es el rol de quienes investigan en este momento tan crucial que estamos atravesando, que discursos se buscan legitimar desde la academia y cuál debería ser la posición a adoptar en un momento de suma de poderes para las fuerzas represivas.
1 – Va de suyo que la ciencia nunca es neutral, que las investigaciones muchas veces se direccionan en función de los intereses de la clase dominante. Pero también es una verdad de Perogrullo, la autonomía con la que cuentan muchísimos investigadores pagos por el Estado, para sostener sus tesis aun cuando éstas van a contramano del espíritu general del gobierno de turno. Cuatro años de macrismo y una gran cantidad de trabajos del CONICET, antagónicos a la ideología cambiemita, dan la razón.
2 – Este artículo parece hecho por encargo. Recurrir a “los que saben”, para darle de comer al público promedio de Página/12, un menú de reflexiones progresistas de porque ahora la policía (y Gendarmería y el Ejército) nos cuida de verdad; no como hasta hace unas semanas, donde simplemente eran actores fundamentales en el delito organizado. Y apelar a investigadores de CONICET, no es casualidad. Para el lector promedio del diario, el discurso bélico de Berni frente a la Bonaerense, seguro le debe haber parecido un exceso. Que mejor entonces, que agarrar a docentes universitarios-investigadores, para decir lo mismo que el militar Ministro de Seguridad, pero con fraseología progre. Es un win-win.
3 – Desde que el COVID-19 adquirió relevancia a nivel mundial, se desataron una serie de debates filosóficos, sobre si las medidas de emergencia tomadas por los diferentes gobiernos, implicaban la instalación de un estado de excepción con políticas autoritarias; o si bien este es el momento para proponer una “biopolítica democrática” al servicio de la salud de las mayorías populares, tal como le contrapropone Pangiotis Sotiris a Agamben. En nuestro país, el estado de excepción, se puede ver justamente en este sector social, y en sus intelectuales como máxima representación. Quienes durante años vieron al accionar cotidiano de las fuerzas de seguridad como uno de los problemas más graves de la democracia, ahora no dudan en endilgarles a ellas el cuidado y control para evitar la propagación del virus. Ni siquiera se lo cuestionan, y eso es lo más grave. No sólo la posición infantil de creer que quienes nos reprimen, ahora son garantes de nuestras vidas, sino que además bloquean cualquier posibilidad de duda.
4 – La operación lógica debería ser justamente la contraria: si se le están dando amplias facultades a las fuerzas de seguridad, el control sobre las mismas debe ser aún mayor que en épocas de normalidad. La ampliación del poder policial, el mecanismo de vecinos denunciantes compulsivos, son la base para legitimar cualquier giro autoritario. Y este puede ser uno de los principales males que heredemos, y que más nos va a costar revertir, cuando salgamos de éste escenario.
5 – Por último, nada más miserable que la apelación a las políticas de cuidado para definir el actual accionar policial. Años de feministas desarrollando teoría y políticas públicas alrededor de este concepto (en especial en su relación con la crisis de la reproducción social), para que se bastardeé su uso, en un elogio a la policía. Sobre todo en un país, donde uno de cada cinco femicidios fueron llevados a cabo por integrantes de las fuerzas de seguridad, utilizando el arma reglamentaria.
6 – Ante la propagación del discurso que busca relegitimar el accionar de las fuerzas de seguridad sin más, es preciso volver a apelar a las lógicas de cuidado comunitario y de organización popular, evitando las vías de escape facilistas de la militarización de la sociedad. En este sentido, poniendo a la salud como principal instancia a atender, exigir que se incrementen las partidas presupuestarias para insumos, equipamientos y salarios de los trabajadores de salud, por encima de lo que se destina para la represión, es una demanda de primer orden.
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